Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 10 de agosto de 2025

jueves, 7 de agosto de 2025

Sobre alojamientos (parte II)

           Y llegó la maldita pandemia, que provocó tres movimientos consecutivos en cascada y de muy diversa índole: primero, una bajada brutal de precios , que supusieron un auténtico chollo en el mercado. Después, una auténtica avalancha de alojamientos particulares -conocidos, como pisos turísticos -, que coparon la red. Y, finalmente y llegando a la actualidad, un deterioro muy importante en las condiciones de estancia o pago para el viajero.

          Desde nuestro punto de vista y habiéndonos alojado en más de veinticinco países, durante los dos últimos años, la situación actual es la siguiente:

          -Calidad. Generalmente, la calidad es bastante buena, sobre todo, la de los apartamentos, que se alquilan enteros. Normalmente, están cuidados hasta en los detalles más superficiales. De nuestros últimos cincuenta alojamientos, apenas podemos tener queja de un par de ellos y tampoco para tirarnos de los pelos.

          -Oferta. No es mala, ni mucho menos, aunque la demanda -da síntomas de agotamiento - ha sido tan brutal, que en cierta medida ha colapsado el mercado y tensionado la relación entre propietarios y usuarios.

          -Monopolio. Lo que no aparece en Booking, sencillamente, no existe, salvo ese soplo de aire fresco de Marsella, donde hallamos decenas de hostales ajenos a esta plataforma. O te vas de camping o por ahí con tu caravana o duermes en la calle o en los aeropuertos o si no, Booking, Booking o Booking, sin posibilidades de buscarse la vida por tu cuenta, como hace veinte o treinta años. Tengo claro, que ningún monopolio es bueno, aunque me temo, que este va a perpetuarse 

          -Precios. No diríamos que están excesivamente hinchados si los comparamos con los del pasado y con la calidad, que ofrecen. Eso sí: en temporada alta, fines de semana y en determinadas ciudades europeas, lo más sensato es ir a dormir debajo de un puente, si no se quiere acabar en la ruina más miserable.

          -Condiciones de estancia, pago y trato. Bien, es aquí, donde debemos poner el trazo gordo y decir, que se ha convertido en un trágala. Es decir: acepta todo lo que te pidan, por la fuerza. 

          1.- Check in, cada vez más tardío. Empieza a ser “normal" a las cinco o las seis de la tarde, cuando siempre fue al mediodía.

          2.- Check out, cada vez más tempranero, obligándote a abandonar el alojamiento a las 9 o 10 de la mañana. Nunca deberíamos aceptar una habitación por menos de 24 horas.

          3.- No hay nadie para recibirte a la llegada. Si tienes suerte, un cómodo auto check in. Si no, larga espera, a qué aparezca alguien, cuando le dé la gana. Y si llegas más tarde del restrictivo horario, 20, 30 o 50€ a mayores y sin rechistar.

          4.- Tarifas no reembolsables. Hoy, en día, son más del 90% y se quedan tan anchos. Antes de la pandemia, la mayoría eran recuperables hasta 24 horas antes de la llegada.

          5.- Caprichos de todo tipo de los propietarios y en esa materia, la creatividad resulta asombrosa.

          6.- Solicitud de fianzas desproporcionadas.

          7.- Tener, que informar , de la hora exacta de llegada, cosa, que nunca se exigió en el pasado, aunque esto ha venido para quedarse.

          8.- Pedir documentación de forma telemática y urgente con la amenaza velada de no darte acceso a las llaves, si no la remites ya.

          9.- Escribirte o llamarte, en cualquier momento de la estancia y para cualquier cosa, que generalmente, a ti no te interesa. Entre ellas, para que pongas en Booking una buena opinión del alojamiento.

          Y alguna cosa más, me dejo por ahí. Con lo que habrá razones para escribir otro post sobre este complicado asunto.

Sobre alojamientos (parte I)

           Con los precios del transporte aéreo controlados desde hace años -salvo volar a Hispanoamericana o a determinados lugares de África - y los del transporte terrestre a la baja - hoy en día, resulta mucho  más barato, que hace diez años, tomar un tren  de alta velocidad o un autobús internacional -, los problemas actuales más acuciantes, que se encuentra el viajero son dos: los precios de las visitas de los lugares turísticos - fruto de la sinvergonzonería de los poderes públicos en sus distintas versiones, que carece de remedio alguno - y el de los alojamientos.

          En este post nos vamos a referir a este último capítulo. Resulta un asunto tan complejo, que daría para largo rato de exposición y debate, aunque vamos a tratar de resumir.

          No se trata tanto de los precios, de la calidad o de la falta de oferta - que también -, sino , fundamentalmente, de la tendencia monopolística y de las condiciones generales, cada vez más leoninas y restrictivas.

          En este blog y no hace mucho, se ha tocado de lleno el asunto de los pisos turísticos y de los problemas y ventajas, que generan a propietarios, viajeros, vecinos y demás. Como ya dijimos, el tema aparece, como bastante complejo, porque cada colectivo tiene sus razones y casi todas son comprensibles. Pero hoy, no vamos por ahí, sino por algo más sencillo: los efectos prácticos y los quebraderos de cabeza, que se sufren en la actualidad, a la hora de gestionar un alojamiento.

          Entremos en harina, tratando de despiezar la cuestión con todo rigor. Nos vamos a referir, eso si, al alojamiento de corta estancia, porque sobre el de larga, apenas tenemos experiencia.

          Hagamos un poco de historia. En los años ochenta/noventa era muy sencillo buscar alojamiento para un trotamundos. Había un amplio mercado de pensiones y establecimientos básicos -incluso algún putiferio -, normalmente bastante céntricos, que cubrían las necesidades más perentorias del viajero, sin lujos o pretensiones, más allá de un colchón y de una manta. Con suerte, ventilador en verano y precaria calefacción en la época de frío.

          Estaban, generalmente, gestionados por señoras mayores, más preocupadas por la moral -si ibas en pareja, llevar un anillo abría puertas -, que por ofrecer comodidades o servicios. No eran lugares especialmente baratos para la época, por muy nostálgicos, que nos podamos poner. Así, que llegamos a la primera conclusión: para nosotros, el principal problema del alojamiento hoy en día no es el precio. Todavía es posible conseguir, si se busca bien y en determinados días, habitaciones o apartamentos en el entorno de los 25 €, muy bien acondicionados, cantidad, que ya pagábamos a finales de los ochenta por auténticos cuchitriles infectos.

          Con la llegada del nuevo siglo vinieron las plataformas, que nos facilitaron las cosas y que hicieron, que los propietarios se pusieran las pilas y se mejorara bastante la calidad. Venere, Hotelius, Booking...

          El problema surgió, cuando, está última se zampó a toda la competencia y acabó operando como un monopolio, igual que ocurre hoy en día.

          No me hagáis hablar de Airbnb, porque me pongo muy tenso. Un altísimo grado,  se debe tener de estupidez para contratar con ellos.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Candás, Perlora y lo demás

           Sin dificultad, aunque con el sol en la cabeza y en los ojos, montamos la tienda en el camping de Candás, después de ser atendidos por una afable señora de recepción. Es una maravilla, porque en Asturias, casi todo el mundo es amable.

          Queremos dormir un rato, pero desistimos: la transparencia de nuestra básica tienda y la exposición al sol, además del jaleo generalizado, nos lo impiden. No queda otra, que irse a pasear con las legañas colgando.

          En la playa de Candás no hay casi nadie sobre la arena. Muchos menos, sobre las abruptas olas de esas turbias aguas, que no superan los 21 grados de temperatura. En el centro del pueblo, sin embargo el ambiente está muy animado, debido al vibrante mercadillo y a las Fiestas Patronales, de San Félix. Almerienses, cordobeses o castellanos, pero sin un solo guiri.

          Habíamos estado en el pasado varias veces en Candás y en la curiosa Perlora, así, que tampoco tenemos expectativas de visitar lugares nuevos o apasionantes y menos, cuando el mayor atractivo de esta zona, que es la ruta verde de Xivares -que ya hicimos en el 2020-, se halla temporalmente cerrada por mantenimiento. ¡Una putada, porque es chulísima!. 

          Tratamos de retozar de nuestro cansancio en la espesa y seca hierba de un céntrico parque. Imposible, porque unos cuantos niños -niña incluida-, a gritos y a salvajadas nos lo impiden, mientras en animada tertulia y sin argumentos sólidos, tratan de dilucidar la nacionalidad de Napoleón. Sería tarea sencilla, si ya manejasen Google.

          Nos resignamos , a qué si queremos dormir, deberá ser a la noche.

          Los parques de Candás están absolutamente dejados a su suerte. No deben regar y lo fian todo a la lluvia, que debe hacer tiempo, que no hace acto de presencia. Aún siguen en pie las esculturas, que ya vimos hace cinco años y las vistas de la costa y las espléndidas playas son magníficas, mientras se asciende al elevado y famoso cementerio.

          El día se nos hace un poco largo, porque estamos cansados. El sol picajoso deja paso a las nubes, al viento, a gotitas de lluvia dispersas y caprichosas y al jersey sobre las mangas, especialmente, cuando te acercas a las playas, que lindan con la experimental y fallida Perlora, emblema del franquismo de la segunda mitad del siglo XX. Leed sobre este sitio -incluida la entrada en este blog de hace un lustro- y os haréis una idea, de lo que era la maquinaria propagandística del dictador gallego.

          La noche la pasamos inesperadamente bien, porque a poco más de las once se apagó el insistente jaleo, como si alguien lo hubiera desconectado con un interruptor. Aunque la verbena de música urbana del puerto, no termina hasta más de las tres de la madrugada.

          Es domingo y día de volver a casa para casi todos y en el camping hay estampida generalizada. Después de soportar el ruido de las machaconas charangas del centro, volvemos a Gijón. La ola de calor invade y purga el país, pero nosotros aquí, estamos a 21 grados, con potente viento fresco y húmedo y buscando, donde narices hemos puesto el jersey.

Buscando el norte. ¿O no?.

           Hace años, veranear -que verbo más rancio- en el norte de España era casi un castigo. Había, hasta que dar explicaciones, si no querías perder tu reputación: "No, es que no me gusta el calor". "No,es, que no soporto las multitudes" (cuando no las había). "No, es, que aquello es más tranquilo ". "A mí, es, que me encanta la lluvia ". Poco más, que había, que pedir perdón. Eso sí: encontrabas más hospedaje, casi, al precio, que quisieras y sin dificultad alguna. Y poco faltaba, para que te pusieran a todo lujo un comité de recepción con fanfarrias.

          Y a la vuelta, todo eran quejas y disgustos: "Que si nos ha llovido todos los días menos uno". "Que siempre con el jersey". "Que si el agua estaba helada y había bandera roja". "Que si menudas carreteras hay por allí ". En definitiva, unas norteñas, agónicas y masoquistas vacaciones de tortura.

          Hasta mi familia, algo innovadora y rebelde, caía en los  brazos del Mediterráneo y si acaso, una pequeña porción de cada tres veranos, acabábamos a regañadientes en Llanes, Orio o Suances.

          Y eso, que para mí los gallegos, asturianos y vascos -quito a los cántabros, porque me da la gana- son las gentes más agradables y hospitalarias de España, de largo.

          Hace unos cinco años, en plena pandemia y en verano, era bastante factible dormir en Bilbao y Oviedo, por apenas 20€ , en alojamientos estupendos.

          Pero el chapapote turístico lo ensució todo y se llevó las esencias por el medio.

          Hoy, determinados puntos del norte de España -no los conocemos todos-, son una versión chusca del Mediterráneo o las islas. Lamentablemente, hasta allí llegan, los que no tienen capacidad económica para ir a otro sitio y eso, que el norte y en todos los niveles, de barato ya no tiene nada.

          El norte siempre dió cobijo a castellanos, que no tenían otra playa  más cerca y pocos días de vacaciones. Hoy, sin embargo, está plagado de andaluces -sobre todo- o valencianos, que huyen de las hordas turísticas de sus tierras, agobiados por la indecencia especulativa constante y por el asfixiante e implacable calor. También, salen por patas, de ese arrase, que se lo lleva todo por en medio, de alemanes e ingleses de todas las edades, venidos en aerolíneas de bajo coste, de alto consumo de alcohol y de lo que se tercie.

          En las costas tradicionales españolas está ocurriendo, como antiguamente en San Fermín: los nativos abandonaban a toda prisa Pamplona, para evitar males mayores.

          De momento, al norte, aún no han llegado prácticamente los guiris, ni los fenómenos invasivos típicos y asumidos de la España mediterránea, pero todo se andará y más pronto, que tarde.

          Todavía hay tiempo, para recalar sin desfallecer en las orillas del Cantábrico. Aunque, advierto: "Última llamada para los viajeros, que quieran hacerlo".

martes, 5 de agosto de 2025

De camping, otra vez.

           Yo iba de camping con mis padres y hermanas desde la más tierna infancia, por lo que me resulta una forma agradable de sortear las noches y los viajes en destinos, donde el alojamiento sale caro.

          De jóvenes y en nuestros múltiples e incansables viajes por la Europa occidental y la inquietante  por entonces del este, mi pareja y yo utilizamos, constantemente, este estilo de vida  y de tránsito, con la casa a cuestas.

          A partir de los cuarenta años y aún estando en perfecta forma física y mental, restringimos bastante esta práctica y nos acomodamos relativamente, porque dormir en aeropuertos, la calle o estaciones no es una opción fantástica, aunque tiramos de ella sin titubeos, cuando no queda otra alternativa, que ser objeto de desplume.

          Pero bueno, en los últimos años, nos hemos prodigado lo justo: varios findes en Santander -donde alojarte en esta ciudad de estirados de otra manera es arruinarse-, un festival cervecero artesano en un pueblo vallisoletano y un caluroso puente de agosto en la agradable Aguilar de Campoó.

          Lo bueno, que tienen los campings es, que han sido menos víctimas de la especulación, no tanto en cuanto a los precios, porque baratos ni eran, ni lo son, sino en cuanto a las condiciones de estancia. Todavía, en la mayoría de ellos es posible, entrar a las doce o antes y salir a la misma hora del día siguiente o incluso después. Esto resulta imposible en las habitaciones o apartamentos, donde las normas son cada vez más leoninas.

          El camping de Candás es regular, siendo generosos, aunque con el paso de las horas, el nublado y la agradable temperatura, le vamos cogiendo cariño 

          Está abarrotado de gente alborotada y no muy educada, en la zona de roulottes y artilugios similares, aunque en la de acampada -la nuestra y donde predominan los jóvenes -, no hay casi nadie.

          En la mayoría de casos, se trata de familias, que antes disfrutaban otro estilo de vida, pero que se han tenido que hacer campistas por necesidad. Y eso se nota, porque aún no dominan -o no quieren hacerlo -, las normas básicas de convivencia de estos lugares. Pero, al menos por la noche, respetan el descanso.

          De todas formas, los dos principales problemas del camping de Candás son, que no existe una sola sombra y que los baños resultan absolutamente insuficientes -aunque muy limpios- para tanto personal.

          En los campings -doy fe-, siempre se ha ligado mucho. Son algo frikis y pijas, devotas del maquillaje, pero si tuviera treinta años menos y careciera de pareja, seguro, que habria plan posible, con alguna de nuestras tres vecinas de tienda.

          Por cierto; parecía un suelo imposible y al final podemos clavar bien los cuatro ganchos de nuestra básica tienda iglú.

Siempre Asturias

           Teníamos idea de adquirir un bono de diez viajes, desde Valladolid, a Santander con ALSA -valido para 365 días -, para usar este mes de agosto y con un 40% de descuento, pero como todos los buses del viernes y los de vuelta del domingo van completos, cambiamos de opción y compramos uno para Gijón, rebajado en un 65% (a 9€, cada trayecto).

          El norte de España y tras infinitos y trepidantes viajes, lo conocemos, como la palma de la mano, pero desde hace tiempo ya estamos convencidos, de que disfrutamos más, de lo que nos pueda pasar, que de lo que podemos ver.

          El bus llega a Valladolid media hora tarde. Según comenta una señora mayor, han sufrido un pequeño accidente, sin especificar más, a la salida de Madrid. Hace mucho calor y es agradable ir perdiendo grados, a medida, que avanza el recorrido. Llegamos a la una de la madrugada, con tres cuartos de hora de retraso.

          Hace algo de aire y la noche está animadísima, así, que no da pereza unirse a ella y disfrutar a lo grande, como si aún fuéramos jóvenes y tuviéramos esa urgente necesidad de reventarlo todo.

          Ver amanecer, sentados en la fresca arena de la playa de San Lorenzo y con jersey, se convierte en un soberano privilegio, que ahuyenta cualquier intento de bostezo del cansancio. Me encanta ver amanecer  -aunque no en Castilla, donde es aburridísimo -, pero afortunadamente, no estoy disponible para ese momento, la casi totalidad de los días, porque aún, me gusta más trasnochar.

          El cielo está amenazante, ennegrecido, pero justo en la linea del mar, se mezclan los colores rojizos, amarillentos, naranjas y azulados, formando llamaradas. Resulta todo un espectáculo contemplar la evolución del fenómeno, mientras llegan a la playa los primeros veteranos bañistas y los esforzados deportistas, que no perdonan ni un solo día su carrera matinal.

          Caminamos hacia la estación de autobuses y sobre un banco, bien envuelto, hallamos un enorme bocadillo de pan reciente, de lomo y queso, que alguien ha abandonado y que nos sirve de desayuno. ¡Un día de estos, nos vamos a envenenar, aprovechándolo todo!.

          Tomamos un ALSA para Candás, donde nos recibe un animadísimo y atractivo mercadillo, aunque poco tentador, porque los precios resultan demasiado caros. Como nos ocurre, casi siempre, hemos pillado las fiestas patronales -en este caso, de San Félix - y la jornada va a ser vibrante, participativa, espontánea y alocada, a pesar de que el programa festivo consiste en poco más, que un camión nocturno verbenero y la sugerente y variada -y cara- oferta gastronómica y de bebida de los bares. Mañana, nos aturdirán  con un concurso internacional -ahí, es nada- de charangas.

          Y nosotros, de momento, al camping de la cercana Perlora, siguiendo la línea de la costa. Nos encaminamos a los sesenta años de edad, aunque aun falta, pero todavía no nos da pereza cargar con la tienda -y montarla- y el saco.

lunes, 4 de agosto de 2025