Esta y las dos siguiente son, de Cartes (Cantabria)
Cuando éramos jóvenes y pobres,
dilapidábamos todo nuestro presupuesto vital en viajes, sin que
pareciera haber un mañana. Sobre todo, dedicábamos cantidades del
dinero de entonces -en pesetas, claro-, a restaurantes y tabernas de
copiosos y originales menús, a bares de originales tapas apetitosas
y cervezas frescas o a pubs de música del momento, fundamentalmente,
española y cubatas cargados.
Hoy, siendo medio ricos y habiendo
sobrepasado -seguro y en el mejor de los casos- más de la mitad de
nuestras vidas, almorzamos de bocadillo, snacks o de latas de comida
preparada, engullimos cerveza de litrona de plástico y optamos por
transportes y alojamientos, low cost, donde ello es posible y cada
vez, más frecuente (lástima, que todavía no se haya inventado el
menú del día de bajo coste, aunque todo llegará y lo celebraremos
con exultante regocijo).
Para nuestra infinita felicidad, con casi todos nuestros sueños viajeros ya cumplidos y después de tres intensos periplos por España, durante los dos últimos meses, se nos ha ocurrido -nada original, por cierto-, que una vez, que hayamos realizado todos los viajes internacionales pendientes -largos, medianos o cortos-, el periplo estrella de nuestra vejez, debe consistir en un itinerario gastronómico por toda la piel de toro, ya sólo acompañados de paseos suaves y trekkings muy selectivos y no demasiado exigentes. Y es, que en la mayoría de los lugares, que hemos visitado últimamente, en Asturias, Andalucía, Murcia o Çantabria, se presentan numerosas opciones culinarias para chuparse los dedos.
Esta es de Riocorvo y la de abajo, de Caldas de Besaya (Cantabria)
Mientras ello llega a nuestras vidas
-y que tarde, lo más posible-, os contamos en este post, lo que
hicimos en nuestros dos primeros días por las siempre acogedoras
tierras cántabras. La primera jornada, la dedicamos a recorrer la
comarca del río Besaya. Teníamos previsto conocer los bonitos
pueblos de Cartes y Riocorvo, pero como la senda peatonal -y
ciclista- lo propicia y la temperatura también, nos acabamos
acercando, a Caldas de Besaya -balneario, que no sabemos si funciona
o no, aunque parece lo segundo-, Barros -mayormente, un polígono
industrial horrible- y Los Corrales de Buelna, que presenta una
iglesia norteña muy chula, enclavada en un extenso recinto
ajardinado.
Los Corrales de Buelna (Cantabria)
La ruta, que casi en todo momento
trascurre junto al poco caudaloso río, resulta agradable y en
nuestro caso, bien animada por el omnipresente sol y el crudo y
descarnado paisaje invernal. No escatimamos esfuerzos tampoco, en
ascender hasta el santuario de Nuestra Señora de las Caldas, ubicado
junto a una residencia de personas disminuidas mentales y de una
hospedería, que dispone de catering enlatado, que les proporciona
una empresa del ramos, en una discreta furgoneta.
Estas dos son, de Correjo y las últimas, de Cabezón de la Sal (Cantabria)
A lo largo de la segunda jornada,
nos acercamos, a Cabezón de la Sal, que dispone de una corpulenta y
bella iglesia y de unos pocos monumentos más de interés, ubicados a
lo largo de una exigua zona peatonal. Además, un atractivo poblado
cántabro, que contemplamos y fotografiamos desde fuera, dado que a
la autoridad competente no se le ha ocurrido más brillante idea, que
cerrar durante la segunda quincena de enero todos los museos y
lugares de visita de
la comarca. Sin otra razón, como no podía ser de otra manera, que
porque les ha dado la real gana.
Por una acera, que no ofrece pérdida,
ni peligro, se alcanzan los encantadores pueblos, de Carrejo
-majestuosas casas de piedra y terrazas y tejados sobresalientes,
impregnados de constante e insoportable olor a estiércol- y la
contigua, Santibañez, de las mismas características, pero algo más
pequeño. Por supuesto, todo rodeado de vacas, caballos, verde
recalcitrante hasta la saciedad y montañas, para no decepcionar a
nadie.
Como premio final, tuvimos la merecida
suerte de terminar la tarde y la noche, en Potes -una delicia, su
relajado paseo nocturno-, donde pagamos el alojamiento más caro del
viaje (40 euros y con fortuna,, porque casi todos están cerrados en
esta época. Empezó entonces, la parte más interesante de esta
fugaz escapada, compuesta por esta reseñada localidad, la cercana
comarca de Liébana y las playas de Suances. De todo esto y con
muchos detalles, os hablaremos, a lo largo de las próximas tres
entradas del blog.