Esta y las dos siguientes son, de Kars (Turquía)
Volveremos a tener cuidado con lo que decimos. Paseábamos. distraidamente. por Kars, hablando de lo fácil, tranquilo y seguro, que es
Turquía, de lo amable que es la gente, de lo intuitivos que son, a pesar de que
no hablen idiomas, de la seguridad y fiabilidad del transporte…De modo bastante
abrupto, estos comentarios se volvieron en nuestra contra.
Empezamos
con un incidente peligroso. Después de media hora de habernos acostado y ya
dormidos, aporrean nuestra puerta y empiezan a a gritar. Al menos, son dos
personas. Aturdidos y somnolientos, tenemos la suficiente lucidez, para
contraatacar y golpear desde dentro la misma, consiguiendo primero, que cesen
en su actitud y después, que huyan.
Desde luego, sus intenciones no
eran nada buenas. ¿Quienes han sido? Sospechamos de los de la habitación de al
lado, que durante las horas previas, estuvieron ejecutando rezos, plegarias y
dándose cabezazos contra el suelo en el hall de acceso a las habitaciones.
Mientras esto hacían, pudieron vigilar nuestros movimientos: ducharnos, en el
baño compartido, lavar la ropa…
Aunque también, pudo tratarse de
alguien, que nos siguiera por la tarde. Al fin y al cabo, somos cuatro turistas
en la ciudad. Aunque, es improbable, dado que para conocer nuestra habitación,
en la tercera planta tendrían, que haber pasado por delante del recepcionista,
que no los habría reconocido, como clientes.
Al día
siguiente y ya camino de Sivas, en el confortable tren, padecemos varios
incidentes. Primero, una desesperante parada en una estación, que se alarga,
sin ningún motivo, más de dos horas. Después, que se nos sienten detrás dos
gañanes de edad, con olor a nada bueno. Y, finalmente, que se acomode delante -estando
el tren casi vacío-, una señora con sus seis churumbeles –de distintas edades,
entre seis meses y ocho años-, que nos dan la noche. La cena de los críos
resulta muy curiosa: pan, pipas, tomate, pepino y uvas, que el más pequeño
mezcla con el biberón. Todos huelen a humo, como si acabaran de dejar atrás, el
mismísimo infierno.
Aún hay dos
sucesos más, que nos hacen pensar, que hemos entrado en mala racha. El único tren
de Sivas, a Kayseri, nuestro siguiente destino, tiene el peor horario posible,
para permitirnos encontrar, de manera fácil, un alojamiento. Parte a las 19:36
horas y llega a las 23:13 h. Cualquier otra opción, más temprana o tardía, nos
habría ofrecido mejores posibilidades.
Ya en el
interior del convoy y encontrándome en el baño -turco, por supuesto, porque
esto es irrenunciable, aunque pasen 10 siglos más-, empiezan a aporrear la
puerta de forma violenta. No cesan, ni aún indicando que está ocupado. Al
abrir, no hay nadie ¿Serán los de Kars, que nos vienen siguiendo? ¿Será un
embrujo? ¿Seremos víctimas de una cámara oculta o de una película de serie B?
Nada va a
poder contra nuestra estrella, que desde siempre y como viajeros, nos ha
acompañado a lo largo de nuestras ya dilatas aventuras por el vasto mundo.