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jueves, 8 de noviembre de 2012

A Yerevan, en la cuarta clase del tren


            Tratamos de abandonar Tbilisi, entre la intensa lluvia y el omnipresente olor a fritanga, que impregna toda Georgia y que al principio no molesta, pero tras unos días, cansa.
Tbilisi
            Es difícil encontrar otra ciudad en Europa, con tanta belleza y con el peor envoltorio de su decadencia. Quizás, lo mejor, es irse a los baños públicos de sulfuro –los de turistas, son mucho más caros, que los de los lugareños-, a encontrar el relax, que nunca hallamos en esta inhóspita capital.
                    Tbilisi 
Aún, intentándolo intensamente, no logramos dejar atrás, ni la ciudad, ni a la lluvia. Diferentes buscavidas, entorpecerán nuestra idea de llegar, a Shinaghi  y desde allí, alcanzar Alaverdi, en Armenia.

            Decidimos tomar el tren, a Yerevan, opción que habíamos descartado la noche anterior. Por supuesto, viajaremos en cuarta clase, que es la más barata. Y acertamos, porque en lo único que se diferencia de la tercera, es en que no te dan ropa de cama para la confortable litera.

El convoy ferroviario parte puntual y el personal de abordo resulta muy atento. Los turistas son escasos, aunque se desplazan unos cuantos norteamericanos. Parece normal, debido al número de usuarios, que el tren solo parta de Tbilisi, cada dos días. Y lo mismo, de Yerevan
      Pasaportes y formularias para hacer el visado y cruzar la frontera ferroviaria , de Armenia
            La salida de Georgia y la entrada en Armenia, consumen el mismo tiempo –una hora en cada lado, aunque por motivos diferentes. En el primer caso es, por severos trámites aduaneros, que a nosotros no nos afectan. En el segundo, por la gestión de los visados, que salen mucho más baratos, que hacerlos en la embajada de España. Te llevan a una oficina y luego a una sala más grande, que más parece un cíber, siempre rodeados de militares, con un uniforme digno y la suficiente cortesía, cosa que se agradece.
Ambas fotos son de Yerevan 
            Se hace necesario rellenar un formulario, aunque casi no lo revisan, ni piden fotografías. Los 3.000 drams armenios (menos de seis euros), solo se pueden abonar en esta moneda o en laris. Imposible, hacerlo en dólares o en la divisa de la eurozona. Como moneda local no tenemos, pagamos con la de Georgia y nos aplican un redondeo de más de un 10%. Parece feo, pero nos conformamos.

            Nuestro ingreso en Yerevan resulta agradable. Nada queda de la hostil Tbilisi, salvo los precios de los hoteles. Ni calles polvorientas, ni baldosas levantadas, ni charcos eternos, ni vallas mugrientas y retorcidas de metal, rodeándolo todo y a todos…En Tbilisi, este último negocio, debe de ser de lo más rentable.
                Yerevan
En Yerevan se respetan los pasos de cebra –escrupulosamente-, las necesidades de las personas, la calma, el buen rollo, el poder transitar despreocupadamente por las zonas peatonales. Todo está orientado para los ciudadanos y no para seres semisalvajes.

            Casi volviendo a nuestro hotel –nos ha costado encontrar uno a precio razonable-, ya siendo de noche, nos reencontramos con Romualdo y Patricio, para la alegría de los cuatro. Intercambio glorioso de experiencias y opiniones, que duran algo más de una hora. Es tarde y –como deseada novedad- hace algo de frío. 

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