lunes, 25 de noviembre de 2024
domingo, 24 de noviembre de 2024
Alemanes, alertas y una ola de calor con violentos vientos
Aquí estamos: en el tren, en uno de esos viajes recurrentes, entre Valladolid y Madrid, que de forma gratuita, llevamos realizando sin desánimo, durante casi los dos últimos años y medio y que en enero, según ha dicho el ministro de transporte -nuestro anterior alcalde- nos quieren quitar.
En el trayecto, está habiendo más incidencias de las habituales. Nos cambiamos de asiento, porque no funcionaban los enchufes para cargar los móviles y al pasar Ávila, recibimos la visita de un segurata para desalojarnos de mala manera. Las butacas pertenecían a una pareja de alemanes. Lamentablemente, está gente funciona así, con lo fácil, que habría sido, que nos lo hubieran dicho a nosotros.
Previamente, el tren había salido con veinticinco minutos de retraso y RENFE nos había freído a alertas al móvil, algunas de ellas, mal redactadas. No lo habían hecho nunca antes. ¿Tendrá algo que ver la catástrofe de Valencia?
Alertas, concretamente dos, también nos ha remitido la aplicación del tiempo, que hablan de ola de calor y de vientos violentos en nuestros destinos de la próxima semana. ¡Volveremos al verano salvaje y con piedras en los bolsillos!
Y es, que en esta tarde de sábado, no viajamos a Madrid para recoger -o degustar - muestras gratis de Samplia, para ver interesantes exposiciones o para contemplar el montaje de las luces de Navidad. Nos dirigimos a Barajas para tomar un vuelo mañana temprano e iniciar el decimocuarto viaje a Marruecos y último en mucho tiempo, dado que tenemos el país trillado
En esta ocasión toca el triángulo formado por Agadir, Taroudant y Tafraoute. Hemos estado en los tres sitios, pero en los dos últimos hace mucho y durante poco tiempo debido al axfisiante calor de agosto de 2010.
Nos apetece mucho este periplo, porque venimos de una situación personal de incertidumbres todavía no resueltas y necesitamos desconectar. ¡Manda narices, buscar Marruecos,como destino relajante!
viernes, 1 de noviembre de 2024
De Taourirt al aeropuerto de Nador
Tras el temporal y con los pies escupiendo agua y espuma, dos eran los modestos objetivos de la tarde en Taourirt. Aunque lo aparentemente fácil, se fue tornando en casi imposible. Se trataba de buscar un hotel y un wifi imprescindible para poder llevar a cabo la facturación on line del vuelo de vuelta con Ryanair, a Madrid, para la noche siguiente.
En Booking, solo aparecía un alojamiento, a 40 euros. Y en Google Maps, dos distintos a este. Constatamos, que uno está abandonado. En el otro, no había nadie atendiendo y callejeando, no encontramos ninguno más.
Finalmente y tras mucho esperar, nos atendió una señora de la limpieza, que solo hablaba árabe. Nos pidió 100 dirhams. Cuando vino el tosco dueño -obsesionado con nuestros pasaportes -, nos exigió 20 más y no le mandamos a la mierda, por no tener alternativa.
Como otros tantos, en los que nos hemos alojado en Marruecos, este hotel tuvo tiempos mejores y gloriosos. Tiene interminables pasillos y habitaciones y baños grandes (dentro de la propia alcoba). Pero, hace 20 o 30 años, lo dejaron de mantener y todo lo que se ha roto o deteriorado -que es mucho-, lo han dejado de reponer. Por supuesto, tampoco se han gastado un solo dirham en montar una red wifi.
Nos planteamos -porque la estación de tren de aquí, no dispone de él-, sentarnos a tomar algo en uno de los numerosos cafés, que si lo tienen, pero como siempre tenemos suerte, encontramos una potente red gratuita y libre a la puerta del hotel.
Taourirt puede llevar a confusión, porque su nombre coincide con el de la bella Kasbah de Ouarzazate. La realidad es, que no tiene nada de interés. Bueno, sí: un supermercado de tamaño medio y sin precios, llamado Mercadona. En la plaza principal montan puestos de comida al atardecer, destacando uno de olorosas y asquerosas cabezas cocidas de oveja.
A la mañana siguiente y a la hora señalada, tren a Zeluan, mucho más tranquilo, que el de ayer. Una hora de trayecto y otra caminando, desde la estación, al centro. Desde allí y por cuatro dirhams, el bus urbano 22 y 22b, te llevan a Alaaourin, desde donde ir andando al aeropuerto (15 minutos desde la rotonda). El 21 y el 26, te transportan a Nador, por lo que desmentimos, que no haya transporte público entre este lugar y la terminal aérea.
El aeropuerto es pequeño y desde sus cristaleras vimos caer otra densa tromba de agua.
El reencuentro con el tren
Salvo algún tramo corto -entre Tánger y Asilah-, no tomábamos un tren en Marruecos, desde nuestro primer viaje al país, en 2005. La estación de Taza tiene un potente wifi libre y suele tener colas en las ventanillas, casi durante todas las horas del día. Agradecimos dejar este lugar, dado que la tarde anterior, habíamos mantenido una fortísima y desagradable discusión con un par de mendigos toca huevos.
El convoy, con final en Nador, iba abarrotado y no tardamos nada en entrar de lleno en la primera pelea. Los asientos, en compartimentos de ocho, son numerados y los nuestros estaban ocupados. Fue sencillo levantar al niño, que ocupaba el mío. Pero la vieja y gorda, vestida de negro hasta las orejas, cargada de enormes maletas, que ocupaba el de mi pareja se negaba en redondo, a gritos y con aspavientos, a abandonar la estrecha butaca. Tuvimos, que emplearnos a fondo para echarla de allí y verla alejarse con todos sus bultos y echando pestes en árabe.
El tren salió y llegó puntual. En el colorido compartimento, íbamos siete adultos -seis mujeres y yo- y siete niños. Una madre con su hija adolescente. Otra con dos churumbeles y una tercera -en edad de poder tener más - con cuatro críos y seis maletas, viajando sola. Para que os hagáis una idea de las condiciones de vida de la mujer en el tercer mundo.
En Taourirt estaba lloviendo a cántaros. Constatamos, que solo hay dos trenes , al día, a Nador. Pero nosotros no queríamos llegar hasta allí, porque el aeropuerto está 30 kilómetros antes y la ciudad ya la conocemos.
Como el tren, que nos venía menos mal parte a las 06:41 y no queríamos madrugar, nos empapamos haciendo a pie los cinco kilómetros, que hay hasta la terminal de autobuses y taxis compartidos. Ambas no están en muy buenas condiciones, permaneciendo semi abandonadas y hoy, plagadas de goteras. Las alternativas, que nos ofrecieron no fueron mejores y resultaban más caras.
Al fin y retornando al centro dejó de llover. La ciudad estaba vacía y absolutamente anegada.
Taza
Durante la noche de nuestro segundo alojamiento de Fez cayó la mundial, lo que supuso un cambio en el tiempo, en el inicio de la segunda mitad del viaje. La temperatura descendió unos diez grados hasta marcar los veinte, aumentaron los vientos fuertes y llegaron las lluvias abundantes, en vísperas de la gota fría valenciana.
Ya notamos esa nueva situación, cuando partimos, camino de Taza (dos horas). En el norte, los autobuses son más baratos, que en el sur de Marruecos, aunque el estado de mantenimiento y confort de los vehículos es tan diverso, como allí. A partir de este lugar, empezaría a tomar protagonismo el tren, algo, que agradecimos, aunque también aumentó más el componente colorido y aventurero de este decimotercer periplo por el país alauita.
En Taza, ya habíamos estado en febrero de 2012, al inicio de nuestro quinto viaje largo, rumbo a Sáhara Occidental, Mauritania, Senegal y Mali.
La estación de trenes -la de buses no sabemos dónde está, porque no nos dejaron en ella-, está a casi una hora caminando de la elevada, no muy grande y coqueta medina. A unos veinticinco minutos andando y cerca de una tienda de licores, cerveza y vino, encontramos el único hotel barato de la zona nueva (sigue existiendo el de la vieja, donde nos alojamos y morimos de frío la vez anterior).
La habitación fue aceptable, aunque el baño compartido no dispone de agua caliente, por lo que no hubo ducha. Los pasillos están bastante abiertos, por lo que se generan virulentas corrientes, que te empujan, como si fueras en una alfombra voladora. Fue aquí, donde asistimos al descalabro del Madrid con el Barça.
Para llegar a la medina hay, que subir doscientas setenta y tres escaleras. Tiene una plaza rectangular y arqueada, bastantes calles estrechas de tonos azulados y verdosos y con arcos, un elegante zoco cubierto y numerosos puestos de mercado, donde predominan las frutas y verduras, los encurtidos y aceitunas y el pan.
Al día siguiente y por primera vez en el viaje, no teníamos que madrugar, dado que el tren, a Taourirt, no partía hasta después del mediodía. Hoy habíamos hecho 117 kilómetros. Mañana, 123. Y el lunes, camino del aeropuerto de Nador, donde finalizaremos el periplo, otros 100, que suman los 340 totales desde Fez.
Sefrou e Ifrane
Nuestros planes pasaban por llegar hasta Sefrou en el autobús de las once de la mañana, dado que era jueves y ese día de la semana se celebra un mercado bereber. La cosa se complicó bastante, porque el vehículo estaba lleno y tuvimos, que recorrer unos cinco kilómetros hasta la medina nueva, para dar con la parada a ese destino de los taxis compartidos. Salimos de inmediato, en un coche nuevo. Por el camino -de 29 kilómetros - numerosas obras. Tercer día en Marruecos y los tres de notable calor, aunque no asfixiante.
La estación de autobuses y de taxis compartidos de Sefrou está junto a la medina amurallada, a la que se accede por dos puertas (norte y sur). La zona intramuros está dividida por un río, sobre el que cruzan cuatro puentes. A un lado, hay tenderetes y puestos de fruta y verduras y al otro, la medina en si, con sus calles llenas de casas y tiendas, muchas veces protegidas por enormes portalones de color azulado verdoso. Resulta muy bonita y animada, en algunas de sus partes y casi derruida, en otras. No destaca por su limpieza, desde luego.
Al parecer, todo lo que les sobra -menos mal, que en Marruecos no es mucho-, lo tiran directamente al río. Así, se puede ver una maleta, un casco de motorista, el asiento delantero de un coche, ropa y calzado viejos... Y es una pena, porque este entorno, bien cuidado y conservado, sería bastante agradable para la vista y el paseo, ya que el zigzagueante y estrecho afluente, tiene pequeñas cascadas y rápidos.
En relación con esto, nos ocurrió una curiosa anécdota. Después de comer, hemos comprado un melón y estamos tranquilamente sentados, comiéndolo al lado del río. Se acerca un niño de poco más de un año y cuando hemos terminado, pretende hacerse con la bolsa de las cáscaras. Se la damos, expectantes por saber, que es lo que quiere hacer con ellas. ¡Por supuesto, tirarla al río!.
Antes de retornar a Fez, comimos en una terraza de un bar de la plaza de la medina, medio pollo, con sus verduras y patatas fritas, por 20 dirhams. La verdad es, que en los restaurantes marroquíes, son tremendamente generosos y siempre ponen raciones enormes. Nunca te quedas con hambre y a veces, con un solo plato, almuerzas. De postre, nos metemos para el cuerpo, el referido melón.
En la parte sur de la medina, está el llamado mellah o barrio judío. Aún se conservan un par de sinagogas
Preguntando y preguntando, conseguimos llegar hasta el bellísimo salto de agua, que se recomienda en la guía Azul, que hemos traído, de Marruecos. Volvemos a Fez.
En Fez, ya de vuelta, reservamos una habitación en el corazón de la medina, más cercana a la puerta azul y verde. La realidad era, que ya no aguantábamos más en el Riad Dar Diwan, pero tampoco ellos tenían disponibilidad de habitaciones para esa noche. Aquí, casi no había clientes y los dueños del alojamiento son más normales.
Para llegar a Ifrane, también es posible hacerlo en autobús. Son 63 kilómetros y una hora y media de trayecto.
Ifrane, es uno de los lugares más frescos de Marruecos (se le llama la Suiza marroquí). Para nosotros, se convirtió en un auténtico oasis, después de la climatología, que hemos padecido, durante los últimos días. Incluso en verano, la temperatura es muy agradable y hace, algunos grados menos, que en Fez, Sefrou y Azrou.
Ifrane -a 1700 metros de altitud-, además, tiene un trazado rectilíneo y está, extraordinariamente limpio. Dos características, no muy habituales en Marruecos.
En las casas predominan los tejados a dos aguas, de tipo alpino. No hay bullicio en la calle, ni zocos, ni algo que nos dé pistas de que estamos en el reino alauita. Lo que resulta más agradable aquí, es pasear por los parques y lagos. En uno de ellos, se encuentra la Cabeza de León, que es el símbolo de la ciudad.
Nos acercamos al mayor atractivo de la zona, a unos tres kilómetros del pueblo, que es, la Cascada de la Virgen. Hay otras más alejadas, pero a esas, ya no llegamos.
Tomamos el bus para Fez, con la misma compañía, con la que llegamos. Los bosques de cedros y el frescor, van desapareciendo del paisaje y dejan en su lugar, tierras secas y plagadas de olivos.