Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 18 de febrero de 2019

Queenstown

                        Todas las fotos de este post son, de Queenstown (Nueva Zelanda)

          La isla sur es la más grande de las dos y su superficie sería razonable, sino fuera por lo alargada, que es. De Christchurch a Queenstown, hay unos 480 kilómetros. La carretera siempre es verde, pero no demasiado interesante, hasta que llegas a Omarama, ya avanzada la travesía. Desde aquí sí, las montañas se cierran y los ríos y riachuelos empiezan a ser protagonistas, hasta culminar en el maravilloso y ostentoso lago, de Queenstown.

          Pero hasta entonces, las montañas lejanas, las vacas y las ovejas, son las autenticas protagonistas. Se cruza, Geraldine y el lago Tekapo -donde algunos deciden pasar unos días- y el lago Pukaki -en jornadas soleadas, contrasta el azul de sus aguas con los picos nevados- y otras poblaciones, sin mayor interés.

          Puede ser, que Queenstown este algo sobrevalorada -quitando un par de edificios sobresalientes, los demás no valen nada-, pero su lago y las actividades, que se pueden llevar a cabo aquí, enganchan, si el tiempo y el viento acompañan.


         Después de un rato subiendo, descartamos ascender hasta el teleférico, porque el camino no es fácil y además está embarrado. Mejores vistas del lago se obtienen -al haber menos vegetación-, desde un pueblo cercano. Para ello, hay que llevar a cabo un largo y bonito paseo por la parte derecha, que culmina en una ascendente carretera.

          Por el lado izquierdo y tras unos ocho kilómetros por una senda peatonal de extraordinarias vistas, se accede, a Frakton.

          Los guiris, en general, hacen poco senderismo y se limitan a subir al teleférico, comer hamburguesas en un local, que tiene largas colas a todas horas del día o zambullirse en el Ice Bar. Es seguro, que este tipo de negocio llegará a España en un par de años. Se trata de una propuesta ridícula, pero en un mundo donde predominan las modas y los imbéciles, puede tener su chance.

          La cosa consiste en gestionar un local con una temperatura programada de cinco bajo cero y la gracia -ademas de tomar algo, claro- está en alquilar polares, pantalones térmicos, abrigos y guantes para protegerte del frío mientras tomas un chupito congelado. Hay, que ser idiota profesional y cualificado, en una ciudad, donde durante la mayor parte del año, hace una rasca tremenda y temperaturas nocturnas, de casi 0° (a la sombra y al sol) ¡Que se lo planteará un nativo, de Bangkok, que nunca ha bajado de 20°, tendría su emoción...! En fin.

          Otro negocio en auge, son las tiendas de cookies, que venden decenas de clases de ellas, de las cuales, muchas, las tienes también en el supermercado, tal cual. La gracia en este caso es, pagarlas cuatro veces más caras, aunque debo reconocer, que algún local de estos, está muy bien ambientado.

          Para los menos pomposos y escasos de dinero -no os recomiendo venir a Oceanía en este plan-, os recomiendo el supermercado 4 Four, atendiendo por empleadas sudamericanas. A las 12:30 y las 20:30 rebajan los platos cocinados, que están a punto de caducar, hasta un 75%, hasta cobrarlos a un dólar: bollos rellenos de carne y queso, ricas pizzas de chorizo y bacon, puré de patatas, perritos calientes...¡Resulta una gozada meter el diente, a fondo!

Más cosas de Nueva Zelanda

                              Todas las fotos de este post son, de Queenstown (Nueva Zelanda)

          Prometí, escribir un post, contando las diferencias entre Australia y Nueva Zelanda y después de llevar casi media estancia en este segundo país, veo que va a resultar difícil. Porque las gentes y las culturas, que los integran, son bastante parecidas. Al menos, en el mundo urbano. Con decir, que lo más evidente es, que en Australia no se vende cerveza ni vino en los supermercados y en Nueva Zelanda si, está todo aclarado. Pero, seguiré esforzándome en la conclusión de este objetivo.

          Sí que es verdad, que en el país maorí, se vive a un ritmo más lento, más reposado. Aunque, también es verdad, que hay mucha diferencia de estilo de vida y de horarios, dependiendo de si el lugar es o no turístico.

          En Christchurch, todo está cerrado a las cinco de la tarde, mientras que en Queenstown, las tiendas permanecen abiertas hasta más de las diez, a pesar de que tampoco cuentan con muchos clientes.

          Lo que si nos ha llamado la atención es, la cantidad de oferta que existe de empleos no cualificados -tiendas, supermercados, bares, restaurantes, agencias de viajes...-, que se ofrecen a diestro y siniestro en los destinos turísticos, sobre todo, en Queenstown. Si en Australia predomina la mano de obra asiática, en Nueva Zelanda, toman pujanza las sudamericanas (en ambos casos chicas, que supongo, vienen buscando también marido, que las saque de pobres)

          Porque, aunque los sueldos son buenos -28.000 euros al año de media- por los 17.000, de España-, os aseguro, que el nivel de vida es tan alto, que la pasta se va volando.

        A mí ya, los precios australianos me parecen una ganga, comparados con estos. Naturalmente, hay escapatorias. Los supermercados rebajan a un dólar la comida preparada, cerca de caducar. Los refrescos de marca blanca son baratos y el pan de molde, las alubias con tomate de lata o los apestosos y blandos espaguetis enlatados, también.

          Pero, esto es para turistas, que estamos unos días por estos lares y nos da igual; pero, quien reside aquí todo el año, precisa de una alimentació   n más equilibrada y eso conlleva un enorme gasto. No son pocas las cosas básicas, que cuestan cuatro o cinco veces más, que en España. Por no decir, que los restaurantes, los bares y el ocio, solo están al acesso de los más adinerados o de los que no pretendan tener una economía saneada.

          Por lo general, hemos dormido en alojamientos más baratos y mejores, que en Australia. Pero el transporte, casi monopolístico -al menos, en la isla sur-,:se come todo el beneficio y deja un fuerte saldo negativo (sobre el asunto de los buses interurbanos escribiré una entrada especial y exclusiva)

          La comida es más cara, en Nueva Zelanda. La misma  marca de lata de sardinas o de galletas -por comparar- vale en torno al doble, que en Australia.

          Los tours presentan un coste similar, aunque nos ha parecido mucho más profesionales y serias, las agencias de Australia.

          Y en el referido asunto del alojamiento, debo indicar, que hemos sucumbido a hospedarnos en el dormitorio compartido de un hostel, porque en Queenstown, todo está a precio de oro, aprovechando el tirón turístico.

domingo, 17 de febrero de 2019

Tomando el pulso a Nueva Zelanda

            Las cuatro primeras son, de Christchurch y el resto, del lago Tekapo (Nueva Zelanda)

          Dentro de poco, escribiré un post, contando las diferencias entre Australia y Nueva Zelanda -no puedo evitarlo-, aunque lo que hoy me ha llamado la atención, en Christchurch, es leer en un supermercado, que la edad mínima para beber alcohol, en Nueva Zelanda, son los 25 años. Vamos, que puedes estar casado, con trabajo e hijos y no poder tomarte una cerveza. ¿Nos hemos vuelto locos, tal vez?

          También, nos choca -en Australia es lo mismo-, que a cada compra, que haces, la cajera te insista en sí quieres o no el ticket o que tengas, que pedir el resguardo del pago con tarjeta de crédito y te miren raro. Parece, que son todos muy confiados.

          La noticia hoy, es que después de 37 días, hemos conseguido beber una cerveza y a un buen precio. La última vez, que habíamos tenido esa suerte, había sido en Bangkok, a finales de septiembre.

          Mañana, dejamos Christchurch. Hoy, el tiempo ha funcionado al revés. Empezó espectacular por la mañana y acabó muy triste por la tarde, cuando más prometia un mercado a la neozelandesa -como bailar sevillanas en Oviedo-, donde también la minoría india celebraba, el Diwall, en un potente escenario instalado en la plaza de la catedral.


          Nos ha gustado, Christchurch, más de lo esperado y sobre todo, hoy, que estamos más descansados, con menos frío y que no ha llovido.

          Nos ha enamorado su arquitectura -la que no derribó el terremoto, de 2011- y su espectacular jardín botánico. Pero -asombraros- nos sigue pareciendo una ciudad africana, aunque por aquí transiten pocos negros: dispersa, de edificios muy bajos -en ocasiones, solo locales comerciales-, muchas veces a abandonados y, casi fantasmas. Algunos a esto le llaman modelo sostenible, pero a mí me parece, que no resulta muy razonable y cómodo, tener que coger el coche para hacer la más pequeña de las cosas.

          Mañana partimos para el sur de la isla, en búsqueda de naturaleza, fiordos y la belleza de Queenstown.

          Ya os iremos contando, pero en este país, la tarjeta de crédito rompe hasta la banca de los casinos más consolidados.

          Y, a casi cero grados y nosotros con las bermudas y las camisetas de manga corta, que tan bien vienen en el sudeste asiático.

Primeras horas, en Nueva Zelanda

Todas las fotos de este post son, de Christchurch (Nueva Zelanda)

          Nueva Zelanda nos recibió lloviendo a cántaros y con un viento, que congela los huesos, como no podía ser de otra manera y nosotros, casi en manga corta.

          Los trámites de entrada -aunque lentos- son fáciles y en la aduana, parece que les preocupa más que lleves comida fresca, que drogas o armas químicas.

          Aunque el aeropuerto, de Christchurch es muy confortable y pensado para que revises y descanses -no como otros, en los que se empeñan en darte con la fusta, a la mínima que se te cierra un ojo-, pero el desvelo de haber dormido, durante el vuelo entero y la emoción, hace que no pegue ni ojo.

          El primer contacto con el exterior, nos lleva a la misma conclusión, que a nuestra llegada, a Australia: las oficinas de cambio son una estafa y campan a sus anchas, sin ley. En unas pocas horas, he trazado nuestro recorrido por la isla sur, pero desde mañana, la pura realidad, lo irá matizando.


          No sé por qué, últimamente, tengo la sensación, de que cuando llego a un país nuevo, anhelo demasiado el anterior. Me pasó, hace 20 días, cuando llegamos, de Tailandia, a Australia y ahora también.

          La oficina de turismo, de Christchurch, es un buen punto de partida para aclararte y la alejada estación de trenes, también. El precio del tren panorámico, a Greymounth -lo que llaman, los Alpes de Nueva Zelanda- es un atraco a mano armada y sube y baja su precio dependiendo de los días, según les entra en gana.


          La zona, de Queenstown y las norteñas, Wanaka y Tekapo, serán nuestros ejes de este periplo kiwi, aunque aún no sabemos en qué medida.

          De momento, dejadme que os hable de Christchurch, una ciudad tranquila, sosa, agradable y que aún está muy marcada por las consecuencias del terremoto, de 2011 y por las numerosas obras, que como en toda Oceanía, pueblan todos los lugares (aquí, especialmente, los puentes del angosto río)

          Al menos, el sol ha salido por la tarde y nos ha cargado las pilas y el alojamiento es bueno y barato.

Las Blue Mountains y Melbourne

Las dos primeras son, de Blue Mountains y el resto, de Melbourne (Australia)

            Hay una cosa, que me da mucha rabia, pero de la que es imposible aislarse: la puñetera manía de las compañías aéreas, de ser más estrictas, que los propios estados, que te reciben. Pasa una y otra vez. En este viaje y como ya conté, nos ocurrió con Ukrainie, cuando nos trataron de denegar el embarque, por no tener boleto de vuelta, de Bangkok.

          Ayer, la señorita de Jetstar, solicitó una y otra vez el papel de la ETA, de Australia, -dado que retornaremos, por Sydney, tras regresar, de Nueva Zelanda-, cuando en ningún momento, las autoridades de ese país nos lo ha solicitado. Lo más flagrante nos ocurrió, en India, hace cuatro años, cuando un imbécil, se empeñó en el que teníamos, que contarle, que íbamos a hacer después de partir de Delhi y aterrizar, en El Cairo.

          Pero, antes de abandonar las entradas del blog, sobre Australia, me gustaría comentaros un par de destinos, que he pasado por alto.

          Las Blues Mountains son una muy buena excursión, a dos horas de tren, de Sydney. Se trata de un desfiladero circular, que aglutina numerosos senderos, que se entrelazan y que terminan en miradores y cascadas. Lastima, que hay demasiada vegetación, que impide unas vistas más espectaculares.

          También os quiero hablar de Melbourne, ciudad llena de cuestas, aunque a Sydney, tampoco le faltan. Llegar a las seis de la mañana y con frío, además de sus anchas y vacias aceras, hacen que parezca una ciudad sin alma, pero, como siempre, el paso del tiempo va poniendo las cosas en su sitio.

          La plaza principal es fea, aunque muy animada los fines de semana, por la gente, por los espectáculos que en ella se llevan a cabo y también, por coloridos coches de caballos.

          Chinatown despierta al atardecer y las colas en los restaurantes de la calle principal son interminables. Pero, el punto neurálgico son los muelles del río, bien diseñados y  habilitados, donde el ocio y la alegría -entendamos la misma, a la australiana-, campan a sus anchas en las tardes de viernes y de sábado.

No debeis perderos el mercado Victoria, que plantean desde muy temprano, cinco días a la semana. Se trata del más grande del hemisferio sur, a pesar de que ocupa un enorme aparcamiento. Es posible degustar diversas muestran de comida variada y gratuita. A pesar, de que tiene un toque asiático, no resulta demasiado exótico, aunque si, muy colorido.

          También existe una especie de bahía o waterfront, algo alejada y no muy bien encajada con el resto de la ciudad.

          Regresamos a Sydney -como siempre, con paradas eternas en los McDonald's- y rezamos, para que ningún aeroportuario de pro -sea de la secta, que sea-, nos trunque el viaje, a Nueva Zelanda.

          No quiero, dejar de referirme, a tres de nuestros lugares favoritos, en Sydney: la magnífica y brava playa, de Bundj -a ocho kilómetros del centro-; la ajetreada y polivalente bahía, de Darling -muy cerca de la sosa e insulsa, Chinatonw- y el maravilloso mercado de pescados -con deliciosas viandas crudas, aunque, sobre todo, cocinadas-, que se ubica en el algo alejado barrio, de Glebe, junto al parque Wentworth.

sábado, 16 de febrero de 2019

La Great Ocean Road

                              Todas las fotos de este post son, de la Great Ocean Road (Australia)

          Completar la Great Ocean Road, era una de nuestras grandes ilusiones, antes de llegar, a Australia. Naturalmente y como siempre, la mejor forma de hacerlo es por libre en auto-caravana, coche o como se te ocurra. Las infraestructuras son limitadas, pero existen numerosos campings en los lugares más visitados.

           Nosotros, sin carnet de conducir y con tiempo limitado, la hemos tenido, que hacer en un día y de forma organizada (119 dólares australianos por persona). Si optáis por esta opción exprés más cómoda, aunque más acelerada también, no os asustéis, porque no seréis los únicos.

          Incómodos y algo viejos minibuses -25 plazas-, hacen el trayecto, de unos 650 kilómetros ida y vuelta y en un solo día. ¡Una paliza! Existe la opción, de llevar a cabo esta experiencia en dos días, pero no sale a cuenta.


          El día resulta ser femenino y mayormente joven, dominado por un pasaje asiático y nacional -de Sydney, la mayoria- en el que los únicos europeos somos nosotros y una chica holandesa. Hay una hora y cuarto, hasta un Visitor Centre, donde nos dan de desayunar. Al poco tiempo, se inicia la emblemática carretera, tras pasar un arco conmemorativo.

          Empiezan las playas y los acantilados, a diferentes alturas. Está nublado y el mar tiene un color monocromático, triste, pero bonito. Varias paradas para hacer fotos en cabos y golfos o en playas espectaculares de arena dorada y fina.

          Ahora, toca ver a unos koalas, pero hay pocos y deben estar invernando, porque están hechos una bola, colgados de los árboles. A su lado, preciosos pajaritos rojos, con mezcla de azul y verde, revolotean, en busca de las pipas de los turistas, que hacen el canelo, como siempre, para hacerse fotos y selfies "graciosas". Mientras tanto, a los patos, no les hace caso nadie, pero se benefician de lo que cae al suelo.


         Parada para comer, en Apolo Bay, lugar de fantástica playa y de negocios tradicionales playeros. Hemos elegido para almorzar, los rollitos de cordero, que tienen cuatro virutas de resto de carne con muchas ternillas, rúcula, canónigos y demás tonterías, mientras a o tros comensales les sirven enormes trozos de pollo, hamburguesas completas o filetes de pescado con salsa tártara. No hemos acertado y encima, nos han servido los últimos.

          Al poco de reemprender la marcha, arribamos a un bosque selvático, donde sobreviven eucaliptos centenarios. Algunos viven tumbados y con las raíces para arriba y todos presentan una altura y un grosor impresionantes. Hasta aquí llegó el mar en épocas pretéritas y aún hay restos escondidos de especies primitivas.

          Ahora llega la hora de la siesta, ya que toca pegarse un recorrido de más de una hora, hasta las joyas de esta ruta, que son la playa de los Doce Apóstoles y otros recovecos, acantilados y playas colindantes, que albergan aguas de diferentes tonalidades y siempre, preciosas.

          La arquitectura de la naturaleza de este lugar, es espectacular, aunque al ser formaciones poco sólidas, la climatología y el mar hacen, que vayan cambiando a lo largo del tiempo. Es terrible, porque se destruye lo que hay, pero maravilloso, porque aparecen sorprendentes escenarios nuevos.

          No dan mucho tiempo para cada visita y hay que ir al tran tran, su quieres verlo todo, pero merece la pena, aunque sea por unos cuantos minutos y aunque no llegues a la puesta de sol. Sin lugar a dudas, se trata de uno de los lugares más bonitos del mundo, a pesar de que no haya cascadas, tigres, jirafas...y ni siquiera, bañistas. Aunque si, como bien aparece en algunos carteles, serpientes venenosas.

          A estas alturas del día, nuestros compañeros de periplo ya están bastante castigados y entre todos nos meten prisa para acortar las paradas. La misma, que no tienen, cuando nos detenemos en un McDonald's -como siempre- y la mayoría, incluido el guia-conductor, se ponen ciegos a patatas fritas.