Estambul (Turquía)
Antes de poner en marcha la narración de los sucesos
acaecidos, durante los últimos 36 días, a lo largo de Bulgaria, Turquía,
Georgia, Armenia, Macedonia y Kosovo, se hace necesario llevar a cabo una
recopilación de nuestro transitar por las diferentes fronteras. De verdad y
como vais a comprobar, en un par de momentos del viaje, hemos tenido la
intuición –más bien, sensación-, de que la situación de España sería tan
catastrófica, que nos habrían echado de la Unión Europea, a patadas y con
resentimiento.
Yerevan (Armenia)
Partimos el
24 de septiembre hacia Sofía, vía Bruselas. Nada extraño. Basta con mostrar el
pasaporte en inmigración e ingresar al país. Nos hace gracia, que al preguntar
en la oficina de turismo, si el agua es potable, nos digan que no, pero atenúan
nuestra inquietud, alegando que podemos sustituirla por vodka u otra serie de
bebidas alcohólicas, de excelente fabricación local.
Al arribar
a Turquía, no tenemos ningún problema. No hay que rellenar formularios, ni son
nada exigentes en la aduana. Solo les interesa el dinero: pagas los 15 euros
–subida de un 50%, en los últimos tiempos- y no hay que ofrecer explicación
alguna. Te pegas el sello, donde te da la gana y te dan autorización a entrar y
salir las veces, que quieras, durante 90 días.
Lo de
Georgina resulta fantástico, si no fuera, porque la compañía de autobuses, que
nos tendría que haber transportado hasta Batumi, nos deja tirados en el puesto
fronterizo, a 14 kilómetros de esta ciudad. La atención excelente –y en
español-, para otorgarte un sello, que te permite estar en esta nación, durante
un año.
Kutaisi (Georgia)
Armenia
emite visados en sus bordes fronterizos, sin mayores trámites, que rellenar un
sencillo y breve formulario. No hay preguntas. Pagamos unos seis euros. Pero,
como no aceptan dólares o euros y, evidentemente, no teníamos drams –moneda
local-, tenemos que abonar el importe en laris –divisa de Georgia- y nos
practican un esperado redondeo al alza, de más o menos, un 15%. Nada, que no se
pueda asumir, sin siquiera, enfurruñarse, aunque es feo. No entregan recibo
–cosa, que ya hacen hasta en muchos países de África-, por lo que los
funcionarios y con la avenencia del estado, se sacan un sobresueldo
Sofía (Bulgaria)
Volver a
Georgia supone, ser igual de sencillo. Y más, gracias a que en medio de un
inhóspito pueblo y con climatología muy adversa, nos recogen unos buenos
samaritanos con su coche y nos transportaron hasta una población, donde nos
podemos buscar la vida. En la ventanilla de inmigración, nos parece estar en el
McAuto, dado que por la abertura del puesto de control y sin siquiera bajar del
coche, solventan nuestro pedido.
Ohrid (Macedonia)
Retornamos
a Turquía, después de caminar casi quince kilómetros, entre montañas,
ascendiendo y bajando contundentes cuestas, hasta que otro conductor y sus dos
acompañantes, se apiadan de nosotros y nos llevan hasta Posof. Paisaje
maravilloso, sino fuera por el peso de la mochila. Esta frontera, que comunica
con Vale, está casi desierta y las gestiones son rápidas.
Lo más
fácil parecía, regresar a la Unión Europea. Pero, Bulgaria –al menos en nuestro
caso-, aún guarda viejas y abominables prácticas del pasado. En 1.997, trataron
–sin conseguirlo- de cobrarnos visado para entrar el país, estando ya los
españoles exentos de abonarlo. Días después y en ela mismo viaje, dos policías
nos extorsionaron. Al ir a tomar el bus de retorno a Estambul y cerca de la explanada-estación,
nos retuvieron los pasaportes y no nos los devolvieron, hasta que tras una
negociación a la baja, les entregamos 20 dólares (afortunadamente, todo con
sonrisas y sin amenazas). Ya nos había advertido de esta práctica, el
propietario de nuestro hotel.
Prizrem (Kosovo)
En este
periplo y de madrugada, llegamos a la borde de Bulgaria. Nos hacen bajar a
todos del autobús. El ayudante del vehículo –en labores, que no le
corresponden- nos indica, que primero pasan los búlgaros, luego nosotros y
finalmente, los turcos y otros dos chicos de nacionalidad desconocida, aunque
no europea..
Una vez nos
llega el turno, el funcionario pone mala cara y empieza a deslizar una a una,
las hojas de nuestros pasaportes. Los coloca a un lado y nos indica, que esperemos,
al igual que a los extracomunitarios. Pasan entonces los turcos, a los que les
ponen sello, sin demanda alguna.
Kars (Turquía)
El
burócrata conversa por teléfono, dilatadamente y al cabo de un rato, viene un
superior, que empieza a hacernos preguntas: si es la primera vez que venimos a
Bulgaria, cual es nuestro destino y nuestras intenciones, cuantos días vamos a
estar en el país... A la cuarta de las pesquisas, les paramos los pies de
inmediato y con contundencia, a la par, que con educación, les indicamos, que
no sabemos si se han enterado, de que somos ciudadanos europeos y tenemos los
mismos derechos, que cualquier nacional búlgaro. Se muestran sorprendidos y a
regañadientes, nos devuelven la documentación.
Alaverdi (Armenia)
Nuestro
ingreso en Macedonia, se presenta mucho más tranquilo. Ni una sola pregunta.
Nos extraña, que no nos pongan sello y barruntamos, poder tener algún ligero
problema a la salida, como hace tres o cuatro meses nos ocurrió, en Moldavia.
Pero, no ocurrirá así y tampoco nos lo colocarán, cuando retornamos a este mismo
país, desde Pristina.
El
ingreso a Kosovo resulta sencillo. Solo nos interrogan sobre si vamos al país,
por turismo o por trabajo. Supongo, que si hubiera sido por lo segunda causa,
no habríamos dicho la verdad, así que el trámite, parece baldío. Nos colocan un
sello de entrada y uno a la salida, aunque en el segundo de los casos y
supongo, que por mero despiste, a uno solo de los dos.
Batumi (Georgia)
La sorpresa
mayúscula la padecemos en Italia. No sabemos si por tratarse de un funcionario
tocapelotas, por órdenes superiores o porque todavía andan algo resentidos por
el cuatro a cero de la final de la Euro.
Volamos
desde Skopje, a Milán, con Wizz Air. Somos los únicos ciudadanos de la Unión Europea,
en todo el pasaje. A los macedonios, les piden la presentación de papeles, que
no sabemos distinguir, mientras les fríen a preguntas. Cuando llegamos a la ventanilla
y para nuestro asombro, empieza un severo interrogatorio, en chapucero español:
por qué hemos ido a Macedonia, cuántos días hemos estado, desde que país hemos
abordado la ex república yugoslava, cómo vamos a volver a nuestro país, si es
la primera vez que viajamos a Italia…
Arriba, Plovdiv (Bulgaria) y abajo, Skopje (Macedonia)
Respondemos
de mala gana, pero llegadas estas dos últimas cuestiones, le paramos los pies
al funcionario, con no disimulado enojo. Le explicamos, que hemos arribado a su
país más de veinte veces, que no hemos padecido actitudes similares a la suya y
que como ciudadanos europeos y mientras no seamos víctimas de una acusación
firme, huelgan todo ese tipo de molestias, a unos ciudadanos de la Unión
Europea.
Prizren (Macedonia)
Nuestras
deducciones nos hacen pensar, que en Bulgaria se trató de un intento de
extorsión y en Italia, de tener muchas ganas de tocar las narices. No hace
demasiado tiempo, atravesamos la frontera, que separa Moldavia de Rumanía –país
no comunitario, con comunitario de la no zona Schengen, como en el caso de Turquía y
Bulgaria- y no tuvimos ningún inconveniente. Simplemente, nos miraron el
pasaporte y nos lo devolvieron, sin más.