Yo iba de camping con mis padres y hermanas desde la más tierna infancia, por lo que me resulta una forma agradable de sortear las noches y los viajes en destinos, donde el alojamiento sale caro.
De jóvenes y en nuestros múltiples e incansables viajes por la Europa occidental y la inquietante por entonces del este, mi pareja y yo utilizamos, constantemente, este estilo de vida y de tránsito, con la casa a cuestas.
A partir de los cuarenta años y aún estando en perfecta forma física y mental, restringimos bastante esta práctica y nos acomodamos relativamente, porque dormir en aeropuertos, la calle o estaciones no es una opción fantástica, aunque tiramos de ella sin titubeos, cuando no queda otra alternativa, que ser objeto de desplume.
Pero bueno, en los últimos años, nos hemos prodigado lo justo: varios findes en Santander -donde alojarte en esta ciudad de estirados de otra manera es arruinarse-, un festival cervecero artesano en un pueblo vallisoletano y un caluroso puente de agosto en la agradable Aguilar de Campoó.
Lo bueno, que tienen los campings es, que han sido menos víctimas de la especulación, no tanto en cuanto a los precios, porque baratos ni eran, ni lo son, sino en cuanto a las condiciones de estancia. Todavía, en la mayoría de ellos es posible, entrar a las doce o antes y salir a la misma hora del día siguiente o incluso después. Esto resulta imposible en las habitaciones o apartamentos, donde las normas son cada vez más leoninas.
El camping de Candás es regular, siendo generosos, aunque con el paso de las horas, el nublado y la agradable temperatura, le vamos cogiendo cariño
Está abarrotado de gente alborotada y no muy educada, en la zona de roulottes y artilugios similares, aunque en la de acampada -la nuestra y donde predominan los jóvenes -, no hay casi nadie.
En la mayoría de casos, se trata de familias, que antes disfrutaban otro estilo de vida, pero que se han tenido que hacer campistas por necesidad. Y eso se nota, porque aún no dominan -o no quieren hacerlo -, las normas básicas de convivencia de estos lugares. Pero, al menos por la noche, respetan el descanso.
De todas formas, los dos principales problemas del camping de Candás son, que no existe una sola sombra y que los baños resultan absolutamente insuficientes -aunque muy limpios- para tanto personal.
En los campings -doy fe-, siempre se ha ligado mucho. Son algo frikis y pijas, devotas del maquillaje, pero si tuviera treinta años menos y careciera de pareja, seguro, que habria plan posible, con alguna de nuestras tres vecinas de tienda.
Por cierto; parecía un suelo imposible y al final podemos clavar bien los cuatro ganchos de nuestra básica tienda iglú.