Después de fallar estrepitosamente el plan del Lago de Sanabria, toca volver a Gijón y alrededores, durante el puente de agosto. No sabemos, concretamente, que vamos a hacer, porque hemos estado por allí mil y pico veces. Pero para nuestra alegría y la envidia o el asco de otros, a nosotros, el destino siempre nos guía y nunca nos abandona.
Lo que si tenemos claro es, que cargaremos con la tienda a cuestas para ir de camping. Todo lo demás resulta imposible e inaceptable. El mismo, correcto, aunque insustancial hotel, por el que hace cuatro años pagamos 23€, está noche nos saldría por 229. ¡Ver para creer y para llorar!.
La estación de autobuses de Valladolid sigue en la UVI y tiene pinta de cadáver. Después de languidecer, durante décadas, se han empeñado en parchearla, en vez de demolerla y construir una nueva. La de Gijón es otra vergüenza, pero allá se apañen ellos.
Partimos casi puntuales, aunque perdemos tiempo por el camino y llegamos media hora tarde. Cada conductor de ALSA tiene su propio carácter, sus rutinas, sus manías, su pedrada en la cabeza. Unos son amables y otros toscos, aunque la mayoría fluctúan en terreno intermedio. El otro día, lo importante era amarrarse al incómodo cinturón de seguridad. Hoy y dado, que se prevén controles de la Guardia Civil, debemos colocar los bultos adecuadamente en la parte de arriba de los equipajes y no debajo del asiento, porque nos podrían sancionar con hasta doscientos euros. Un chico sube con un instrumento. Otro, con un casco de moto y ambos deben ir a la bodega del bus, después de ser calificado el segundo, ni más, ni menos, que como un arma de destrucción masiva a bordo. Nadie hace ni caso y la vida sigue.
Llegamos, a Gijón, sin más novedad. Camino del centro, varias calles están cortadas al tráfico y la noche rebosa de animadas gentes, dispuestas a darlo todo. Han montado barras exteriores con precios imposibles y terrazas, que no estaban hace dos semanas. Si fuéramos detectives diríamos, que existen claros indicios, de que estamos en plenas fiestas patronales .
Así, nos lo confirma, el siempre resolutivo Google: el 8 de agosto ha comenzado la "semanona" grande de la Virgen de Begoña que durará hasta el domingo 17. No nos cuesta demasiado encontrar por internet el programa. Es la una de la madrugada y resulta una pena, porque hace una hora se ha celebrado desde el monte de Santa Catalina y sobre la playa de San Lorenzo, el gran espectáculo de fuegos artificiales. De haberlo sabido antes, podríamos haber cogido un bus previo. Pero, como casi siempre, tenemos aversión a los planes.
Por la vía pública pululan gentes de todas las edades, pero poco a poco, la noche va purgando y va quedando la gente más joven. De la tranquilidad inicial, vamos pasando al descontrol y el caos más absoluto, con el paso de las horas. A las cuatro de la madrugada apenas hay transeúntes serenos y los que lo están, andan ocupados en sostener en pie y ayudar a los más perjudicados. Meadas colectivas de ambos sexos al aire libre, rotura bestial de vidrios, basura por todas partes, botellas de alcohol y refrescos enteros o casi, abandonados...
Transitar se convierte en algo peligroso, entre charcos de vomitonas y personas, cada vez, más desinhibidas, provocadoras y agresivas. Mientras sube la marea y el agua del mar llega casi hasta el muro, la zona del paseo marítimo está mucho más tranquila. Aún no ha amanecido y la gente se bate en retirada.