Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 16 de febrero de 2019

La Great Ocean Road

                              Todas las fotos de este post son, de la Great Ocean Road (Australia)

          Completar la Great Ocean Road, era una de nuestras grandes ilusiones, antes de llegar, a Australia. Naturalmente y como siempre, la mejor forma de hacerlo es por libre en auto-caravana, coche o como se te ocurra. Las infraestructuras son limitadas, pero existen numerosos campings en los lugares más visitados.

           Nosotros, sin carnet de conducir y con tiempo limitado, la hemos tenido, que hacer en un día y de forma organizada (119 dólares australianos por persona). Si optáis por esta opción exprés más cómoda, aunque más acelerada también, no os asustéis, porque no seréis los únicos.

          Incómodos y algo viejos minibuses -25 plazas-, hacen el trayecto, de unos 650 kilómetros ida y vuelta y en un solo día. ¡Una paliza! Existe la opción, de llevar a cabo esta experiencia en dos días, pero no sale a cuenta.


          El día resulta ser femenino y mayormente joven, dominado por un pasaje asiático y nacional -de Sydney, la mayoria- en el que los únicos europeos somos nosotros y una chica holandesa. Hay una hora y cuarto, hasta un Visitor Centre, donde nos dan de desayunar. Al poco tiempo, se inicia la emblemática carretera, tras pasar un arco conmemorativo.

          Empiezan las playas y los acantilados, a diferentes alturas. Está nublado y el mar tiene un color monocromático, triste, pero bonito. Varias paradas para hacer fotos en cabos y golfos o en playas espectaculares de arena dorada y fina.

          Ahora, toca ver a unos koalas, pero hay pocos y deben estar invernando, porque están hechos una bola, colgados de los árboles. A su lado, preciosos pajaritos rojos, con mezcla de azul y verde, revolotean, en busca de las pipas de los turistas, que hacen el canelo, como siempre, para hacerse fotos y selfies "graciosas". Mientras tanto, a los patos, no les hace caso nadie, pero se benefician de lo que cae al suelo.


         Parada para comer, en Apolo Bay, lugar de fantástica playa y de negocios tradicionales playeros. Hemos elegido para almorzar, los rollitos de cordero, que tienen cuatro virutas de resto de carne con muchas ternillas, rúcula, canónigos y demás tonterías, mientras a o tros comensales les sirven enormes trozos de pollo, hamburguesas completas o filetes de pescado con salsa tártara. No hemos acertado y encima, nos han servido los últimos.

          Al poco de reemprender la marcha, arribamos a un bosque selvático, donde sobreviven eucaliptos centenarios. Algunos viven tumbados y con las raíces para arriba y todos presentan una altura y un grosor impresionantes. Hasta aquí llegó el mar en épocas pretéritas y aún hay restos escondidos de especies primitivas.

          Ahora llega la hora de la siesta, ya que toca pegarse un recorrido de más de una hora, hasta las joyas de esta ruta, que son la playa de los Doce Apóstoles y otros recovecos, acantilados y playas colindantes, que albergan aguas de diferentes tonalidades y siempre, preciosas.

          La arquitectura de la naturaleza de este lugar, es espectacular, aunque al ser formaciones poco sólidas, la climatología y el mar hacen, que vayan cambiando a lo largo del tiempo. Es terrible, porque se destruye lo que hay, pero maravilloso, porque aparecen sorprendentes escenarios nuevos.

          No dan mucho tiempo para cada visita y hay que ir al tran tran, su quieres verlo todo, pero merece la pena, aunque sea por unos cuantos minutos y aunque no llegues a la puesta de sol. Sin lugar a dudas, se trata de uno de los lugares más bonitos del mundo, a pesar de que no haya cascadas, tigres, jirafas...y ni siquiera, bañistas. Aunque si, como bien aparece en algunos carteles, serpientes venenosas.

          A estas alturas del día, nuestros compañeros de periplo ya están bastante castigados y entre todos nos meten prisa para acortar las paradas. La misma, que no tienen, cuando nos detenemos en un McDonald's -como siempre- y la mayoría, incluido el guia-conductor, se ponen ciegos a patatas fritas.

Los precios en Australia

                                    Todas las fotos de este post son, de Melbourne (Australia)

          Tenemos la impresión general,  de que Australia es un país carísimo y suele quedar confirmada a primera vista, cuando te pegan un palo tremendo, en el transporte del aeropuerto, al centro de la ciudad

          Desde luego, el país austral no es barato, pero existen muchos recovecos para salir del laberinto de la ruina. Salvo los fines de semana, los precios del alojamiento son equivalentes a los de España, aunque con una calidad mucho peor.

          Lo mismo ocurre con el transporte público o con la comida del supermercado fresca o preparada. Además, cuando está cerca de caducar, la suelen bajar a la mitad, habiendo auténticas gangas. Por lo general, son los restaurantes, los mercados de comidas y todo el sector del ocio, los que ofrecen un precio disparatado e inasumible.

          Teniendo en cuenta, que un dólar australiano son 60 céntimos, os pongo algunos precios, que os van a sorprender.

          Por lo bajo: latas de sardinas -más calidad, que en España-, 65 céntimos; alubias o espaguetis con tomate, de 400 gramos, al mismo precio; zumo de naranja y mango de dos litros, a 1,75; galletas rellenas de chocolate de 250 gramos, 1 dólar. Mismo precio para el kilo de plátanos; vino joven de buena calidad, 4 dólares; café capuchino o latte de buen tamaño, 1 dólar en el Seven Eleven; patatas de 250 gramos, en el Aldi, 2 dólares.

          En ese mismo supermercado, el guiso de verduras con cordero y bacon, sale a 1,75 dólares. Un  paquete grande de caramelos de miel y limón, 1 dólar; refrescos varios, de 1,25 centilitros, a 0,75 céntimos; pan de molde, de 650 gramos, 1 dólar; salchichas de medio kilo, 2 dólares; hamburguesa en McDonald's, a 1 dólar...

          Por lo alto: platito de paella callejera, vendido por un barcelonés, 13 dólares; cerveza de medio litro, 10 dólares (cinco en la hora feliz); cuatro rollitos de primavera, 16 dólares; coca cola de medio litro, 4,40 dólares; la entrada de un cine de verano, en Brisbane, 21 dólares; un kebab, 15 dólares; un paquete de cigarrillos, 20 dólares; un adaptador de corriente, 11 el más económico...

          Como veis y como en la mayoría de los casos, cada viajero se puede montar su propia economía, pero cuanto más caprichoso seas, más gasto, naturalmente. Lastima, que el shasimi de los supermercados y aún a mitad de precio, salga tan caro, porque a estas alturas, es lo único que no hemos podido -más bien, querido-, permitir, en estas casi tres semanas, que llevamos dando vueltas por este país.

viernes, 15 de febrero de 2019

Alojamiento, transporte público y wifi, en Australia

                                      Todas las fotos deeste post son, de Sydney (Australia)

          Australia es un país fascinante, como casi todos. Muy seguro: el otro día vimos, como una chica encontraba 30 dólares en el suelo de un centro comercial y se los llevaba al segurata. Y, hablando con un barcelonés, que vende paellas en el mercado de Melbourne -a 10 € el platito-, nos explico, que en esta nación, si se te olvida el móvil en la calle y vuelves a las dos horas, el teléfono seguirá en el mismo sitio.

            Australia, no es tan caro, como dicen, si evitas los bares, restaurantes y mercados callejeros. Y, además, para mayor comodidad, todo se puede pagar con tarjeta de crédito. Hasta un simple kebab en un chiringuito de la calle. Eso sí: ¡atención a las elevadas comisiones de las redes internacionales!

          Teniendo en cuenta esto, deseo advertiros de tres circunstancias, que tienden a complicar un poco la vida.

           -Viajeros de presupuesto limitado. Creo, que aún no ha nacido, el que sea capaz de explicar el algoritmo de los precios de los hostels -no hay otra opción, que no sea desorbitada-. Lo que es claro es, que las habitaciones dobles son pocas y que los precios de cualquier cama se disparan alocadamente, las noches de viernes, sábado y a veces, el domingo.

           Una cama, que vale 21 dólares un miércoles, sube a 53 dólares un sábado y nadie se asombra. La estación de trenes, de Sydney, resulta bastante adecuada para dormir -menos en invierno, claro- y en Melbourne se puede pasar la noche en la de autobuses, dormitando, como quieras, menos tumbado en el suelo.


        -Para viajeros, que recorran el país en transporte público. Los autobuses, que son muy frecuentes en áreas regionales y locales, resultan escasos para las largas distancias y se llenan  pronto. Podíamos suponer, como ocurre entre Madrid y Barcelona, que entre Sydney y Melbourne, circulan veinte buses diarios. Pues no. Solo operan un par de compañías privadas, con uno cada jornada.

  -Para los necesitados de wifi, que deben disponer de una conexión casi permanente, salvo en Melbourne, que en este aspecto es una maravilla, los wifis públicos son escasos o ponen unas condiciones complicadas para el acceso de los extranjeros. A diferencia del tercer mundo, donde las habitaciones son casi regaladas, muy buena parte de los wifis de los hoteles son de pago, en Australia y no salen, precisamente, baratos (rondan los 3 euros diarios)

          No suele ser fácil, conectarse en centros comerciales o estaciones de transporte, salvo la excepción expuesta, de Melbourne. El Comanwelth Bank -aunque suele cortarse mucho- ofrece 24 horas de wifi gratis e ilimitado. Algunas compañías de buses de larga distancia o de traslado al aeropuerto, también, pero, como debes entrar a través de tu cuenta, en Facebook o Twitter, necesitas de una conexión de datos para ingresar al sistema de forma satisfactoria.

Seis noches seguidas sin alojamiento

                                    Todas las fotos de este post son, de Sydney (Australia)

          De toda lwa vida -ya incluso, de jóvenes- y como bien sabéis, no somos mucho de hostels. Pero como ya he explicado, en Australia  y para presupuestos medios -a los bajos solo les queda dormir en la calle-, es la única opción de alojamiento.

          Asumido esto, lo que nos propusimos con ahínco, es pasar nuestra estancia de tres semanas, sin pernoctar en ningún dormitorio compartido. Y para nuestra alegría, lo hemos conseguido, aunque ello ha supuesto un esforzado vía Crucis, que nos ha llevado, a no disponer de una cama y una habitación, doce de las últimas veinte noches (60% del total). De ellas y por distintos avatares, seis han sido de forma consecutiva.

           Un récord lamentable para unos viajeros, que no andamos escasos de pasta, pero que nos negamos, a tener que pasar por cualquier y caprichoso aro. Esbocemos, que es lo que ocurrió, para encontrarnos con los bultos a cuestas -pesan poco-, casi una semana.

           Noche 1.- Los precios en Sydney no son excesivamente caros, porque estamos entre semana, pero mañana, pretendemos coger el tren a las Blue Mountains a las cinco de la mañana. No compensa, gastarse 36 euros, para tener, que levantarse a las cuatro de la madrugada.

          Voluntariamente, decidimos dormir en la estación de trenes, donde ya lo habíamos hecho con anterioridad. Muy segura y relativamente confortable, si no eres demasiado exigente.

           Noche 2.- Volvemos de la excursión y vamos al hotel de siempre -el Maze-, pero se descuelgan pidiéndonos 99 dólares, por lo que otras veces habíamos pagado, 58. Indignación contenida, que se desata, cuando horas después, comprobamos en Booking, que la ofrecen por 60. Enrabietados, nueva noche en la estación, porque además, ya ha pasado la hora de la generosa cena de arroz con pollo al curry y salsa picante, que ofrecen los jueves.

          Noche 3.- Bus a Melbourne. Al menos, tiene buen espacio para las piernas y el asiento reclina bien, aunque a las seis y veinte de la mañana, ya estamos en el destino.

           Noche 4.- Es fin de semana y en Australia -como en Japón- los precios de las habitaciones -desconozci las causas- se multiplican por tres o por cuatro. Imposible encontrar una triste litera, en Melbourne, por menos de 63 dólares y no nos da la gana pagarlos. Lo curioso es, que a medida, que termina el día, los precios van subiendo, como si en un supermercado, los productos que van a caducar, los subieran al doble. ¡Es de locos! Dormimos de forma básica, en los asientos de una sala de espera de la estación de autobuses.


          Noche 5.- Mismas circunstancias, pero con el agravante, de que hemos empleado el día entero en recorrer, la Great Ocean Road y ni hemos tenido tiempo para nada más. Otra vez y como ayer, a la estación de Melbourne, que no es tan confortable ni permisiva, como la de Sydney.

           Noche 6.- Otra de autobús. Retorno a la ciudad de la Ópera y el puente.

jueves, 14 de febrero de 2019

El convulso 19 de octubre: móviles, herencias y cartas certificadas

                                      Todas las fotos de este post son, de Sydney (Australia)
          Imaginaba yo, una placentera estancia, en Sydney, de unos cuatro días, rodeados de tranquilidad y disfrute sosegado. La realidad ha sido algo distinta.

          Para empezar, hoy hacemos ya seis jornadas aquí -y va para largo- y la quietud solo ha sido lograda a ratos, gracias a los extraordinarios vinos, que tomamos a casi todas horas, sin cortarnos un pelo.

          El día 19 de octubre -fecha, casualmente, que coincide con el aniversario del fallecimiento de la madre de mi pareja-, resultó ser absolutamente vertiginoso. De madrugada y después de dormir muchas horas en el autobús, que nos trajo desde Byron Bay, trato de poner en práctica los consejos de Simyo, de hacer intercambio de tarjetas SIM, para tratar de recuperar la itinerancia de llamadas. Resultado: mi teléfono se bloquea y me pide un código de privacidad, que ni he puesto, ni se, cual puede ser. ¡Ya estamos como el año pasado! Con el otro terminal, aún nos deja consultar el WhatsApp y mi correo.

     Por otro lado, un amigo, desde España, nos habla de una notificación administrativa a mí nombre, de forma certificada, que suena a amenaza. ¡Y más, a casi 20.000      kilómetros de nuestra casa!

          Por otra parte -y también desde España y tras varios meses de pelea- Unicaja nos comunica, que al fin, podremos tener el acceso a la mayor parte de la herencia familiar. ¡Demasiadas cosas para un mismo día!

          A todo esto, caminamos entre las molestas obras, que tiene esta ciudad patas arriba y nos decepcionamos, viendo la bahía copada por un trasatlántico y la diminuta opera, que de cerca, no vale un euro, y el marmotetrico puente (luego, de lejos, gana mucho)

          No recordaba una sensación de desasosiego similar, desde que hace unos 15 años, descubrí las dimensiones de la sirenita, de Copenhague. ¡Y eso, que íbamos advertido!

          Llegamos al hotel, que habíamos reservado para una sola noche. Todo correcto, pero mañana, si queremos seguir en el -al ser viernes-, debemos pagar 30 dólares más. Los fines de semana -al igual que en Japon-, los precios de los alojamientos se disparan, sin justificación alguna, porque no están llenos.

          Resultado: dos noches seguidas durmiendo en la estación de trenes y con los bultos a cuestas. Y lo extraño es, que ni nosotros nos hemos desesperados por este asunto, ni a ningún lugareño le ha asombrado vernos por allí tirados.

          Para el wifi, también hemos tenido que buscarnos la vida, porque el del hostel es de pago. Montamos nuestro cuartel general, cerca de un par de mendigos, frente a una entidad financiera, que promete -y afortunadamente, cumple, aunque de forma precaria y solo, a veces- dar señal inalámbrica gratuita.

          Ya entre semana, hemos regresado al hotel del primer día, donde dan generosas raciones de pollo con arroz y salsa picante -los jueves- y hoy -lunes-, dos perritos con cebolla caramelizada, queso, mostaza, salsa barbacoa...y luego y sin saber quién paga, varios vasos de vino blanco por la cara. Si algo nos está dando bríos y nos alivia en este país, son sus extraordinarios, variados y baratos caldos.

          Esta mañana, cuando hacíamos el check-in, nos hemos encontrado con una pareja de españoles. ¡Que envidia nos dan sus 25 años! Como otros muchos compatriotas, se han liado la manta a la cabeza y han buscado lo positivo de la falta de oportunidades. Vienen a estudiar, a trabajar y a vivir juntos, aunque sea en un piso compartido con otra pareja.

          El ya estuvo diez meses el año pasado por aquí y nos habla, de la facilidad para encontrar trabajos no cualificados en este país -camareros, dependientes de tiendas, limpiadores...- por 800-1.000 dólares australianos, a la semana.

          Para ser recepcionista en un hotel -como hemos visto a muchas sudamericanas y asiaticas- ya te piden un título, generalmente turismo y un nivel perfecto de inglés, pero los ingresos se disparan. ¡Así, que ánimo, chavalas y chavales patrios, que esta es una bonita tierra de oportunidades!

          Como veis, nuestra estancia en Sydney, ha sido de todo, menos tranquila .

Del paraíso, de Byron Bay, al infierno de Sydney

                                   Todas las fotos de este post son, de Byron Bay (Australia)

          Byron Bay, nada tiene que ver, con Surfers Paradise, por mucho que esta última este sostenida por tan inmerecido y rimbombante sustantivo.

          Se trata de una preciosa, abrupta y salvaje playa de arena fina, pegajosa y dorada -maravillosa, en la soledad del amanecer y del atardecer- y de otras de no inferior categoría y belleza, que se extienden hasta el faro, de esforzada subida, pero no peligrosa.

         El pueblo, que las alberga es modesto - no existen pasos de cebra y la iluminación es casi inexistente por la noche- y está salpicado de unos pocos alojamientos, restaurantes y bares, que se creen los dueños del mar y de la arena, porque sino, no se atreverían a colocar los sonrojantes -para mi, que no para ellos- precios, que ponen. Así y por nuestra gran beligerancia contra este aprovechamiento infame, decidimos dormir al raso, sin aceptar las elevadas tarifas hoteleras.¡Así, además, da menos pereza levantarse, al amanecer!

          Ha sido nuestra última y agradable parada, antes de dirigirnos, a Sydney.

        Los buses por aquí y de momento, son incómodos, caros -para lo que ofrecen- y algo viejos. Racanean hasta en el aire acondicionado, cosa que no ocurre, ni en el tercer mundo y tienen la curiosa costumbre, de hacer paradas para comer o cenar, en el MacDonald's.

          El primer contacto, con Sydney, nos ha puesto de muy mala leche, a pesar de haber dormido bien, de no hacer malo o de no dolernos nada. La calle principal, que además conduce a la mítica bahía -abarrotada de feos e insostenibles edificios, donde cada uno, que ha construido, ha hecho lo que le ha dado la gana-, se encuentra completamente levantada, llena de vallas y de molestos cubiletes de colores.¡Intransitable!

          Un enorme, tosco e inhumano transatlantico de turistas, tapa hoy buena parte de la bahía y seguratas con cara de no importarles nada, te niegan el acceso a unas zonas u otras, dependiendo de la conveniencia de la "Costa Cruceros" de turno.

          El mítico puente metálico, desde cerca, resulta agresivo y cacharroso. La Ópera, también en la corta distancia, enclenque y mal vestida - vamos que no va a juego-, entre lo que es la hormigonosa parte de abajo y sus espléndidas velas. Es verdad, que visto de lejos y en conjunto, la cosa mejora bastante, pero nada más.

          Siempre se habló, de que las ciudades del mundo con mejores entornos naturales eran, Río, Ciudad del Cabo, San Francisco y Sydney. Conocemos las cuatro y a esta, la pondríamos en la cola. Y, de momento, también detrás de Brisbane, la que ha sido la gran sorpresa de este viaje, que ya se va acercando al mes.

          Al menos, una rica cena gratuita a base de cuatro enormes trozos de pollo, arroz y salsa picante, en el hotel, ha mitigado un esforzado, aunque, placentero día

Hay, que decir, que en los días siguientes, cambio bastante nuestra perspectiva, sobre Sydney.