Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

viernes, 29 de septiembre de 2017

Bajando por el conservador este, de Malasia

                                           La primera foto es, de Alor Setar y el resto, de Khota Baru (Malasia)
          Si algo iguala a la mujer con el hombre, en el tercer mundo, es la moto y las bestialidades, que hacen con ella”. Esto no lo dijo Rabindranath Tagore, sino el autor de este blog. Y, sí señores, Malasia es un país del tercer mundo, más cercano a Tailandia, que a Singapur, a pesar de que a algunos no se lo pareca.

          No nos extrañó nada, cuando esta tarde, en Kuala Besut, leíamos un cartel, a la entrada de unos baños públicos, donde decía : “Prohibido entrar con la moto”.

          Malasia es además, el país de los fosos en las aceras -canalizaciones destapadas-, la humedad cálida, dulzona y maloliente y de otros muchos contrastes antagónicos, que no voy a volver a repetir, por haberlos contado tantas veces en este blog.

          Esta vez, hemos decidido viajar por el este y por la isla de Borneo, a pesar de que no eran nuestras preferencias iniciales, pero nuestras inutilizadas SIM, mandan. La parte oriental del país, es la más conservadora del país. Como dice la guía y no miente-, very, very, very islamic. Así, que encontrar cerveza es algo costoso y caro -las venden los chinos, en sus bares y tiendas-, y el alcohol resulta prohibitivo, pero nosotros, como siempre, hemos superado las barreras sin demasiados problemas, aunque no de forma barata.

          Por ejemplo, en Kuala Besut, vende bebidas alcohólicas un chino, enfrente de la entrada del embarcadero, llamada Eng Hin. Jodeos islamistas y que se entere todo el mundo donde se ubica, aunque luego bien recogéis, sin ningún reparo, el dinero de los altos impuestos de estas bebidas espirituosas. A otra cosa.

          Llegamos a Alor Setar, desde la frontera con Tailandia, en tren. Una ciudad sin demasiado caos, ni desconcierto y con una importante minoría hinduista. Solo estuvimos hasta la noche, cuando tomamos un bus para Khota Baru. Los muecines de las mezquitas nos recordaron, su poder sobre nosotros, pobres mortales, desde el primer minuto.

          Khota Baru es otra cosa, más desordenada, alocada, mal mantenida y sucia. Como en toda Malasia, predominan los grandes supermercados -han surgido los Seven Eleven, a precios prohibitivos-, y el centro, tiene un pase, con su mercado de día y los nocturnos de comida -muy dispersos, entre sí-, su discreta mezquita y otros edificios civiles de interés. Pero, apenas andas dos pasos, se muestra fea y destartalada. Para los viciosos del drinking, existe una visible y cara tienda de alcohol frente a la estación de autobuses.

          Dejamos esta localidad sin pesar alguno y aunque ya hemos decidido, que no iremos a Perhentian -lo explicamos en el siguiente post-, si lo hemos hecho a Kuala Besut, enfrente de de las islas. Por aquí, la gente pasa muy deprisa, pero, merece la pena pasear unas horas por esta tranquila ciudad. Un pequeño puerto pesquero con sus embarcaciones tradicionales, una bonita playa -sino fuera por la basura, que hay al principio-, un incipiente paseo marítimo y una muy buena oferta culinaria, bien lo merecen.

           El día ha sido gris y no podemos dejar de pensar, que cara tendrán los guiris alojados en los caros resortes de las islas. Son las 20:30 y ya en el hotel, contemplamos la mayor tormenta vivida en el sudeste asiático en todas nuestra dilatada existencia. Rayos y truenos poderosos, que parecía que iban a derribar de un momento a otro, las débiles estructuras de esta pequeña urbe marinera.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

La travesía del desierto

                                                 Las fotos de este post son, de Phuket y de las playas cercanas 
         Como, lo que no mata engorda -y eso, que debido al calor y a la repetición de las especias y los olores constantes, no estamos comiendo en grandes cantidades-, y la tempestad termina amainando, vamos progresando adecuadamente, aunque de forma lenta. Gracias, sobre todo, a las numerosas, esmeradas y dilatadas gestiones, que hoy en día, con cualquier wifi, puedes hacer por internet (el hotel de Phuket no tiene, pero hemos pillado una muy bueno de la calle).

          Y otras veces, por la pura casualidad, al estar todo el día paseando, arriba y abajo, mientras te bañas en la playa o paseas por la ciudad (colosal, por cierto, el mercado nocturno de los domingos, en Phuket). Así, sin esperarlo y como ya se esbozó en otro post anterior, desplazados por bus nocturno, de Phuket, a Hat Yai, en este último lugar, encontramos una oficina física de Air Asia, donde basta con meter el pin de nuestra tarjeta para hacer consumismo, sin más exigencias.

          Por unos 32 euros, hemos comprado billetes a Miri, lo que nos permitirá explorar el Borneo malayo y Brunei, en unos diez días. No se trata del plan de nuestras vidas, pero es una oportunidad más de profundizar en Malasia, el país del sudeste asiático, que menos conocemos.

          Después y desde ahí, solo quedan tres opciones, si nada cambia: dos meses por India -la deseada-, esperando que al hacer la visa on line, no pidan el puto SMS de confirmación -que lo pedirán-; Australia, la improbable, ya que resulta arriesgado alejarse más de España, si no sabemos como vamos a volver y la tercera, y la más nefasta -con lo que nos costó salir-, volver a casa, pagando un precio elevado por el vuelo.

          Pero no tengáis dudas de que por el camino, irán apareciendo oportunidades, que todo lo pueden modificar. Lo más inminente es, abandonar mañana Tailandia y poner rumbo a las islas Pherentian y a otros destinos del este de Malasia, antes de volar a Borneo. ¡Ah, muy importante!. A ver si compramos el billete de vuelta, desde esta isla, para estar un poco menos atrapados.


          Y así ocurrió, cuando una mañana, se me encendió la luz y escenifiqué la escena del huevo de colón. Y, ¿si escribo un correo, a Bankia y les digo, que cambien mi número de teléfono por el de mi padre?. De esta forma, el me podría mandar los códigos por e-mail y podríamos insertarlos para confirmar las compras. La luz empezó a aparecer, al final del túnel.  

De la pesadilla, a la desesperación calmada

                                        Todas las fotos de este post son, de Phuket y las playas de los alrededores
          Sí. Ya hemos hecho todo lo que, probablemente, podíamos hacer y el resultado es cero.

          Así, que ponemos punto final a la pesadilla e iniciamos la etapa de la desesperación calmada, que aunque tiene hoja de ruta, no nos despierta mayor confianza, que poder seguir el viaje, mientras tengamos dinero y haya agencias de viaje físicas, que son pocas y caras.

          De lado positivo -casi lo único- está que hemos resistido la tentación de tomar decisiones bruscas y que Phuket, esta siendo nuestra trinchera de oro. Del negativo, que cada vez se pone peor viajar por la maldita verificación de los códigos. Es la palabra de moda de los últimos ocho días. Ya sea para hacer una compra por internet, para poder recuperar la aplicación de whatsapp e incluso, para llevar a cabo una maldita transferencia entre nuestras cuentas. Los mismos, que nos dirigen hacia el consumo ilimitado han decidido, que si pierdes o se te estropea tu SIM, quedas atrapado en el tiempo y en el espacio. ¡En un limbo, del que nadie te puede sacar!

          El móvil mato al busca, que mucha gente joven, ni conocerá. El whatsaap convirtió en arcaicos y cavernarios, a los SMS. Pero no, alguien decidió, que había que resucitarlos. Como quieren, que te gastes tu dinero de forma segura, pues la mejor opción es, que no te lo puedas gastar, porque a nadie le preocupa, incluidos los bancos, con los que llevas trabajando veinticinco años, lo que a ti te pase.

          Resumen breve de nuestras gestiones, después de llevar una semana en Phuket -le hemos cogido mucho cariño- y de estar a punto de partir. Nuestro banco de toda la vida -Bankia-, aunque lo dejará de ser a la vuelta, ni nos ha contestado, después de una semana. Ya tuvimos con ellos muy mala suerte, en nuestro segundo viaje largo. Gracias a la gestión de un familiar, conseguimos contactar con una señora muy amable, que se topó, como ya barruntábamos, con el departamento informático del banco, al que la vida fuera de una pantalla o un chip, les importa un pimiento y ni siquiera les parece real.


        Evo Banco, que tan bien se portó en Japón, nos ha redirigido del departamento de préstamos, al mismísimo limbo, antes de pedirnos la verificación de nuestros documentos. Los hemos mandado, pero no nos han hecho ni caso, como cabría esperar. Los disculpamos, porque solo somos clientes desde hace dos meses.

          En Bankinter Card fueron más directos y resolutivos: no existe ninguna forma para verificar una compra, que no sea por SMS. ¡Se agradece la concreción!.

          Vamos, a Simyo. Empezaron muy bien con ellos, pero creo, que al final, nos han dejado por imposible. No obstante, manejamos una opción en la recamara, que ellos nos ofrecieron. Aunque ya estoy cansado de molestar a mi padre, de 77 años, que como es normal, le cuesta adaptarse a las nuevas tecnologías. La cosa sería mandar un duplicado de la tarjeta SIM a su casa, que la metiera en su móvil y que nos enviara por e-mail el insoportable código de verificación.

          Cuenta Facto, donde tenemos algo más de dinero, nos respondió en diez minutos y al menos, admitió hacer una excepción, para poder llevar a cabo una transferencia manual a otra entidad, si la pedíamos desde el área de clientes. Sí, porque para poder trasladar tu dinero de un banco a otro también tienes que aportar el código de verificación.

        Caminamos hacia Malasia, rendidos, aunque animados. La última solución que se nos ha ocurrido, es comprar una SIM de aquí, pero no parece muy buena idea, dado que no sirve para otros países y no tendríamos tiempo de hablar con nuestros bancos y sus empleados, que están disfrutando, en muchos casos, de sus merecidas vacaciones.

Hacer justicia con las playas thais

                                           Todas las fotos de este post son, de Karong y Kata (Tailandia)
          Mi pareja, que como vidente profesional no podría ganarse la vida, dijo, cuando llegamos a Phuket : “no entiendo a estos guiris, que se tiran aquí tres días”. Bueno, pues mañana será nuestra sexta jornada en esta calurosa, pero relativamente, tranquila isla.

          Tras nuestros irresolubles problemas con los SMS -el siguiente post seguirá hablando de nuestra pesadilla, por desgracia- decidimos descansar una jornada y reconciliarnos con las playas de Tailandia, aunque seguimos pensando, que no merece desplazarse doce o catorce horas, desde España, para llegar aquí.

          Abordar la playa de Karong o la de Kata, lleva el mismo tiempo de autobús, que acercarse a Patong y con mayores recompensas, sobre todo, si se trata de la primera, más salvaje y casi vacía. Pero, la segunda tampoco está nada mal y es frecuentada por familias extranjeras, que tienen una vida más tranquila, que los que van a mamarse, a Patong.

          Cuando te hablan o te venden Phuket, a miles de kilómetros, solo mencionan las playas de aguas verdes -cuando lo están, que no es siempre- y las rocas de James Bond. Lo que nadie explica, tal vez, porque nadie lo pregunta es, dónde coño están estas últimas. Pues bien: al sur de la isla, a tomar por el culo de todo.

          Durante el monzón, al menos, las playas tienen la tendencia a volverse muy flexibles. En la marea alta, resultan revoltosas y algo alborotadas, con muchas algas y plásticos. No voy a a volver a insistir sobre las playas del tercer mundo, de las que ya he hablado muchas veces. Simplemente, indicar que durante la marea baja, pueden surgir nubes negras y desiguales, que alivian el bochorno del día, sobre todo para los que llevan muchos por aquí. Luego, cae agua y la situación es impredecible, pero la amalgama de colores resulta apasionante.

          La baja mar, va dejando la arena mojada, pero lisa. Y, poco a poco, todo se va difuminando hasta que comienza un nuevo ciclo.


          Nos da pereza largarnos de Phuket, porque le hemos cogido cariño. Nuestra mejor noticia del día es, que nos han subido la prestación por desempleo un 1%. ¡¡Gracias!!. La única vez, que el SEPE me manda un correo en años.

Historia de una pesadilla (parte II y no se sabe, las que vendrán),

          La historia puede empezar un día cualquiera y no es fácil confrontarla, básicamente, porque no la has previsto, sobre todo para quién preparó -supuestamente todo-, antes de comenzar el viaje. Lo peor de todo es, que de nuestro problema no es culpable nadie. Te despiertas una mañana y la batería de tu móvil -que estaba cargando- está calcinada y como si fuera una pastilla de plastilina, supongo, que por una subida de tensión, durante la noche.

        Móvil muerto, pérdida asumida y a esperar lo que venga. Y, lo que viene es el desastre: a la hora de insertar nuestras tarjetas de la misma compañía -Simyo-, en el otro teeléfono, también libre, no funciona ninguna de las dos. El celular habla claro en su mensaje: “Ranuera 1: no se detectó una tarjeta SIM”. Y lo mismo para la 2. Parece tan extraño, que se hayan estropeado las dos a la vez, como que el teléfono no las lea.
El problema no sería tan importante, si no fuera, porque necesitamos los códigos que llegan por SMS para comprar por internet, sobre todo vuelos, si queremos seguir el viaje y, si algún día queremos volver a casa. Sin tarjetas SIM operativas en y estos tiempos, es como si fuéramos Marco Polo recorriendo el inmenso y desconocido mundo, a la deriva..

          Nos sentimos solos, pero privilegiados, porque entre tantas gestiones -con la operadora, los bancos,, las agencias de vuelos de internet, la familia...-, alguien, al fin, entiende nuestro caso. Después de llevar perteneciendo 26 años a la misma entidad bancaria y dado que en nuestra sucursal no nos hacen ni caso, es una señora desconocida, de otra oficina, la que asume el reto . La amable mujer y tras una larga conversación, acaba entendiendo, que lo mejor es abrir una incidencia, para haber si se pueden hacer pagos con tarjeta de crédito sin la verificación del maldito código SMS. Era lo que estábamos pretendiendo desde hacía tres días, pero nadie nos hacia caso, ni comprendía el grave problema.

          Parece, que estamos en el camino adecuado, aunque, finalmente, Bankia se desentiende educadamente de lo nuestro. Aún así, me siento más feliz que en mi casa a pesar de haber perdido, también, el whatsapp, que nos quedaba, al reiniciar el teléfono, en busca de que reaccionara. ¿Un código de móvil puede joder, parcialmente tu vida?. Cuando estás en España, no. Cuando viajas por el extranjero es muy probable, que sí.


          A nosotros, estando por ahí, la fortuna siempre nos termina sonriendo. A la mañana siguiente y al llegar a Hat Yai, nos topamos con una agencia física, de Air Asia -la única, que vimos en todo el viaje, con la excepción de la de la estación de trenes-, de Kuala Lumpur-, donde pudimos comprar billetes con el PIN de toda la vida y sin código SMS, para poner rumbo, a Borneo, en unos diez días. Aplazamos el problema, pero no lo solucionamos.

martes, 26 de septiembre de 2017

Phuket y Patong, vecinos, pero bien distintos

                                                         Las tres primeras fotos son, de Phuket (Tailandia)
        Phuket, en si, tras un largo, pero muy cómodo viaje desde Bangkok, es un sitio más de Tailandia, con sus templos, sus mercados, su cultura, sus playas de los alrededores... Un lugar, por el que dejarse caer unos días, si no estás lejos o te pilla de paso. Otra cosa distinta es, la famosa playa, de Patong, a la que acuden, como posesos, esa masa de idiotas, que se pega quince horas de avión para venir hasta aquí y para encontrar lo de siempre, en cuanto se refiere a playas del tercer mundo. Y aún peor -y no se ocultan, ni avergüenzan-, ese elenco de vejestorios salidos y babosos, que se gastan una fortuna en compartir unas tardes o noches con -supuestamente- cándidas jovencitas locales.

          Resorts abandonados con pasado más glorioso; timos varios, a la que te descuidas; tuktukeros pesadísimos; restaurantes caros y pésimos; baños callejeros, que te cuestan un euro... No me extraña, que estén tan turbias las aguas de Patong, donde tras el baño, yo he pillado, por cierto, manchas en la piel.

          Pero, vayamos por partes, que si no, me pierdo. Patong no es ni de lejos -varia mucho, si la marea está alta o baja-, una de las 50 playas más chulas del mundo. Pasa lo mismo, que en otras zonas del subdesarrollo sostenido: demasiado arroz para tan poco pollo. Vamos, que las infraestructuras sobrepasan y devoran con creces a la escasa oferta de playeros y babosetes Los macrocentros de diversión se presentan, entre esperpénticos y espectaculares. Parece, que fueran idea de un jeque millonario y excéntrico, al que el proyecto se le ocurrió un día y se le olvido a la jornada siguiente.

                                                         Esta y las tres siguientes son, de Patong (Tailandia)
          La playa no deja de ser muy mediocre, aunque el panorama mejora, cuando sube la marea o se nubla el sol, lo que ocurre casi todas las tardes en esta época de monzón. Aunque, no os engañéis: en esta zona del planeta existen muchas playas-charco, durante todo el año.

          La organización del espacio arenoso resulta diversa, aunque comprensible a la mente humana, después de dar un largo y no agobiante paseo. En el centro, encontramos un poco de distorsión, donde todo se mezcla (las corrientes ayudan). Unas pocas guiris blanquitas, unos pocos lugareños tapados hasta las cejas, pescadores por necesidad o aficción, vende burros, vende taxis, practicantes de actividades como el parasailling, -desde una lancha te suben hacia el cielo, colgado de un paracaídas y acompañado por un bigardo local, no sea que te caigas al mar- y así, por tan solo 2500 baths, durante unos dos minutos, te crees un súper héroe.

          Quien viene aquí, desde luego, no piensa en el dinero, ni en si esta playa es mejor -ni de coña-, que una de Formentera o de Fuerteventura. Unos cuantos Mai Tai -ron, curaçao de narranja y lima- te terminan de nublar la visión y, ya en ese estado, ni te enteras de los precios, que son de escándalo.


          Yo, llevo todo el día tratando de resolver como funciona esto y no lo entiendo. Creo, aunque me pilla lejano, hace algunos años escribí un post sobre las playas del tercer mundo, al que habría, que remitirse. Para resumir, y aquí, así ocurre, una hamburguesa cuesta el doble, que un cuidado masaje de una hora -no sexy, según indica el cartel- y dos cervezas, lo mismo que nuestra noche de hotel, algo básico, pero limpio y ubicado en el bonito centro, de Phuket.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Historia de una pesadilla (parte I y no se sabe, las que vendrán)

                                               Todas las fotos de este post son, de Bangkok
          En unas vacaciones cualquiera de dos o tres semanas, incluso, en la parte más recóndita del mundo, todo o casi todo, resulta previsible o al menos, bajo control. Llevas tu boleto aéreo de ida y vuelta, algún hotel reservado, muchas ilusiones, todo el dinero en efectivo y poco margen emocional para, que te alteren las cosas pequeñas del día a día. Que, sin embargo, sí lo hacen en los viajes largos: una herida en la lengua, que no cicatriza; manchas en la piel por un baño donde no se debe; la garganta bloqueada por el aire acondicionado de un bus nocturno...

          En los viajes prolongados, tan maravillosos, siempre hay además, problemas de estancamiento en un determinado lugar, de frustraciones, de absoluto bucle, de hoy me levanto a por todas y me acuesto hundido... La experiencia hace mucho a nuestro favor, pero los imponderables consiguen que haya malos días, malas rachas y a veces, momentos en que te gustaría desaparecer o retornar a casa por puro arte de magia. Por otra parte y como resulta comprensible, no resulta lo mismo, quedarte atontolinado en un país en el que te fundes 100 euros al día, que en el que te gastas sólo 12.

          Como ha sido nuestro caso esta vez, en el segundo, te vuelves un vago victimario, mientras que en el primero, te pones las pilas. Mi pareja se agobia mucho por estas cosas del día a día, pero yo pienso, que a tantos miles de kilómetros de tu casa, tener un atropello, una enfermedad o problemas de vuelos, aduanas o policiales, se insinúan como mucho más graves, que el decaimiento de un par de días o incluso, medio mes.


          Tenemos problemas inverosímiles e inimaginables -aunque, no vitales-, a día de hoy y desde hace casi una semana, pero todavía contamos con margen para encontrar un camino. Y, como somos optimistas, el próximo post va sobre Phuket y Patong -nuestra ubicación actual-, antes de seguir con la supuesta pesadilla, que con tantas incógnitas para el lector se ha esbozado. Esperemos, que nuestros males pasen pronto.

La isla de Kho Kret, una joya cerca de Bangkok

                                                             Esta y las tres siguientes son, de Bangkok
          Por mucho que vengas a Bangkok, -y ya llevamos siete veces en nueve años-, la ciudad te sorprenderá.

          Nos ha hecho gracia, que algunos coloridos tuck-tuck -ya no son tan ruidosos, exóticos ni cutres, como hace una década-, dispongan incluso de wi-fi. La aldea global expande sus tentáculos hasta los sitios más insospechados, como un virus imparable o la lepra.

          Nos ha atemorizado, en un país tan pacífico como este -a pesar, de sus constantes golpes de estado-, encontrar montones de fundas para pistolas, en loas centros comerciales más transitados de la capital..


          Nos ha encantado, que determinado servicios de bus públicos -como el que va a la cercana isla, de Kho Kret-, sean de uso gratuito, aunque desconocemos las causas y si la iniciativa perdurará en el tiempo.

          Nos ha malhumorado y llenado de indignación, en un día de extremo calor, que haya algunos Seven Eleven de la periferia -en plan muslium-, que no dispensen, ni cerveza, ni bebidas alcohólicas.

          Nos ha compungido, que cada vez haya más obras empezadas y menos terminadas. Algunas, como la del templo del Amanecer o las que tienen a Chinatown patas arriba, ya las encontramos en nuestra última visita, hace ya tres años.
Nos ha confundido, que lleven tres años sin dar un golpe de estado. Raro, raro, raro, teniendo en cuenta la tradición local.

                                                    Estas tres son de la isla, de Kho Kret, en Bangkok
      Por lo demás y a pesar del húmedo bobhorno y de las persistentes lluvias vespertinas, nos dedicamos a los imprescindibles de siempre: el Pho, Chinatown, el templo de mármol...-, aunque siempre quedan nuevos lugares por descubrir, si varias tus recorridos habituales. Por ejemplo, ayer, nos topamos con un desértico y agradable complejo de templos, estupas, rocas y cuevas, que nos sumió en un estado inmenso de felicidad.

          Y, hoy, ¡el no va más!. A unos 16 kilómetros de Bangkok, -contad unas cuatro horas entre esperas y tránsito del bus, para la ida y la vuelta-, se encuentra la fantástica isla artificial, de Kho Kret -ubicada en el Chao Phraya-, que parecería sacada de un cuento del país maravilloso de Alicia, sino fuera por las persistentes y escandalosas motos, que campan a sus anchas en un mundo de paz y de gentes genuinas y auténticas.

          El lugar es idílico: casas de madera, riachuelos, puentes, estupas -la más famosa, torcida-, templos impolutos, fábricas de alfarería artesanal, plataneras y naturaleza virgen, que provocan una humedad tropical insoportable. Sólo y además de las motos y de los carritos de salchichas, hay dos cosas que recuerdan a la maldita civilización: un garito, en plan carretera del desierto americano de Nevada, con macarras y música a tope -aunque sin señoritas visibles, al menos, por la mañana- y la mundana realidad, de que para abastecerse de cualquier cosa en este lugar, se debe coger el bote y cruzar al supermercado Tesco, en tierra firme.


          Un maravilloso y bullicios mercado y un templo de bandera -cercanos a la isla-, completaron una jornada de leyenda, que solo estuvo parcialmente malograda por el ya mencionado asunto del transporte.

¡Volvimos a hacerlo!

                                            Todas las fotos de este post son, de Bangkok (Tailandia)
           Otra vez y con muchas ganas, toca escribir un post sobre Bangkok. Y alguien pensará: ¿tendrá fuerzas para hacerlo?, ¿aportará algo nuevo?... Recuerdo, que en 2014 y al inicio del sexto viaje largo, ya afirmé, que todo seguía igual, que en nuestras anteriores visitas, de 2008 y 2011. Y, en cierta medida, hoy pasa lo mismo, aunque con matices, que expondré más adelante.

          De lo primero, para muestra un botón: en el templo del Amanecer, en el mercado del otro lado del río o en pleno Chinatown, siguen más o menos igual, las eternas obras de restauración o construcción. Resulta triste y chocante comprobar, que determinadas cosas, pase el tiempo que pase, no avanzan. En una de estas mastodónticas reconversiones constructivas -o construyentes, aunque lo dudo-, lo que más nos llamó la atención fue, ver a los albañiles con su uniforme y su tartera, sin hacer absolutamente nada y tranquilos. Lo mismo, llevan en este trabajo, para su suerte, los últimos tres años y hasta cobran.

          Pero, tres acontecimientos hacen que Bangkok no sea el mismo, que el 22 de mayo de 2014, fecha en que abandonamos por última vez el país de la eterna sonrisa:

          1º.- Esa misma histórica jornada y mientras despegábamos, hacia Madrás, se produjo un golpe de estado, que aún sigue en vigor. Aquella deliciosa y pacifica acampada, que abarrotaba medio centro de la ciudad, y que para nosotros, las únicas ventajas, que nos proporcionaba, eran cortes de tráfico y cenas gratis, ya nadie la recuerda. Y, para borrar sus evidencias, hasta el típico templo negro, lo han pintado de dorado.

          2º.- La muerte del anterior rey -el veterano, Bhumibol Adulyadej, también conocido, como Rama IX-, ocurrida el pasado octubre, aún colea y coleará por largo tiempo (aunque parece, que su hijo y actual monarca, no es tan tonto, como lo pintaban). Molestias para lugareños y turistas y beneficios para aspirantes a policías, que quisieran tener un sueldo, no haciendo más que intimidar a la gente, que pasea. Como duelo, casi eterno, han cortado la zona céntrica del Palacio Real y numerosos edificios administrativos. Aquí, se ubicaba un agradable mercado nocturno, al lado de un canal, de ropas, complementos, artículos vintage y sobre todo, comida. Desconocemos, si les han dado alguna solución a esta gente, para que monten sus tenderetes en otra parte o... ¡Qué ingenuidad, la mía!.

          3º.- Este aspecto, se presenta como mucho más personal y humano. No resulta lo mismo, venir a Bangkok desde España, que desde Japón. En el primer caso, a los thais los ves casi blancos, mientras en el segundo, bastante negruzcos. Si aterrizas desde Japón, Tailandia, te parece un caos. Si lo haces desde Madrid, un sitio totalmente normal


          Lo que no ha cambiado y no cambiará nunca -me temo-, es el conjunto de aromas que a uno le invaden, cada vez que caes por aquí: incienso, dulzor, humedad, especias, lima, alcantarilla, grasa vegetales, calduverios, pescado seco... Cada vez, que venimos por estos lares, mi nariz me recuerda, que ella también tiene derecho a divertirse y sentir emociones de montaña rusa.