Cuatro fotos, de Jiva; una, de Urgent y cuatro, de Bujara (Uzbekistán)
Comer, en Uzbekistán, no es un gran placer, como decía la coplilla, pero los generosos desayunos de los hostel y Guest House ayudan mucho a templar el día desde su inicio (embutidos, huevos, salchichas, queso, frutas, dulces...)
Abandonamos Jiva, con pereza. No por haber dejado un buen alojamiento, sino el mejor de nuestros diez últimos años de viaje y eso, que han sido muchos y muy variopintos. Sin un plan decidido -fruto de la comodidad del último dia-, optamos por olvidarnos de las marshrutkas y por investigar, como y si es posible, llegar en tren, a Bujara ( la Lonely Planet es muy confusa)
Cacharro, a Urgench, dónde nos sueltan al lado de una universidad. Callejeando y preguntando con mucha paciencia -mi pareja es rocosa en esto-, descubrimos el Bazar y la anexa parada de taxis compartidos, que buscábamos ayer.
En la estación de trenes, el horario para Bujara no es bueno, pero es lo que hay. Llegaremos de noche y sin referencias de hoteles, al margen, de que la terminal está a 9 kilómetros del centro. Pero a nosotros, siempre nos pasa algo y generalmente, bueno.
Cuando vamos a descender del tren, encontramos a un maduro portugués, probablemente, el único guiri, junto a nosotros, que viaja en estos trenes económicos. Porque en el de alta velocidad, que coincide y llega, de Taskent, en ese mismo momento, vienen los poderosos clientes de los grupos organizados. Decidimos organizarnos los tres para buscar cobijo.
Otra vez, volvemos a una litera, por un lado y a una especie de habitación individual, al mismo precio, dónde instalar toda nuestra logística: es un alojamiento híbrido, no sabría calificarlo de otra forma.
Con el taxista, hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero ël sabe perder -con mucha deportividad- y luego, incluso, en el trayecto, nos hace de amable guía ¡Noche amenazante superada!
Nos reaviva el mejor desayuno, con diferencia, del viaje. Surge una anécdota curiosa: queremos saludar al portugués, viéndolo de espaldas, por su incipiente calvicie y no es él. Acabamos de charla, con Andoni, un chico de Donosti, que flipa por como le hemos entrado.
La única pelea del día -que siempre tiene que haberla, en este país-, surge porque el plano de la Lonely Planet -ya nos ha dicho la de turismo, que es "no good"-, no ubica adecuadamente la oficina de compra de los billetes del tren y nos pasamos más de una hora preguntando y buscando. Menos mal, que hay Sayhi y traductor de Google, porque en este país la comunicación resulta muy difícil.
Comer, en Uzbekistán, no es un gran placer, como decía la coplilla, pero los generosos desayunos de los hostel y Guest House ayudan mucho a templar el día desde su inicio (embutidos, huevos, salchichas, queso, frutas, dulces...)
Abandonamos Jiva, con pereza. No por haber dejado un buen alojamiento, sino el mejor de nuestros diez últimos años de viaje y eso, que han sido muchos y muy variopintos. Sin un plan decidido -fruto de la comodidad del último dia-, optamos por olvidarnos de las marshrutkas y por investigar, como y si es posible, llegar en tren, a Bujara ( la Lonely Planet es muy confusa)
Cacharro, a Urgench, dónde nos sueltan al lado de una universidad. Callejeando y preguntando con mucha paciencia -mi pareja es rocosa en esto-, descubrimos el Bazar y la anexa parada de taxis compartidos, que buscábamos ayer.
En la estación de trenes, el horario para Bujara no es bueno, pero es lo que hay. Llegaremos de noche y sin referencias de hoteles, al margen, de que la terminal está a 9 kilómetros del centro. Pero a nosotros, siempre nos pasa algo y generalmente, bueno.
Cuando vamos a descender del tren, encontramos a un maduro portugués, probablemente, el único guiri, junto a nosotros, que viaja en estos trenes económicos. Porque en el de alta velocidad, que coincide y llega, de Taskent, en ese mismo momento, vienen los poderosos clientes de los grupos organizados. Decidimos organizarnos los tres para buscar cobijo.
Otra vez, volvemos a una litera, por un lado y a una especie de habitación individual, al mismo precio, dónde instalar toda nuestra logística: es un alojamiento híbrido, no sabría calificarlo de otra forma.
Con el taxista, hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero ël sabe perder -con mucha deportividad- y luego, incluso, en el trayecto, nos hace de amable guía ¡Noche amenazante superada!
Nos reaviva el mejor desayuno, con diferencia, del viaje. Surge una anécdota curiosa: queremos saludar al portugués, viéndolo de espaldas, por su incipiente calvicie y no es él. Acabamos de charla, con Andoni, un chico de Donosti, que flipa por como le hemos entrado.
La única pelea del día -que siempre tiene que haberla, en este país-, surge porque el plano de la Lonely Planet -ya nos ha dicho la de turismo, que es "no good"-, no ubica adecuadamente la oficina de compra de los billetes del tren y nos pasamos más de una hora preguntando y buscando. Menos mal, que hay Sayhi y traductor de Google, porque en este país la comunicación resulta muy difícil.