Las fotos de este post son de las playas de la Concha, los Locos o el Tagle, en Suances (Cantabria)
En la penúltima tarde del viaje -que
fue la única de todos los días, en la que llovió brevemente-,
nuestros planes se torcieron. Pensábamos
retornar, a Torrelavega, donde habíamos dormido las dos primeras
noches, a un precio de 20 euros, la doble. Pero no tenían ninguna
libre, por lo que tuvimos, que tirar del plan B: reservar una pequeña
alcoba en un modesto hostal, de Cabezón de La Sal, a 25 euros.
Ello,
nos complicaba sobremanera la mañana siguiente, dado que deberíamos
levantarnos a las siete, para tomar el FEVE, a Torrelavega,
trasladarnos, a la
estación de autobuses -distante cuarto de hora- y así poder coger
el autobús de la empresa Casanova, con destino a la costera,
Suences.
Después
de dos días de pueblos típicos cçantabros y uno de montaña
abrupta, habíamos dejado para el último, las playas. Fue un error y
debimos hacerlo durante la primera jornada con el día completo
disponible y no esta, con sólo medio. Esto imposibilitó, que
pudiéramos acercarnos hasta la playa de Santa Justa, que dispone de
una ermita enclavada en sus rocas y que en las fotos muestra gran
belleza. Se encuentra, a poco más de dos kilómetros, de la des
Tagle -o Sable-, que si visitamos.
El
autobús te deja en la plaza central del pueblo o tres kilómetros
más abajo, en la playa de la Concha, que es larga, de arena dorada y
fina y tiene la forma de su nombre, aunque no es tan clara, como la
de San Sebastián. El problema consiste, en que se hace necesario
adentrarse mucho para que te cubra, por lo que está
recomendada, básicamente, para personas mayores, familias con niños
pequeños o gentes poco activas.
Si se camina hacia la
derecha, se enfila hacia las playa de la Ribera y la de la Riberuca,
que estaban fuera de nuestros objetivos.
Sin tener muy mala pinta, parecen más normales y demasiado
turísticas en verano.
Subiendo
unas escalera y caminando un kilómetro, desde la playa de la Concha,
se accede a la de los Locos, mucho más salvaje y espectacular, que
esta. Estamos en la primeras horas de la mañana y ya está plagada
de surferos disfrutando de las magníficas, agitadas e imprevisibles
olas. Las vistas desde loa alto del paseo resultan mucho más
bonitas, que desde la propia arena, donde se pierde mucha
perspectiva.
A
20 increíbles grados de temperatura, un 31 de enero, nos ponemos en
marcha a la playa del Tagle, por una vía peatonal -constantemente
ascendente, aunque no muy exigente-, que transita junto a la
carretera comarcal. No discurre muy cerca del mar o la línea de la
costa, aunque a ratos las vistas son muy agradables y escarpadas.
Tres kilómetros y medio después, se debe tomar un desvío a la
derecha, de más de dos kilómetros, que desciende hasta la playa,
que resulta más pequeña, que las anteriores, pero también salvaje,
gracias a las áridas rocas, que la rodean. Apenas, nos acompañaron
un par de paseantes de perros desbocados.
Con
la cara enrojecida y las piernas castigadas por las agujetas del
senderismo del día anterior, pusimos fin a este periplo de cinco
días, que nos resultó más más positivo, agradable y sorprendente
de lo esperado. Esperamos, que en los próximos meses y antes de
empezar el séptimo viajes largo, en mayo del presente año, ALSA nos
siga poniendo las cosas tan fáciles para poder llevar a cabo más
escapadas por España.