Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 2 de diciembre de 2025

Demasiado tarde para acceder a la Gran Duna

          Nos despertamos antes, que el despertador. Nos hubiera apetecido otro rato de cama, pero ... Antes de irnos a dormir, ya habíamos decidido, como cabía esperar, que no iremos a Bojador. No merece la pena arriesgarse por un cabo y una playa , ubicados en un pueblo insulso (dicen).
   
          Tratamos de desayunar, donde comimos ayer, pero están fregando el garito y no han abierto todavía. El bus 18 pasa enseguida y conseguimos tomar asientos, antes de que se abarrote. De camino, el mismo paisaje desértico de ayer con varias dunas pequeñas y una treintena de jaimas, que parecen permanentes. Nos bajamos a la altura del Palacio de Congresos y nos encaminamos a la estación. 

          Queremos comprar los billetes para la vuelta en un nocturno, a Dakhla. Desde luego, no será con la compañía SATAS. Al final, los adquirimos con la estatal CTM para las 22:45 horas. Pagamos  20 dirhams más, que a la ida, pero nuestros cuerpos lo van a agradecer, seguro.

          Al salir ya con los boletos, nos zampamos el bocata de sardinas más rico del viaje acompañado de una docena de complementos. ¡Que delicia!. A la tarde nos meteremos para el cuerpo otro o dos más.

          Toca entretener el día con los bultos a cuestas y sin rumbo fijo. El Aaiun es una ciudad relativamente moderna con manzanas perfectas, anchas avenidas bien asfaltadas -a diferencia de Dakhla - y edificios clónicos construidos con materiales de baja calidad. A las cinco y como en los días anteriores, el cielo se ennegrece.

          Quedan dos horas para anochecer y decidimos sentarnos sobre la arena del desierto, contemplando varias cercanas y pequeñas dunas. Más lejos, la Grande, que vemos de lejos -consuelo-, aunque no la podremos escalar. De repente, un trio de jovenzuelos nos adelantan y se van hacia el río. Los vemos desaparecer entre la frondosa vegetación y no sabemos cómo, aparecen al otro lado. Pareciera un pasaje secreto, pero desde luego, ni se han ahogado, ni muestran rastros de agua.

          Quedan tres cuartos de hora de luz y ni siquiera lo intentamos. ¿Habrá una próxima vez? ... 

          Por cierto. Se nos olvidó contar una anécdota del día de nuestra llegada a este desierto. Buscábamos, como locos, como cruzar el río entre la vegetación, cuando de repente, nos encontramos a un hombre defecando en cuclillas, que nos miró raro. Debió pensar: "266000 kilómetros que mide este desierto del Sáhara Occidental y 9,2 millones que tiene de superficie el Sáhara completo y me van a tocar a mí estos dos guiris gilipollas".

          La espera se hace larga. Si El Aaiun de día es aburridísimo pues imaginad de noche. El autobús sale diez minutos tarde. Hay unos cuantos asientos vacíos. Vamos a hacer por tercera vez en nuestras vidas este recorrido, pero siempre ha sido de noche, por lo que no sabemos, que hay de por medio.

          A las seis y media de la mañana estamos en la oficina de CTM en Dakhla. Queda algo más de hora y media para amanecer y esperamos sentados. Al final, ayer tarde pudimos hacer el check in de Ryanair, tirando del wifi del hotel del primer día, desde la propia calle.

          Hasta el aeropuerto hay hora y media caminando por las ruinosas calles de siempre. Ya en la terminal, buscamos con el wifi la tienda del alcohol. Queremos comprar vino para pasar la mañana.

          La encontramos, pero por la misma garrafa de litro y medio, que pagábamos en otras partes a 50 dirhams , nos piden aquí noventa. Le mandamos a freír espárragos a pesar de que nos va a sobrar ese dinero o más. ¡La dignidad está por encima del vicio!.

          La espera se hace larga, los controles breves y poco exigentes y el vuelo -no me duermo como a la ida- resulta bastante turbulento. Todavía nos quedan cuatro horas para embarcar en el ALSA, a Valladolid. En Madrid hace un frío, que corta la respiración.

La misteriosa escalera del calentón

           No tenemos nada claro, si tras la visita, nos alojaremos aquí, si regresaremos al hotel de El Aaiun de ayer o si tomaremos un bus nocturno a Bojador, donde llegaríamos a las dos de la madrugada (muy mala hora, porque por las noches hace bastante frío). Esta última opción queda descartada, porque todos los buses a este destino y desde aquí y hoy, ya han salido. Habría, que retornar a El Aaiun.

          Mientras nos decidimos, nos topamos con el Hotel Granada. Nos dejan una estupenda habitación con baño dentro por tan solo 150 dirhams, por lo que no le damos más vueltas. El check in nos lo hace una mujer mayor. Junto a ella, una jovencita de unos 20 años, que va a protagonizar la anécdota del viaje. Nuestra alcoba está en la segunda planta y debemos subir cuatro empinados tramos de escaleras, casi a oscuras. Delante va mi pareja. La joven, que se da cuenta de mi dificultad visual, ni corta ni perezosa y sin siquiera hablar, me agarra con las dos manos por el brazo derecho y pega sus voluminosos pechos a mi cuerpo. No tengo tiempo para valorar ninguna opción, porque empieza a tirar de mi con fuerza escaleras arriba a una velocidad de vértigo y sin dar la luz. Estamos a punto de caer tres o cuatro veces, pero nada la detiene. Yo, con un calentón tremendo y mi pareja flipando boquiabierta.

          Al sofocón, se une el calor de la calle, en la jornada más soleada y de más alta temperatura de este periplo. Es hora de zamparnos un rico bocadillo de sardinas con salsa -nos calientan hasta el pan- y unos calamares.

          Lo expongo sin rodeos: Marsa es un lugar horrible. Habíamos leído sobre su puerto antiguo y una bonita playa. Pues nada de nada. El primero es enorme y aglutina barcos de todo tipo, la mayoría de ellos muy viejos. Además es imposible acceder sin permiso al interior, porque lo rodea un muro y verjas. La playa está detrás y no se ve. Hay otra caminando hacia la derecha y enfrente de una mezquita, pero está plagada de escombros y el mar se vislumbra muy lejos.

          Nos cansamos de dar vueltas sin ton ni son y después de arrasar con una pastelería de dulces baratos y ricos.

          Cuando llegan las cinco de la tarde y como ayer, el cielo comienza a ennegrecerse, mezcla de nubes y polvo del desierto y ya no volverá a despejar. Tenemos el pelo lleno de arenisca, que nos ha traído el viento a pesar de que nos hemos duchado ayer.

          Cada vez tenemos más dudas, sobre si mañana iremos a Bojador. Teóricamente, sería factible coger un bus a primera hora, dos o tres de visita y continuar en un nocturno, a Dakhla. De todas formas y con la incertidumbre de los horarios, tal vez no merezca la pena arriesgarse y perder el vuelo ( no hay otro hasta el próximo sábado).

          Lo que si hemos descubierto es el bus urbano, que conecta con El Aaiun. Tiene el número 18 y pasa cada sesenta minutos (7 dirhams, por los 20, que hemos pagado está mañana).

          Compramos la cena, también a base de pescado y nos vamos a disfrutar de nuestra magnífica habitación. En la recepción ya no está la guapísima chica de este mediodía. ¡Una pena!.

          Hay jaleo hasta casi media noche en las calles adyacentes, aunque ni El Aaiun, ni Marsa, destacan por sus mercados. Tan solo, unos pocos puestos de olorosa fruta y en perfecto estado de maduración, lista para ser disfrutada ( y no, como en España).

          La ducha -a pesar de caer solo un hilillo de agua hirviendo - resulta reconfortante. Apagamos la televisión, que solo emite programas en árabe y nos damos al indie  de Spotify, mientras tomamos una buena dosis de vodka. Las reservas van justas y se acabarán mañana. Dormimos de un tirón, porque llevamos tres noches a medias.

lunes, 1 de diciembre de 2025

Cansino El Aaiun

           Al lado de la estación de autobuses de El Aaiun hay un buen alojamiento. La chica nos ha pedido 150 dirhams por la habitación, lo que nos parece razonable, aunque preferiríamos dormir en el centro y hacia allí nos dirigimos. En el camino, nos zampamos un suculento bocadillo de sardinas y otros complementos vegetales. En este país lo pican todo hasta lo minúsculo, porque la mayoría de la gente tiene la dentadura muy mal. Nosotros tampoco les vamos a la zaga y deberíamos ir más a menudo al dentista.

          En el centro existen tres hoteles juntos, de fachada fea y antigua, aunque con habitaciones razonables. La más barata cuesta 200 dirhams, por lo que decidimos deshacer el camino -aburridos estamos del paisaje, del incesante calor y  de la brutal falta de actividad - y regresamos a la zona de la estación de autobuses. Al final, acometemos la misma calle de enormes camiones aparcados, que nos saca al centro de la calzada y que a duras penas, ya habíamos recorrido esta mañana.

          Ahora resulta, que había habido un malentendido  y que los 150 dirhams, eran por una habitación individual y no doble, cuyo precio casi se duplica. ¡Pues, vaya día, que llevamos!

          Toca retornar al centro y llevar a cabo el sufrido camino por enésima vez. Ni unos dulces, ni el tercer refresco grande de la calurosa mañana nos alivian.

          Ahora sí y ya sin titubear, tomamos la alcoba de 200 con baño compartido, en el Hotel Jodesa y nos pegamos una buena siesta hasta las seis de la tarde, cuando aún faltan dos horas para anochecer.

          En el centro hay muy pocas posibilidades culinarias y son caras, por lo que nos va a tocar cenar a base de snacks y de galletas de poca monta. Aprovechamos para acercarnos a la Plaza Oum Saad. Se trata de una inmensa explanada -parcialmente, en obras-, que cuenta con mucho espacio para el esparcimiento, abundante vegetación y varias fuentes y estanques espectaculares. Un buen lugar para pasar un par de horas sin hacer nada.

          Nuestros planes pasaban por ir mañana a Smara, a unos 200 kilómetros de aquí. Pero hemos constatado, que solo existe un autobús al día, tiene mal horario y no tenemos garantizado el bus de vuelta. Nunca hemos cambiado tanto nuestra opinión sobre destinos, como en este viaje y las veces, que aún nos quedan de hacer lo mismo.

          Por tercera noche consecutiva dormimos regular y abandonamos la habitación pronto, a pesar de que a estas horas ya golpea con fuerza el calor, que ha ido un crescendo a lo largo de los días, hasta límites insoportables (llegamos a 34 grados,mientras en Madrid no pasan de los 10).

          Hemos decidido, que nos iremos hasta Marsa, a unos 25 kilómetros, donde se encuentran la playa y el Puerto de El Aaiun. Ayer y en una mensajería nos han hablado, de que existe un bus urbano, que parte de otra estación de autobuses,que lleva hasta allí. Pero nadie -incluida la chica del hotel-, nos sabe dar indicaciones de donde cogerlo.

          Volvemos con calma y con abatimiento a la terminal de ayer y cogemos un caro vehículo de Supratours. Deberíamos tardar tres cuartos de hora, pero como de camino para treinta minutos para cargar y descargar mercancías en uno de sus almacenes, pues nos vamos a más de una hora. Menos mal, que el aire acondicionado es bastante potente.

          El conductor no se entera de nada y tenemos, que gritarle, para que pare, porque intuimos, que nos hemos pasado de nuestro destino. Efectivamente, nos toca retornar andando -por una acera, eso si-, casi tres cuartos de hora soportando un intenso, constante y desagradable olor a pescado salado y seco.

          Nos damos cuenta, de que de nuestra primera visita a El aaiun en 2012, no recordábamos apenas nada.

Sin duna no hay paraíso

           Atardece, aunque al sol le cuesta irse. Compramos los billetes del bus nocturno, a El Aaiun con SATAS, porque sale más barato y tiene mejor horario. Nunca debimos hacerlo.

          Tratamos de llegar a las playas salvajes de la otra vez, ubicadas en el otro lado de la península de Dakhla, pero la noche nos confunde y acabamos atrapados en un polígono industrial, abarrotado de pesados camiones en constante movimiento y con vomitivo olor a pescado podrido (que no secado).

          El bus, que parte desde la puerta de la agencia, sale veinte minutos tarde. El vehículo lleva más mercancías, que pasajeros. Los asientos -por llamarlos de alguna manera -, son los más incómodos, que hayamos ocupados en décadas. El viaje resulta una pesadilla de constantes paradas y acelerones, que ponen a prueba nuestra paciencia y la capacidad para dormir. Pero, en esta vida, todo termina fluyendo y a las seis y media de la mañana y huesirrotos arribamos a nuestro destino.

          La estación de El Aaiun es bastante nueva y funcional, aunque a estas horas -lo poco, que hay-, está cerrado. Nos tumbamos en un banco, pero nos levantan. ¡Ganas de molestar a lo tonto!.

          Esperamos, a que amanezca, sobre las ocho. La bolita azul del Maps nos indica, que nos encontramos bastante cerca de la Gran Duna, que es nuestro primer objetivo del día. Estamos algo desconcertados y con sueño.

          No hay casi nadie por la calle, porque ni en Marruecos, ni en Sáhara Occidental, madruga nadie. A los pocos transeúntes existentes -de sesenta años pa arriba -, les preguntamos por la duna en francés, español e inglés, pero nadie nos entiende. Finalmente y junto a unas casas de típica y pobretona construcción desértica, damos con el camino.

          Habíamos leído, en el excelente blog "Salimos de Bilbao", que hay, que cruzar un arroyo y que se puede hacer montando un puente de piedras. Debieron venir en época de sequía, porque hoy el agua, nos llegaría, fácilmente, al cuello y no estamos por la labor. Buscamos alternativas, mientras el calor empieza a apretar, pero no las hay. El agua o la abrupta vegetación nos impiden el paso, así que debemos asumir el fracaso, cuanto antes. Nos vamos al alejado centro.

          El Aaiun es una ciudad anodina, cuadriculada, aburrida y muy fea. ¡Hala, ya está dicho y de golpe!.

          Lo más auténtico y divertido se encuentra en este barrio de la duna, donde al menos hay vida y negocios, incluida la insulsa catedral cristiana, como única muestra de arte. Caminando un poco , se llega a una inmensa explanada, donde se encuentran el Palacio de Congresos y la Mezquita  Moulay Abdel Aziz ,con torre mamotrética, como casi todas en Marruecos. Más adelante, se llega al centro, donde hoy domingo, no discurre casi nadie.

          Tenemos suerte de encontrar una casa de cambio abierta, aunque con no muy buena tasa.

          Toca buscar algo para comer y una habitación adecuada, pero ambas cosas no parecen nada fáciles.

Próximamente...








 

domingo, 30 de noviembre de 2025

Dakhla destruction

           Estoy tocado -pero no hundido-, después del lío de los botecitos de alcohol y de ese segurata hijo de puta, que con su arrogancia e ineptitud, ni siquiera era capaz de encontrar la fecha en la tarjeta de embarque. Debimos pedirle, que se identificará y darle un buen escarmiento. Yo soy así. Me gusta dar clases a la gente y que se lleven su merecido, faltaría más. Afortunadamente, mi pareja es más reposada y menos vendetista.

          A pesar del intenso e indisimulado cabreo, logro dormirme íntegramente, durante las tres horas y media de vuelo. Vamos separados por dos filas, pero el agotamiento es tal, que ni siquiera tratamos de juntarnos.

          Llegamos y son las nueve y media de la mañana, cuando afrontamos la escalerilla del avión  y nos golpea un sopapo de ventolera y de calor húmedo. Por aquello de no cargar con los abrigos, durante cinco días seguidos, venimos vestidos con mil capas de ropajes diversos. Nos ha salido bien, a pesar del intensísimo frío de Madrid, de ayer tarde.

          La cola de entrada es larga y algo farragosa. Para todo, los marroquíes siempre se toman su tiempo "porque prisa mata", argumentan. Nos ponen el sello en la hoja, que queremos y dejamos atrás el céntrico aeropuerto. El mismo, donde ya habíamos aterrizado hace diez meses, cuando mi pareja, aún esperaba el resultado de su exitosa oposición.

      Han arreglado la antes lamentable acera al centro, pero en realidad es un espejismo, porque todo el pavimento en general, está mucho peor, que en enero. Dakhla nos recuerda a ese absurdo anuncio de Temu, en el que mazo en mano, destruyen todas las tablets, porque nadie las quiere. Aquí han hecho lo mismo con las aceras. Es, que hasta las que estaban bien, ahora están derruidas.

          No hay, quien lo entienda. Hasta han destrozado el amistoso y agradable paseo marítimo, donde se encontraba la tetera gigante. Menudo vicio tienen. Es más fácil, que yo vuelva a tener veinte años, a qué esta ciudad se convierta en un centro turístico de referencia y de gente de dinero, como aseguran pretender las ansias del poder alauita.

          A ver, si soy capaz de explicarme y resumir. La acera, que estaba bien -pocas-, ahora está mal. La que estaba mal, ahora está peor. Pero al parecer y sine die y casi sin maquinaria presente, todas a la vez, las están reconstruyendo. El panorama habitual es el siguiente: bordes de piedra sobrepuestos haciendo labores de bordillo exterior y el espacio de la acera cubierto de escombros diversos. Y nosotros y todo el mundo, a caminar por la calzada, entre los poco respetuosos y ancianos coches, dignos de cualquier museo de lo cutre.

          Al menos, comemos bien. Cada plato de pescado tiene nueve buenos trozos -muchas espinas, eso sí- y nos dan para comer, cenar y desayunar, al día siguiente.

          Matamos la tarde en la plaza principal, con su iglesia cristiana y sus jardines bien cuidados. Compartimos nuestro espacio tumbados en un banco a la sombra, con los jardineros, que llevan a cabo un trabajo minucioso, rama a rama, hoja a hoja y hierba a hierba y con un mendigo, que cae muy bien, porque todo el mundo -incluidos los numerosos militares de por aquí-, lo agasaja con viandas diversas.

¿Barajas o Guantanamo?

           Hemos hablado de un viaje anodino, pero lleno de experiencias y en este sentido, la peor de todas y con diferencia, ha sido la del aeropuerto de Barajas. Fue tranquilo hogar de mendigos y luego, diana de los insaciables grupos de la fachosfera. Hoy -sin que el Tribunal Supremo lo sepa-, es un nido de seguratas hijos de puta, que campan a sus anchas y de ansiosos y sinvergüenzas controladores de equipajes y bienes personales. ¿Hasta cuándo?. Tiene pinta, que va para largo y no queda otra, que joderse.

          En teoría, el control de acceso a Barajas es de nueve de la noche, a cinco de la madrugada, pero hacen, lo que les da la gana, como a semejantes bestias, les gusta.

          Llegamos sobre las ocho y media de la tarde y en la única puerta abierta, nos recibe un segurata despistado, que apenas mira nuestras tarjetas de embarque. Para adentro, porque hace un frío tremendo.

          Sobre las once y sentados en unas de las pocas sillas, que se ofertan en la T1 -no más de cincuenta-, para todos los sufridos viajeros, llega otra chica con uniforme, tan tímida, como educada, a pedirnos la documentación. Todo correcto, por ahora, pero nos vamos cansado un poco, porque solo somos pasajeros con una ilusión de viaje. Sobre la media noche nos abordan tres matones, uno confeso y dos silenciosos. Esto se ha convertido en normal en las vidas de la gente y es muy grave. La conversación transcurre de la siguiente manera, como en la canción de León Benavente:

          -Buenas. ¿Van a viajar ustedes?

          -Si, pero es que es la tercera vez, que nos piden la tarjeta de embarque y no nos parece normal.

          -Mire, se las pediremos todas las veces, que nos entre en gana y ya está (amenaza, con odio latente en su cara)

          -Usted debe respetar nuestros derechos, como ciudadanos y como pasajeros y además, no tratarnos mal.

          El ejemplar de ser humano, se vuelve aún más rabioso y continúa cos sus macarras e injustificables intimidaciones.

          Nos callamos y aún hoy me da rabia. Deberíamos haber llamado a la policía, pero como estábamos bebiendo algo de alcohol, evitamos el pulso.

          Seguimos merodeando por la terminal, a la espera de que abran las puertas de embarque. Otro segurata de mal carácter, avisa por walkie a su jefe: "acaba de entrar un indigente, con un gorro, una manta y una lata de cerveza, ¿qué hago?". Evidentemente, la solución es complicada, porque estamos hablando de enfrentarse a tres poderosas armas de destrucción masiva e irremediable.

          Entramos dentro y llega la sonora e insoportable traca final. Siempre lo he dicho: no accedas a los controles de acceso de un aeropuerto, cuando no hay casi nadie, porque te tocan todos los huevos posibles. Si, es sí y más sí.

          Ahora el problema es, que llevamos demasiado alcohol en los bultos de mano. La máster class consiste en explicarnos, que es solo un litro por persona, en bolsas de 20 por 20 centímetros. Y nos quieren  -y consiguen- tirar cinco botes. Además y en una pantalla, nos enseñan la legislación vigente desde hace veinte años.

         La cosa es, que en esas dos décadas, hemos llevado a cabo unos doscientos vuelos por el mundo y nunca nos había ocurrido algo parecido.

         Al fin y con el cuerpo roto, tenemos más suerte en la sentencia, que el fiscal general y nos permiten viajar al Sáhara Occidental.

Navidad 🎂🎄, pensando 🤔 en China


 

sábado, 29 de noviembre de 2025

La logística en Sáhara Occidental

 


         En el Sáhara Occidental, en la costa y aún más en el interior, el calor y el sol te destrozan en casi cualquier época del año, noviembre incluido. Eso sí: se hace de noche casi a las ocho de la tarde, al tener la misma hora, que en España, lo cual resulta una gozada.

          Pero no ha sido la climatología -ni gota de agua -, el mayor quebradero de cabeza del viaje, sino el transporte. En general y resumiendo: escasa frecuencia, horarios y paradas confusas y vehículos pesadilla (no todos).

          Para empezar, decir, que básicamente, son cuatro las compañías de autobuses, que operan en Sáhara Occidental. De mayor a menor precio -no siempre más comodidad -:  Supratours, CTM -la estatal-, SAT y SATAS. Os recomendamos evitar la última, que utilizamos en el nocturno de Dakhla a El Aaiun. Sin duda, el peor transporte, que hemos cogido en los últimos quince años. Vehículo viejo y con tan poco espacio para las piernas, que hasta un bebé sentado se da con las rodillas en el asiento de delante.

 


        Todas las compañías y especialmente SATAS, transportan a la vez, pasajeros y mercancías diversas, lo que alarga los trayectos y aumenta las paradas. La carretera principal -unica recorrida por nosotros- entre Dakhla y El Aaiun es bastante buena, en casi todo su trazado. Los buses de medio y largo recorrido salen mayormente, a primera y última hora del día, desapareciendo en las intermedias. Aún en el mismo trayecto entre dos puntos, no siempre los vehículos paran en idénticos sitios, lo que aumenta enormemente el lío y el estrés. Por el contrario, no suele haber problema alguno en conseguir billetes para el día en curso, porque la afluencia de pasajeros no cubre la oferta.

          No tenemos constancia de autobuses urbanos en Dakhla, pero si en El Aaiun, donde al menos, funcionan dos líneas. La 18 enlaza la ciudad con Marsa y el puerto y la 19 lleva a cabo otro recorrido para nosotros desconocido.

          A diferencia de las zonas más turísticas de Marruecos, los alojamientos económicos no abundan, aunque con más o menos paciencia se terminan encontrando. Pagamos 15 y 20€ por dos habitaciones excelentes, una de ellas con el baño dentro.

          La mejor tasa de cambio la da con diferencia, el BMCI. Después, algunos negocios particulares y las no muy frecuentes casas de cambio (10,52, 10,40 y 10,27, por euro, respectivamente).

          En esta zona de costa, los reyes de la gastronomía son el pescado -predominantemente sardinas y  fritura mixta-, a unos precios realmente increíbles. Se suelen tomar emplatados y con guarnición diversa - por unos 30 dirhams la enorme ración - o en bocadillos por 15. El de sardinas cuesta poco más de medio euro y es nuestro favorito, porque suele incluir patatas fritas y rebozadas, cebolla, berenjena, pimiento, tomate y salsa un poco picante. Hay también tajines y pollos asados, aunque no en todas partes.

          En la amplia franja del país alauita, que transcurre entre Tánger y Sidi Ifni, resulta altamente fácil entenderse en francés, español y cada vez más, en inglés. Pero según vas descendiendo, comienzan las complicaciones y el lenguaje por gestos, porque la mayoría de las veces los paisanos solo hablan árabe. Cuesta encontrar franco hablantes.

          En 2012 y en el El Aaiun, muchas personas hablaba perfecto español, pero hoy en día son muchas menos y generalmente, mayores de 50. El pasado colonial, del que se cumple medio siglo, parece ser, que cada vez queda más lejano.

          A modo de ejemplo de lo dicho: preguntamos a quince personas en El Aaiun, para encontrar la duna y nadie entendió la palabra ni en español, ni en francés, ni en inglés.

          Las autoridades marroquíes viven obsesionadas por colocar sus banderas por miles en todas partes y muy juntitas. Con el fuerte y constante viento, el ruido resulta omnipresente y agobiante y por la noche , la calzada se llena de sospechosas sombras en movimiento.

          Sí. Sáhara Occidental también está plagada de simpáticos gatos.

Viaje algo decepcionante, aunque con muy buenas experiencias

 


         Ha sido un viaje por descarte, como tantos otros. Queríamos ir a Friuli Venecia Julia, pero los vuelos a buen precio no casaban de ninguna de las maneras. Otra opción era Mallorca, pero como todo es carisisimo, incluso en temporada baja, nos echamos para atrás. Y dentro del trío, nos quedaba Sáhara Occidental : bueno, relativamente bonito y sobre todo, barato, aunque nada fácil. Y más, si no se cuenta con demasiado tiempo, como era nuestro caso.

          Sáhara Occidental es un territorio absolutamente despreciado, en la totalidad de guías de Marruecos, que consultamos ( de la última colonia de África no encontramos ninguna). En ellas, pocas referencias e informaciones muy vagas. Por eso, estamos aquí para tratar de poner un poquito de luz, o más bien, nuestro granito de arena ( nunca mejor dicho).

          -¿Ha sido un viaje esforzado?

          Sí y mucho, además del persistente calor.

          -¿Ha merecido la pena?

          Sí, claro, todos los periplos resultan valiosos.

          -¿Hemos visto o visitado lugares interesantes o increíbles?.

          No, la verdad, que no, pero seguro, que por nuestra culpa.

          -¿Hemos vivido experiencias fantásticas?

 


        Rotundamente, si. Ya hace mucho tiempo, que este es el faro, que nos guia más, que el de ir de iglesia a templo hinduista, de montaña a cascada o valle o de experiencias culinarias únicas - las conocemos casi todas -, a interminables noches locas de fiesta.

          Vayamos por partes y con el debido detalle.

          En 2012, en nuestro quinto viaje largo por Marruecos, Mauritania, Senegal, Mali, Líbano y Chipre, arribamos por primera vez, a Sáhara Occidental. Entonces y aunque esforzada, la vida fue sencilla, porque solo nos dedicamos a recorrer el territorio, entrando por Tarfaya, siguiendo por El Aaiun ,-he visto este nombre escrito de una docena de maneras- y Dakhla y saliendo por Guerguerat, junto a la indomable y efervescente frontera mauritana 

          La segunda visita a esta zona ocupada del planeta fue a primeros de este año, cuando Ryanair inauguró los baratos vuelos -subvencionados por Marruecos -, a Dakhla. Fue menos complicado todavía, dado que no nos movimos de esta ciudad y sus alrededores, durante los cuatro días, por lo que apenas necesitamos más logística, que buscar un hotel.

          En esta ocasión, todo parecía más complejo y en la realidad, así ha resultado tal cual. Las razónes han sido varias y ya estaban previstas de antemano: la mencionada falta de información en guías e internet, los seis escasos días, los mil setecientos kilómetros recorridos -en los planes eran todavía mas-, a pasar cuatro noches sin alojamiento - en Barajas, buses y regresando a casa- y sobre todo, por la enorme dificultad y falta de frecuencia de los transportes en este área. Iremos desglosándolo todo, en el desarrollo del diario de viaje, con calma.

          Los horarios de los vuelos de Ryanair, desde Madrid, a Dakhla, parecían hechos para nosotros, porque el de ida partía el sábado de madrugada y el de vuelta regresaba a última hora del miércoles. Hasta ahí, todas nuestras ventajas.

          Nuestros propósitos eran exigentes y visto lo visto, poco realistas. Tras pernoctar el viernes en Barajas -eso es otra historia, que ya narraremos-, llegaríamos a Dakhla y tomaríamos un bus nocturno, a El Aaiun, para visitar la ciudad, la colosal duna y el puerto, en la cercana Marsa. El lunes, ida y vuelta, a la no muy distante Smara y en la jornada siguiente, Bojador y su cabo, para retornar en autobús nocturno, a Dakhla. Pues bien: la mayor parte de los objetivos no los hemos conseguido, a pesar de darnos una auténtica paliza, malgastar y aburrirnos mucho, mucho gran parte del tiempo.

          Ha sido un periplo extraño y algo decepcionante, en el que sin embargo, hemos disfrutado de estupendas experiencias. Afortunadamente y en determinadas zonas del planeta -como esta-, estas siempre están garantizadas.