Todas las fotos de este post son, de Tokyo
No logramos entender -ni en la primera
tarde, ni en todas las siguientes-, dos cosas bien evidentes, que
parecen muy típicas e inevitables en el tercer mundo, pero, que
chocan en el supuesto primer mundo.
1ª.- Montoneras de bolsas de basura
en los árboles, como en la España de los setenta, sin posibilidad
de depositarlas en contenedores apropiados
2ª.- Enormes monoraíles -que dan
soporte a todo tipo de transporte-, elevados entre las principales
arterias de la ciudad, provocando ruido y escasa visibilidad. ¡Que
los haya en Bangkok, Delhi o Manila, es comprensible, pero en Tokio!
El tiempo que se pasa en los semáforos
es eterno -hasta tres minutos en una callejuela del tres al cuarto-,
pero como el denso tráfico, parece que no funciona mal, los damos
por bien empleados (ya nos acostumbramos a esto, hace un par de años,
en Seúl).
No nos engañemos, ni asumamos falsas
esperanzas: conquistar un corazón japonés, resulta altamente
costoso. Son fríos, como témpanos. Un ejemplo: tres chicas, que no
se veían hacía tiempo, se emocionaron al reencontrarse, hicieron
miles de reverencias con muchas sonrisas en los labios, pero nada de
contacto físico
Algo que nos encanta de Japón y que
resulta novedoso en nuestros días es, que existen mapas de los
interiores de las estaciones de ferrocarril, para que te puedas
manejar en ellas. Son muy útiles, pero míralos parado, porque sino,
la marabunta te arrastrará sin piedad.
Un legendario mito tumbado, casi nada
más llegar a Tokyo: nuestro primer tren en el país y era de
cercanías, nos recogió con quince minutos de retraso
Hablemos de los pachinkos, que son
unos lugares insoportables, donde hay mucho ruido, muchos jóvenes
mecanizados y con escaso cerebro, jugando a cosas, aunque no logramos
entender, en ningún caso, ni la mecánica de los juegos, ni el
objetivo a conseguir.
Japón es el país de los pasos de
cebra: en vertical, en horizontal o en oblicuo, da igual y todos
entremezclados. Así, se solucionan los cruces, todos a lo bestia y
sin rotondas (resulta especialmente mítico y sobrecogedor, el de
Sibuya)
Acabamos acostumbrándonos a la
maldita manía de poner los precios de los supermercados sin IVA y
luego, al pasar por caja, cobrártelo, con el suculento incremento. A
mi, ¿que me importan los impuestos de Japón, si encima, no me los
devuelven?
En este ámbito, resultan curiosas las
cajas, que te cobran solas -digamos, automáticamente- y que te
entregan las monedas muy calientes. Cuando existe persona física,
las charlas, que te dan las cajeras son contundentes, aunque saben,
que no las entiendes (todo muy mecánico). Los supermercados -más
bien, tiendas chinas gigantes y de varias plantas- Don Quijote -abren
las 24 horas-, se muestran tan llamativos, útiles e inútiles, que
no voy a dar más datos, para que los descubráis, personalmente.
En los hoteles -no sé, en los de
cuatro o cinco estrellas-, hay que descalzarse, sí o sí y no cabe
ninguna negociación sobre el asunto.
Las bebidas alcohólicas de sabores, a
precios imbatibles -unos sesenta céntimos la lata-, resultaron para
nosotros uno de los grandes atractivos del país. Son cubatas de
sabores, con unos 9 grados de graduación, que se adquieren bien
fríos en supermercados, farmacias, tiendas de productos de limpieza
e higiene.... Recomiendo, especialmente, el de mezcla de naranja y
limón, aunque casi todos están buenos
¿Geishas, en Japón y por la calle?.
Pues sí,que las hay y más, que en Tokyo, en Kyoto, sobre todo en la
zona de Gion (la suya propia, que resulta deliciosa para pasear).
Aunque, no llegamos a descubrir, si son verdaderas, maikos
-aprendices de ese arte- o simples chicas con un disfraz, disfrutando
del día.