Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Las ansias recaudatorias del gobierno de Bangladesh

Las tres primeras son, de Bangaon (India)
          ¿Por qué casi siempre acertamos en nuestras predicciones? Por diversos indicios, imaginábamos más complicada la salida de Bangladesh, que el retorno a India y ¡vaya, si fue un pronóstico correcto!.

          Las seis horas y media de trayecto anunciadas, entre Dakha y Benapole, se convirtieron en ¡14!. Y es que para ahorrar camino por carretera, el autobús debe montarse en un ferry -durante una hora-, que viene cuando le da la gana, con el agravante de que hoy es festivo, al tratarse del último día de Ramadán (Eid al Fitr). No sé ni el tiempo, que estuvimos esperando su llegada, pero no fue poco.

          En la bien organizada frontera, acechan los típicos pelmas, que te quieren “ayudar” de forma desinteresada. Nada, que se salga fuera de lo normal en los pasos fronterizos del tercer mundo.

          Los mayores y más molestos inconvenientes surgen con las autoridades y sus ansias insaciables de dinero. Rellenamos el formulario de salida y tratamos de sellarlo en la fila -más corta- de extranjeros. ¡Quietos parados!. Hay, que pagar una tasa de 500 takas -unos 5 euros-, que hasta hace apenas unos días, era de 300. Enfilamos hacia la ventanilla correspondiente y pretendemos pagar en dólares. Lo que vienen a ser unos trece en total, el funcionario y su calculadora los transforma en 30 y se queda tan ancho. Nos negamos y buscamos una oficina, que nos convierta lo necesario en las puñeteras takas, a una buena tasa.

          Con el dinero en la mano, volvemos a la ventanilla. ¡Flipamos!. Ahora, otro individuo quiere que le dejemos de propina 20 takas por su maravillosa gestión, de poner un sello en el formulario. ¡Lo lleva claro!.

          Debemos dejar constancia, que es la primera vez en nuestras vidas -con la excepción del puente de Allemby, en Israel y es por otros motivos-, que pagamos una tasa de salida por una frontera terrestre. Y lo más sorprendente es, que tienen que abonarla hasta los propios ciudadanos del país.
Las tres siguientes son, de Calcuta (India)
          Segundo intento de pasar. ¡Quietos parados! Necesitamos otro sello, esta vez, de la aduana. Vuelta atrás. El funcionario, que se ocupa de tal gestión, no se encuentra muy motivado y se conforma con abrir sólo una de las mochilas y ojear nuestra vieja Lonely Planet, de India.

          Seducidos y sedientos, caemos en una oferta tentadora del duty free : dos latas de Heineken, sólo tres dólares. La operación nos lleva unos diez desesperantes minutos, dado que debemos presentar los pasaportes, rellenar un extenso formulario y firmarlo por triplicado ejemplar. Ahora sí y con exhaustiva revisión de todos los papeles, salimos de Bangladesh, probablemente, para siempre.

          No hay mucha tierra de nadie. Una plazoleta bien pavimentada da acceso al lado indio. En ella, experimentados pelmas -a los que mantenemos a raya-, policías y miltares, contemplan atónitos, como bebemos nuestra cerveza, casi de un trago. En Bangladesh, nos ha sido imposible encontrar una tienda o bar, donde comprar alcohol, vino o cerveza

          La entrada a India es sencilla, rápida y agradable. Espera al otro lado un pueblo tranquilo -Harisdawar-, donde podemos comer garbanzos, lentejas al curry, arroz con verduras y huevo. A unos 8 kilómetros, se encuentra Bangaon, con acceso ferroviario, a Calcuta.


          En nuestro primer viaje a India y durante los últimos días de aquel, la frase recurrente era: “¿cuándo nos vamos de la India?”. Bangladesh resultó tan estresante, que lo que más repetimos allí, fue: “¿cuándo volvemos a la India?”.

Inesperada y copiosa cena de Ramadán

            Coxs Bazar (Bangladesh)
          Nuestro segundo y último día en Cox's Bazar, pasó inmerso en el aburrimiento y el húmedo calor. Como de costumbre en este país, los paseos fueron con los bultos a cuestas. Habíamos tratado de negociar con el del hotel, seis horas más de habitación, queriendo pagar en proporción, una cuarta parte del total de la tarifa. Pero, el ayer simpático y hoy irascible propietario se descolgó -con el hotel vacío-, pidiéndonos el importe de media jornada. ¡Va a ser, que no!. Sin embargo, ya no nos atrevimos a colocarle las mochilas hasta la noche. Y, como es costumbre, en Bangladesh, las agencias no ofrecen ese servicio, aunque les compres un billete de ida y vuelta a la luna. Menos mal, que como ya nos conocían, los pelmas apenas nos agobiaron.
Esta y la siguiente son, de Chittagong (Bangladesh)
        Sin embargo, la jornada tuvo dos momentos muy agradables y divertidos: la comida y la cena. Para la primera y al ser Ramadán, nos prepararon un reservado en el restaurante, con cortina y vigilante incluido. Casi parecía un compartimento del Orient Exprés . Y todo, para un menú de garbanzos y fritanga varia, que no llegó a medio euro entre los dos.

          Por la tarde, volvíamos acelerados de la playa, en busca del baño de la agencia de buses, dónde poder aliviar mi intestino. Cuando entramos, había empezado la copiosa cena de Ramadán y nos invitaron a sentarnos a su mesa. Insistieron tanto, que no pudimos negarnos. Primero, una samosa vegetal -rica, como las del sur de India-, junto a un dulce de miel. Después, un vaso de zumo de mango. Y, finalmente, para nuestra sorpresa, una gigantesca ración, que mezcla una especie de snacks de arroz, carne, garbanzos, verduras picaditas y enormes rodajas de pepino. ¡Delicioso! Aunque sufrimos lo indecible para terminarlo, no era plan de hacerles un feo, dejando algo en el plato.

          El autobús nocturno, que nos transporta de vuelta a Dakha, resulta muy confortable. Las vistas de Chittagong -a cubierto, desde el vehículo- se muestran muy coloridas y vibrantes, aunque menos arriesgadas y emocionantes, que cuando las contemplamos de día, desde un alocado rickshaw (el más peligroso de todos nuestros viajes).

          Veníamos a esta nación con dos prejuicios, que para nada se han cumplido en la realidad: un transporte infernal y una pésima comida. Los autobuses, tanto diurnos como nocturnos, sensacionales y nuestra alimentación, rica y variada, a pesar de estar en el mes sagrado musulmán (lástima, que nunca cuezan bien los garbanzos -aquí, negros- o que sean tan malos, que siempre quedan duros).
Esta y la siguiente son, de Dhaka (Bangladesh)
          A la llegada a destino, nos aguardaba un nuevo acontecimiento inesperado: no hay bus directo desde Dakha, a la frontera con India, hasta la noche. Por tanto, nos toca pasear todo el día por la capital con el equipaje a la espalda, entre el caos y el insufrible calor húmedo.


          Ya casi al atardecer, nos sumergimos junto a los lugareños, en la fritanga local, que es mucho más variada y apetitosa, que en el resto del país: un delicioso rollito relleno de verduras y rebozado, una croqueta con un huevo relleno dentro y una picantísima empanadilla vegetal, pusieron fin a nuestra estancia en Dakha.

Desconcertante, Cox's Bazar

                                                 Todas las fotos de este post son, de Cox's Bazar (Bangladesh) 
         A Cox's Bazar, se llega entre llanuras verdosas, agua -en sus distintas modalidades y estado de pureza-, chimeneas y montoneras de ladrillos -probablemente, rudimentarias fábricas-, poblaciones estresantes y estresadas y gracias a un buen autobús (como todos los que cogimos en el país, donde todo el mundo lleva plaza y nadie viaja de pie).

          De los desoladores sitios de playa del tercer mundo -son tantos-, Cox's Bazar es uno de los que menos nos gustan -y , eso que la playa es magnífica, pero no le basta con ser la más larga del mundo- y de los que menos entendemos su funcionamiento.

          Se trata de una especie de marina, a unos tres kilómetros de la población principal. La primera linea de playa no da a a la misma. Más bien, en época de monzón como esta, a enormes charcaleras, que parecen estanques sagrados, de lo fétidas y grandes, que son. Edificios en construcción eterna, cacharros irrespetuosos por todas partes -muy pocos de ellos, son coches-, falta de cualquier servicio en la playa: duchas, socorristas o papeleras. aunque sí hamacas y sombrillas de pago.

          Hasta aquí, todo es más o menos comprensible, por cualquier viajero playero del tercer mundo. Pero si les das dos vueltas más allá a la cosa, te entra cierta incertidumbre. Primero, por la agresividad de sus escasos habitantes -la mayoría del sector transporte-, vendedores y buscavidas de la playa. Después, por los miles y miles de plazas hoteleras, que hay desocupadas (rondan el 100%). Más tarde, por la soledad playera y la sensación de peligro. Posteriormente, porque aparte de tomar un refresco, unos snacks o como mucho, tres clases de fritanga -rellenos apestosos, bondas de patata y rebozados vegetales-, no puedes llevarte nada a la boca

          Es verdad, que estamos en Ramadán y hay algunos restaurantes cerrados, pero la proporción, en relación con los inquietantes hoteles, es de 1 a 200. ¿Los turistas, aquí, sólo duermen? Debe ser, porque ni garitos de cambio, ni farmacias, ni supermercados, ni... sólo transporte, para ir a ninguna parte.

          Si el viajero bucea más y se aventura en la segunda linea de charcos -que no de playa-, descubre más de lo mismo: guest houses, hoteles, resorts... Pero ahora en calles, cuyo único asfalto es, el de varios metros cuadrados, rodeando, exclusivamente, sus puertas y accesos. Y, hasta ahí, ¿traen a los huéspedes en brazos?.

          Después de que nos trataran de robar, sin éxito, asistimos a un espectáculo nocturno alucinante, desde nuestra cama, sin necesidad de movernos: la mezquita empieza a lanzar sus bufidos, mientras en el hotel ponen, a todo trapo, el canal Meca 24 horas. Centenares de voces repican el mensaje, mientras en la calle principal, la desordenada algarabía de unos cuantos individuos -los del transporte, que no paran ni para cenar en Ramadán-, nos da aún más inseguridad, a pesar de la sólida puerta de la habitación. ¿se habrán metido algo para el cuerpo? ¡No! ¡Cómo se puede ser tan mal pensado!. Un individuo, en una ubicación cercana, pero desconocida, escupe gargajos -al estilo de aquí, muy sonoro- cada segundo, como si fuera un rifle de repetición, para completar el misterioso escenario

          Al amanecer, todo se desvanece, en uno de los lugares más inhóspitos del mundo y donde los cangrejos en la playa, campan a sus anchas, dejando bonitas y fotografiables marcas.

          En Cox's Bazar, vimos a los siete únicos guiris, contemplados en Bangladesh. Por cierto y hablando de playas, en India compraron una tela roja de miles de metros y se dedicaron a cortarla y a ponerla de bandera en todas sus playas. Así, no se baña nadie y no hay responsabilidades, ni necesidad de socorristas.

          En este caso, Cox's Bazar es muy accesible para cualquiera, que sepa chapotear, que no nadar. Puedes meterte decenas de metros y el agua solo te llega por las rodillas.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Radiografía de Bangladesh

                                                Esta y las tres siguientes son, de Cox's Bazar (Bangladesh)
          Probablemente y a no tardar mucho, escriba un post sobre las diferencias entre los indios y los habitantes de Bangladesh, pero el objetivo hoy es, hablaros solamente de los segundos, desde el punto de vista de una persona observadora, que ha pasado unos cuantos días en el país.

          Aunque me pueda buscar enemigos, no comparto la mayoría de los tópicos de los escasos relatos de viajes, sobre este país, que indican, que se trata de una gente muy agradable, sin malicia o que te rodean para cortejarte (entre otros). Y es que como en todas las partes -y más en este tipo de países-, cuantas más horas pasas en la calle, más precisa y argumenttada es la opinión. Y nosotros, echamos bastantes, entre otras cosas, porque al tener, que viajar tres noches, idénticos días estuvimos sin hotel.

          En general, la gente es muy colaboradora con los escasos extranjeros. Nosotros sin planos y sin guía, conseguimos llegar donde nos propusimos. Cuando preguntamos algo en la vía pública, como por arte de magia, la información va pasando de unos a otros, hasta que llega el que lo sabe o “el del inglés”. Se trata de un proceso, asombrósamente eficaz y celérico.

          Hasta ahí, bien, pero después, se encuentra el lado negativo: cada vez que te paras o te sientas, te va rodeando, sigilosamente, poco a poco y en círculo, un montón de de personas -de todas las edades-, que no dicen nada, hasta que uno se atreve a comentar lo que se le ocurra y si no protestas, te acaban engullendo, pues cada rato se acercan más. La primera vez, te hace cierta gracia, pero cuando ocurre 10 veces cada día, la cosa cambia.
Camino de Cox,s Bazar (Bangladesh)
          Otra cuestión peliaguda, que pone a prueba tu paciencia, es tener que contestar unas cinco mil veces al día, por los abarrotados y caóticos mercados, a la cansina pregunta: ¿country?, ¿wich is your country? Y no todos -ni siquiera, la mayoría- llevan buena intención: muchos, sólo la de molestarte.

          Algo, que nos llamó la atención, fue que cuando te ven en la mitad de la calle sin hacer nada y sentado, repasando del calor o porque te apetece, intuyen que tienes problemas y pretenden ayudarte. No entienden el concepto ocio -a diferencia de otros muchos países musulmanes- y no me extraña, porque en Bangladesh hay poco que hacer: ni parques, ni centros comerciales, ni bares -ni siquiera de té o coca-colas-, ni juegos de azar, ni locales para fumar pipas de agua...

 Esta y las dos siguientes son, de Chittagong (Bangladesh)
        Para ellos, el entretenimiento podría ser ir a la mezquita, aunque tampoco van como posesos, como en otras partes. Y para el guiri, colo le queda acudir al ciber horas y horas -hasta reventar-, donde lo hay.

          Sin duda , la falta de actividades lúdicas y la ausencia total de las mujeres de toda edad en la calle -ni siquiera, en los mercados- son las dos cuestiones, que más nos han sorprendido -negativamente-, de Bangladesh, al margen de la voracidad recaudatoria -en todos los ámbitos- de su impío gobierno.

          Pero, vuelvo a la senda trazada y por simplificar, dividiría a los bangladeshianos por su actividad y por la ciudad de residencia. Detectamos muy claramente, que los propietarios de negocios o empleados son muy sonrientes, hasta que te atrapan el dinero. Luego, su rostro cambia. Tenemos ejemplos para aburrir y el más destacado es, el de una agencia de autobuses, que prometió guardarnos el equipaje, si le comprábamos el billete y cuando se lo llevamos, dijo rotundamente, que no. En la sala de espera de esa misma empresa -es un decir- y como hacen con los mendigos, otro empleado pretendió echarnos a la calle, sin ni siquiera preguntar, si teníamos boleto para viajar con ellos.

          Y la segunda propuesta, más que tratar de diferenciar por ciudades, como es la gente, hablaré de la seguridad en el país, que no es tan idílica como se dice. Dakha, de noche, no es una ciudad recomendable y de día, también tuvimos algún problema puntual. Lo peor, la espera de los autobuses, en la zona de Fakirapol street, al anochecer. Si no la haces en la oficina de tu proveedor, se convierte en tortuosa, entre mendigos persistentes, vendedores, curiosos, buscavidas... Y eso sí, no te muevas de esa zona, porque puede ser más arriesgado. En cuatro horas, tuvimos que cambiar más de diez veces de ubicación, para desatascar todo lo que nos rodeaba.
Esta y la siguienhe son, de Dhaka (Bangladesh)
          Chittagong es más tranquila, aunque yo tampoco la abordaría de noche, sino es desde un autobús, como hicimos al volver de Cox's Bazar: el tráfico -cientos rickshaws a las doce de la noche-, los edificios y las tienda iluminados, con las coloridas luces del Ramadán -las de Navidad, de toda la vida- y sus calles desconcertantes, componen una preciosa estampa. Porque además, la noche siempre tapa y confunde.

          Y me dejo la mención especial, para Cox's Bazar, uno de los lugares más inhóspitos del mundo -he dicho bien-, donde los “profesionales” del transporte te acosan hasta la extenuación, los vendedores te intentan timar o cualquier ciudadano aburrido -todos-, se cree con el derecho de meterse en tu vida.


          En este lugar, por mucho Ramadán que fuera y por muy musulmanes, que sean, nos trataron de robar a las tres de la mañana, por el mismo método de siempre (Malawi y Turquía): vigilarte durante el día y después de una hora de haberte acostado, aporrear la puerta, gritando, para ver si la confusión, te hace abrirles la puerta. Lo que ocurre después, ya os lo podéis imaginar.

Dhaka: la ciudad más estresante del mundo

Las tres primeras son, de Dhaka (Bangladesh) y las dos últimas, de Chittagong (Bangladesh)
          Después de 122 países visitados, para mi Dakha es la ciudad más estresante del mundo y la razón no es otra, que su elevadísimo número de rickshaws, que vagan por doquier entre el caótico tráfico, como pollos sin cabeza. Si a ello le añadimos, la anchura de sus avenidas y la ausencia de semáforos, cada cruce se convierte en un serpenteante y angustioso abismo. ¡A los propios lugareños les cuesta atreverse!.

          De tal forma, que al llegar al lamentable y caro hotel -son pocos, los que aceptan extranjeros- y pretender reposar, al cerrar los ojos, se me aparecen imágenes de cacharros y cacharros, atropellándonos, cruces eternos -más que las reencarnaciones indias- y personas riéndose de nuestras desdichas. ¡Que horror!.

          Para colmo, nos acaban de confirmar -dato conocido, pero olvidado-, que hoy empieza el Eid al Fitr -festividad de cinco días, que pone punto final al maldito y, para nosotros, recurrente mes de Ramadán-, con lo que ello supone en un país musulmán. Aunque, creedme: el Ramadán en Bangladesh, es la fiesta del paripé. Se pasan el día comiendo, bebiendo y fumando, en puestos tapados por sábanas -aunque todo el mundo sabe lo que se “cuece” en esos garitos- y luego, que si la liturgia de la cena, bien tranquila, porque el estómago está ya lleno. Igualito, que los marroquíes, que devorarían a un caballo, si se lo pusieran delante.

          Volvamos al tema y ¡haya calma!. Dakha -y la mayoría de ciudades de Bangladesh-, esta llena de aceras, bastante bien cuidadas y sin fosos. ¡Mera ilusión!, porque están abarrotadas de puestos callejeros y personas, que circulan a gran velocidad -como si tuvieran prisa-, en ambas direcciones. Sacar los codos es la solución más desesperada, aunque bastante efectiva

          De hecho y supongo, debido a los excedentes, que sobran de los pedidos de de El Corte Inglés, Zara y demás imperios explotadores, Dakha se muestra como el mayor mercado callejero de ropa y ropajes -también zapatos- del mundo. ¡Ni en cincuenta años venderán todo lo que exponen al público!.

          En los interminables mostradores, también destacan numerosos puestos de fruta, de una apariencia impecable y excitante, aunque carísima. Con bastantes dudas, de si abandonar el proyecto y retornar a India, nos vamos a Chittagong, después de un día aciago y una noche diluviando, que han convertido la ciudad en un charco eterno, que supera los tobillos.

          En este nuevo destino, vuelve a destacar su extraordinario mercado -bazares, llamados aquí-, aunque de la misma estrechez y peligros, que el de Dakha.

          En tres días en este país -y exagero sólo un poco-, ha llovido más, que en los otros 80 de viaje. De hecho, esta es la nación del agua por todas las partes: ríos anchísimos, lagos, estanques o similares, campos de arroz, charcos infectos... y también de los ladrillos, a lo largo de todo el país. Lo de las precarias industrias de ropa -paraísos de casi exlavitud-, el turista no lo ve. Por cierto y a estas alturas: cero guiris en Bangladesh.


          Lo que ya hemos constatado con bastante claridad es, que Bangladesh se muestra mucho más limpia, que India. ¡Gana por clara goleada!.  

viernes, 26 de septiembre de 2014

Dudas y más dudas, al borde de la congelación

                                                            Esta y las cuatro siguientes son, de Calcuta (India)
          La primera de esas consecuencias aeroportuarias fue, que hubo, que cambiarse de ropa, a toda prisa. De la manga y el pantalón corto y los incesantes sudores, a vagar como Papás Noeles, a lo largo y ancho de la amplia terminal, pertrechados hasta las orejas y envueltos en las mantas. Todo ello, dentro de nuestras limitadas posibilidades de vestuario, porque al final y llegando ya casi al estado de congelación, no aguantamos siquiera sentados.

          Y así, ya con menos agobios mentales -el cerebro empieza a crearse sus propios chupiteles de hielo, interiormente- y con quince horas por delante hasta el vuelo, uno empieza a darle vueltas -la mente es maliciosa- a todos los posibles problemas, que podemos encontrarnos al día siguiente, en el aeropuerto de Dhaka. A saber:

          1º.- Denegación de embarque, por no tener el visado hecho o carecer de vuelo de vuelta o hacia un tercer país.

          2º.- En este último caso, ¿aceptarán, que compremos uno allí mismo?.

          3º.- ¿Se podrá hacer, de verdad, la visa “on arrival”, tal como nos han asegurado en la embajada de Calcuta y en varios foros de internet?.

          4º.- ¿Tendremos dólares suficientes para todas las gestiones o nos habremos quedado cortos?.

          5º.- ¿Nos pedirán una dirección y un teléfono en el país?. Sin guía, lo primero lo puedes inventar, pero lo segundo, es más difícil.

          6º.- ¿Nos deportarán a India, como tristes forajidos o inmigrantes sin papeles?.

          7º.- Tal vez, ¿nos torturarán?.

          La noche pasó con un insufrible frío polar, a pesar de toda la ropa, que teníamos encima y que raro, conseguimos dormir unas horas. Hay que reconocer, que a pesar de ser unos toca-huevos-burocráticos-integrales -que si pasa el equipaje por aquí y te lo lacramos/sellamos; que si registro a fondo; que si tantos sellos en la tarjeta de embarque, que no se ven bien los datos en ella impresos...-, que los embarques son muy tranquilos -no hay casi pasajeros- y la espera resulta agradable, con varios sillones mullidos orejeros y con reposapies, incluidos.
                                                                                      Esta y las cuatro siguientes son, de Chittagong (Bangladesh)
          Y, tras aterrizar, tras volar sobre una gordísima capa de nubes, llegaba la hora de resolver los interrogantes. Realmente y aunque todos tenían su sentido y por todos nos preguntron, el muro que se alzó sobre nosotros, fue el punto cinco: número del teléfono del hotel y dirección. Y eso, que como nombre, hemos puesto uno que existe -aunque hoy, como comprobaríamos después, no admiten a extranjeros y es tan cutre, que vete a saber, si tiene siquiera teléfono-. Pero, al mirarlo en la red, tuvimos el descuido, de no recabar ese maldito dato.

          
          Tira y afloja con el proceloso funcionario y de momento, nos manda a pagar, para luego, seguir insistiendo, erre que erre. Le ponemos uno de nuestros móviles. Mirada rara y pregunta: “¿roanning in Bangladesh?. ¡Ni a la de tres!. Reculamos, pero vuelve al ataque y empieza a pintar deo. Un guía de agencia o independiente, -dato para nosotros desconocido-, nos rescata, milagrosamente, negocia con él y finalmente, logramos el objetivo: ¡estamos dentro de Bangladesh!. ¿Y que nos hayan jodido tanto, después de pagar 102 dólares, entre los dos?.

          Le indicamos, al amable hombre, que no pretendemos más servicios de su parte y así, se va sin más pretensiones, cuando nosotros teníamos preparados diez dólares, por las molestias ocasionadas.

          El aeropuerto es viejo, pero idílico, para lo esperado: cajeros que aceptan tarjetas occidentales, oficina de turismo sin planos, garitos de cambio a buena tasa... y relativa calma a la salida, hasta que llegamos a la cercana carretera principal, donde se coge el bus para el centro.


          Entonces, un policía nos tiene que ayudar a cruzar y ni a él le respetan. Otro aporrea -con porra de hierro- un autobús, para que se detenga y podamos subir. Con la colaboración inestimable de otros ciudadanos conseguimos montar, en marcha, en uno atestado de gente. Empieza la trepidante y estresante aventura en este país. De hecho, es por este motivo, por lo que hemos venido y no porque tenga nada atractivo, que visitar.

El fuego eterno

                                                            Todas las fotos de este post son, de Calcuta (India)
          El retorno a Calcuta fue un infierno (otro más). No por el viaje en si, que fue cómodo y fresquito, como, casi siempre, en sleeper. Sino porque nos vamos tejiendo una maraña a nosotros mismos -de la que nada tiene la culpa Calcuta-, salvo el incesante y húmedo calor, que nos atrapó durante cuatro días, hasta casi asfixiarnos.

          La decisión estaba tomada y la cosa prometía. Al ciber, para dos días después, volar a Dhaka. Pero, tras intentar pagar con cinco tarjetas diferentes, con ninguna nos fue posible. Y, uno, ya entiende el por qué: ¿habiendo mil trescientos millones de indios y ciento cincuenta habitantes de Bangladesh -vamos, como si Andalucía tuviera cincuenta o España quinientos-, les da igual, el mercado exterior -occidental fundamentalmente- y sus malditas “credits cards”. En ninguna compañía india y son decenas, se puede pagar por este medio, a través de internet (en una agencia física, las comisiones son prohibitivas).

          Contrariados y desesperados, quisimos poner remedio, largándonos a Japón y Corea del Sur, pero el proyecto era imprudente -no sólo económicamente, sino por motivos de organización-, por no decir una locura.

          Miles de ideas afloraron en el buscador de vuelos, pero todas cayeron en saco roto. Lo que, al principio, en Calcuta era soportable, se fue convirtiendo en el fuego eterno. Me refiero a nuestro hotel de los bichos -tercera estancia en él-, con la ventana medio enladrillada y por la que entra el fétido -al principio, aguantable-, olor a chapati requemado, de un negocio cercano (una semana después, cuando esto escribo, todo nuestro equipaje aún huele, a eso).


          Las habituales y agradables cervezas "strong" -que alegraban nuestras mañanas-, comenzaron a horadar mi estómago y barriga, hasta caer en serios desarreglos intestinales (¿la maldita glicerina, qué contieenen?. Y hasta la riquísima y variada comida, comienza a darnos asco.

          Era sábado por la tarde y después de consultar una agencia física -en este caso concreto, tampoco admiten tarjetas-, tomamos tres decisiones, que en veinte minutos, nos devuelven el timón del viaje: sacar dinero suficiente del cajero, comprar con él el vuelo a Dhaka y cambiar -con baja comisión- euros por dólares, para el visado “on arrival”.

          Todo parecía bien encaminado, hasta que al día siguiente, llegó el abismo, que por otra parte, siempre es mayor, cuando uno está agobiado: problemas digestivos muy molestos; calor insufrible -yendo de tienda acondicionada a centros comerciales-; estar sin hotel desde el mediodía; asco a toda cosa que oliera a comida -Calcuta entera- y única tolerancia, a ingerir leche y zumos. Los mendigos se multiplicaron por mil -o eso me parecía-, al igual, que las distancias recorridas por el trepidante y -hoy- hostil mercado, otrora tan caótico, como apasionante.

          Después de partir hacia el aeropuerto, tras un periplo -tranquilo- por la única linea de metro de la ciudad y de un tortuoso bus, arribamos a la magnífica nueva terminal, de Calcuta, tomada por los -hay muchas chicas- militares, que sólo aceptan el acceso a los “indios de bien” y a los guiris, aunque, seamos de mal, siempre que unos y otros vengamos provistos del correspondiente billete aéreo impreso.

          Había, que elegir, entre los 39 húmedos grados del exterior y los 13 ó 14 interiores y gélidos, en una terminal desangelada y casi vacía. Elegimos lo segundo y llegó mi milagrosa recuperación -sin el PP presente-, aunque todo tiene siempre sus consecuencias: ¡catarro terrible!, al canto y algunas otras más.