Todas las fotos de este post son, de Seúl
El viaje va agonizando, pero lo hace con gusto y con nuestra inestimable complacencia. Ocurre siempre lo mismo -afortunadamente-, en estos viajes cortos, que tan abruptos resultan, a veces. Normalmente, llegas al nuevo país y te sientes desbordado. Debes adaptarte a innumerables cuestiones logísticas, que desconoces -hay poca información sobre Corea del Sur y en Valladolid, ni siquiera encontramos la Lonely, en inglés- y te maniatan durante las primeras horas.
Como ya hemos narrado
pormenorizadamente, el primer día en Incheon y el segundo, en Seúl,
fueron durísimos, mentalmente. En este sentido y para nuestro bien,
la segunda parte del viaje ha sido más complaciente, aunque en lo
físico nos ha castigado mucho , dado que llevamos cuatro días
subiendo montes y montañas, en busca de naturaleza, budas, templos y
quema de adrenalina. Con tantos animales, plantas, ruinas y demás,
hemos perdido un poco de perspectiva, sobre lo que nos apasionaba las
primeras jornadas de este trepidante viaje.
La gente en provincias es
algo más previsible, conservadora y discreta, que en Seúl, ciudad
cosmopolita por antonomasia. Aún así, encontramos cosas, que nos
siguen sorprendiendo. Por ejemplo, la forma en que los jóvenes usan
la cámara de fotos de su teléfono, como espejo para peinarse y
ponerse guap|@s (no tardará en llegar a España). En este sentido,
Corea es una avanzadilla tecnológica, con tablets y móviles de gama
media/alta. a precios de risa (lo único barato, aquí).
Hace unos pocas jornadas,
bromeaba con que un móvil costaba menos, que un kilo de carne de
ternera. Casi acierto: viene a ser lo mismo, que dos kilos: unos 40
euros. La gente, que como zombis mutantes , va mirando sus teléfonos
por la calle, cuadriplica a la de España, lo que augura un futuro
mundial muy pesimista. Los que mandan estarán tan contentos, con que
cada vez más gente incauta y despersonalizada no mire más allá de
la pantalla de su smartfphone.
Otro tema, que nos llama
la atención es, el de la comida. Un país con una renta per cápita
bastante mayor a la de España, donde no se tira ni un sólo alimento
(no hallamos nada por la calle o en contenedores y papeleras). Ayer,
de un vehículo de reparto, se cayo una caja de kakis y el
transportista, desazonado, se la jugó entre el trepidante tráfico,
para cogerlos uno a uno del asfalto. En las mesas de los infinitos
“food court” -patios de comidas- o en las de los “fast food”,
no hay ningún resto dejado por los comensales, quejumbrosos o
deshambriados. No tiran ni los caldos de las diversas cocciones. Si
cuecen setas, pollo o calamares, por un lado te darán el producto
seleccionado y por otra parte, en un vaso, su jugo, sin sal (la
cocina coreana utiliza muy poco este ingrediente, salvo para el
kinchi o productos marinados o en salazón).
Otra de las cosas
pujantes, que a no tardar mucho veremos en España, son los semáforos
en el suelo (muy chulos). Se trata de una fila de baldosas luminosas
, delante de la calzada, que muestra el color del semáforo -rojo,
verde o parpadeante, cuando cambia de uno a otro-.
La verdad es, que en una
estancia corta en Corea del Sur -salvo el precio de los alimentos-,
no te jode casi nada. ¡Hasta llueve suave durante horas, para que no
te mojes mucho durante tus excursiones!. Baste decir, que lo único
que nos ha rallado en la última semana, es que los buses locales
exijan un precio exacto -normalmente, 1500 wons por persona-, que hay
que meter en una urna, situada al lado del conductor, que va
encerrado y sólo se ocupa de conducir el vehículo. Si no lo tienes
justo, pierdes la vuelta, al igual que ocurre en países, como
Singapur.