Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Adiós a 2024: el año más viajero de nuestras vidas

           Termina el año viajero más prolijo de nuestras vidas, superando al ya lejano 2011, cuando visitamos por primera vez, India.

          De los casi 300 vuelos, que hemos llevado a cabo a lo largo de nuestra existencia, 51 se han producido este año. El primero, el dos de enero, entre Roma y Asturias, que ponía fin al noveno viaje largo. El último, el diecisiete de diciembre, entre Stanted y Castellón.

          Stanted siempre está plagado de viajeros españoles y en nuestra noche allí, antes del regreso, apareció una pareja de jóvenes sevillanos, que se seguían comiendo a besos, a pesar de haber perdido su vuelo. Ella decía, que a diez personas le había pasado lo mismo y en su caso alegaba, que le había ocurrido, porque la habían sometido al control de drogas. ¿Estupefacientes? No conocemos ningún control aleatorio de ese tipo de sustancias en ningún aeropuerto del mundo. Como mucho, el de explosivos, pero es muy rápido. Hemos visto hacérselo en los pies, hasta a bebés de meses.

          El caso fue, que habían tenido, que comprar un nuevo billete con la misma Ryanair para el día siguiente, pagando 180€ cada uno y no se les veía muy afectados. ¡Bendita juventud!

          A lo que íbamos al principio: 2024 será recordado por ser nuestro año más viajero, en el que hemos realizado dos viajes largos -en torno a los tres meses cada uno-, dos interair por el norte de Europa, cinco periplos por Marruecos, uno por Turquía, algunas escapadas cortas y decenas de viajes recurrentes, a Madrid. Gracias gobierno, por mantenerlos hasta junio de 2025.

          No hay más vuelos, ni viajes, de aquí, a Nochevieja. Después de Reyes, probablemente, hagamos un periplo triangular Madrid - Dakla - Lanzarote, con los dos nuevos vuelos de Ryanair. Y os lo contaremos, como siempre.

          Hasta entonces, os deseamos unas Felices Fiestas y un próspero 2025.¡Que buena falta nos hace a todos!

sábado, 21 de diciembre de 2024

La Turquía de hoy en día, se parece muy poco a la de hace una docena de años (parte II)

           -Restaurantes: en el old town de Fethiye hay muchísimos, pero el 95%de ellos están cerrados, por lo que parece una zona fantasma, donde hubiera caído la bomba neutrónica. En Kas, la mayoría si están abiertos.

          Vamos a explicar, la diferencia entre Kebab, doner y durum. El primero, en general, se refiere a una carne -cordero, pollo, incluso ternera - elaborada a la parrilla. En el segundo, la carne se extrae de un pincho, que da vueltas y se coloca en un pan plano , de pita o pide. Y el tercero, es una versión enrollada del anterior, con masas mas finas.

          El día, en que llegamos a Fethiye y vimos, que los precios del kebab superaban los 2€ para 70 gramos -pagábamos en 2012 entre 0,4-0,8€ por casi el doble de peso-, nos pareció caro. Pero,cuando llegamos a Kas, casi nos da un infarto: 10€ por un kebab Adana o Sanliurfa, 8 por unas patatas fritas con queso y 18 por unos espaguetis con pollo. Comer en un restaurante en la costa turquesa -no sé en el resto del país - es un lujo, al alcance de muy pocos.

          -Beber en los bares y terrazas: preparad la cartera. Un café negro, dos euros; un capuchino, cuatro y una jarra de cerveza entre 4 y 8.

          -Supermercados: hay muchos más, de los que recordábamos en 2012, siendo las cadenas más importantes -no las únicas -, BIM, Migros y Carrefour. La primera la usamos para la comida, la segunda para la cerveza y el alcohol y la tercera para nada 

          Se encuentran casi vacíos y la mayoría de los que lo usan, llevan a cabo compras pequeñas. No me extraña, porque los precios son imposibles. A modo de ejemplo, una decena -no docena- de huevos, más de dos euros y el kilo de queso gouda, a 26. Solo hemos visto cuatro cosas baratas en ellos: las insípidas sopas de bolsa para hervir, el pan, el tabaco y el cig kofta. Este último es un preparado de carne cruda con aditamentos de verduras y especias, todo triturado. Está bueno, pero por su bajo coste intuimos, que hoy en día y de la primera, lleva muy poca cantidad.

          -Cerveza y alcohol: en la costa turquesa no te das cuenta de estar en un país musulmán, ni siquiera los viernes. Las mujeres visten de forma bastante occidental y la cerveza y el alcohol están en todas partes (no el cerdo). Hay tiendas exclusivas para su venta, aunque también se comercializan en Migros y Carrefour (no en BIM). Sin embargo, el precio es elevado. La cerveza de medio más barata, 1,35 y el vodka más económico de 70 centilitros, 17€.

          -Entradas: en Turquía, entrar a cualquier lugar de interés suele costar dinero. No son importes muy elevados, pero el goteo constante acaba formando un buen charco.

          -Duty Free: las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos de Turquía son con mucha diferencia las más caras del mundo. No se les sonroja la cara por cobrar 16€ por medio litro de Efes Pilsen o 59€ por un benjamín de Champán por muy Moet Chandon que sea.

La Turquía de hoy en día, se parece muy poco a la de hace una docena de años (parte I)

           Hacia doce años, que no visitábamos Turquía y evidentemente, desde entonces, muchas cosas han cambiado, allí. Es más, en nuestra anterior comparecencia por el país otomano, lo que hicimos fue, cruzar la nación de oeste a este en autobús, camino hacia Georgia y Armenia, que eran nuestros objetivos. Solo a la vuelta, llevamos a cabo breves paradas en Kars, Sivas, Kaiseri y un par de días en Estambul, para acabar en Bulgaria y Macedonia.

          Pero vayamos al lío y hablemos de cambios:

          -Visados: por entonces, era necesario obtenerlo en el aeropuerto o frontera terrestre y dicho trámite costaba 20€. Se suprimió en marzo de 2020, en plena pandemia.

          -Dinero: en 2012, un euro eran 2,30 liras turcas. En la actualidad, ascienden a más de 36 por unidad europea. Pero la inflación es tal -supera el 45% anual-, que esto no supone una ventaja para el viajero, sino todo lo contrario. La mayoría de las cosas básicas son más caras de largo, que en España, rondando el salario medio turco, los 500€ mensuales. ¡Ya me diréis, como viven!

          -Cambio de divisas: bastante bueno en todas partes -incluido el aeropuerto -, con comisiones entre el 2 y el 3%. Por eso, en ningún momento, tiramos de cajero.

          -Alojamiento: muchos y en buenas condiciones en Fethiye y Kas, siendo menos en Kalkan, aunque en esta época del año, buena parte de ellos están cerrados. El problema es el precio. Cuesta muchísimo encontrar habitaciones por menos de 40 o 50€ la noche cuando en 2012, pagábamos entre 10 y 15€. Es verdad, que aquellas alcobas eran mucho más básicas. Desconocemos, si estos precios son extrapolables a zonas menos turísticas, como el este de Turquía.

          -Transporte: es de lo poco, que mantiene unos importes razonables, costando más o menos, entre 4 o 5€, cada cien kilómetros de autobús. Aunque los vehículos son más viejos e incómodos, que hace una década.

          Sin embargo, los microbuses, que recorren los alrededores de Fethiye salen carísimos. Te cobran más de dos euros por recorridos de 10 o 15 kilómetros, aunque la frecuencia es muy buena, sobre todo teniendo en cuenta, que estamos en época invernal.

          -Excursiones a las distintas bahías, desde Fethiye o Kas: a pesar de haber decenas de agencias, no existe competencia y los tours tienen precios estratosféricos. En esta época, la única salida, que se ofrece y solo los sábados es, visitar la isla griega de Meis, en un ferry rápido, que tarda 20 minutos y que sale ¡por 35 eurazos!

viernes, 20 de diciembre de 2024

La larga, pero tranquila vuelta desde Fethiye

           La segunda noche en el hotel de Fethiye dormimos gratis, porque los propietarios del establecimiento no contestaron a nuestros WhatsApps, sobre como pagársela. No insistimos más. Como teníamos el dinero calculado con este gasto, nos sobraban unos 25 euros en moneda local. Así, que nos pasamos todo el domingo bebiendo cervezas hasta la hora de tomar el bus para el aeropuerto.

          Sobre las seis y cuando estábamos ya en la parada, comenzó a caer la tormenta más bestial, que hemos vivido en los últimos años y eso, que vamos sobrados de monzones, en Asia.

          Al llegar a la terminal aérea constatamos, que varios vuelos habían sido suspendidos y cruzamos los dedos, para que a la mañana siguiente todo se hubiera normalizado. Dormimos, como angelitos, sobre los bancos de listones de madera, sin ser molestados.

          El lunes amaneció algo fresco, pero soleado. El día anterior y con sorpresa, habíamos obtenido nuestras tarjetas de embarque digitales, a pesar de que Ryanair indica en su web, que en Turquía, Marruecos y Albania, se debe acudir al mostrador. Desayunamos a base de unos bocadillos vegetales y de queso, procedentes de un hotel, que alguien había abandonado.

          El vuelo partió en hora y a pesar de ir más gente, que a la ida, pudimos juntarnos. Nos habían dado asientos a trece filas de distancia. Ni un solo contratiempo, ni una sola turbulencia, por lo que dormimos la mitad del camino.¡Menuda diferencia con la ida!

        En Londres, el mismo mal tiempo, que hace ocho días, aunque menos jaleo en la terminal, que entonces. Dormimos con algo de frío lo más lejos, que pudimos de los famosos y molestos secadores de manos.

        El vuelo a Castellón partió puntual. Casi completo, pero pudimos juntarnos, gracias a una amable chica.

          Un autobús nos llevó desde el aeropuerto a Torreblanca y un tren regional, hasta Valencia. Nuestro plan era coger el AVE a Madrid, a las nueve de la noche, pero había subido mucho de precio y adquirimos billetes para las 15:30 del día siguiente.

          Tocaba pasar la noche en la ciudad che, a unos cinco grados. Paseamos largamente y nos sentimos parte y solidarios con los numerosos mendigos, que nos encontramos, envueltos entre cartones.

          Al final y a partes iguales, dormitamos en las escaleras de una estación de metro y en el interior de  una oficina de atención al discapacitado de ADIF de donde nos acabaron echando. ¡Pusimos una reclamación!. Solo faltaría 

Kalkan y retorno a Fethiye

          Después de la intensa noche gatuna de Kas, resultó un alivio encontrar un fantástico y céntrico hotel, donde descansar la siguiente. Ya por la mañana y con una temperatura envidiable para ser 13 de diciembre, dimos la última vuelta por la zona del puerto exterior. Muchos enormes barcos han sido sacados del agua para limpiar sus cascos de las impurezas, grasas, vegetación y moluscos diversos , perfectamente adheridos. El proceso es completamente manual, aunque se ayudan de una especie de rudimentario soplete.

          Tomamos dos plazas en un microbús y nos dirigimos, a Kalkan, pequeña ciudad situada a unos 30 kilómetros al oeste. La carretera va, bordeando el mar azul intenso y ofrece bellísimas vistas. Pasamos por una espléndida cala, llamada Kaputas.

          Este lugar es más pequeño y menos interesante, que Kas. Un no muy dilatado e irregular paseo te traslada de un lado a otro de la bahía, cruzando por un parque, la mediocre playa y el puerto, desde donde se observan las mejores vistas de esta villa escalonada y de casas claras, que rodean a la estelar mezquita. Es viernes al mediodía y se encuentra en plena actividad cantarina. Es lo único, que altera la tranquilidad del lugar, sin gente por las calles, con un solo hotel y restaurante abiertos y con los negocios con carteles, en los que se indican, que vuelven en abril. Un perro rabioso nos termina echando del lugar.

          Tras cuatro horas de visitas, ponemos rumbo de regreso,a Fethiye, esta vez, en un abarrotado y caluroso autobús grande. El paisaje es feo, lejos de la linea del mar y el tráfico resulta infinito, por lo que para este tramo, tardamos tres cuartos de hora más, que a la ida.

          En Fethiye y con mucha suerte, encontramos habitación en el hotel de la vez anterior. Pillamos a sus propietarios de milagro, ya montados en el coche para irse de fin de semana. No teníamos plan B, de haber fallado está opción.

         El sábado lo destinamos a llegar a la zona de Calis, tras caminar unos 8 kilómetros. Una laguna, un enorme y cuidado parque, un recinto de atracciones cerrado a cal y canto y la playa de Fethiye, son sus principales reclamos. La arena está realmente sucia y llena de todo tipo de envases, a pesar de que no hay nadie sobre ella. Resulta extraño, porque las ciudades suelen estar por aquí bastante limpias.

          Rematamos el día en el paseo marítimo del centro. Está tan plagado de barcos, que casi no se ve el mar y delante de ellos y cada dos metros aparecen los mostradores de las carísimas agencias, esperando a que llegue la primavera y con ella los turistas.

          Abandonamos el lugar, precipitadamente , después de que me embistiera un perro en la rodilla. ¡Un viaje rodeados de problemas con los animales, incluidos los de dos patas!.      

sábado, 14 de diciembre de 2024

Kas

           Antes de encontrar hotel sobre las once de la mañana, ya habíamos explorado Kas de día de arriba a abajo. Y decimos tal cosa, porque los atractivos de esta encantadora ciudad de unos cinco mil habitantes -que en temporada alta son muchísimos más-, se extienden en varias direcciones.

          Lo primero, que hicimos, fue acercarnos a la llamada zona de la península. Se trata de un brazo de tierra con el mar a ambos lados. En uno de ellos existe un puerto pequeño y el otro da a un mar más abierto y paisajístico. El paseo está muy bien acondicionado con nuevas y espléndidas aceras y el final es un buen punto para ver la puesta del sol. Allí estaban, incluso, rodando un anuncio de televisión.

          El centro de la ciudad gira en torno a una enorme y armónica plaza, que distribuye en su contorno el bonito barrio histórico peatonal, lleno de todo tipo de negocios  tusticos. Su calle más famosa fue la ascendente empedrada, que en la antigüedad era una calzada romana.

          Saliendo de este ágora y hacia la izquierda, se halla oto puerto de mar más abierto. En el no muy lucido paseo marítimo están los mostradores de las decenas de agencias, que ofrecen las excursiones por las bahías de los alrededores, incluyendo Kekova y la isla griega de Meis, a través de un ferry rápido. Sus atractivos son los restaurantes de pescado, una panadería y un duty free y en temporada baja es la única ruta turística, que funciona, aunque tan solo los sábados. Si se continúa el paseo -con oficina de policía incluida y los gatos de la noche anterior -, se obtienen inmejorables vistas de la ensenada y de sus aguas azules y transparentes.

          Pero Kas, que es la ciudad que más nos ha gustado del viaje, también tiene una zona absolutamente sórdida, llena de hormigón indecente y de calles parking sin aceras, donde se ubican algunos de los más caros y espantosos hoteles del lugar.

         Kas es al menos, en cuanto a restauración y bares, un 50% más caro que Fethiye. Por ejemplo, un triste café turco cuesta dos euros en una terraza y 20 centilitros de raqui , más de quince. No ocurre lo mismo con los precios de los hoteles, que resultan similares. Nosotros por 25, nos alojamos en el Puya, muy nuevo por dentro, céntrico y con buenas prestaciones.

La inquietante noche de los gatos de Kas

           Nos las prometíamos muy felices después de regresar de Kayakoy y Ulodeniz. Aunque había, que tener paciencia. Acababa de anochecer sobre las seis de la tarde y nuestro bus hacia Antalya no salía hasta la 1:15 de la madrugada. Pero todo se torció. Cuando fuimos a la ventanilla a comprar los billetes nos dijeron, que el autobús costaba cien liras más, de lo que nos comentaron ayer. Se trataba de un malentendido, no de un engaño, porque cada bus tiene un precio diferente dependiendo de la hora del dia. El caso es, que con esos cálculos económicos, el viaje de ida y vuelta a ese destino ya no compensaba, debido a la larga distancia y a que el lugar solo es relativamente interesante.

          ¿Volver al hotel de anoche o marcharnos a Kas? Inicialmente, optamos por lo primero, pero reculamos. Nos fuimos a otra oficina de autobuses a preguntar, a qué hora salía el último vehículo para el nuevo destino. Nos indicaron, que a las nueve de la noche y que tardaba tres horas y media. Nos extrañó este último dato, porque son solo 105 kilómetros, pero aún así y sabiendo que afrontamos una situación de riesgo, compramos los boletos. De las opciones disponibles, ninguna era claramente favorable. 

          Partimos a las hora prevista, con tan solo el conductor y otros tres viajeros, con el techo abierto y muriéndonos de frío. A gran velocidad, sin apenas tráfico y sin paradas en una hora y tres cuartos estábamos en Kas. Afortunadamente aquí, hacia cinco grados más, que en Fethiye. 

          La estación se encuentra muy cerca del centro y no tardamos ni cinco minutos en toparnos con los primeros hoteles. El 80% de ellos estaban cerrados por temporada baja y los restantes estaban disparados en precio y más, para la hora que era. Lo mismo ocurría con los restaurantes, aunque no con los bares de copas. Había unos cuantos en plena actividad, con las musicas clásicas de hace tres o cuatro décadas, pero sin apenas clientes. 

          Dimos vueltas y más vueltas, para descubrir el lugar y para encontrar un sitio relativamente seguro para dormir. Al final y siendo más de la una de la madrugada, recalamos en una terraza cerrada con vistas al mar, ubicada en una plataforma protegida y mecidos por el estruendo salvaje de las olas, después de tumbarnos en el suelo.

          Sobre las cuatro nos despertamos con frío, entre otras cosas, porque habíamos comido muy poco el día anterior. Cenamos algo y buscamos un lugar, en el que no estuviéramos en contacto con el suelo y hallamos una especie de columpio con un techado por encima. El problema era, que estaba ocupado por un gato. Y decimos tal, porque resultaba imposible desamarrarlo de allí. 

          Finalmente, lo logramos y aliviados por una mejor temperatura, nos pusimos a dormitar. En un momento, en que despertamos, el felino se había colocado entre los dos, buscando nuestro calor y dándonos el suyo. No quisimos echarlo, porque constatamos, que tenía aquí su arraigo y los invasores éramos nosotros.

          Seguimos durmiendo y al rato un compañero se había puesto al otro lado mío. Tampoco lo desalojamos. Empezaba a amanecer y descubrimos, que nos encontrábamos frente a una tienda de reparación de objetos diversos y que su dueño roncaba en una visible cama dentro. Más gatos continuaron llegando, hasta sumar nueve, formando una alborotada y hambrienta manada. 

          Intuimos, que era la hora del desayuno y así fue. Al poco tiempo, el hombre salió con unos cuencos de bolas gatunas, leche y agua y comenzó el festín. A nosotros no nos dijo nada y no nos dio de comer, pero entendimos, que era la hora de largarnos de allí de forma discreta.     

          Pero aún quedaba por contar un pequeño detalle. Nuestros amigos felinos estuvieron rascándose durante toda la noche y ahora, a media mañana, los que soportamos severos picores en nuestro cuerpo descubierto, éramos nosotros. ¿ Nos habríamos hecho también íntimos de las pulgas?

          Postdata: dos días después, ni hemos ido al médico, ni siquiera hemos necesitado de los servicios de una farmacia.

Playa 👙🏖️ de Calis, en Fethiye


 

viernes, 13 de diciembre de 2024

Kayakoy y Oludeniz

           Paralelamente, a buscar alojamiento y visitar la ciudad el día anterior, habíamos cambiado mentalmente el recorrido del viaje varias veces. La realidad es, que nada de lo que pone en nuestra guía hoy tiene sentido -no sabemos, si lo tuvo alguna vez- y la escasa información, que hemos encontrado en internet, tampoco. Vayamos por partes: desde Fethiye, se puede llegar en caros minibuses locales, a Kayakoy, Ulodeniz y Faralya. Descartamos este último lugar, que comunica con una bella playa y el valle de las mariposas, porque según todos los indicios, el descendente trekking es altamente complicado.

          Por otro lado, volvemos a valorar -y ya hemos cambiado de opinión veinte veces -, llegar hasta Antalya. Dos son los motivos: en temporada baja no hay forma de llegar hasta Ucagiz y Kekova y  además ahorraríamos dos noches de hotel,  viajando en buses nocturnos .

           Al fin, empezamos el día en manga corta, con el cielo despejado y cayendo el sol sobre nuestras cabezas, que faltamos hacia. No tarda demasiado en pasar el micro hacia Kayakoy, donde nos plantamos en poco más de media hora. A un lado de la carretera, minúsculo pueblo. Al otro, las impresionantes y ascendentes ruinas. En un cartel se indica, que debemos pagar 115 liras si queremos visitarlas y después continuar por el sendero, que a largo de seis kilómetros, conecta con Oludeniz. Preguntamos a la chica de la taquilla, si resulta difícil afrontarlo y nos dice que no. Algo igual aunque de manera poco detallada habíamos leído en internet, así, que nos animamos  a pesar de qué somos conscientes , por experiencias anteriores, de qué hay mucha gente que escribe por lo que ha leído en otros blogs o solo de oídas .

          Pues bien: os vamos a dar todos los detalles y vosotros valoráis si hacerlo aunque advertimos, que el grado de dificultad es elevado y solo lo recomendamos para personas experimentadas y en buena forma física. En nuestro caso, aún lo cosa se complicaba más, porque había llovido copiosamente los tres días anteriores, los barros eran eternos y muchas rocas estaban resbaladizas.

          Tras cruzar la puerta, el camino siempre es ascendente. Primero se observan estás edificaciones de una antigua ciudad griega -entre dos mil y cuatro mil- y poco a poco, se van dejando atrás. Nosotros teníamos la idea, de que el ascenso sería breve. Después, transitariamos por una pista de pinares, pero la realidad es que el kilómetro y medio, que hicimos hacia el infinito, es un conglomerado de rocas muy desiguales -a veces, de un pie a otro, debes dar pasos de más de medio metro hacia arriba-; sorteando enormes piedras, que ruedan o se desprenden y mucha vegetación y maleza. Lo peor, las desproporcionadas ramas, que se te enganchan al cuerpo o las raíces, que se te enredan en las piernas y los pies. 

          El camino, que empieza a estar bien señalizado con flechas rojas, deja de estarlo una vez se acaban las casas licias. Google Maps tampoco sirve de mucho, porque su bolita azul te ubica en mitad de la nada

          Sin tener más indicios de donde y cuando acabaría ese peligroso y vertiginoso ascenso, decidimos abortar el plan y acometimos un descenso de altísimo riesgo, resbalando varias veces. Con mucho esfuerzo, llegamos hasta la base, pero las enormes agujetas en las piernas no tuvieron, que esperar al día siguiente. Decidimos entonces, que iríamos hasta Ulodeniz caminando por la carretera. Son 4 kilómetros más y hay muchos tramos rompe piernas, pero menuda diferencia. 

          Se va todo recto hasta la localidad de Hisaronu y después, se desciende una larga carretera hacia la derecha.

          Oludeniz, no es, que este a medio gas, sino que en temporada baja, se le agota todo el butano. El 95% de los negocios están cerrados y solo permanecen muy activas las agencias de parapente. A través de un funicular se sube al monte Baba y desde allí, se lanzan junto a un monitor, aterrizando en la playa, que es muy normalita, aunque es extensa y con un buen marco paisajístico montañoso. Tiene bastante mierda y parece raro, porque en esta zona las ciudades y pueblos suelen estar bastante limpios.

           Además, tiene otra playa de pago con -algunos servicios que podríamos llamar premium -, que está dentro del Parque Nacional de Oludeniz. Lo mires por donde lo mires Oludeniz es una mierda.

Media jornada de mierda, antes de la remontada

           La agradable temperatura y la tranquilidad interior hicieron de la noche en el aeropuerto de Dalaman, la más reparadora del viaje hasta el momento. A las 8:30 de la mañana tomamos el primer bus para Fethiye, de los cinco o seis, que suelen partir cada día. Parece, que nadie se detiene en Dalaman y nosotros tampoco, entre otras cosas, porque allí no hay nada que hacer, ni tampoco circula transporte público. En una hora, nos pusimos en nuestro destino. Comenzó a llover con fuerza y ya no lo dejaría, hasta pasada la una de la tarde.

          Justo al lado de la estación se encuentra un Carrefour y empezamos a constatar los altos precios de las cosas en este país. Especialmente, los de la cerveza y el alcohol, pero también, los de los productos alimenticios más básicos, salvo el pan. Comenzamos a andar por la calle principal hacia el alejado centro y en tan solo diez minutos, nos topamos con otros tres supermercados. Todos casi vacíos o con compras pequeñas. No recordábamos, que hubiera tantos, en nuestra última visita al país, en 2012.

          Los planes previstos para hoy, pasaban por visitar los diversos lugares de interés de la ciudad y de camino, iríamos preguntando en los diversos hoteles, que encontráramos. La lluvia nos lo puso cada vez más difícil, pero no paramos. A la media hora, estábamos completamente empapados, porque no habíamos traído paraguas. Resulta, que nos venimos a la zona de más días de sol de Turquía y aquí ayer y hoy, está diluviando.

         Con la ropa chorreando, el estrés va aumentando y la moral baja casi hasta el suelo, al preguntar en la primera decena de hoteles. En la mayoría de ellos, nos piden más de 50 euros por noche. Solo encontramos dos,que rondan los 40. Pero el problema es, que no estamos dispuestos a gastarnos más de 25.

          El precio de los kebabs, casi triplica el de nuestra última visita y del resto de la carta, mejor ni hablar, porque hemos visto patatas fritas con queso a casi diez euros y platos de espaguetis con pollo a cerca de veinte. En una modesta pastelería, compramos un supuesto bocadillo de queso, cuya loncha no pesará ni veinte gramos.

          Al menos, la tasa de cambio, que hemos encontrado ayer en el aeropuerto y hoy aquí, resulta bastante favorable. Llegamos a la oficina de turismo y está cerrada, porque es la hora de comer del personal. Volveremos más tarde. A medio kilómetro y subiendo por una colina, hemos localizado en el plano de la Lonely Planet, un par de pensiones. Creemos, que podrán ser más baratas, pero cuando llegamos, no hay un responsable atendiendo. Muchos de los servicios turísticos están cerrados, dado que estamos en temporada baja. La mayoría de ellos solo abren entre abril y septiembre.

          Estabamos absolutamente desesperados y decidimos, comenzar las visitas, olvidandonos de momento del hotel. Mientras tanto, el cielo se fue abriendo y dejo de llover. 

          Fethiye,  tiene un old tow peatonal, aunque no es muy antiguo. Cuenta con decenas de bares y restaurantes, pero casi todos estaban chapados. Comenzamos, acercándonos a las ruinas del anfiteatro y después, las de la fortaleza. Desde allí y de camino a la enorme plaza principal, visitamos una tumba licia. En el ágora que da al paseo marítimo y aun más lleno de barcos, se encuentran varios conjuntos escultóricos, además de las letras con el nombre de la ciudad.

          Después y con más calma, nos relajamos en el cercano mercado, donde se vende un pescado fresquísimo, aunque a precios no muy económicos. Dejamos el plato principal, para justo después del almuerzo: las impresionantes tumbas de Amintas. Se puede subir hasta ellas, pagando tres euros, aunque las vistas mas espectaculares se contemplan desde abajo, gratis.

          Eran ya las cinco y aún seguía sin resolverse el capítulo del alojamiento. Recordamos, que en Booking, habíamos visto uno por 24 euros, gestionado por un particular. No teníamos conexión a internet, pero al menos habíamos anotado su nombre y dirección. Nos pusimos a buscarlo y lo encontramos, después de bordear durante un rato, un canal plagado de patos. 

          Pero nuestro gozo, en un pozo.Al llegar no había nadie. Dimos una vuelta por la zona, para hacer tiempo, pero no hubo éxito. Decidimos, que nos iríamos media hora a un centro comercial, que habíamos visto de camino y volveríamos a intentarlo. Aunque la verdad era, que no teníamos demasiadas esperanzas. Se avecinaba una noche complicada, después de otras tres seguidas en aeropuertos.

          Pero, como a nosotros los milagros, se nos dan como a nadie, al regresar y ya siendo casi de noche, encontramos al propietario en la recepción. Nos empezó pidiendo 30 euros, pero al decirle que lo habíamos visto en Booking por seis euros menos, aceptó el precio.

          Por último, contaros una curiosidad: resulta imposible en Turquía reservar hoteles turcos en Booking, porque el portal debe estar capado por el gobierno o por quien sea. Desconocemos el objetivo, pero es así. Sencillamente, te dicen, que no existen. Si pones, por ejemplo, Estambul, te sale una ciudad llamada así, pero en Colombia.

Kalkan


 

Kalkan, en la costa turquesa


 

Kalkan, en Turquía


 

jueves, 12 de diciembre de 2024

¡Cualquier noche los gatos...! (Loquillo)


 

Un entretenidísimo y trepidante día de mierda

           Los controles de seguridad de equipajes y de objetos personales en Stanted, son dinámicos y amables, aunque muy estrictos. Aunque no pites debes colocarte sobre una plataforma con las piernas abiertas y los brazos en cruz, que literalmente, te desnuda. Habíamos visto algo parecido en Copenhague y Bali. Nosotros tenemos por costumbre, no sacar nunca el bolsillo interior, donde llevamos las tarjetas, el dinero y a veces, los propios pasaportes. Decidimos, hacer lo mismo esta vez. Mi pareja consiguió engañarlos y cruzó sin problemas.

          En mi caso, aparecieron dos manchas negras bajo el abdomen. Un segurata me registro a fondo y solo a la tercera pasada consiguió detectarlo. Empezaba un amable calvario. Despiece minucioso del bulto sin detecciones anómalas, pero me redirecionaron a otra simpática máquina, que es similar al tacataca de las personas mayores. Agarras fuertemente con tus manos un manillar y en la parte de abajo introduces alternativamente los pies. No contentos con eso, requisaron mi mochila y analizaron minuciosamente con otro dispositivo el contenido de los más de diez botes de líquidos,  -fundamentalmente, vodka-, que llevábamos en ella. ¡Al fin dentro!

          En el vuelo a Dalaman, no viajábamos ni siquiera cincuenta personas . A pesar de ello , nos habían puesto a catorce filas de separación. Salimos puntuales, mientras diluviaba y el aparato soportaba un viento huracanado. Toda Europa Central llena de gruesas nubes negras y más de hora y media de fuertes turbulencias. Al contrario de casi siempre, no conseguí pegar ojo.

          Al sobrevolar Grecia se despejó durante un rato y contemplamos el mar desde lo alto . Pero de repente,el avión se vio inmerso en la peor y más densa niebla, que hayamos visto nunca en un vuelo. Chocamos contra una feroz tormenta y pasamos un miedo nunca vivido. Ni siquiera en el aterrizaje de emergencia de hace dos años en Abu Dabi.

          Entre enormes tambaleos,el piloto realizaba las maniobras de descenso, cuando bruscamente, el avión viro en picado hacia arriba. Fueron momentos de aliento contenido, hasta que dejamos atrás la tormenta y la neblina.

          Al aterrizar, nos sentimos salvados. Se había empleado una hora más de lo previsto en el vuelo. Cuando abrieron la puerta delantera e íbamos a bajar,nos mandaron sentar, de nuevo. Entonces, el comandante nos espetó, que habíamos aterrizado de emergencia en Bodrum y no en Dalaman.

          Tuvimos, que esperar, más de media hora, a que trajeran personal de control de pasaportes y aduanas, porque el aeropuerto estaba cerrado. Salimos al exterior. Por sms nos indicaron, que enviarían autobuses para llevarnos a nuestro destino situado al este, a unos 250 kilómetros.

          Los vehículos tardaron más de hora y media. Mientras esperábamos su llegada debajo de una marquesina, cayó la mundial.  Ni un solo sitio para comer o beber algo, ni dentro, ni en los alrededores. Tan solo un chiringuito con una buena tasa de cambio.

          El viaje por una sórdida autovía, muy típicas en Turquía desde hace algunos años, resultó ser una calamidad. Casi cuatro horas con dos paradas largas en gasolineras con tiendas y el autobús acabo haciendo de transporte local en los últimos kilómetros, dejando a cada turco donde lo pedía .

          Cuando llegamos eran las ocho de la noche y no había transporte alguno hacia Fethiye, que no fueran caros taxis. Por tercera noche consecutiva nos iba a tocar dormir en un aeropuerto. Al menos en este, existen bancos corridos de láminas, donde te puedes tumbar y nadie te molesta. Eso sí: wifi gratuito durante media hora, solo presentando DNI o pasaporte.

          El Madrid ganó al Atalanta por los pelos y pensamos, que nuestra mala suerte se revertiría al día siguiente. Acertamos. El miércoles resultó solo un día de mierda a media jornada.¡Os vamos contando!.


No a las escalas largas en Stanted (parte II)

           El aeropuerto de Stanted también tiene sus cosas neutras. Es decir: aquellas que funcionan más o menos, como en la mayoría de aeródromos europeos. Entre ellas podemos destacar, por ejemplo,los precios de la comida, que son incluso inferiores a las zonas de tránsito en Turquía; la vigilancia o la información adecuada y actualizada para ver el  estado de los vuelos.

          Y para nuestra suerte y la vuestra, está terminal londinense cuenta con algunos cuantos aspectos muy positivos:

          -La mucha  cantidad y variedad de comida y bebida intactas y en buen estado, que la gente va dejando por todas partes, especialmente, en el acceso a los controles de seguridad y zona de embarque.

          - La libertad para tumbarte en el suelo o en las sillas a cualquier hora del dia o de la noche, sin ser molestado.

          -Muy al estilo ingles, la extraordinaria educación del personal del aeropuerto y de la mayoría de los pasajeros, cuando no llevan prisa o no van estresados.

          -La variedad de formulas de transporte para trasladarse a Londres, aunque todas sean caras.

          -La alta velocidad en los trámites de equipaje de mano, objetos personales y pasaportes, durante los estrictos controles de seguridad, cuando accedes a tu vuelo.

          -La facilidad de encontrar por todas partes bolsas gratuitas para separar los líquidos.

          Y ahora, os hacemos un resumen detallado de nuestra estancia en Stanted:

          Llegamos a las 7:15 de la mañana a la terminal. Tuvimos un pequeño problema para entender el funcionamiento de la máquina automática de lectura de pasaportes. Pero a diferencia de Barajas, aquí no te agobian, no te gritan y te dejan desenvolverte a tu ritmo. Sin problema alguno en la aduana.

          En tan solo media hora de paseo por salidas y llegadas, ya habíamos recopilado lo siguiente: unos cascos inalámbricos y una batería externa en perfecto funcionamiento, tres muslos de pollo cocidos en una fiambrera, una caja de doce quesitos, seis quesos mini babybel, seis piezas de shushi en una bandeja, dos plátanos , un cuenco de sandía, galletas cookies,un kefir, un yogur de cereales, diez latas de Cocacola, dos combinados espumosos...

          Tras el opíparo desayuno, nos fui mos a dormir a las butacas de listones rayados, haciendo una torre con las dos mochilas para apoyar las cabezas. Bastante éxito.

         El resto del día y hasta las diez de la noche, alternamos los paseos con las sentadas. Tan solo rompimos la rutina, para asistir a la actuación de un magnífico coro de villancicos.

          El aeropuerto de Stanted, lo transitan mayoritariamente viajeros londinenses. Las conversaciones de los transeúntes nos recuerdan bastante a una enorme clase de inglés, a cuando estudiábamos con las cintas de Planeta Agostini o cuando practicábamos a través de cursos de internet ¡Que bien habla inglés está gente! Y no los australianos o los americanos. Y para que decir, de la forma de pronunciarlo en el sudeste asiático, en Sudamérica o en la propia España.

          Nos fuimos a dormir a la zona de salidas, junto al árbol de navidad, pero nos levantaron a medianoche,por qué la cierran. Hacia frío. Nos trasladamos entonces, a un pasillo más protegido junto a los baños, con otra mucha gente. Los secamanos automáticos no dejaron de sonar un solo segundo, hasta que nos levantamos y nos taladraron el cerebro.

Plaza principal de kas


 



Kas, en Turquía


 


Playa 🏖️ de Kas

 



Calle empedrada de Kas


 

Tumba del Rey, en Kas


 

Península de Kas


 

Península de Kas, en la costa turquesa


 

Anfiteatro de Kas


 

Oludeniz en temporada baja


 

Playa 🏖️👙 de Oludeniz


 

Kayakoy, en ruinas


 

Ciudad antigua 🗝️ de Kayakoy


 

Ruinas de Kayakoy


 

Kayakoy, en Turquía


 

Antigua ciudad griega de Kayakoy


 

martes, 10 de diciembre de 2024

No a las escalas largas en el aeropuerto de Stanted (parte I)

           Partimos hacia Stanted en hora, sin tener problema alguno -es costumbre desde hace tiempo-, en los controles de equipajes de Barajas. En el avión había bastantes huecos, pero ni nos cambiamos, dado que, apretaba el sueño y solo ibamos a una fila de distancia.

          Aterrizamos, después de un periplo aéreo, que había resultado bastante turbulento, debido a los fortísimos vientos, que sacudían el sur de Reino Unido. Cuatro grados de temperatura y bastante frío.

          Nos esperaban 23 horas de escala, en las que no solo no bajamos a Londres, sino en las que ni siquiera salimos de la terminal. El cielo grisáceo oscuro y asqueroso permaneció igual, desde que amaneció a las 7, hasta que oscureció, a las 16 horas.

          Os vamos a explicar, porque no resulta nada recomendable hacer una escala tan larga, en Stanted -a la vuelta son otras 19-, atendiendo a los puntos desfavorables, neutros y favorables de este aeródromo en relación con la media:

          -Aeropuerto muy pequeño -caja de cerillas-, que se termina de recorrer enseguida y te aburres pronto. Hay que añadir, que está superpoblado, por lo que cuando te mueves, debes ir regateando los bultos mal llevados por los ansiosos pasajeros, que corren hacia la zona de embarque. ¡Estrés total!

          -Muchas puertas exteriores, abriéndose y cerrando, constantemente, que lo convierten en un recinto muy frío y con corrientes letales en invierno y flujos de asqueroso humo de tabacazo.

          -Nada, que hacer en los alrededores y carísimos precios para bajar a Londres.

          -Sillas suficientes en la terminal, pero muy incómodas, dado que son de listones separados de madera y te destrozan el culo tras un rato sentado. No son corridas y si para sentarse son malas, para tratar de dormir,resultan siniestras.

          -Aunque tengas vuelos de conexión, no hay zona de tránsito, por lo que debes salir y volver, a entrar. Para lo primero, te enfrentas a un auto ingreso, frente a una máquina, que chequea tu pasaporte y te fotografía. Para lo segundo, te dejan irte sin límite alguno y sin control de documentación.

          -El wifi es correcto, pero solo es gratis dos horas al día y por el resto, debes pagar dos libras. Afortunadamente, hay una tienda de Boots, que te ofrece este servicio sin coste, pero no cubre todo el espacio de pasajeros.

          -Apenas hay tomas para cargar el móvil y las pocas existentes, no sirven para nuestros cargadores. 

          -Como ya explicaremos, los controles de equipaje y pertenencias a la salida son rigurosisimos, aunque amables, prevaleciendo el amistoso talante inglés (menos cuando beben)

          -Pocas zonas cálidas para dormir, por lo que hay aglomeraciones junto a unos baños, donde los secamanos no dejan dormir en toda la noche y te taladran el cerebro. Para colmo, en horario nocturno cierran toda la zona de salidas, que es algo más abrigada.

          -Pocos baños y distantes entre sí, aunque no suele haber colas. Muy limpios.

¡Sufrimiento contenido en el principio del viaje!


 

Ni el viaje será como pensábamos, ni Barajas es un aeropuerto seguro

           A través de una Lonely Planet de 2013, obtenida en la biblioteca pública, habíamos seleccionado a toda prisa unos pocos días antes los destinos de nuestro viaje por la costa turquesa de Turquia y de una semana de duración. No indagamos más, porque estábamos pendientes de otras cosas.

      Fue en el Media Distancia, que nos llevó de Valladolid a Madrid, en casi tres horas, donde profundizamos en el itinerario, para encontrarnos con dos cosas, que no nos gustaron nada. Este periplo está pensado para hacerse en coche de alquiler por la complejidad del recorrido y no en transporte público, como va a ser nuestro caso. Y de llevarlo a cabo así, deberíamos haber elegido el verano -y no diciembre -, cuando todos los medios de transporte están a pleno rendimiento.

          Y también nos dimos cuenta, de lo complejo que iba a ser, llegar a Ucagiz y Kekova, en tan poco tiempo,además de descartar Antalya, por suponernos 320 kilómetros a mayores -ida y vuelta- con tan solo ese destino de interés por el camino.

          Todo parecía claro sobre el papel, pero dos jornadas después, al llegar a Fethiye y constatar la realidad actual -y no la de la guia-, el viaje se volvió a dar la vuelta, bruscamente, como ya veremos más adelante.

          Llegamos a Madrid en pleno puente de diciembre y literalmente, fuimos fagocitados por el caos hirviente y generalizado del centro, en el fin de semana mas populoso del año. Tras saldar algunas promociones gratuitas en máquinas y stands de Samplia y visitar el ángel madrileño de Colón, nos fuimos despepitados, agotados y estresados, hacia el aeropuerto, donde haríamos noche, dado que, nuestro vuelo a Londres, saldrá a las 6 a.m.

          Son 51 los vuelos, que vamos a acumular este año, por lo que hemos pasado muchos días en este aeródromo. Y debemos decir, que su seguridad es bastante preocupante. 

        No hace mucho tiempo y estando en un baño de la T1, aporrearon la puerta en tres ocasiones, ordenándome salir. No lo hice, asi que me ahorré saber, que buscaban.

          Y hoy, hemos tenido dos incidentes. Estando sentados cenando y tomando una cerveza, nos han acorralado dos hombres y una mujer, que decían querer ayudarnos, por ser personas vulnerables, que vivimos en el aeropuerto. Los paramos en seco y también nos quedamos sin conocer sus intenciones. ¿Una secta? ¿Un timo?... El caso es, que teníamos buenas viandas y yo había estrenado esa tarde unos playeros de Puma, las suelas estaban intactas y se veían a la legua, al estar sentados con la planta de los pies hacia arriba.

          Más tarde, un pedigüeño nos acosó, requiriendo cincuenta céntimos y nadie actuó. Quizás los más normales en Barajas sean los mendigos de siempre, que no suelen meterse con nadie y a los que ahora -cada vez hay menos sillas en la T1-, han aglomerado en la T4.

Tumbas licias en Fethiye


 

Sarcófago en Fethiye


 

Fortaleza de Fethiye


 

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Último viaje del año: Riviera turca

 


         El próximo domingo 8,  comenzamos el último viaje de este año fuera de nuestras fronteras, que nos llevará hasta los albores de Navidad, a la costa turquesa de Turquia. En este caso, los pocos más de 250 kilómetros, que separa Dalaman, de Antalya.

          Volamos a Londres Stanted, con Ryanair (20€). Allí, permanecemos unas veintidós horas, aunque no bajaremos a la ciudad, debido a los imposibles precios del trasporte. Aunque sí saldremos de la zona de tránsito, dado que hasta el 2 de abril de 2025 no es obligatoria la ETA-visado encubierto -, que saldrá por unas 12 libras.

          Desde Stanted y el lunes, pondremos rumbo, a Dalaman, también con Ryanair (22€). La vuelta es algo más complicada, aunque con la misma compañía: Dalaman -Londres y desde allí, a Castellón, la única opción asequible para volver a España en esas fechas (22 y 16€, respectivamente).

          Existe un vuelo entre Antalya y Londres, con Wizzair, que es bastante económico, pero llega a Gatwik. El cambio de aeropuerto para regresar, saldría casi tan caro, como todos los vuelos juntos.

          Desde el aeropuerto de Dalaman, iremos hasta Fethiye, donde abordaremos un bus nocturno de Flixbus, a Antalya, para ahorrarnos el hotel.

          Después, toca ir volviendo con un itinerario parecido al siguiente: isla de Kekova, Ucagiz, Kas, Kalkan, Valle de las Mariposas y Faralya, Ulodeniz y retorno a Fethiye.

          Ouigo y por 9€, nos transportaría de regreso a casa con un tren directo entre Valencia y Valladolid.

Navidades anteriores, en Bali, Puglia, Madrid...


 


Los camellos de El Corte inglés, en Preciados (Madrid)


 

Puerta del Sol de Madrid, en Navidad 🎄


 

Plaza de Canalejas en Madrid, por Navidad 🎇🎄


 

domingo, 1 de diciembre de 2024

Polos de naranjafresa y samosas de fideos

           En Tiznit, volvimos al alojamiento de 2010, algo básico -sin ducha -, pero sensiblemente más barato, que el de mayo. La ola de calor nos siguió acompañando.

          Valoramos, porque teníamos tiempo de sobra, pasar unas horas en Massa, a mitad de camino de Inezgane, pero no lo hicimos por vagancia logística. En Inezgane, regresamos al mismo hotel, donde ya nos habíamos alojado cuatro veces este año, en tres viajes distintos. Ya no trabaja allí el chico de siempre, tan amable -nos invitó incluso a su casa en Talouine-,como extraordinariamente pesado 

          Después de tres días, nos volvimos a encontrar con la cerveza en el Atadacao. El acceso a esta tienda, más bien se parece al de una cárcel de alta seguridad. Solo le falta el portalón tétrico y sonoramente contundente, que se cierra tras de ti. Para acceder al alcohol hay que caminar entre planchas metálicas de altura y pasillos canalizados con cintas e hierros 

          En Inezgane, hay un tenderete, que vende polos a un dirham y cuyo dependiente es muy simpático. Tanto que cada vez, qué vamos, nos agasaja con grandes abrazos y midiendo casi dos metros, la cosa resulta aparatosa. Lo curioso es, que cuando te paras al lado a chupar esos hielos de fresa naranja, se van postulando niños y mayores, a qué les invites a uno. A veces y durante el mismo polo, superan la decena y nos han llegado a entrar hasta ancianos .

          Los tacos mexicanos y las samosas se han abierto un hueco importante en los restaurantes y tenderetes del Marruecos turístico, aunque con precios desproporcionados. De estas últimas, las encontramos de carne, de marisco o de vegetales. Algo más baratitas, las encontramos en el zoco cubierto de Inezgane, que sorprendentemente, están rellenas de fideos cocidos  con restos de cebolla frita.

          Y es, que son tantas las veces, que hemos ido a Marruecos, que nos olvidamos, que es un país muy pobre, donde no es infrecuente ver a la gente comiendo solo masas fritas de harina o a los niños con un pan redondo y un solo quesito.

          Cuando miréis a la cara a un inmigrante marroquí, pensad lo siguiente y entenderéis, por qué se fue de su país. El salario medio mensual es de 500 euros, 3,5 veces menos, que en España. Los precios en los supermercados - no lo básico, en las calles-, doblan los nuestros. Y de largo, las familias duplican la tasa de hijos. Sí multiplicamos 3,5x2x2 significaría, que al menos, un marroquí lo ha tenido 14 veces más difícil, que cualquiera de nosotros para salir adelante en esta vida.

          A los que odian a los inmigrantes, más les valdría viajar un poquito más y ver los mercadillos de la tarde-noche, donde personas de todas las edades venden casi a oscuras cosas inservibles. No sé, que legitimidad tenemos los demás, en impedir, que prosperen, dejando atrás sus arraigos más queridos.

          Se acabaron los viajes a Marruecos por largo tiempo. Ya no podemos exprimir más el limón. El próximo domingo nos vamos a Londres -no nos hace mucha gracia el Reino Unido - y al dia siguiente, a Dalaman, en el sur de Turquía. Nos esperan diez días por la costa turquesa de este país, hasta Antalya.

          

miércoles, 27 de noviembre de 2024

¡Y los planes salieron mal!

           En el segundo hotel de Tafraoute dejamos de oír los molestos coches de la carretera, para ser machacados desde la madrugada por los gallos cercanos.

          A las 9, ya estábamos junto a la parada de taxis compartidos, para recibir la primera y mala noticia del día: había habido un malentendido y no existen vehículos con plazas sueltas. Sí pretendemos llegar a Taroudant de forma directa, debemos pagar el coche entero y eso supone unos 36€ para 150 kilómetros. La única propuesta con otros pasajeros es Tiznit, el tramo contrario de nuestra venida. ¡Gran contratiempo, pero no nos queda otra!

          Abandonamos Tafraoute con mala cara, mientras contemplamos los numerosos campings, que la rodean. Es extraño, que aún costando en su opción más baja de tienda pequeña, lo mismo que un hotel -más, si quieres ducharte - es la forma de alojamiento elegida por mucha gente. Será por la parrillada que vimos ayer tarde en uno de ellos, en la que participaban más de veinte guiris. ¿Habría cerdo?

          Tenemos la sensación, de que Tafraoute ha cambiado bastante en estos tres lustros transcurridos desde nuestra anterior visita. Como otras zonas del sur de Marruecos, está mucho más limpia y cuidada, aunque todavía le queda para ser un lugar sostenible.

          Especialmente, ha evolucionado la condición de las mujeres. Todas vestían de negro y muy tapadas y ya solo lo hacen algunas ancianas, que se cubren la cara entera al paso del extranjero. Las de mediana edad, van de colorines y muchas jóvenes con largos cabellos sin pañuelo y pantalones y camisa relativamente ceñidos.¡Algo es algo, aunque todavía queda mucho por andar!

          Por cierto: se me olvidó comentar, que las rocas de colores no están indicadas. Solo hay un cartel, que lleva a la confusión, que asegura, que las pinturas están a siete kilómetros de Aghard Ouad. No sabemos a que se refiere, pero los coloridos pedruscos están mucho antes.

         De camino a Tiznit, nos fuimos convenciendo de no ir a Taroudant, donde ya estuvimos en 2010. El cambio de taxi supone muchas horas de incómodo coche y  15€ a mayores.

          El problema es, que en Tiznit, ya estuvimos el pasado mayo por segunda vez, cuando visitamos también los bonitos pueblos y playas de sus alrededores.

          Aún así, nos hemos dado cuenta, de que no conocíamos su Kasbah, ni el complejo de cascada y estanque artificiales, que se ubican enfrente.

          Salvo en los hoteles Tiznit y Mauritania de Tiznit, no hemos podido encontrar ni un solo lugar, donde vendan alcohol o cerveza en nuestros dos últimos destinos. Nos lo han ratificado los propios lugareños .

Frente a la kasbah de Tiznit


 

Kasbah de Tiznit


 

martes, 26 de noviembre de 2024

Segundo día, en Tafraoute

           La primera tarde en Tafraoute, ocurrieron tres hechos relevantes: uno malo y dos bastante favorables. Por un lado, me resbalé con la arena de un pequeño terraplén. No caí al suelo, porque conseguí sujetarme sobre los nudillos de la mano, pero el esfuerzo muscular fue tal, que acabé con todo el cuerpo dolorido, más, que si hubiera golpeado el suelo. Hoy, me levanté bien, pero en los últimos viajes a Marruecos, van uno o dos incidentes por cada uno: caída en Marrakech; golpe en la cabeza, en Fez; choque en Ouarzazate en la tibia con un somier...

          Las dos alegrías llevaron por marca la eficiencia y el ahorro. Descubrimos -nos costó averiguarlo, porque casi nunca hay nadie en la parada de los taxis compartidos-, que hay un servicio directo desde aquí a Taroudant, que simplifica mucho nuestro viaje en tiempo y dinero. Después, al preguntar, por mera curiosidad, la tarifa del hotel de nuestra anterior visita en 2010, nos llevamos la sorpresa: cuesta una tercera parte, que en el que estamos. Ni lo pensamos.

          Empezó el segundo día en Tafraoute y después del cambio de alojamiento y con una temperatura similar a la de ayer, comenzamos el camino hacia las rocas de colores. Las llamaremos así, porque no solo son azules. Tomamos la carretera 107 y caminamos largo rato sobre la bien cuidada acera contemplando bonitas montañas, como la del finger, el elefante o la gorra de Napoleón. Después, se gira a la derecha, para llegar al pueblo fantasma - no hay nadie por la calle, como en casi todos aquí -, de Agherd Ouad  sin embargo, es bonito, está perfectamente asfaltado y limpísimo 

          Desde la salida del hotel, habíamos activado la bola azul de Google Maps -no hacen falta datos-, como forma más segura de llegar a nuestro destino. En el camino, solo nos cruzamos con dos guiris en moto y otro andando y en el pueblo solo existe una tienda, que si estaba abierta a la ida y a la vuelta.

          En la plaza de Agherd Ouad , se debe tomar una pista hacia la izquierda, que va zigzagueando durante unos cuatro kilómetros, pasando por montañas magníficas, que llevan hasta las rocas de colores. Varias aclaraciones, que no habíamos leído en ningún sitio: no son solo azules, sino de muchos colores, predominando,este y el rosa. No están solo en una ubicación, sino en unas cuantas. Debió haber unas originales, que se fueron replicando con el paso del tiempo en varios lugares.

         Según Google Maps y en total, son 6,7 kilómetros, pero nosotros creemos, que rondan los ocho, aunque con buen calzado -no como yo-, todo es muy sencillo.

          Íbamos con la idea, de que lo de las "rocas azules" iba a ser una turistada, pero no: hemos quedado encantados por el contraste cromático paisajístico y la gloriosa soledad.

     En 2010 no llegamos a ellas y solo hasta la zona del sombrero de Napoleón, debido a que se nos hizo de noche y a los cuarenta grados de temperatura.

¡Colosal Tafraoute!


 


Gorro de Napoleón, en Tafraoute


 

Rocas azules y rosas, en Tafraoute


 

Rocas de colores 🌈, en Tafraoute


 

Rocas del Elefante, en Tafraoute


 

Desierto 🐪🐫, de Tafraoute


 

Montaña ⛰️ coloreada, en Tafraoute


 

Nuestro hotel 🏩, en Tafraoute


 

lunes, 25 de noviembre de 2024

Primer día, en Tafraoute

           Nos despertaron los cánticos de la mezquita, pero no a las cinco de la mañana, como es costumbre, sino a las siete. Pensamos, irónicamente, que se habría quedado dormido el muecín.

          Cuando partimos para Tiznit, aún era de noche. Autobús regular, pero suficiente para seguir dormitando. Al fin y al cabo este recorrido es un clásico para nosotros.

          En diez minutos y tras llenarse rápido, partimos para Tafraoute en taxi compartido. Tres hombres, tres mujeres y el conductor. A la salida contemplamos un severo accidente: un coche destrozado, otros dañados, mujeres por el suelo, dos vehículos parados y un camión de bombonas de butano. No había llegado aún, ni la policía, ni la ambulancia, aunque nos cruzamos con esta última.

          El paisaje está lleno de curvas y de montañas. Es bonito, pero el trazado resulta incómodo y mal mantenido. Antes de llegar, dejamos al lado la carretera de los valles de Ameln y sus palmerales. A la entrada de la ciudad, hay numerosas obras en la vía, sin que nadie esté trabajando en ellas. Al menos, el conductor ha sido mucho más prudente, que el que nos trajo hasta aquí, en 2010.

          Nos alojamos por catorce euros en un hotel con piscina y buena habitación, después de regatear. Desdeñamos el de la vez anterior y por la tarde, nos arrepentimos. Cambiamos dinero a buena tasa.

          Tafraoute, sin mucho interés en el casco urbano, debe ser explorado en ambas direcciones de la carretera y hoy hemos optado -dejando las rocas azules para mañana-, por volver hacia Agadir. Tras centenares de metros de acera, empiezan a salir numerosas pistas a los lados, donde se divisan las montañas con fascinantes colores ocres y caprichosas formaciones. Nosotros elegimos recorrer un par de ellas a la vuelta.

          Seguimos la carretera caminando, en una excursión, que se puede hacer en bicicleta, aunque hay mucha gravilla. El paisaje es de aldeas sin actividad, palmeras, algunas ruinas y las espectaculares cumbres, hasta llegar al fantástico Aday Tafraoute.

          La mañana había empezado ventosa y calurosa. Al llegar a Tafraoute, teníamos trece grados menos que ayer. Y por la tarde, nos comieron las moscas, tan vorazmente, como en nuestro último viaje, a India. Anocheciendo, encontramos una pared, donde alguien había pintado: "visca el Barça". Pero otro hincha lo había tachado para escribir: "hala Madrid" ¡Esto es Marruecos!

Por tercera vez en este año, en Inezgane

           El vuelo de Ryanair, a Agadir, salió y llegó puntual, aunque con poco pasaje, por lo que pudimos sentarnos juntos, aunque caímos rendidos, después de la noche regular en Barajas, donde habíamos pasado algo de frío.

          Al aterrizar, poco después del mediodía, nos sobrecogió la esperada ola de calor: 34 grados, cuando habíamos dejado  Madrid, a 10.

          Se cumplieron de lleno nuestros malos augurios y el bus 37 del aeropuerto -5,5 dirhams- no circula los domingos. La alternativa, el ALSA caro, que cuesta 50 o un taxi. Como otras veces, nos pusimos a andar a ver, que pasaba. Nos separaban 15 kilómetros de Inezgane. La suerte estuvo de nuestra parte y a los diez minutos paró un coche con dos amigos y nos llevaron gratis. ¡Menos mal, porque solo llevábamos medio litro de agua y nada de comida!

          Lo que menos nos gusta de Inezgane es su caótica estación de autobuses y que pululan por la ciudad muchos pedigüeños, algunos  muy agresivos. Lo que más, contar con un hotel barato -aqui y en Agadir son caros -, los platos de pescado y mariscos variados y frescos -a 25 dirhams- y los polos de hielo o leche a un dirham, de una tienda que vende de casi todo.

          Como no teníamos ganas de ir a Agadir -ni en bus ni andando-, le preguntamos a su dueño, donde podíamos comprar cerveza (el alcohol lo traemos de casa y del aeropuerto) y nos indicó el Atacadao, un supermercado, que está camino del Marjan, a unos dos kilómetros.

          El super es grande, aunque parece más un almacén. En él ni rastro de alcohol. Tuvimos que preguntar, para descubrir, que la mercancía etílica se ubica en otro almacén al lado. Lo han disfrazado tanto, para ocultarlo, que más bien parece un búnker militar. Lo que si lo delata todo, son las decenas de marroquíes -todos hombres-, que van corriendo alocadamente para adelantar sus dosis ( no hay guiris).

          Lo peor y como siempre en el sur de Marruecos, el transporte: caro y escaso. Solo un bus directo, a Tafraoute y en un horario malísimo. Otro, a Tiznit, con madrugón  incluido y después taxi compartido de dos horas. También, nos han dicho, que no existe autobús directo entre Tafraoute y Taroudant, proponiéndonos un plan inverosímil, por lo que no sabemos, como nos buscaremos la vida para este tramo. O quizás, lo cambiemos por Sidi Ifni.

          El dinero se nos escapa, porque el dirham está cada vez más fuerte.

Tafraoute (VI)


 

Tafraoute (V)


 

Tafraoute (IV)


 

Tafraoute (III)


 

Tafraoute (II)


 

Tafraoute (I)


 

domingo, 24 de noviembre de 2024

Alemanes, alertas y una ola de calor con violentos vientos

           Aquí estamos: en el tren, en uno de esos viajes recurrentes, entre Valladolid y Madrid, que de forma gratuita, llevamos realizando sin desánimo, durante casi los dos últimos años y medio y que en enero, según ha dicho el ministro de transporte -nuestro anterior alcalde- nos quieren quitar.

          En el trayecto, está habiendo más incidencias de las habituales. Nos cambiamos de asiento, porque no funcionaban los enchufes para cargar los móviles y al pasar Ávila, recibimos la visita de un segurata para desalojarnos de mala manera. Las butacas pertenecían a una pareja de alemanes. Lamentablemente, está gente funciona así, con lo fácil, que habría sido, que nos lo hubieran dicho a nosotros.

          Previamente, el tren había salido con veinticinco minutos de retraso y RENFE nos había freído a alertas al móvil, algunas de ellas, mal redactadas. No lo habían hecho nunca antes. ¿Tendrá algo que ver la catástrofe de Valencia?

          Alertas, concretamente dos, también nos ha remitido la aplicación del tiempo, que hablan de ola de calor y de vientos violentos en nuestros destinos de la próxima semana. ¡Volveremos al verano salvaje y con piedras en los bolsillos!

          Y es, que en esta tarde de sábado, no viajamos a Madrid para recoger -o degustar - muestras gratis de Samplia, para ver interesantes exposiciones o para contemplar el montaje de las luces de Navidad. Nos dirigimos a Barajas para tomar un vuelo mañana temprano e iniciar el decimocuarto viaje a Marruecos y último en mucho tiempo, dado que tenemos el país trillado 

          En esta ocasión toca el triángulo formado por Agadir, Taroudant y Tafraoute. Hemos estado en los tres sitios, pero en los dos últimos hace mucho y durante poco tiempo debido al axfisiante calor de agosto de 2010.

          Nos apetece mucho este periplo, porque venimos de una situación personal de incertidumbres todavía no resueltas y necesitamos desconectar. ¡Manda narices, buscar Marruecos,como destino relajante!

viernes, 1 de noviembre de 2024

De Taourirt al aeropuerto de Nador

        Tras el temporal y con los pies escupiendo agua y espuma, dos eran los modestos objetivos de la tarde en Taourirt. Aunque lo aparentemente fácil, se fue tornando en casi imposible. Se trataba de buscar un hotel y un wifi imprescindible para poder llevar a cabo la facturación on line del vuelo de vuelta con Ryanair, a Madrid, para la noche siguiente.

          En Booking, solo aparecía un alojamiento, a 40 euros. Y en Google Maps, dos distintos a este. Constatamos, que uno está abandonado. En el otro, no había nadie atendiendo y callejeando, no encontramos ninguno más.

          Finalmente y tras mucho esperar, nos atendió una señora de la limpieza, que solo hablaba árabe. Nos pidió 100 dirhams. Cuando vino el tosco dueño -obsesionado con nuestros pasaportes -, nos exigió 20 más y no le mandamos a la mierda, por no tener alternativa.

          Como otros tantos, en los que nos hemos alojado en Marruecos, este hotel tuvo tiempos mejores y gloriosos. Tiene interminables pasillos y habitaciones y baños grandes (dentro de la propia alcoba). Pero, hace 20 o 30 años, lo dejaron de mantener y todo lo que se ha roto o deteriorado -que es mucho-, lo han dejado de reponer. Por supuesto, tampoco se han gastado un solo dirham en montar una red wifi.

          Nos planteamos -porque la estación de tren de aquí, no dispone de él-, sentarnos a tomar algo en uno de los numerosos cafés, que si lo tienen, pero como siempre tenemos suerte, encontramos una potente red gratuita y libre a la puerta del hotel.

          Taourirt puede llevar a confusión, porque su nombre coincide con el de la bella Kasbah de Ouarzazate. La realidad es, que no tiene nada de interés. Bueno, sí: un supermercado de tamaño medio y sin precios, llamado Mercadona. En la plaza principal montan puestos de comida al atardecer, destacando uno de olorosas y asquerosas cabezas cocidas de oveja.

          A la mañana siguiente y a la hora señalada, tren a Zeluan, mucho más tranquilo, que el de ayer. Una hora de trayecto y otra caminando, desde la estación, al centro. Desde allí y por cuatro dirhams, el bus urbano 22 y 22b, te llevan a Alaaourin, desde donde ir andando al aeropuerto (15 minutos desde la rotonda). El 21 y el 26, te transportan a Nador, por lo que desmentimos, que no haya transporte público entre este lugar y la terminal aérea. 

          El aeropuerto es pequeño y desde sus cristaleras vimos caer otra densa tromba de agua.

El reencuentro con el tren

           Salvo algún tramo corto -entre Tánger y Asilah-,  no tomábamos un tren en Marruecos, desde nuestro primer viaje al país, en 2005. La estación de Taza tiene un potente wifi libre y suele tener colas en las ventanillas, casi durante todas las horas del día.  Agradecimos dejar este lugar, dado que la tarde anterior, habíamos mantenido una fortísima y desagradable discusión con un par de mendigos toca huevos.

          El convoy, con final en Nador, iba abarrotado y no tardamos nada en entrar de lleno en la primera pelea. Los asientos, en compartimentos de ocho, son numerados y los nuestros estaban ocupados. Fue sencillo levantar al niño, que ocupaba el mío. Pero la vieja y gorda, vestida de negro hasta las orejas, cargada de enormes maletas, que ocupaba el de mi pareja se negaba en redondo, a gritos y con aspavientos, a abandonar la estrecha butaca. Tuvimos, que emplearnos a fondo para echarla de allí y verla alejarse con todos sus bultos y echando pestes en árabe.

          El tren salió y llegó puntual. En el colorido compartimento, íbamos siete adultos -seis mujeres y yo- y siete niños. Una madre con su hija adolescente. Otra con dos churumbeles y una tercera -en edad de poder tener más - con cuatro críos y seis maletas, viajando sola. Para que os hagáis una idea de las condiciones de vida de la mujer en el tercer mundo.

          En Taourirt estaba lloviendo a cántaros. Constatamos, que solo hay dos trenes , al día, a Nador. Pero nosotros no queríamos llegar hasta allí, porque el aeropuerto está 30 kilómetros antes y la ciudad ya la conocemos.

          Como el tren, que nos venía menos  mal parte a las 06:41 y no queríamos madrugar, nos empapamos haciendo a pie los cinco kilómetros, que hay hasta la terminal de autobuses y taxis compartidos. Ambas no están en muy buenas condiciones, permaneciendo semi abandonadas y hoy, plagadas de goteras. Las alternativas, que nos ofrecieron no fueron mejores y resultaban más caras.

          Al fin y retornando al centro dejó de llover. La ciudad estaba vacía y absolutamente anegada.

Taza

           Durante la noche de nuestro segundo alojamiento de Fez cayó la mundial, lo que supuso un cambio en el tiempo, en el inicio de la segunda mitad del viaje. La temperatura descendió unos diez grados hasta marcar los veinte, aumentaron los vientos fuertes y llegaron las lluvias abundantes, en vísperas de la gota fría valenciana.

          Ya notamos esa nueva situación, cuando partimos, camino de Taza (dos horas). En el norte, los autobuses son más baratos, que en el sur de Marruecos, aunque el estado de mantenimiento y confort de los vehículos es tan diverso, como allí. A partir de este lugar, empezaría a tomar protagonismo el tren, algo, que agradecimos, aunque también aumentó más el componente colorido y aventurero de este decimotercer periplo por el país alauita.

          En Taza, ya habíamos estado en febrero de 2012, al inicio de nuestro quinto viaje largo, rumbo a Sáhara Occidental, Mauritania, Senegal y Mali.

          La estación de trenes -la de buses no sabemos dónde está, porque no nos dejaron en ella-, está a casi una hora caminando de la elevada, no muy grande y coqueta medina. A unos veinticinco minutos andando y cerca de una tienda de licores, cerveza y vino, encontramos el único hotel barato de la zona nueva (sigue existiendo el de la vieja, donde nos alojamos y morimos de frío la vez anterior).

          La habitación fue aceptable, aunque el baño compartido no dispone de agua caliente, por lo que no hubo ducha. Los pasillos están bastante abiertos, por lo que se generan virulentas corrientes, que te empujan, como si fueras en una alfombra voladora. Fue aquí, donde asistimos al descalabro del Madrid con el Barça.

          Para llegar a la medina hay, que subir doscientas setenta y tres escaleras. Tiene una plaza rectangular y arqueada, bastantes calles estrechas de tonos azulados y verdosos  y con arcos, un elegante zoco cubierto y numerosos puestos de mercado, donde predominan las frutas y verduras, los encurtidos y aceitunas y el pan.

          Al día siguiente y por primera vez en el viaje, no teníamos que madrugar, dado que el tren, a Taourirt, no partía hasta después del mediodía. Hoy habíamos hecho 117 kilómetros. Mañana, 123. Y el lunes, camino del aeropuerto de Nador, donde finalizaremos el periplo, otros 100, que suman los 340 totales desde Fez.

Sefrou e Ifrane

           Nuestros planes pasaban por llegar hasta Sefrou en el autobús de las once de la mañana, dado que era jueves y ese día de la semana se celebra un mercado bereber. La cosa se complicó bastante, porque el vehículo estaba lleno y tuvimos, que recorrer unos cinco kilómetros hasta la medina nueva, para dar con la parada a ese destino de los taxis compartidos. Salimos de inmediato, en un coche nuevo. Por el camino -de 29 kilómetros - numerosas obras. Tercer día en Marruecos y los tres de notable calor, aunque no asfixiante.

          La estación de autobuses y de taxis compartidos de Sefrou está junto a la medina amurallada, a la que se accede por dos puertas (norte y sur).  La zona intramuros está dividida por un río, sobre el que cruzan cuatro puentes. A un lado, hay tenderetes y puestos de fruta y verduras y al otro, la medina en si, con sus calles llenas de casas y tiendas, muchas veces protegidas por enormes portalones  de color azulado verdoso. Resulta muy bonita y animada, en algunas de sus partes y casi derruida, en otras. No destaca por su limpieza, desde luego.

          Al parecer, todo lo que les sobra -menos mal, que en Marruecos no es mucho-, lo tiran directamente al río. Así, se puede ver una maleta, un casco de motorista, el asiento delantero de un coche, ropa y calzado viejos... Y es una pena, porque este entorno, bien cuidado y conservado, sería bastante agradable para la vista y el paseo, ya que el zigzagueante y estrecho afluente, tiene pequeñas cascadas y rápidos. 

          En relación con esto, nos ocurrió una curiosa anécdota. Después de comer, hemos comprado un melón y estamos tranquilamente sentados, comiéndolo al lado del río. Se acerca un niño de poco más de un año y cuando hemos terminado, pretende hacerse con la bolsa de las cáscaras. Se la damos, expectantes por saber, que es lo que quiere hacer con ellas. ¡Por supuesto, tirarla al río!.

          Antes de retornar a Fez, comimos en una terraza de un bar de la plaza de la medina, medio pollo, con sus verduras y patatas fritas, por 20 dirhams. La verdad es, que en los restaurantes marroquíes, son tremendamente generosos y siempre ponen raciones enormes. Nunca te quedas con hambre y a veces, con un solo plato, almuerzas. De postre, nos metemos para el cuerpo, el referido melón.

          En la parte sur de la medina, está el llamado mellah o barrio judío. Aún se conservan un par de sinagogas 

          Preguntando y preguntando, conseguimos llegar hasta el bellísimo salto de agua, que se recomienda en la guía Azul, que hemos traído, de Marruecos. Volvemos a Fez.

          En Fez, ya de vuelta, reservamos una habitación en el corazón de la medina, más cercana a la puerta azul y verde. La realidad era, que ya no aguantábamos más en el Riad Dar Diwan, pero tampoco ellos tenían disponibilidad de habitaciones para esa noche. Aquí, casi no había clientes y los dueños del alojamiento son más normales.

          Para llegar a Ifrane, también es posible hacerlo en autobús. Son 63 kilómetros y una hora y media de trayecto.

          Ifrane, es uno de los lugares más frescos de Marruecos (se le llama la Suiza marroquí). Para nosotros, se convirtió en un auténtico oasis, después de la climatología, que hemos padecido, durante los últimos días. Incluso en verano, la temperatura es muy agradable y hace, algunos grados menos, que en Fez, Sefrou y Azrou.

          Ifrane -a 1700 metros de altitud-, además, tiene un trazado rectilíneo y está, extraordinariamente limpio. Dos características, no muy habituales en Marruecos.

          En las casas predominan los tejados a dos aguas, de tipo alpino. No hay bullicio en la calle, ni zocos, ni algo que nos dé pistas de que estamos en el reino alauita. Lo que resulta más agradable aquí, es pasear por los parques y lagos. En uno de ellos, se encuentra la Cabeza de León, que es el símbolo de la ciudad.

          Nos acercamos al mayor atractivo de la zona, a unos tres kilómetros del pueblo, que es, la Cascada de la Virgen. Hay otras más alejadas, pero a esas, ya no llegamos. 

          Tomamos el bus para Fez, con la misma compañía, con la que llegamos. Los bosques de cedros y el frescor, van desapareciendo del paisaje y dejan en su lugar, tierras secas y plagadas de olivos.