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viernes, 18 de noviembre de 2022

Esta vez, tocaba entrar por Bombay

           Dado, que además, de las cuatro veces que hemos aterrizado en India, tres eran de noche, estos momentos siempre, han sido impactantes. Si ya has estado en el país, parecería, que ya estás vacunado, contra lo que te pueda ocurrir, pero la realidad demuestra, que cuando vuelves, debes ponerte una dosis de recuerdo.

          Dieciocho agotadoras horas de escala en Abu Dhabi, fueron la antesala de nuestro cuarto viaje a India, habiendo tenido más problemas al embarcar, en Madrid, con un objeto metálico olvidado en mi bolsillo, que con el farragoso papeleo.

          Conocíamos cuatro de los más importantes aeropuertos, de India, pero nos faltaba el de Bombay, lugar, por el que hemos ingresado esta vez. En el mostrador de las visas, vacío, no tuvimos mayor dificultad, que la máquina automática, que insistía en no querer tomar mis huellas dactilares. Todo resultó rápido y amable y no nos exigieron, ni el formulario de salud digital, ni el certificado de vacunación, que si llevábamos.

          Para llegar al centro, la forma más habitual es complicada, peligrosa y requiere mucha paciencia. Debes hacer una larga y agresiva cola -recien aterrizado-, para pelear y que te asignen un tuck tuck, que te conduzca a la estación de Andheri, a unos siete kilómetros de distancia. Por supuesto, nadie te dice el precio aproximado y lo que si llegamos a ver es, que el nuestro tenía taxímetro. Pero, el conductor se negaba en redondo a ponerlo y nos pidió 200 rupias. Le dijimos, que 100 y terminó bajando, a 150. Nosotros no subimos nada y se enfadó. El viaje alternó las discusiones, con poner y quitar el contador y todo mientras el conductor se manejaba a bandazos entre el intenso y endiablado tráfico nocturno.

          Estuvimos a punto de chocar diez veces, de atropellar a seis peatones y de volcar en otras cuantas ocasiones, para acabar peleando por apenas 30 rupias: las 150, que seguía pidiendo y las 120, que le dimos y que ponía en el taxímetro. Desde Andheri, una hora de recorrido en tren de cercanías, hasta la estación central de Bombay.

          Eran las nueve y media de la tarde y como conocemos la ciudad, nos aventuramos, a llevar a cabo andando, el fácil y animado camino, que lleva hasta la Puerta de la India, donde hay muchos alojamientos, entre ellos, el de la última vez, por el que pagamos 500 rupias. Bueno. Lo de fácil, ya no, porque donde había aceras, hoy están desaparecidas, debido a la colosal obra de la línea tres del metro, que va para largo. Y, lo de animado, tampoco, porque a esas horas el inmenso bazar estaba casi cerrado y muerto.

          Tras equivocarnos un par de veces, llegamos a nuestro destino, en el popular barrio de Colaba. El alojamiento buscado había desaparecido y en los demás nos pedían un dineral, que ni en esta situación de emergencia, estábamos dispuestos a pagar.

          Nos resignamos, a volver a la estación y dormir allí. Pero, nos perdimos y regresamos por otro camino, que estaba todavía peor para el tránsito. Al retornar a la calle principal contemplamos, que en la otra acera también está el asfalto y las baldosas levantadas y llenas de basura, con enormes ratas dándose un festín. En la de enfrente, los gatos, no se atreven, ni a mirarlas. Y, en la mediana, separando ambas faunas, decenas de mendigos tirados por el suelo, buscando sus sueños.

          Un buen lingotazo de ginebra, un té con leche y a dormir al firme de la estación, hasta, que a las siete, nos despertaron. ¡Un nuevo día nos aguarda!

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