Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 26 de febrero de 2019

La vida, en Ubud

                                       Todas las fotos de este post son, de Ubud (Indonesia)

          Llegamos a Ubud, complicandonos mucho menos la vida, que hace diez años, cuando cogimos transporte público y peleamos hasta la extenuación con el agotador gremio de los bemos. Los shuttles son algo más caros, pero te ahorras aventuras, buscavidas y deambular por Denpasar, con el equipaje, agobiado por la humedad y el calor.

          Nos hemos dado cuenta, de que hace una década y viendo lo esencial, dedicamos poco tiempo, a Ubud. Hasta ahora y teniendo los viajes por castigo, la vida nos da muchas segundas oportunidades y nosotros las agradecemos y aprovechamos (no sabemos, quizás, si lo suficiente)

          En el único supermercado de esta bella localidad, donde muchas casas y alojamientos son templos-hogar, nos hemos encontrado, a Dani, un treintañero arquitecto y surfista donostiarra, que se ha venido a trabajar aquí por un periodo de seis meses, buscando experiencias, formación y librar a Pedro Sánchez de un problema. Uno más de tantos migrantes cualificados, que ha abandonado nuestro país. El super está lleno de guiris, predominando los españoles, que siempre acabamos encontrando la cerveza más barata ¡Somos así!

          Por lo demás, seguimos preparando nuestra esforzada - previsiblemente- escapada, a Lombok. Algunas cosas han cambiado para mejor en este país, sobre todo, relacionadas con las infraestructuras, pero hay otras, que permanecen vigentes y lo harán, per seculam, seculorum ¡No existe solución!


          ¿De qué viven la mayoría de las gentes locales, que forman parte del entramado turístico, más o menos próspero, aunque imposible dilucidar o desenmascarar? Se trata de chicas y chicos jóvenes, como en el 2008, aunque los de aquella época, ya parecen retirados y no se sabe de su paradero.

          Pero, la estructura de vida es la misma y no sabemos muy bien, de que vive todas estas personas, aunque intuimos, que la pirámide familiar establece,  que cada miembro debe aportar al núcleo lo que pueda o lo que le caiga en suerte cada día, siguiendo un estricto régimen solidario. Si no, no se entendería, como se puede sostener este modelo, en el que tanta gente se busca la vida, de manera tan deficiente y obteniendo tan pocos resultados.

          Si eres chica y un poco agraciada -la mayoría de ellas, son bastante exóticas y atractivas para nosotros-, acabarás en uno de los numerosos centros de masaje -sin saber muy bien, lo que va a pedir el cliente- o a promocionar con tu físico los locales de ocio nocturno. Unas y otras, muestran una cara de candidez y de aburrimiento - las más privilegiadas, se entretienen con el móvil-, que provoca entre ternura, pena y pánico. ¡Nada, que ver, con las sofisticadas y entrenadas jovencitas, de Pattaya!

          Ellos trabajan en el sector del transporte. A todas horas y ocupando las aceras - muchas veces, con enormes cartelones- ofrecen taxi, transport, special services...-tambien con el gesto de girar el volante-, bien en moto o en coche. Cada guiri en Kuta -algo menos en Ubud-, debemos tocar a unos 250 supuestos taxistas o VTC, ahora, que están tan de moda. Creo, que algunos ya no recuerdan ni la fecha en que cogieron al último cliente, pero actúan, como autómatas, a veces agresivos, pero menos, que hace tiempo.

          Otra opción, es que te monten una de las 10.000 tiendas de artesanía o ropa, que abundan por los mercados. El día, que vendan algo, habrá celebración familiar y fuegos artificiales al anochecer.

          Otra incógnita y está, con inversión inicial fuerte, son las caras tiendas de 24 horas, que en Ubud, han perdido pujanza, pero que en Kuta, aún son numerosas. Nunca hay nadie, pero a pesar de ello, la vida parece seguir igual.

          Entre lluvias y barros, vamos camino, de Lombok.¡Esperamos, que la suerte nos acompañe!.

lunes, 25 de febrero de 2019

Reencuentro con Bali: del timo del cambio a los espaguetis de luxe

                    Las ocho primeras son, de Kuta y el resto, de Denpasar (Bali, Indonesia)

          La Indonesia, que recordábamos, de hace diez años, nos parece algo dulcificada, quizás, porque entonces,no habíamos estado en India. El tráfico es caótico, incomprensible e injustificable. El número de motos, que circulan y que salen de cualquier callejón, por pequeño que sea, resulta agobiante, aunque los conductores no tratan de asediar al peatón, como si ocurre en muchas ciudades indias.

          También, hemos encontrado más relajada -en la medida de lo posible- a la gente del transporte, pero no debemos bajar la guardia, en una isla, donde menos el alojamiento -regalado y con desayuno-, todo tira a caro.

          Salimos de Malasia, de forma muy sencilla y entramos de la misma manera, en Indonesia (Bali). Menuda diferencia, con hace diez años, cuando un cancerbero aburrido, tocahuevos y cabronazo, a altas horas de la madrugada, nos lo puso muy difícil, a pesar de haber pagado ya el visado.

          No existe transporte público, a Kuta y los taxis son caros, aunque no nos cuesta mucho esfuerzo, reducir una tercera parte del precio, que nos piden en la oficina de pre-pago, situada en la parte de afuera del hall de la terminal de llegadas. A la vuelta, creo que volveremos andando, porque hay aceras y no está muy lejos del centro.

          No nos costó mucho encontrar alojamiento, a buen precio y con piscina. Y lo más importante: podemos ir a echar un sueño a las 9 de la mañana y no, como en Australia, Nueva Zelanda o Malasia, donde se hace preceptivo esperar a los tardíos check-out de las tres de la tarde o más.

          A pesar de pegarnos una buena siesta, siempre harán que tener en cuenta la caraja inicial, al ingresar a un país, aunque ya lo hayas visitado, anteriormente. Nos la quisieron pegar a lo grande con el cambio de moneda y lo peor es, que casi lo consiguen. Les faltó muy poquito. Íbamos completamente desprevenidos, porque en 2008, cuando las comisiones bancarias no eran tan chungas y dañinas, tirábamos de cajero automático (solo funcionaba uno de cada cinco, pero con paciencia, lo lograbas)

          El truco es más viejo, que el hilo negro, pero les funciona y además, no se sonrojan, si los descubres. De esta manera, estuvieron a punto de estafarnos 33 euros, sobre 100. ¡No parece mala comisión! Te dan una tasa muy atractiva, bastante por encima del cambio oficial, pero te empiezan a hacer jueguecitos con los billetes. Te los ponen en montocitos y cuando cuentas los de uno, te quitan unos cuantos del otro de los fajos. Por no decir, que otros los dejan caer al suelo del establecimiento. Los mostradores son altos y nunca les ves las manos. Solo, la cabeza. Normalmente, cuentan con un compinche, discretamente, ubicado enfrente o en los alrededores, que aparece, si se produce alguna controversia. Generan tal confusión, que llegas a dudar de lo que cuentas.

          Pero, al menos, en nuestro caso, no oponen ninguna resistencia, si los pillas. No hace falta siquiera, ni mencionarles a la policía, que por otra parte, ni suele estar en las inmediaciones, ni se la espera.

          El consejo más razonable es, aceptar las tasas de cambio más bajas y de sitios más confiables -chiringuitos de bancos y tiendas grande-, por encima de la de los lúgubres garitos de las calles estrechas, sucias, apagadas y más apartadas. Aunque, te la pueden colar igual en una de las vías públicas más principales, resulta más improbable.

          Para animar el cotarro, empezó a llover, copiosamente y nos refugiamos en un Kentucky, el único lugar, donde habíamos comido bien hace una década, al margen del Carrefour, de Sarabaya, en pleno Ramadán. Todo nuestro gozo cayó en un pozo, porque los espaguetis de luxe -con pollo crujiente y rica salsa, entonces- se siguen llamando de la misma forma, pero hoy en día, se reducen a un amasijo de pasta recogida y escasa con un poco de rabiosa salsa de chile.

          Kuta, sigue al ritmo de hace una década. Llena de bares para guiris sin pretensiones, aunque han emergido centros comerciales, que la hacen más moderna y accesible. Pero, a pesar de todo y como siempre en el tercer mundo, tomarte dos cervezas en un establecimiento de ocio, cuesta lo mismo, que una habitación doble con piscina.

          Las cosas de las repúblicas bananarias, nunca cambian -incluidos los numerosos negocios de masajes, poco catalogados y menos fiables-, por muchos esfuerzos, que hagan estos países en modernizarse. Se trata de problemas estructurales irresolubles. Como, que por 100 euros, te den, sino te engañan, casi dos millones de rupias. ¡No disponen de fuerzas, ni para reestructurar su sistema monetario, como para pedirles logros mayores!


          Los viejos, pero contundentes y bonitos bemos, han desaparecido, al menos en esta zona, de Indonesia. Se ven flamantes taxis, como el que nos traslado desde el aeropuerto y a otros transportistas, a los que se la han metido doblada, porque manejan furgonetas descuajeringadas de infinitesima mano, procedentes, sabe quién, de que parte del mundo y de qué época.

Días de estrés y hartazgo

                          Todas las fotos de este post son, de Ipoh (Malasia)

          Los últimos días en Malasia resultaron algo espesos, después de la gratificante y fresca estancia, en las Cameron Highlands.

          Decidimos, reservar un hotel para una noche, en Kuala Lumpur -en teoría, más barato, que el anterior y con baño-, que intuíamos, nos iba a traer problemas y así fue. Pero, vayamos, cronológicamente, por partes.

          Nos acercamos, a Ipoh, donde el calor húmedo nos embadurno el cuerpo y el cerebro. Se trata de una ciudad no carente de lugares interesantes: calles con murales en sus paredes, una minúscula Little India, Chinatown y algunas arterias soportaladas y arqueadas, tipo Kuching, pero resulta algo rara.

          Lo que llaman el centro, no es el centro, ni se le parece. Esta formado por la estación de trenes -muy bonita, aunque no se parece al Taj Mahal, como dicen los entendidos-, varios edificios oficiales y una torre del reloj, que confluyen de forma desaliñada en una descorazonadora plaza, donde lugareños comen como si no hubiera un mañana.

          De ahí, ir a Little India, resulta un suspiro, aunque el barrio se muestra algo ligth. Chinatown, no está reconocida como tal, oficialmente. Cuenta con casas  bonitas -algunas, recientemente remozadas y de variados colores-, pero los negocios tradicionales están abandonados. Esto, ya lo hemos ido viendo en varias ciudades del país.

          Cruzando el río, encontramos varias calles con dibujos y murales pintados en las paredes, pero los temas son muy blancos y no tan reivindicativos y ácidos, como por ejemplo, en algunas vías públicas, de Melbourne.

          Lo que, realmente, parece el centro y no lo es, es la estación de autobuses, de Ipoh. Aquí, se ubican todas las grandes tiendas de las marcas internacionales, tipo Zara y demás. En el sudeste asiático, ya hace al menos una década, que se han decidido, a llevarse las estaciones de transporte por carretera, a tomar por el culo, por meros motivos económicos y no por la comodidad de los viajeros. Puedes venir en un tren y en vez de cruzar la calzada y tomar un bus, debes meterte en un cacharro de procedencia y rango diverso, para desplazarte, a 10 kilómetros de distancia, ni más, ni menos...

          Al final, después de un largo día muy ajetreado y agónico y tras sobreponernos a una tormenta tropical terrible, conseguimos volver a la maldita terminal TBS, de Kuala Lumpur, donde no te dejan, ni torcer el hombro para echar una cabezadita. Los seguratas sanguinarios hacen su agosto: seguro, que cobran un sueldo de mierda, pero disfrutan, como cerdos, de su jodiente y gratificante trabajo.

          Y ahora, vamos a lo del mencionado hotel, de Kuala Lumpur. Treinta y cinco ringgits de prepago en una reserva, en la que se específica, que se incluyen todas las tasas y servicios. A través de Booking, nos atrapan la tarjeta de crédito, sin posibilidad de cancelar la contratación.

          Después, y a través de mail se nos informa, de un depósito de 50 ringgits -el 150% del total de la reserva- por si acaso, somos unos gamberros y unos salvajes y les destrozamos la habitación. No atienden nuestras razones, ni nos dan ninguna respuesta. Pero, al llegar al establecimiento, es todavía peor. La señora de la recepción, no reconoce la reserva y hay que esforzarse en presentar pruebas. Una vez, conseguido el costoso objetivo, nos quiere cobrar - y lo consigue- la maldita tasa, de 10 ringgits, que no aparecía en ninguna parte y que otros hoteles si cobran, pero advirtiéndolo de antemano.

          Muy cabreados y casi sin fuerzas, escribimos a Booking y nos contestan rápido y de buenas maneras. Suponemos y por lo que nos dicen, que darán un tirón de orejas al establecimiento, pero el estrés y el mal rato, no nos lo quita nadie.

           Hartos de Malasia, nos planteamos si volver aquí, después de nuestro periplo indonesio de dos semanas. Tenemos la vuelta del vuelo comprada, pero volar a Phuket o Krabi, sin volver a pasar por Kuala Lumpur, nos empieza a resultar la solución más factible. Andamos, pensando en ello, cuando se cumple el décimo primer día seguido lloviendo.

          Nuestra vida sigue a trompicones, mientras vamos camino de Bali, donde ya estuvimos en 2008.

domingo, 24 de febrero de 2019

La ópera y el puente (Sydney)


Los senderos de las Cameron Highlands

                        Todas las fotos de este post son, de las Cameron Highlands (Malasia)

          No es mala idea -nosotros ya habíamos leido algo sobre esto- iniciar los paseos por el camino número 4, que parte junto al río, pasando la estación de autobuses. Es corto y estrecho, aunque la jungla te rodea, durante muchos ratos. Al final, se llega a unas cascadas -depende del día, tienen más flujo de agua o menos- y a una zona, donde están construyendo un mirador, algo raro y de dudosas vistas.

          Después de enfilar el camino, que va hacia el hospital y tras ver un delicioso jardín, nos topamos, de forma inesperada, con el sendero número 9, famoso por sus perros rabiosos -un cartel muy viejo advierte: "cuidado con el perro"- y con sus famosos asaltantes malignos. ¿Leyenda o realidad? Ya explique, que a mí me parece un cuento chino, pero la aterradora historia da cierto respeto. La senda termina en las cascadas de Robinson, aunque se divide en A y B. Lo hace bastante gente y no hemos sabido de ninguna desgracia, ni en directo, ni en diferido, ni en los blogs.

          El 10 -que, supuestamente, enlaza con el 11 y el 12, resulta ascendente y abrupto, dado que ha habido corrimientos de tierra, que han dejado grietas severas en el terreno. Pan comido para los más intrépidos, pero no para nosotros.

          El camino 5 no resulta fácil de encontrar y arranca desde el Mardi Agro Technology y asciende de forma inestable entre huertos de coliflores e invernaderos. De una zona colindante, aunque no bien indicada, se erige el sendero número 7, entre plantas de té -o similares- y mucho fango.

          Tratamos de alcanzar la senda 3, siguiendo la carretera, hacia Brinchang y torciendo a la derecha, siguiendo el camino fácil de salir a las cascadas del 4 y tras cruzar un puente colgante, un campo de golf y el acceso al hotel Arcadia, pero para nuestra desesperación, no lo encontramos. ¡Otra vez será!

          El 1 y el 2, tienen su origen en la localidad, de Brinchang, aunque se acaban entrelazando de diversas maneras y al parecer, sin pisar la alborotada carretera principal, con algunos de los de Tanah Rata.

          Sobre el camino 6 y el número 8 no tenemos noticia alguna, aunque tampoco los hemos buscado con ahínco.

          Tres días en las Cameron Highlands han dado mucho de sí: hasta para que nos atacaran - medio en broma, medio en serio- dos perros no salvajes -pero muy agresivos- con el consentimiento de su dueño o hasta para comer fritanga hasta aburrirnos. O hasta para teñir nos el pelo de un bonito color uva morada.

Como organizarse la vida en las Cameron Hihglands

                       Todas las fotos de este post son, de las Cameron Highlands (Malasia)

          Cuando el bus llega a la estación de Tanah Rata, los que te están esperando no son los de los alojamientos -como en otros sitios-, que los hay a cientos, sino emisarios de las agencias, para entregarte los folletos de los tours por las zonas colindantes. Todo correcto, porque no son nada agresivos.
       
Hay dos formas de transitar por las Cameron y no son incompatibles, necesariamente, pudiendo llegar a ser complementarias. Por un lado, esta citada oferta, que básicamente, admite tres posibilidades. Un tour por las granjas de los alrededores: fresas, abejas, té, mariposas...a 25 ringgits. Por el doble, te quitan algo de morralla y te incluyen el treking al Gunung. Y la tercera opción, ya resulta más cara y está relacionada con ver la raflexia (supongo, que está flor es estacional y luego sino la hay, te cuentan cualquier milonga, cuando ya te han atrapado el dinero y el interés).

           Valoramos la primera opción y la descartamos rápido, por motivos contundentes. Por un lado, existe en la ciudad el parque Mardi Agro Technology -cuesta 5 ringgits, pero te puedes colar por detrás, sin problemas-, donde se encuentran la mayoría de las cosas, que ofrece este primer paquete. Y por el otro -como tantas veces ocurre en el tercer mundo-, porque la oferta incluye muchas trampas. La excursión no incluye las entradas, ni lo que consumas. Os imagináis que en un supermercado os cobrarán por entrar. Pues eso ocurre aquí: pagas la tasa de ingreso y después diez fresas -las recolectas tu, claro- que te cuestan dos euros. Cada vez, ¡nos agotan más los sinvergüenzas organizados!

          La otra posibilidad -ademas de una tercera, que es quedarse tomando cerveza en los bares del pueblo, como hacen algunos guiris- es, realizar caminatas a través de los famosos senderos, que parten, mayormente, de esta localidad.

          En su estado puro, pocos sobrepasan los 2,5 kilómetros, pero para los treckineros más audaces, existe la solución de quedarse mucho tiempo aquí, porque unos se entrelazan con otros, dando opciones variadas y hasta inverosímiles.

En el próximo post, os damos los datos, sobre lo que hemos hecho estos días. En este, nos limitamos a dar unos consejos básicos, que ni siquiera nosotros hemos seguido en todas las ocasiones.

          Es tremendamente fácil, que llueva aquí, en cualquier época del año. Aunque cortos, los senderos pueden llegar a ser complicados por múltiples razones: fango, estrechez, tramos muy oscuros debido a la selva, grietas en el suelo, atravesar invernaderos...Traer equipo de montaña, con bastones y todo lo demás, no es mala idea. Y, sobre todo, no obstinarse en llegar hasta el final de los senderos, si las condiciones no resultan favorables.

          En la época, que nosotros hemos llevado a cabo esta experiencia, no te cruzas con muchos viajeros, por lo que en caso de necesitar ayuda, la cosa se complica. Al margen, corren ciertas leyendas, sobre salteadores de caminos o manadas de perros rabiosos, que circulan de blog en blog y de las que no tenemos ninguna constancia fehaciente -no nadie que sepamos, lo ha sufrido en sus propias carnes-, pero la cosa no deja de acojonar.