Sobre las nueve de la mañana dejamos el hotel más caluroso del viaje, donde del grifo del agua fría sale el líquido elemento casi hirviendo durante el día, dado que el depósito está en el tejado.
No tardamos mucho tiempo en acomodarnos en el Jeep, único medio de transporte, -es un decir, porque es el más incómodo hasta la fecha, de este viaje-, aunque no sin discutir, porque para cuadrar sus planes, nos querían colocar en vehículos diferentes.
La primera hora fue un infierno, dentro del atasco más monumental vivido nunca en este país y ya es decir. El techo ardiendo y fuego solar entrando por las ventanillas -nada de aire acondicionado, a pesar del alto precio del pasaje-, nos daban la sensación de estar sentados en el interior de un radiador incandescente.
Y soportando este panorama, sin ni siquiera poder beber agua, por temor a realimentar la diarrea de ayer. Al final, contemplamos la causa del colapso: un camión enorme de sacos de maíz había volcado en mitad de la carretera.
Tres horas y media para noventa y siete kilómetros, porque el chófer paró para comer. No se entiende una cosa así para ese corto margen de tiempo, porque en las quince horas, que duró el viaje del otro día, a Siliguri, solo detuvieron el bus una vez para todo (comer, mear,lo siguiente).
Al llegar a Shillong, se presentó el problema de los hoteles, que ya preveíamos. Nos pedían tres veces más, de lo que venimos pagando. Al final hemos encontrado uno por la mitad -1500 rupias - y otro para mañana por 800, muy básico, pero el de hoy también lo es, porque no tenemos ni agua caliente, estando a 20 grados (diez menos que ayer).
De momento, estamos encantados con esta ciudad y su Police Bazar -vaya nombrecito-, lleno de actividad comercial y de vida, a pesar de que por la calle principal pasen molestas motos y coches. Aunque la gente es más educada -igual de brutos, eso sí, que en otras partes - y tienes serias opciones, si te decides a cruzar, de no morir en los pasos de cebra.
Megalaya es un estado de mayoría cristiana, por lo que abundan las carnicerías y las tiendas de alcohol, con el güisqui a mitad de precio, que de donde venimos.