Siete son de Ceske Budejovice y cuatro, de Cesky Krumlov (Chequia)
Corria 1990, cuando en nuestra alborotada, aunque atinada juventud, nos decidimos por primera vez, a visitar la Europa del Este, al rescoldo de la caída del muro de Berlín, de la abrupta caída de Ceaucescu y de los demás acontecimientos altisonantes de la época. Reconozco -y,va fecha de hoy, conocemos más de 130 países de los cinco continentes-, que pocos momentos he vivido con tanta emoción, como aquellos.
Para la trasgresora y curiosa mirada de unos estudiantes de últimos cursos de periodismo, resultaba impagable poder vivir aquellos acontecimientos en primera línea, sin los agobios turísticos de hoy en día, motivados por las hordas de los grupos organizados, cuyas consecuencias son más dañinas, que las de las plagas de langostas de la Biblia.
Y otro aliciente, ayudaba a cerrar el círculo mágico: los precios de las cosas resultaban -mas o menos-, un 80% más baratos, que en España, por lo que se extendía la locura a la hora de comer, beber -no precisamente, agua-, fumar, fo...(no, si eso era gratis).
Recuerdo en Budapest, que éramos incapaces de gastarnos el dinero, maquinando a todo trapo. Mi pareja de entonces -que es la misma, que la de ahora-, acabo vomitando, porque ya no le entraba nada más en el cuerpo. Y todo, con la frustración, de que dividiendo el dinero por horas, cada una que pasaba, aumentaba la media, que teníamos que gastarnos, para hacer desaparecer nuestros molestos forintos.
Hace casi dos décadas, que no apareciamos por centroeuropa. Si hemos estado -mas o menos, de forma reciente-, en otros países del este del continente y nos parece, que Bulgaria, Polonia y en cierta medida, Rumanía, siguen disfrutando de unos precios muy atractivos para el viajero y lo que es todavía más importante, para los ciudadanos, que allí residen.
No se puede decir lo mismo, de Hungría, Eslovaquia o la República Checa, dónde desde hace años se lanzaron a la conquista del lejano oeste y cualquier servicio, que contrates o compra, que hagas, suele ser hasta más caro, que en España. En 1990, Austria nos asustó y cohibio, porque todo valía el doble de lo acostumbrado. Hoy en día, hay muchas cosas, que salen más a cuenta en este país, que en Hungría, Chequia o Eslovaquia.
En esas andábamos, lamiendonos las heridas del pasado, cuando en nuestra segunda jornada, en Ceske Budejovice, nos abordó un señor entrado en años para hacernos todo un interrogatorio sobre nuestras capacidades económicas: "Pero, ¿ustedes pueden viajar, les llega el dinero?" "¿Tienen para algo más, que no sea pagar la casa y la alimentación?"
"Miren -continuo-, yo no me puedo ni jubilar. Aquí, hay un 25% de pensionistas que están por debajo del umbral de la pobreza. Gente, que ha estado trabajando toda la vida. La cesta de la compra resulta inasumible y apenas le queda a las personas dinero para más, que para comer. Es imposible, ahorrar. Ni siquiera, poder dedicar una pequeña parte de tu salario, al esparcimiento o al ocio."
Ya con la mosca detrás de la oreja y conmovidos, en una calurosa tarde de hotel espartano, nos dio por irnos a investigar, a Google. No hubo más, que poner, salario medio de -en doce pagas y no en 14-..., Chekia: unos 1200 euros al mes. Hungría: unos 1100. Eslovaquia: poco más del millar de euros.
Atraidos por el juego, empezamos a meter naciones a diestro y siniestro. Ni que decir tiene, que la siguiente fue España: unos 1800 euros al mes. Y pensamos: " pero bueno, si casi ganamos el doble y disfrutamos de unos precios mucho más competitivos". El ánimo decayó, cuando caímos en la casilla de Alemania: ni más ni menos, que un salario medio de 5000 euros cada treinta días. Entonces, ¿de quién estamos más cerca, por mucho que no nos guste o sorprenda?.
A m modo de ver, las dos razones básicas de que los productos esenciales -y los que no, también- sean tan caros en las naciones visitadas, residen en que el consumo no es masivo -por no poder permitírselo- y por ello, bajan los márgenes y en la inexistencia casi total de marcas blancas (Clever es una excepción).
Corria 1990, cuando en nuestra alborotada, aunque atinada juventud, nos decidimos por primera vez, a visitar la Europa del Este, al rescoldo de la caída del muro de Berlín, de la abrupta caída de Ceaucescu y de los demás acontecimientos altisonantes de la época. Reconozco -y,va fecha de hoy, conocemos más de 130 países de los cinco continentes-, que pocos momentos he vivido con tanta emoción, como aquellos.
Para la trasgresora y curiosa mirada de unos estudiantes de últimos cursos de periodismo, resultaba impagable poder vivir aquellos acontecimientos en primera línea, sin los agobios turísticos de hoy en día, motivados por las hordas de los grupos organizados, cuyas consecuencias son más dañinas, que las de las plagas de langostas de la Biblia.
Y otro aliciente, ayudaba a cerrar el círculo mágico: los precios de las cosas resultaban -mas o menos-, un 80% más baratos, que en España, por lo que se extendía la locura a la hora de comer, beber -no precisamente, agua-, fumar, fo...(no, si eso era gratis).
Recuerdo en Budapest, que éramos incapaces de gastarnos el dinero, maquinando a todo trapo. Mi pareja de entonces -que es la misma, que la de ahora-, acabo vomitando, porque ya no le entraba nada más en el cuerpo. Y todo, con la frustración, de que dividiendo el dinero por horas, cada una que pasaba, aumentaba la media, que teníamos que gastarnos, para hacer desaparecer nuestros molestos forintos.
Hace casi dos décadas, que no apareciamos por centroeuropa. Si hemos estado -mas o menos, de forma reciente-, en otros países del este del continente y nos parece, que Bulgaria, Polonia y en cierta medida, Rumanía, siguen disfrutando de unos precios muy atractivos para el viajero y lo que es todavía más importante, para los ciudadanos, que allí residen.
No se puede decir lo mismo, de Hungría, Eslovaquia o la República Checa, dónde desde hace años se lanzaron a la conquista del lejano oeste y cualquier servicio, que contrates o compra, que hagas, suele ser hasta más caro, que en España. En 1990, Austria nos asustó y cohibio, porque todo valía el doble de lo acostumbrado. Hoy en día, hay muchas cosas, que salen más a cuenta en este país, que en Hungría, Chequia o Eslovaquia.
En esas andábamos, lamiendonos las heridas del pasado, cuando en nuestra segunda jornada, en Ceske Budejovice, nos abordó un señor entrado en años para hacernos todo un interrogatorio sobre nuestras capacidades económicas: "Pero, ¿ustedes pueden viajar, les llega el dinero?" "¿Tienen para algo más, que no sea pagar la casa y la alimentación?"
"Miren -continuo-, yo no me puedo ni jubilar. Aquí, hay un 25% de pensionistas que están por debajo del umbral de la pobreza. Gente, que ha estado trabajando toda la vida. La cesta de la compra resulta inasumible y apenas le queda a las personas dinero para más, que para comer. Es imposible, ahorrar. Ni siquiera, poder dedicar una pequeña parte de tu salario, al esparcimiento o al ocio."
Ya con la mosca detrás de la oreja y conmovidos, en una calurosa tarde de hotel espartano, nos dio por irnos a investigar, a Google. No hubo más, que poner, salario medio de -en doce pagas y no en 14-..., Chekia: unos 1200 euros al mes. Hungría: unos 1100. Eslovaquia: poco más del millar de euros.
Atraidos por el juego, empezamos a meter naciones a diestro y siniestro. Ni que decir tiene, que la siguiente fue España: unos 1800 euros al mes. Y pensamos: " pero bueno, si casi ganamos el doble y disfrutamos de unos precios mucho más competitivos". El ánimo decayó, cuando caímos en la casilla de Alemania: ni más ni menos, que un salario medio de 5000 euros cada treinta días. Entonces, ¿de quién estamos más cerca, por mucho que no nos guste o sorprenda?.
A m modo de ver, las dos razones básicas de que los productos esenciales -y los que no, también- sean tan caros en las naciones visitadas, residen en que el consumo no es masivo -por no poder permitírselo- y por ello, bajan los márgenes y en la inexistencia casi total de marcas blancas (Clever es una excepción).