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viernes, 25 de octubre de 2019

El taxista bueno

                                        Todas las fotos son, de Samarcanda (Uzbekistán)
          Empezando a sospechar por ciertos indicios, que desde que los uzbekos han quitado el visado el pasado febrero a unos cuantos países, se lo cobran por otras partes. Que hayamos descubierto, dos: los impuestos sobre el alojamiento -a veces, suponen la tercera parte del precio de la habitación- y los precios de los trenes, muy superiores a los de los autobuses. Suena sospechoso, que blogs bastante actualizados, den unas cifras de hace un año y que ahora superen el doble.

          Debido a estos avatares, no previstos, tomamos una jugada arriesgada, por ahorrarnos un poco: viajar de Taskent, a Samarcanda, llegando a las diez de la noche, con un hostel buscado, por Booking, pero no reservado, por miedo a no encontrarlo o a que los taxistas no nos entiendan (cosa bastante frecuente, aqui)


        La estrategia salió bien -como casi siempre, porque tenemos mucha suerte-, pero el inicio fue desconcertante. Estación nueva, muy bien ajardinada, pero ni un solo taxista a la puerta. Ni un solo pesado. Ni un solo hotel, ni siquiera de los costos. Y si, una ristra eterna de farmacias y tiendas de cerveza y alcohol (debe ser bueno el vino uzbeko, pero no lo tienen en casi ninguna parte)

          Confusión creciente. Pero como lo intentamos de todas formas, encontramos un taxista en espera en la amplia avenida exterior.¡Haber si podemos entendernos! Le decimos "hello", como le podríamos haber saludado, con "hola" o con "cuchifrito", porque habría dado lo mismo. Hemos apuntado la matrícula, por si va de listo y registrado a la baja, aunque no tenemos mucho que ganar zz ahorrándonos medio euro.

          Nos ha entendido el nombre de la calle -más vale pronunciarla despacio, que escribiéndote el nombre en letras no cirilicas-, pero se ve a la legua, que no sabe dónde está. Nos quiere convencer de llevarnos al Registan- sitio frecuentado por los turistas, pero no de noche- y así, salvar la papeleta.

          Al oponernos suavemente, cambia de actitud y en cada semáforo, trata de hablar con compañeros, que le puedan indicar sobre nuestro destino. Tras veinte minutos de incertidumbre y tras detenerse en una parada de taxistas y dialogar con varios,enfilamos la calle y se asegura de señalarnos la placa situada en edificio. Encontrar el número, ya resulta mucho más difícil -no está en la calle, sino en un patio amplio y tedioso, además de peligroso por los numerosos fosos de una ciudad muy bien iluminada.

          Hemos llegado al hostel, otra vez, por los pelos, porque cierran la recepción a las doce y ya son menos cuarto.

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