Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 26 de octubre de 2019

Comparando Uzbekistán con Kirguistán

                                   Todas las fotos son, de Samarcanda (Uzbekistán)
           Llevamos solo dos días, en Uzbekistán, pero ya hemos notado notables diferencias entre sus pobladores y los kirguisos. Por ejemplo y fundamental, son más estrictos en todo, mucho más burocráticos, mientras los segundos se muestran bastante más flexibles y amables.

          Diríamos, que los primeros resultan más parecidos a los rusos y los de Kirguistán, a los más relajados asiáticos, de Armenia, Irán, incluso. Del sudeste del continente. En Kirguistán, te puede alquilar una habitación quien quiera. En Uzbekistán, obligan a registrarse, lo que hace casi imposible el acceso de los particulares al mercado y además, es una molestia para el turista, tener que estar todas las mañanas recogiendo el dichoso papelito firmado. Aunque aquí, es más fácil, que sì este incluido el desayuno.

          A la hora de subir al transporte, en Kirguistán no hacen nada cuando vas a subir al cacharro o autobús de turno. Para tomar el tren amén Taskent, tienes que pasar más controles de pasaporte y billetes, que en un aeropuerto conflictivo. Una ventaja más de Uzbekistän, es el metro de Taskent, que te permite llegar de forma rápida a varios puntos turísticos de la ciudad.

        En Kirguistán, también es más relajado en el tema religioso, como ya dijimos. En Uzbekistán, hay más gente en las mezquitas y existen muchas más (aunque muchas son antiguas y están cerradas al culto). Sin embargo, en los últimos años están construyendo otras nuevas y muchas de ellas pagadas por el gobierno, antes reacio.

          Las jóvenes visten en ambos destinos a la europea y entre las más mayores, hay de todo. Pero, si no fueras consciente de que estás en un país musulmán, las pocas mujeres con velo te parecerían pertenecientes a un grupo minoritario de la población.

          El alcohol y la cerveza, en Uzbekistán son aceptados, mayoritariamente, aunque con ciertas restricciones. No se vende en los supermercados, solo en tiendas especializadas (solo vimos tres en Taskent). Otra gran diferencia es la potabilidad del agua, en Kirguistán, si lo es y en Uzbekistán, no.

          Las ciudades en Uzbekistán están más cuidadas y con un asfaltado más acordé a los tiempos actuales. Se habla más inglés, pero solo en el sector especializado, que se dedica al turismo.

          En Uzbekistán, es bastante más caro el alojamiento -por los impuestos-, algo más el transporte y la comida cuesta lo mismo. El vodka dobla su precio.

           A pesar de ser vecinos, los rasgos físicos son muy diferentes: asiáticos para los kirguisos y europeos para los uzbekos. Las chicas de esta nacionalidad son, especialmente, guapas.

           El transporte es mejor, en Uzbekistán, con diferencia clara, gracias al tren, aunque las marshrutkas son un cacharro infame en ambos países.

          En Uzbekistán, se ponen algo más quisquillosos a la hora de cambiar billetes grandes en los bancos.

viernes, 25 de octubre de 2019

El taxista bueno

                                        Todas las fotos son, de Samarcanda (Uzbekistán)
          Empezando a sospechar por ciertos indicios, que desde que los uzbekos han quitado el visado el pasado febrero a unos cuantos países, se lo cobran por otras partes. Que hayamos descubierto, dos: los impuestos sobre el alojamiento -a veces, suponen la tercera parte del precio de la habitación- y los precios de los trenes, muy superiores a los de los autobuses. Suena sospechoso, que blogs bastante actualizados, den unas cifras de hace un año y que ahora superen el doble.

          Debido a estos avatares, no previstos, tomamos una jugada arriesgada, por ahorrarnos un poco: viajar de Taskent, a Samarcanda, llegando a las diez de la noche, con un hostel buscado, por Booking, pero no reservado, por miedo a no encontrarlo o a que los taxistas no nos entiendan (cosa bastante frecuente, aqui)


        La estrategia salió bien -como casi siempre, porque tenemos mucha suerte-, pero el inicio fue desconcertante. Estación nueva, muy bien ajardinada, pero ni un solo taxista a la puerta. Ni un solo pesado. Ni un solo hotel, ni siquiera de los costos. Y si, una ristra eterna de farmacias y tiendas de cerveza y alcohol (debe ser bueno el vino uzbeko, pero no lo tienen en casi ninguna parte)

          Confusión creciente. Pero como lo intentamos de todas formas, encontramos un taxista en espera en la amplia avenida exterior.¡Haber si podemos entendernos! Le decimos "hello", como le podríamos haber saludado, con "hola" o con "cuchifrito", porque habría dado lo mismo. Hemos apuntado la matrícula, por si va de listo y registrado a la baja, aunque no tenemos mucho que ganar zz ahorrándonos medio euro.

          Nos ha entendido el nombre de la calle -más vale pronunciarla despacio, que escribiéndote el nombre en letras no cirilicas-, pero se ve a la legua, que no sabe dónde está. Nos quiere convencer de llevarnos al Registan- sitio frecuentado por los turistas, pero no de noche- y así, salvar la papeleta.

          Al oponernos suavemente, cambia de actitud y en cada semáforo, trata de hablar con compañeros, que le puedan indicar sobre nuestro destino. Tras veinte minutos de incertidumbre y tras detenerse en una parada de taxistas y dialogar con varios,enfilamos la calle y se asegura de señalarnos la placa situada en edificio. Encontrar el número, ya resulta mucho más difícil -no está en la calle, sino en un patio amplio y tedioso, además de peligroso por los numerosos fosos de una ciudad muy bien iluminada.

          Hemos llegado al hostel, otra vez, por los pelos, porque cierran la recepción a las doce y ya son menos cuarto.

La maldición de la botella de vodka

                                              Todas las fotos son, de Taskent (Uzbekistán)

        En los viajes de cierta duración y largo recorrido, siempre cuesta pasar de un país a otro, cuando el destino es desconocido. Adaptarse a las nuevas cosas -salvo, cuando vas a Bangladesh, que quieres irte enseguida-, es un nuevo reto, que a mí me gusta, pero que a mi pareja le origina cierto alboroto, estrés y confusión . Aunque, después de una noche de traspasar cuatro fronteras y dormir pocas horas, todo puede ser comprensible, sino hay consecuencias irremediables (y no las ha habido).

          Pero  la historia da mucho más de sí de lo inicialmente previsto. Y, ¿si no hubiéramos comprado ayer dos botellas de vodka para acumular o hubiéramos cambiado algunos suma uzbekos, en Bishkek -de haber sido posible-, habría ocurrido lo mismo o el día habría sido diferente?. Nunca lo sabremos ¡Hablamos de ciencia ficcion!

          Como suponíamos, en la estación de autobuses, de Taskent, no hay oficina de cambio. Nos tocará andar entre el bullicio peligroso de los coches y los amenazantes cruces -muchos sin semáforo-, hasta que encontremos el primer banco. Pasamos tres paradas de metro, hasta que hallamos uno con no muy mal cambio. Pero mi pareja, al salir de la terminal, ya se ha cargado la maldita botella de vodka, que se ha expandido por el suelo y por su equipaje. La única consecuencia es, que hemos perdido el escaso euro que cuesta esta bebida espirituosa.

        Afortunadamente, el metro de Taskent-aunque viejo- es muy funcional y práctico y nos ayuda a llegar hasta el centro. Pero, 35 grados a las doce de la mañana de un 27 de septiembre, no ponen mucho de su parte. Tampoco, las funcionarias de la estación de tren, que a cada rato nos dicen unos precios y unos horarios diferentes, para el futuro viaje, a Samarcanda. ¡Paciencia!

          El supuesto centro es disperso y lleno de interminables parques y edificios oficiales. Encontramos otro banco con aún mejor cambio, pero la gestión nos lleva un buen rato. Finalmente, sacar los billetes, a Samarcanda, para mañana por la tarde, nos supone otra odisea, que logramos resolver con bastantes dificultades de comunicación. Y, localizar el hotel, que hemos reservado en Booking, conlleva una eternidad, entre fosos y calles mal asfaltadas o sin asfaltar, entre eternas obras y ansiosa confusión.


        El bazar y las mezquitas están en el coño del mundo, pero llega el metro. Comemos de emergencia y llevamos a cabo las pertinentes visitas, exhaustos.

       
          Y, a la vuelta, las fatales consecuencias de la rotura de la botella de vodka: uno de los dos móviles emborrachado para siempre y los cuadernos donde escribimos nuestras historias, más gravemente dañados, que cuando a don Quijote le quemaron los libros de caballería.

          La mejor noticia del día -aparte de seguir vivís y bebiendo vodka de otra botella, claro -es, que parece, que vamos a dormir solos en nuestro dormitorio compartido y que mañana tendremos desayuno. ¡Eso, si no pasa nada más!

       
          Mientras concilio el sueño -no me cuesta mucho- me vienen a la cabeza las fronteras, de Kazajistán. Imaginad los chanchullos, que allí habrá habido a lo largo de los años oscuros, que en un lugar bien visible, han colocado un número de WhatsApp para contactar, si tienes problemas con los funcionarios de turno. ¡Genial!

jueves, 24 de octubre de 2019

La noche de las cuatro fronteras

                Las tres primeras son, de Bishkek (Kirguistán y el resto, de Taskent (Uzbekistán)

        Comprar los billetes, de Bishkek, a Taskent, no resulta demasiado difícil. Nos pidieron el pasaporte y pusieron pocas pegas. Esto, hace sólo siete meses, hubiera sido imposible, porque hasta febrero pasado, Uzbekistán exigía un visado tramitado, previamente.


        La cosa empieza mal y no por los quince minutos de retraso en la salida, sino porque nos quieren gestionar nuestros pequeños bultos a su manera y guardarlos en el maletero del autocar. Tras una larga discusión, ellos ganan.

          Las dos primeras horas las pasamos durmiendo, dado que hemos venido, previamente, abundante cerveza. Y eso, a pesar de la película, que van emitiendo a todo volumen. Anochece, cuando llegamos a la primera frontera. Salimos de Kirguistán sin demasiados trámites y entramos en otro país. Como hay, que rellenar a toda prisa dos formularios -uno grande y otro pequeño-, nos ponemos nerviosos y ni miramos de que nacionalidad se trata. Encima, parte de uno de ellos, no está en inglés, ni en nuestro alfabeto. Falsa alarma, porque se muestran bastante transigentes.

        En 25 minutos hemos hecho todos los trámites y en 55, el bus ha pasado la severa y minuciosa inspección del foso. El móvil, a través de las redes celulares nos chiva, que estamos, en Kazajistán (no es necesario visado desde enero, de 2017). ¡Bendita tecnología!. Parece, que todos los recorridos entre estas dos ciudades atraviesan el sur de esta nación.

          La noche va a ser larga. Bebo vodka y nadie se entera o se quieren enterar. Y todo, porque la mayoría van viendo en las pantallas un show a todo volumen, parecido al "Club de la Comedia", pero a la uzbeka.

          Pasan más de siete horas, cuando paramos a mear con la vejiga ya inflamada. No tenemos dinero kazajo, así que a buscarnos la vida entre los árboles con el peligro de hacernos daño. Cuando arrancamos parece, que estamos en las afueras de Taraz -la ciudad luminosa, a tenor de los miles de farolas de luz blanca-, pero en realidad, sabríamos luego, que se trata, de Shynkem, mucho más cercana al borde fronterizo. Entonces, sube una señora y con la connivencia del conductor, va haciendo de cambiará de moneda a todo el que quiere -no demasiados-, contando y recobrando los billetes de escaso valor de estos lares.


        No hay un solo momento de calma porque salimos de Kazajistán, de forma lenta y atropellada, devolviendo el formulario de la aduana. Hemos estado en este país ocho horas, pero tenemos planes de regresar para el futuro casi inmediato.

          Entrar en Uzbekistán lleva su tiempo -ya voy bastante confundido y harto hasta para calcularlo-, pero los trámites son más sencillos de lo previsto. Ni se rellena formulario alguno, ni te registran el equipaje, ni te miran el móvil, como dicen por ahí en los blogs, como no hace mucho. Parece que las cosas evolucionan. Por el contrario, se ceban con el registro del vehículo en plena madrugada.

          En el último tramo, ni siquiera me da tiempo a rematar la botella de vodka, que terminó en la estación, de Taskent. Son las 4:30 de la mañana y hemos ocupado más de doce horas en esta paciente aventura. Mi pareja se tumba en un banco y yo en el suelo y nadie nos molesta.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Empapandonos de Kirguistán (parte III) y de Karakol

                                   Las fotos de este post son, de Karakol (Kirguistán)
        Si, de acuerdo, ya lo he dicho; la gran pesadilla de Kirguistán son las marshrutkas, pero hay otros factores, que les hacen una competencia feroz y es, mayormente, -si lo hay, que a veces, es mejor que no exista-, el irregular asfaltado de las calles. Acaba destrozándote los pies, a pesar de que andes con todo el cuidado: peldaños innecesarios; bordillos; medio bordillos falsos, que no separan nada, salvo tu tropezón; terrenos granulados; abombados; agrietados..., que te hacen la vida imposible hasta con las mejores zapatillas, sean incluso Nike o Adidas, que anuncian los astros del fútbol.

          Menos mal, que por unos 80 céntimos, te puedes comprar una botella de vodka, que te ayuda a guardar el equilibrio y a cabrearte menos y ver estas desastrosas calles, como las mejores avenidas del mundo.

          Estamos encantados con el alojamiento: por 10€ o menos, puedes pernoctar en lugares excelentes, muy bien acondicionados, aunque como anécdota, sirva habernos encontrado el hotel más extraño de nuestros 32 años viajeros. Lavabo en la habitación: ¡bien!, sin posibilidad de ducharse: ¡oh! Y con las letrinas si taza, sin puertas y sin indicios de que las vayan a reponer en un tiempo indefinido. El remedio, cagar en una bolsa de plástico en tu habitación y después, tener astucia y estómago para deshacerse del cadáver.

          Kirguistán no es un país de mucho turismo, aunque si goza de un sector alternativo de relativa importancia y juventud, que se dedica a los trekkings montañeros - equipados hasta la médula- y a realizar excursiones a caballo, el animal mas venerado y cuidado de esta extraña nación.

          Francamente -entiendase con ironía-, ambas prácticas las veo innecesarias, dado que caminar por las escarpadas y descuidadas calles o enrolarse en los botes espectaculares en el interior de una marshrutka, ya es aventura suficiente.


         Tenemos  una  cierta desconfianza sobre la policía kirguisa, pero es más por las experiencias, que hemos leído de otros viajeros, que por experiencia propia

          Nuestra estancia en Karakol resulta relajada. Contamos con un buen alojamiento, aunque lejano y ubicado en un barrio decadente. Cuesta encontrarlo, porque es de esos, que vienen en Booking, pero no son legales y por tanto, no exhiben ningún distintivo en la puerta.

          La  mezquita,   la catedral, el bazar, los trepidantes paseos por avenidas de casas bajas, semidestartaladas y carreteras anchisimas e incruzables llenan nuestro tiempo. En las afueras, los gringos han acondicionado el entorno de un bonito y serpenteante río lleno de rápidos y pequeñas cascadas. Por haber, hay hasta un semáforo con wifi.

          Aquí, pululan algunos grupos de turistas -hasta encontramos a algunos españoles despistados-, que parece que no saben a donde han venido. Descartamos hacer un tour al lago Issik-Kul, porque resulta caro, largo y no encontramos los atractivos suficientes para embarcarnos en ese proyecto.

martes, 22 de octubre de 2019

Empapandonos de Kirguistán (parte II)

      Las fotos son, de Karakol (Kirguistán)
       Los kirguisos son gente afable, te ayudan en lo que pueden -a pesar de la dificultad de comunicación- y sobre todo, no te molestan nada por ser turista, lo que es de agradecer, dado lo que ocurre en otras partes del mundo. Eso sí, a la hora de conducir se transforman y se vuelven unas bestias impías. No es lo único salvaje, que hacen y que podría horrorizar  a cualquier ser "civilizado".

          Que se coman a los caballos a dentelladas, no nos debería parecer extraño, porque esa carne ya la llevaban a la mesa algunas madres hace 30 o 40 años, en España.

          Otra cosa bien distinta son, los torneos de kok boru -lobo gris, literalnente-, en los que se decapita una cabra y se juega con ella, como balón, al polo, hasta que uno de los dos equipos gana el sangriento y asqueroso partido.

        Lo de raptar a la novia es una costumbre ampliamente socializada y extendida, que da miedo. Un tipo pasa con su coche y rapta a una chica por la calle. La somete a cautiverio -a veces, con violación incluida- dure lo que dure, hasta que ella acepta el casamiento y tras la presión de las dos familias, sobre todo de la suya. Es ilegal, pero un tercio de los matrimonios, en Kirguistán, se produce de esta "simpática" manera.

          Hablemos de dinero. Es un autentico incordio, habitual por cierto, en otros muchos países del mundo, que la moneda más grande sea solo de unos doce céntimos, al cambio. Todo lo demás son billetes -bastante nuevos-, con lo que organizar tu cartera resulta un autentico lío. A su favor, hay que decir, que nunca engañan en los precios y siempre disponen de cambio. En contra, nos vuelve a parecer lamentable, que cobren por ir al baño, aunque el precio sea casi simbólico.

          ¿Es Kirguistán, África o Asia? La pregunta resulta extraña, pero ta me la vengo haciendo durante unos días. Si miras sus calles y sus costumbres, parece África. Si observas su comportamiento -excepto al volante-, la limpieza o el esplendor de sus parques, no es que parezca Asia, sino que supera, a Europa.

          Hablando de conducir: ¿por qué si se circula por la derecha hay tantísimos coches con el volante a ese mismo lado? Sorprende, porque el parque automovilistico no es muy viejo, por lo que es raro que les colocaran un lote de vehículos de despojo de algún país anglo.

          Los transportes públicos muestran diferente cara y los podríamos dividir en tres: autobuses correctos -diurnos y nocturnos-, circulando por carreteras regulares; marshrutkas insoportables, para la media y larga distancia, porque paran en todas partes y no se se estén a ningún horario y por último, taxis compartidos, que ni hemos probado, ni ganas que tenemos. Lo cierto es, que aquí odian las corrientes y el aire puro y todos los transportes circulan herméticamente cerrados y sus pasajeros viajan con jerseys y cazadoras, aunq e haga 30° ¡Porca miseria!.