Fotos de Valladolid, en un gélido y luminoso día de enero
Me siento a escribir. Como otras tantas
veces, tengo necesidad de hacerlo. Pero, hoy no dispongo de un mensaje
claro a transmitir, lo cual me atormenta. De todas formas, no sé por
qué me preocupo tanto. Al fin y al cabo, la mayoría de las vidas de
las personas transcurren así, erráticas, alborotadas, sin guión,
sin objetivos, sin alma... y tiran para adelante, como si tal cosa.
Nunca tuve mitos, ni héroes, pero
desde mi apasionado, sensible y arraigado corazón de izquierdas y
espíritu altamente rockero, debo reconocer, que en mi más tierna
infancia y en la adolescencia, cantaba las canciones de José Luis
Perales o tenía mi biblia de cabecera nocturna en las ondas de
Supergarcía en la Hora Cero. Total, para que el uno y el otro, hoy
en día, no ocupen casi ni media página en la wikipdia.
También, recuerdo mi ciudad,
Valladolid, de la que quería huir a toda costa desde los albores de
la juventud. Amé el Madrid de los ochenta y de los noventa, del que
fui más beneficiario exultante, que partícipe activo y
comprometido. Al fin y al cabo, había sido líder en el instituto y
tenía mi ego colmado, porque a los que vamos a nuestra bola, nos
acaba llenando y vaciando todo o, a veces, nada.
Los momentos infernales de mi vida
-para, que os hagáis una idea-, se resumieron en dos nublados años
de cargo directivo de perfil bajo, en una emisora de radio, de
Palencia, donde aprendí, como nadie, a sufrir sin tener motivos. Con
lo mal, que se me da mentir, tuve que aprender a decir: “a esta
ciudad, todos venimos llorando, porque creemos haber caído en
desgracia, pero también, nos vamos con lágrimas en los ojos, tras
varios años, por la agradable experiencia vivida y por la
cordialidad de sus gentes. ¡Paparruchas provincianas de segunda
división preferente, como poco!.
Como quería irme de allí y lo
imaginaba, gustosamente, a todas horas, pues me terminaron echando,
por aquello, de ten cuidado con lo que deseas. Pero, como la suerte
siempre fue mi aliada, encontré mejores ingresos y responsabilidades
apetitosas. Es curioso, que en esta apacible etapa de mi vida, sea en
la que más vacío he sentido, mentalmente, emocionalmente y
espiritualmente, llegando a ser, casi un abúlico zombi (entonces, no existían los numerosos smombies, que hoy pueblan y castigan nuestras ciudades) .
De allí y tras unos cuantos años,
también me largaron, convirtiéndome en uno de los pocos
trabajadores, a los que han despedido en dos siglos diferentes (2.000
y 2.009). ¡De algo absurdo e irrelevante, tengo que presumir!.
De vez en cuando, me encuentro a
algunos amig@s del instituto. Siempre son
cordiales y escasamente esquivos, aunque no pueden -ni quieren-
esconder sus mierdas de vidas. Ya no es como antes: Imposible
sacarles una llamada telefónica, un simple whatsapp de quedar bien o
un compromiso para tomar unas cañas y vivir viejos tiempos. ¡Porca
miseria!. Y eso, que yo sé, que me perdonan haber conquistado a la
pareja más molona de la pandilla y que hayamos recorrido mucho más
de medio mundo en estas últimas décadas.
A estas alturas de mi vida, sólo una
persona -ahora serán más, al leer esto- sabe, que tengo pasta,
todos mis sueños cumplidos -que no, los objetivos- y, que por el
contrario, me siento con más temor y vulnerabilidad, que nunca.
Como, me temía, este es el post más
extraño, que he escrito nunca, después de casi cuatrocientos, que
tiene este blog. Y lo peor: no sé, como terminarlo. ¡Cuántas veces
habré perdido el tiempo leyendo, viendo o escuchando historias tan paranoicas y pueriles, cómo
esta!.
Al menos y como compensación, os dejo
unas pocas fotos, de Valladolid -en un luminosos y helador día de
enero-, esa ciudad, que tanto odié en mis tiempos imberbes. Tanto,
como las camisas de cuadros, que me compraba mi madre, porque decía,
que estaban de moda y no había otras en las tiendas.