Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 11 de agosto de 2025

San Cayetano y San Lorenzo, en Madrid

           Son las cinco de la tarde del viernes, cuando llegamos a Madrid, aplastándonos  el mazo solar y con 41 grados a la sombra. La caótica y eternamente inacabada estación de Chamartín -menuda gracia le haría, si Clara Campoamor levantará la cabeza -, es el mayor campo de minas, con equipajes vertiginosos y con ruedas, del que resulta todo un éxito conseguir salir.

          Toca ir andando, porque no tenemos prisa y por el camino nos vamos derritiendo como si fuéramos frágiles polos de hielo de marca blanca. Al menos y tras contemplar, que en Madrid, no hay casi guiris, llegamos a la fresquísima limonada de la calle del Oso, ataviada, como cada año, con mantones de manila y pañuelos chulapos, donde la Tuna ofrece un animado y casposo espectáculo.

          Vivimos a tope la tradicional fiesta de San Cayetano, que mañana enlazará en otros cercanos escenarios con la de San Lorenzo y el finde venidero, con las de la Virgen de la Paloma, en Cava Baja, la plaza de la Paja y las Vistillas.

          Que Madrid está casi vacía en agosto -nada comparable, de todas formas, a hace treinta o cuarenta años - lo denota, los baratos precios de los alojamientos para estos días. Conseguimos -tercera estancia en cuatro meses-, una cápsula doble en el hotel de Usera. Muy ventilada, pero sin aíre acondicionado, que termina  casi siendo frustrante, de no ser, porque el poderoso frigorífico de la cocina ha convertido en salvador granizado, nuestro zumo de naranja y mandarina del cercano Lidl.

          Llega el sábado y la ola de calor nos sigue torturando. Hasta la tarde, el día es de perfil muy bajo -porque no hay exposiciones nuevas y otras, estan cerradas-, por lo que estamos  más preocupados por combatir la asfixia, que por hacernos personas de provecho. El aire acondicionado del Palacio de Correos de Cibeles nos acaba devolviendo nuestras constantes vitales, mientras contemplamos algunas interesantes muestras.

          Del asfalto y de las paredes de los edificios sale fuego. Los osados caminantes no podemos transitar sin una botella de la mano a la que recurrir, constantemente.

          La tarde termina siendo algo frustrante, porque la cacareada Fiesta Bresh, acaba convirtiéndose en  una agónica y tediosa sesión DJ de mal gusto, con las invasivas barras de los bares cercanos, a golpe de estafa, con minis de cerveza a 9€ y con patatas bravas -normales, picantes, picantísimas, o que te harán llorar- a uno más. ¡Hoy en día, ya ningún hostelero se corta o enrojece!.

          Tras diversos movimientos insustanciales y perfectamente prescindibles, terminamos ya de madrugada en la plaza de los Cubos, viendo, como otras veces, como la gente devora hamburguesas del MacDonalds. Una oronda, maleducada e ignorante chica de 19 años, alecciona a sus nuevos amigos, sobre las poderosas razones para votar a Vox e ir a manifestarse  a la cercana calle Ferraz. Cuando la acusan de no tener estudios, se vuelve muy violenta y contrariada, espetando: "Claro, que los tengo. He sacado la ESO". Si el mundo, hoy en día, está fatal, ya no os cuento de madrugada.

¡Odio eterno a la Alta Velocidad española!

           Llega el segundo finde de agosto, torturados por la eterna ola de calor, que apenas, nos deja sobrevivir. ¡Odio visceral a este verano, que tiene pinta de no terminar nunca!.

          Tomamos el AVLO de las 15:50 del viernes, rumbo a Madrid. Es el único horario, cada día, que sale a cuenta por precio para ir a la capital. Como ya he dicho más de una vez, no nos gusta la Alta Velocidad y menos, la de RENFE (Ouigo tiene un pase, Iryo todavía no la hemos probado).

          El convoy va abarrotado de gentes modestas agosteras, con enormes bultos colgando de todas partes, que apenas consiguen manejar, acudiendo a prácticas iniciáticas de trileros. 

          No sé, porque quizás, siempre optamos por las gangas, nos ha vuelto a tocar la fila 1. Espacio amplio para los pies en la salida de emergencia, pero a cambio, estrecho asiento, que se abre y cierra, como si fuera el de un cercanías o el de un bus urbano. Ya sabemos, que a Madrid son solo 50 minutos, pero este tren llega hasta Alicante y tarda tres horas y estas no son formas de viajar.

          Será casual, pero nos ha vuelto a tocar -una vez más-, acomodarnos , es un decir, en el coche 8, uno de los que llevan la maldita máquina de refrescos y snacks y que suelta una demoledora letanía acústica, cada vez, que se produce una extracción. No se, porque hoy en día, hablan tanto los cacharros y achiperres diversos y tan poco, las personas. Y también, instrucciones eternas por la megafonía, sobre lo que podemos hacer y lo que no.

          ¡Tendré, que ver si en Temu, me puedo comprar un vagón del silencio a 2€!.

          Y nada. Arrancamos tarde, como siempre. Donde habrá quedado aquella publi del AVE, de que si llegabas cinco minutos tarde, te devolvían el dinero. Entonces, eran trenes de ejecutivos y no, como ahora plagados de inmigrantes en chanclas, con cuerpos escombro, de veraneantes en apuros y de gilipollas, como nosotros, que no saben estarse quietos en casa.

          No nos sale a cuenta la Alta Velocidad. No solo por los anodinos paisajes devorados sin casi verlos o por los molestos ruidos en los túneles -en esta línea está el de Guadarrama, que es el más largo de España, con 28,5 kilómetros -, sino por la suma de tiempos del viaje.

          Veamos: con el Media Distancia y a la céntrica Príncipe Pío son unos 165 minutos, el chucu chucu de toda la vida y contemplando bonitos paisajes e interminables y rancios pueblos castellanos. ¡Ya está!.

          Hagamos la suma con el AVE. Presentarse media hora antes, para que en el control de equipajes, la malalechera empleada de turno, te toque los huevos -u ovarios -, porque has cometido el imperdonable delito de llevar un cuchillo, no para asesinar al maquinista, sino para abrir el pan y rellenar el bocadillo.

          Añade la hora de viaje -retraso incluido- y ya llevamos 90 minutos, que se ponen en más de 100, cuando tratas de salir de la caótica Chamartín, practicando eslalon con los interminables y mal conducidos y voluminosos bultos con ruedas, que amenazan con llevarte a La Paz y de paso, dejarte sin más planes y cabreos, durante todo el verano. 

           Ahora y en mitad de la nada, te toca llegar al centro. Eliges entre ir andando, a 40 grados, coger varias conexiones de autobuses o sumergirte en el  truculento y aventurero mundo de Cercanías, donde la adrenalina siempre, la tienes garantizada 

          Suma y sigue y al final, si acaso, dentro de cuatro horas has llegado, donde querías.

jueves, 7 de agosto de 2025

Sobre alojamientos (parte II)

           Y llegó la maldita pandemia, que provocó tres movimientos consecutivos en cascada y de muy diversa índole: primero, una bajada brutal de precios , que supusieron un auténtico chollo en el mercado. Después, una auténtica avalancha de alojamientos particulares -conocidos, como pisos turísticos -, que coparon la red. Y, finalmente y llegando a la actualidad, un deterioro muy importante en las condiciones de estancia o pago para el viajero.

          Desde nuestro punto de vista y habiéndonos alojado en más de veinticinco países, durante los dos últimos años, la situación actual es la siguiente:

          -Calidad. Generalmente, la calidad es bastante buena, sobre todo, la de los apartamentos, que se alquilan enteros. Normalmente, están cuidados hasta en los detalles más superficiales. De nuestros últimos cincuenta alojamientos, apenas podemos tener queja de un par de ellos y tampoco para tirarnos de los pelos.

          -Oferta. No es mala, ni mucho menos, aunque la demanda -da síntomas de agotamiento - ha sido tan brutal, que en cierta medida ha colapsado el mercado y tensionado la relación entre propietarios y usuarios.

          -Monopolio. Lo que no aparece en Booking, sencillamente, no existe, salvo ese soplo de aire fresco de Marsella, donde hallamos decenas de hostales ajenos a esta plataforma. O te vas de camping o por ahí con tu caravana o duermes en la calle o en los aeropuertos o si no, Booking, Booking o Booking, sin posibilidades de buscarse la vida por tu cuenta, como hace veinte o treinta años. Tengo claro, que ningún monopolio es bueno, aunque me temo, que este va a perpetuarse 

          -Precios. No diríamos que están excesivamente hinchados si los comparamos con los del pasado y con la calidad, que ofrecen. Eso sí: en temporada alta, fines de semana y en determinadas ciudades europeas, lo más sensato es ir a dormir debajo de un puente, si no se quiere acabar en la ruina más miserable.

          -Condiciones de estancia, pago y trato. Bien, es aquí, donde debemos poner el trazo gordo y decir, que se ha convertido en un trágala. Es decir: acepta todo lo que te pidan, por la fuerza. 

          1.- Check in, cada vez más tardío. Empieza a ser “normal" a las cinco o las seis de la tarde, cuando siempre fue al mediodía.

          2.- Check out, cada vez más tempranero, obligándote a abandonar el alojamiento a las 9 o 10 de la mañana. Nunca deberíamos aceptar una habitación por menos de 24 horas.

          3.- No hay nadie para recibirte a la llegada. Si tienes suerte, un cómodo auto check in. Si no, larga espera, a qué aparezca alguien, cuando le dé la gana. Y si llegas más tarde del restrictivo horario, 20, 30 o 50€ a mayores y sin rechistar.

          4.- Tarifas no reembolsables. Hoy, en día, son más del 90% y se quedan tan anchos. Antes de la pandemia, la mayoría eran recuperables hasta 24 horas antes de la llegada.

          5.- Caprichos de todo tipo de los propietarios y en esa materia, la creatividad resulta asombrosa.

          6.- Solicitud de fianzas desproporcionadas.

          7.- Tener, que informar , de la hora exacta de llegada, cosa, que nunca se exigió en el pasado, aunque esto ha venido para quedarse.

          8.- Pedir documentación de forma telemática y urgente con la amenaza velada de no darte acceso a las llaves, si no la remites ya.

          9.- Escribirte o llamarte, en cualquier momento de la estancia y para cualquier cosa, que generalmente, a ti no te interesa. Entre ellas, para que pongas en Booking una buena opinión del alojamiento.

          Y alguna cosa más, me dejo por ahí. Con lo que habrá razones para escribir otro post sobre este complicado asunto.

Sobre alojamientos (parte I)

           Con los precios del transporte aéreo controlados desde hace años -salvo volar a Hispanoamericana o a determinados lugares de África - y los del transporte terrestre a la baja - hoy en día, resulta mucho  más barato, que hace diez años, tomar un tren  de alta velocidad o un autobús internacional -, los problemas actuales más acuciantes, que se encuentra el viajero son dos: los precios de las visitas de los lugares turísticos - fruto de la sinvergonzonería de los poderes públicos en sus distintas versiones, que carece de remedio alguno - y el de los alojamientos.

          En este post nos vamos a referir a este último capítulo. Resulta un asunto tan complejo, que daría para largo rato de exposición y debate, aunque vamos a tratar de resumir.

          No se trata tanto de los precios, de la calidad o de la falta de oferta - que también -, sino , fundamentalmente, de la tendencia monopolística y de las condiciones generales, cada vez más leoninas y restrictivas.

          En este blog y no hace mucho, se ha tocado de lleno el asunto de los pisos turísticos y de los problemas y ventajas, que generan a propietarios, viajeros, vecinos y demás. Como ya dijimos, el tema aparece, como bastante complejo, porque cada colectivo tiene sus razones y casi todas son comprensibles. Pero hoy, no vamos por ahí, sino por algo más sencillo: los efectos prácticos y los quebraderos de cabeza, que se sufren en la actualidad, a la hora de gestionar un alojamiento.

          Entremos en harina, tratando de despiezar la cuestión con todo rigor. Nos vamos a referir, eso si, al alojamiento de corta estancia, porque sobre el de larga, apenas tenemos experiencia.

          Hagamos un poco de historia. En los años ochenta/noventa era muy sencillo buscar alojamiento para un trotamundos. Había un amplio mercado de pensiones y establecimientos básicos -incluso algún putiferio -, normalmente bastante céntricos, que cubrían las necesidades más perentorias del viajero, sin lujos o pretensiones, más allá de un colchón y de una manta. Con suerte, ventilador en verano y precaria calefacción en la época de frío.

          Estaban, generalmente, gestionados por señoras mayores, más preocupadas por la moral -si ibas en pareja, llevar un anillo abría puertas -, que por ofrecer comodidades o servicios. No eran lugares especialmente baratos para la época, por muy nostálgicos, que nos podamos poner. Así, que llegamos a la primera conclusión: para nosotros, el principal problema del alojamiento hoy en día no es el precio. Todavía es posible conseguir, si se busca bien y en determinados días, habitaciones o apartamentos en el entorno de los 25 €, muy bien acondicionados, cantidad, que ya pagábamos a finales de los ochenta por auténticos cuchitriles infectos.

          Con la llegada del nuevo siglo vinieron las plataformas, que nos facilitaron las cosas y que hicieron, que los propietarios se pusieran las pilas y se mejorara bastante la calidad. Venere, Hotelius, Booking...

          El problema surgió, cuando, está última se zampó a toda la competencia y acabó operando como un monopolio, igual que ocurre hoy en día.

          No me hagáis hablar de Airbnb, porque me pongo muy tenso. Un altísimo grado,  se debe tener de estupidez para contratar con ellos.

miércoles, 6 de agosto de 2025

Candás, Perlora y lo demás

           Sin dificultad, aunque con el sol en la cabeza y en los ojos, montamos la tienda en el camping de Candás, después de ser atendidos por una afable señora de recepción. Es una maravilla, porque en Asturias, casi todo el mundo es amable.

          Queremos dormir un rato, pero desistimos: la transparencia de nuestra básica tienda y la exposición al sol, además del jaleo generalizado, nos lo impiden. No queda otra, que irse a pasear con las legañas colgando.

          En la playa de Candás no hay casi nadie sobre la arena. Muchos menos, sobre las abruptas olas de esas turbias aguas, que no superan los 21 grados de temperatura. En el centro del pueblo, sin embargo el ambiente está muy animado, debido al vibrante mercadillo y a las Fiestas Patronales, de San Félix. Almerienses, cordobeses o castellanos, pero sin un solo guiri.

          Habíamos estado en el pasado varias veces en Candás y en la curiosa Perlora, así, que tampoco tenemos expectativas de visitar lugares nuevos o apasionantes y menos, cuando el mayor atractivo de esta zona, que es la ruta verde de Xivares -que ya hicimos en el 2020-, se halla temporalmente cerrada por mantenimiento. ¡Una putada, porque es chulísima!. 

          Tratamos de retozar de nuestro cansancio en la espesa y seca hierba de un céntrico parque. Imposible, porque unos cuantos niños -niña incluida-, a gritos y a salvajadas nos lo impiden, mientras en animada tertulia y sin argumentos sólidos, tratan de dilucidar la nacionalidad de Napoleón. Sería tarea sencilla, si ya manejasen Google.

          Nos resignamos , a qué si queremos dormir, deberá ser a la noche.

          Los parques de Candás están absolutamente dejados a su suerte. No deben regar y lo fian todo a la lluvia, que debe hacer tiempo, que no hace acto de presencia. Aún siguen en pie las esculturas, que ya vimos hace cinco años y las vistas de la costa y las espléndidas playas son magníficas, mientras se asciende al elevado y famoso cementerio.

          El día se nos hace un poco largo, porque estamos cansados. El sol picajoso deja paso a las nubes, al viento, a gotitas de lluvia dispersas y caprichosas y al jersey sobre las mangas, especialmente, cuando te acercas a las playas, que lindan con la experimental y fallida Perlora, emblema del franquismo de la segunda mitad del siglo XX. Leed sobre este sitio -incluida la entrada en este blog de hace un lustro- y os haréis una idea, de lo que era la maquinaria propagandística del dictador gallego.

          La noche la pasamos inesperadamente bien, porque a poco más de las once se apagó el insistente jaleo, como si alguien lo hubiera desconectado con un interruptor. Aunque la verbena de música urbana del puerto, no termina hasta más de las tres de la madrugada.

          Es domingo y día de volver a casa para casi todos y en el camping hay estampida generalizada. Después de soportar el ruido de las machaconas charangas del centro, volvemos a Gijón. La ola de calor invade y purga el país, pero nosotros aquí, estamos a 21 grados, con potente viento fresco y húmedo y buscando, donde narices hemos puesto el jersey.

Buscando el norte. ¿O no?.

           Hace años, veranear -que verbo más rancio- en el norte de España era casi un castigo. Había, hasta que dar explicaciones, si no querías perder tu reputación: "No, es que no me gusta el calor". "No,es, que no soporto las multitudes" (cuando no las había). "No, es, que aquello es más tranquilo ". "A mí, es, que me encanta la lluvia ". Poco más, que había, que pedir perdón. Eso sí: encontrabas más hospedaje, casi, al precio, que quisieras y sin dificultad alguna. Y poco faltaba, para que te pusieran a todo lujo un comité de recepción con fanfarrias.

          Y a la vuelta, todo eran quejas y disgustos: "Que si nos ha llovido todos los días menos uno". "Que siempre con el jersey". "Que si el agua estaba helada y había bandera roja". "Que si menudas carreteras hay por allí ". En definitiva, unas norteñas, agónicas y masoquistas vacaciones de tortura.

          Hasta mi familia, algo innovadora y rebelde, caía en los  brazos del Mediterráneo y si acaso, una pequeña porción de cada tres veranos, acabábamos a regañadientes en Llanes, Orio o Suances.

          Y eso, que para mí los gallegos, asturianos y vascos -quito a los cántabros, porque me da la gana- son las gentes más agradables y hospitalarias de España, de largo.

          Hace unos cinco años, en plena pandemia y en verano, era bastante factible dormir en Bilbao y Oviedo, por apenas 20€ , en alojamientos estupendos.

          Pero el chapapote turístico lo ensució todo y se llevó las esencias por el medio.

          Hoy, determinados puntos del norte de España -no los conocemos todos-, son una versión chusca del Mediterráneo o las islas. Lamentablemente, hasta allí llegan, los que no tienen capacidad económica para ir a otro sitio y eso, que el norte y en todos los niveles, de barato ya no tiene nada.

          El norte siempre dió cobijo a castellanos, que no tenían otra playa  más cerca y pocos días de vacaciones. Hoy, sin embargo, está plagado de andaluces -sobre todo- o valencianos, que huyen de las hordas turísticas de sus tierras, agobiados por la indecencia especulativa constante y por el asfixiante e implacable calor. También, salen por patas, de ese arrase, que se lo lleva todo por en medio, de alemanes e ingleses de todas las edades, venidos en aerolíneas de bajo coste, de alto consumo de alcohol y de lo que se tercie.

          En las costas tradicionales españolas está ocurriendo, como antiguamente en San Fermín: los nativos abandonaban a toda prisa Pamplona, para evitar males mayores.

          De momento, al norte, aún no han llegado prácticamente los guiris, ni los fenómenos invasivos típicos y asumidos de la España mediterránea, pero todo se andará y más pronto, que tarde.

          Todavía hay tiempo, para recalar sin desfallecer en las orillas del Cantábrico. Aunque, advierto: "Última llamada para los viajeros, que quieran hacerlo".