Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 19 de octubre de 2025

Rabat, Salé y las duchas

           Teníamos intención de visitar Rabat, donde estuvimos por última vez en 2012 para llevar a cabo el visado de Mauritania y llegar a dormir, a Casablanca. Pero, sobre la marcha, hemos decidido cambiar de planes, porque moverse entre las terminales de buses y trenes de esta última ciudad resulta complejo y lleva tiempo. Y total, el único interés allí es una sosa y pequeña medina, que ya recorrimos en 2005. También está la imponente Mezquita de Hassan II -rodeada de chabolas y de pago-, que ya visitamos ese mismo año.

          Igualmente, hemos descartado en los próximos días, recalar en la playa y en la localidad de Ualidia, donde arribamos en 2010.

          Tomamos el bus, rumbo a Rabat. Las dos horas de trayecto las pasamos durmiendo, gracias al reparador aire acondicionado. La moderna estación se encuentra muy alejada de la Medina, así, que debemos esperar más de media hora, a que pase el bus local 36 -gestionado por ALSA, como en Agadir-, que nos deja en el abarrotado centro.

          Queríamos alojarnos en el hotel de la última vez, pero ha subido mucho su precio y no ha mejorado sus servicios: sigue sin tener ducha y no cuenta con wifi. En los alrededores existen otros establecimientos básicos bastante caros.

          Así, que con los bultos a cuestas recorremos la animada medina y nos acercamos hasta la kasbah, que han reformado desde nuestra última vez aquí. Lo que fue un antiguo lugar casi vacío, resulta hoy insoportable, porque está plagado de grupos organizados y tuck tucks de aquella manera, transportando a gordoviejos de ambos sexos, para apenas un recorrido de 200 metros.

          A Salé, se puede llegar en confortable, rápido y frecuente tranvía, pero nosotros nos acercamos andando después de un largo paseo por el exterior de la muralla y de cruzar un puente con vistas bastante feas. Por aquí, no pulula ni un solo guiri.

          Tras cruzar la bonita y gruesa muralla, nos adentramos en el poco animado, pero bello, barrio judío o mellah. Más allá se ubica la escasamente interesante medina y al final, un basto y atractivo cementerio, que si recordábamos.

          Anochece, durante nuestro retorno. Nuestros planes pasan por encontrar alojamiento en la transitada zona nueva, cercana a la estación de tren de Rabat Ville y donde pernoctamos en 2005, en la primera visita a la ciudad. Pero los hoteles aquí -con mejores prestaciones y más modernos -, no bajan de 28€.

          Vemos los horarios de tren para mañana para llegar a Azemmour. No existe convoy directo y deberemos sí o sí, hacer escala en Casablanca. Al menos no será necesario cambiar de estación al llegar a Casa Port. Los bares y tiendas de bebidas alcohólicas, que prestaban servicio en este área han desaparecido, por lo que otro día, que nos quedamos sin cerveza.

          Regresamos a la medina. Al menos, nos quedará el cutre hotel de esta mediodía. Pues tampoco: está completo.

          Tomamos una calle perpendicular a la principal -donde ya no ponen hileras de puestos en el suelo, como antes- y encontramos nuevos establecimientos básicos aunque asequibles, pero en ninguno de ellos hay plaza.

          Estamos desesperados y pensando, que nos va a tocar dormir por ahí tirados, cuando en el último alojamiento de esta calle, en el Regina, nos ofrecen habitación a 200 dirhams, mismo precio, que ayer. No nos queda otra, que aceptar y sin posibilidad de regateo. La alcoba es cutre, el wifi infame y la ducha, sencillamente, no existe, ni siquiera en formato comunitario.

          Nos viene a la cabeza el viaje de 2012, cuando aterrizamos en Nador y tuvimos, que lavarnos por partes, hasta poder ducharnos, con agua fría, más de una semana después, en Sidi Ifni.

sábado, 18 de octubre de 2025

Tetuán y Larache

          El viaje empieza mal, aunque por motivo justificado. Nuestro ALSA proveniente, de Palencia y que debía llegar a la deteriorada y en obras estación de Valladolid, a las ocho y media de la tarde, lo hace a más de las diez. A la altura de Cabezón de Pisuerga, en la A62, un enorme camión de fardos de paja ha comenzado a arder, desperdigándose toda la mercancía por la carretera y generando enormes columnas de humo. Se ha cortado al tráfico, durante hora y media y la noticia ya sale en la prensa local.
    
          En un vehículo lleno y con ese mismo margen de tiempo de retraso, llegamos a la estación de la T4 de Barajas. En ella, tomamos el bus interno, que nos transporta a la terminal uno. Por la megafonía y en off, una voz nos advierte, de que debemos tener la documentación a mano.

          Efectivamente, debemos presentar la tarjeta de embarque a unos seguratas, en la única puerta, que permanece abierta. Nuestro vuelo es a las 8:50 y es la una y media. Nos tiramos al suelo a dormir, pero no tenemos ningún privilegio por ser pasajeros y a las cinco nos levantan. Solo se puede permanecer en las cada vez más escasas sillas -todas ocupadas-,de pie o paseando. ¡Cada día AENA y el gobierno tratan peor a los muchos, que esperamos un vuelo!, casi llegando a la categoría de delincuentes.

          Partimos media hora tarde, pero con el retraso de una hora en el reloj, a las diez ya estamos en Tetuán. Para ir al centro hay cuatro kilómetros y medio, que cubre un barato autobús local, pero como no tenemos un solo dirham y el cambio en la pequeñísima terminal es muy malo, los cubrimos andando, por un camino sencillo. El cielo está totalmente nublado y es justo, al llegar a la magnífica y fascinante medina, cuando comienza a llover. Lo deja un rato y aprovechamos para recorrerla, además, de la animada plaza principal y las calles comerciales y de alojamientos económicos.

          Pero no dormiremos en esta ciudad, donde estuvimos hace un par de años, si no en Larache. En la estación de autobuses tomamos, el que a la postre, sería el peor vehículo del viaje, muy similar, a aquellos terroríficos, que circulaban hace veinte años en nuestra primera visita al país.

          En un par de horas nos ponemos en el destino. La estación es nueva y lejana. Ya desquiciados y tras hora y cuarto de caminar, llegamos a la bonita, no muy concurrida y pequeña medina, con el sol castigandonos desde lo alto y con 28 grados de temperatura.¡No salimos de este interminable verano!

          No hay demasiados alojamientos en Larache y menos, de categoría económica. Se hallan en la zona "semi peatonal", donde las motos y bicicletas campan a sus anchas y donde se ubican la mayor parte de animadas terrazas. Ni rastro de cerveza, vino o alcohol. Menos mal, que venimos bien surtidos del duty y de casa.

          Al final y por 200 dirhams, nos hospedamos en el hotel Málaga, en una habitación correcta, confortable y con baño y ducha propios, que a veces en Marruecos, están separados, aunque si suele haber casi siempre lavabo.

          Con el cambio de hora, a las siete de la tarde ya es de noche y disfrutamos de bellas estampas de la bonita medina, mientras, los niños no dejan de vacilarnos con tremendo descaro.

           Las únicas novedades de esta ciudad respecto a 2010, son la construcción de un agradable paseo marítimo y el inicio de las obras de restauración de la fortaleza, que van para muy largo.

          Buscamos la cena, comenzando nuestro idilio de una semana con los dos elementos del fast food más típicos de la costa atlántica de Marruecos: los bocadillos de pescado frito, vegetales y tubérculos y el que nosotros llamamos "tojunto" (mortadela de vaca, huevos, patatas, aceitunas, algo de carne, cebolla, tomate, mayonesa...)

          Juega España contra Georgia y los lugareños se divierten, como locos. No estamos nada cansados, porque hemos dormido en el aeropuerto, en las sillas de embarque, en el avión y en el autobús hasta aquí.

Sobre pescado frito, gatos sagrados y basura

           En realidad, este viaje ha sido una reproducción de otro del 2010, que llevamos a cabo por parte del Marruecos Atlántico, aunque en esta ocasión, transitando de norte a sur y no al revés, como entonces. Consideramos, que después de tres lustros había llegado el momento de regresar a determinados lugares.

          Como únicas novedades, Azemmour y Sidi Kauki, en un itinerario, que detallamos a continuación: 

          Día 1. Valladolid - Madrid 

          Día 2. Madrid - Tetuán. Tetuán y Larache

          Día 3. Rabat y Salé

          Día 4. Casablanca, Azemmour y El Jadida

          Día 5. Safi

          Día 6. Sidi Kauki y Esaouira 

          Día 7. Esaouira - Madrid 

          Día 8. Madrid - Valladolid.

          Los vuelos de ida hasta Tetuán nos salieron por 15€ cada uno y los de vuelta, desde la antigua Mogador nos han costado 17€, todos, con la compañía Ryanair y por tierra , hemos recorrido unos 850 kilómetros por territorio alauita, más los casi cuatrocientos de llegar y volver a la capital de España. 

          Desglosados, 750 se corresponden con los trayectos entre Tetuán y Esaouira, 60 en ir y volver a Sidi Kauki y 40 de traslado al aeropuerto sureño. Todos los recorridos los hemos hecho en autobús; salvo Rabat - Casablanca - Azemmour, en tren y de este último destino a El Jadida, en taxi compartido.

          El dirham lo hemos cambiado a 10,40 por euro. Teniendo en cuenta esto, hemos invertido unos 30€ en transporte cada uno y destinado 83€ en las cinco noches de alojamiento, siendo los hoteles de Larache y Rabat los más caros -20€- y el de Safi -13€- ,el más económico. Hemos empleado unos 5€ de media diaria en manutención y nada en materia de visitas.

          El tiempo consumido en los transportes es de unas quince horas a las que debemos añadir tres y media de vuelos y cinco de ALSA, entre Pucela y Madrid y viceversa.

          Llegamos a Tetuán, nublado, lloviendo y con algo de frío, pero desde Larache hasta el final del periplo nos persiguió un recalcitrante, absorbente y agotador verano, con máximas de 27 grados y mínimas de 17.

          Dos fueron los compañeros inseparables y constantes , a lo largo del recorrido: el pescado y los gatos.

          El olor a peces fritos se extiende a lo largo y ancho de todo el litoral atlántico, haya puestos o no. Lo hemos comido emplatado y con algo de marisco, pero fundamentalmente, anchoas y sardinas en bocadillos, acompañadas de patatas fritas, rebozadas -al estilo de las vadas de Maharastra y otras zonas de India-, pimientos, berenjenas, cebolla y una salsa rosa.

          A nadie se le escapa la ingente cantidad de felinos , que transitan a sus anchas por el basto territorio magrebí y algunos otros países islámicos. Preguntamos a la inteligencia artificial por este asunto y además de las dificultades para la castración, esta nos dio una explicación contundente y creíble: los gatos son casi sagrados en el Islam y resulta un pecado grave tratarlos mal. Los prefieren a los perros, porque son muchos más independientes que estos y pueden ser cuidados por la comunidad en su conjunto y no necesariamente, por una persona o familia. Así, son alimentados entre todos los vecinos, aunque siempre merodean por los puestos de pescado crudo -como las insoportables gaviotas-, intentando y logrando muchas veces, hacerse con el preciado botín .

          Desde 2005 -que fue la primera vez- hemos llevado a cabo 16 viajes a Marruecos. En esos veinte años y en líneas generales, el país no ha cambiado demasiado, aunque si en un aspecto, digno de aplaudir con entusiasmo: la acumulación de basura por todas partes ha desaparecido casi por completo. Buena muestra son casi todas las medinas visitadas y las inmaculadas playas de Safi -un vertedero en 2010- y de Sidi Kauki.