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miércoles, 21 de diciembre de 2022

Al final, no fuimos a Matheran

           La última mañana en Margao fue al estilo calcuteño. Es decir, tomando cervezas en la habitación y agotando el tiempo hasta el límite del checkout . Los 600 kilómetros hasta Bombay fueron una maravilla. Acostumbrados a todo tipo de autobuses infernales, la litera del tren nos pareció una limusina. Nos sorprendió, que no fueran muchos pasajeros y por tanto, la tranquilidad nos indujo un reparador sueño.

          A las 6:15 y con 35 minutos de retraso, llegamos a la antigua estación Víctoria (ahora se llama de una manera más complicada). Como siempre en India, no puedes hacer una predicción de tu futuro inmediato. Sábado, a estas tempranas horas y la estación abarrotada y más todavía, el tren de cercanías, que nos debe llevar a Neral, desde donde se accede, a Matheran.

          Como otras veces, la decisión cayó por su propio peso. Había, que elegir entre este destino y Nasik, al norte de Bombay. Pero a este último, los trenes tardan cuatro horas y media. Por eso, fuimos a Neral 

          "¿A donde va tanta gente hoy?" le pregunto a mi pareja, mientras nos agobiamos en el vagón. "A trabajar, seguro", me contesta ella. Cuando llegamos al destino, colapso total. No iban al curro, sino aque nosotros y todos indios (ni un solo guiri). El tren, que va a Matheran -casi tres horas para 11 kilómetros -, se ha restablecido, aunque su frecuencia es escasa, con cuatro al día. Tenemos la mala suerte, de que según llegamos, está partiendo uno, no habiendo otro hasta dentro de tres horas. Decidimos, no esperar.

          Este convoy fue suspendido en 2016, debido a varios descarrilamientos y nadie tenía la esperanza de recuperarlo, pero en India lo imposible es posible. Como bien dice la Lonely Planet -muy mala, en general -, afuera de la estación, se toman taxis compartidos al mismo destino, que cuestan 160 rupias. Pero, las colas son infinitas. Definitivamente, desistimos y abortamos la deseada excursión.

          La calle principal de Neral es un verdadero caos, propiciado en un 50% por los cacharros de todo tipo y a partes iguales, por los interminables puestos de fritanga y los alborotados peatones. Menos mal, que no hace mucho calor.

          No tardamos mucho en encontrar hotel. De 1200 rupias, lo bajamos a 800 y el dueño orgulloso, nos dice, que somos tan buenos negociando, como los propios indios. ¡Vaya piropazo!

          La misma cerveza, que compramos en Goa por 85 rupias, cuesta aquí, 220. Dejamos transcurrir el día, solo saliendo para comer y comprar algo para la cena.

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