Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Dhaka: la ciudad más estresante del mundo

Las tres primeras son, de Dhaka (Bangladesh) y las dos últimas, de Chittagong (Bangladesh)
          Después de 122 países visitados, para mi Dakha es la ciudad más estresante del mundo y la razón no es otra, que su elevadísimo número de rickshaws, que vagan por doquier entre el caótico tráfico, como pollos sin cabeza. Si a ello le añadimos, la anchura de sus avenidas y la ausencia de semáforos, cada cruce se convierte en un serpenteante y angustioso abismo. ¡A los propios lugareños les cuesta atreverse!.

          De tal forma, que al llegar al lamentable y caro hotel -son pocos, los que aceptan extranjeros- y pretender reposar, al cerrar los ojos, se me aparecen imágenes de cacharros y cacharros, atropellándonos, cruces eternos -más que las reencarnaciones indias- y personas riéndose de nuestras desdichas. ¡Que horror!.

          Para colmo, nos acaban de confirmar -dato conocido, pero olvidado-, que hoy empieza el Eid al Fitr -festividad de cinco días, que pone punto final al maldito y, para nosotros, recurrente mes de Ramadán-, con lo que ello supone en un país musulmán. Aunque, creedme: el Ramadán en Bangladesh, es la fiesta del paripé. Se pasan el día comiendo, bebiendo y fumando, en puestos tapados por sábanas -aunque todo el mundo sabe lo que se “cuece” en esos garitos- y luego, que si la liturgia de la cena, bien tranquila, porque el estómago está ya lleno. Igualito, que los marroquíes, que devorarían a un caballo, si se lo pusieran delante.

          Volvamos al tema y ¡haya calma!. Dakha -y la mayoría de ciudades de Bangladesh-, esta llena de aceras, bastante bien cuidadas y sin fosos. ¡Mera ilusión!, porque están abarrotadas de puestos callejeros y personas, que circulan a gran velocidad -como si tuvieran prisa-, en ambas direcciones. Sacar los codos es la solución más desesperada, aunque bastante efectiva

          De hecho y supongo, debido a los excedentes, que sobran de los pedidos de de El Corte Inglés, Zara y demás imperios explotadores, Dakha se muestra como el mayor mercado callejero de ropa y ropajes -también zapatos- del mundo. ¡Ni en cincuenta años venderán todo lo que exponen al público!.

          En los interminables mostradores, también destacan numerosos puestos de fruta, de una apariencia impecable y excitante, aunque carísima. Con bastantes dudas, de si abandonar el proyecto y retornar a India, nos vamos a Chittagong, después de un día aciago y una noche diluviando, que han convertido la ciudad en un charco eterno, que supera los tobillos.

          En este nuevo destino, vuelve a destacar su extraordinario mercado -bazares, llamados aquí-, aunque de la misma estrechez y peligros, que el de Dakha.

          En tres días en este país -y exagero sólo un poco-, ha llovido más, que en los otros 80 de viaje. De hecho, esta es la nación del agua por todas las partes: ríos anchísimos, lagos, estanques o similares, campos de arroz, charcos infectos... y también de los ladrillos, a lo largo de todo el país. Lo de las precarias industrias de ropa -paraísos de casi exlavitud-, el turista no lo ve. Por cierto y a estas alturas: cero guiris en Bangladesh.


          Lo que ya hemos constatado con bastante claridad es, que Bangladesh se muestra mucho más limpia, que India. ¡Gana por clara goleada!.  

viernes, 26 de septiembre de 2014

Dudas y más dudas, al borde de la congelación

                                                            Esta y las cuatro siguientes son, de Calcuta (India)
          La primera de esas consecuencias aeroportuarias fue, que hubo, que cambiarse de ropa, a toda prisa. De la manga y el pantalón corto y los incesantes sudores, a vagar como Papás Noeles, a lo largo y ancho de la amplia terminal, pertrechados hasta las orejas y envueltos en las mantas. Todo ello, dentro de nuestras limitadas posibilidades de vestuario, porque al final y llegando ya casi al estado de congelación, no aguantamos siquiera sentados.

          Y así, ya con menos agobios mentales -el cerebro empieza a crearse sus propios chupiteles de hielo, interiormente- y con quince horas por delante hasta el vuelo, uno empieza a darle vueltas -la mente es maliciosa- a todos los posibles problemas, que podemos encontrarnos al día siguiente, en el aeropuerto de Dhaka. A saber:

          1º.- Denegación de embarque, por no tener el visado hecho o carecer de vuelo de vuelta o hacia un tercer país.

          2º.- En este último caso, ¿aceptarán, que compremos uno allí mismo?.

          3º.- ¿Se podrá hacer, de verdad, la visa “on arrival”, tal como nos han asegurado en la embajada de Calcuta y en varios foros de internet?.

          4º.- ¿Tendremos dólares suficientes para todas las gestiones o nos habremos quedado cortos?.

          5º.- ¿Nos pedirán una dirección y un teléfono en el país?. Sin guía, lo primero lo puedes inventar, pero lo segundo, es más difícil.

          6º.- ¿Nos deportarán a India, como tristes forajidos o inmigrantes sin papeles?.

          7º.- Tal vez, ¿nos torturarán?.

          La noche pasó con un insufrible frío polar, a pesar de toda la ropa, que teníamos encima y que raro, conseguimos dormir unas horas. Hay que reconocer, que a pesar de ser unos toca-huevos-burocráticos-integrales -que si pasa el equipaje por aquí y te lo lacramos/sellamos; que si registro a fondo; que si tantos sellos en la tarjeta de embarque, que no se ven bien los datos en ella impresos...-, que los embarques son muy tranquilos -no hay casi pasajeros- y la espera resulta agradable, con varios sillones mullidos orejeros y con reposapies, incluidos.
                                                                                      Esta y las cuatro siguientes son, de Chittagong (Bangladesh)
          Y, tras aterrizar, tras volar sobre una gordísima capa de nubes, llegaba la hora de resolver los interrogantes. Realmente y aunque todos tenían su sentido y por todos nos preguntron, el muro que se alzó sobre nosotros, fue el punto cinco: número del teléfono del hotel y dirección. Y eso, que como nombre, hemos puesto uno que existe -aunque hoy, como comprobaríamos después, no admiten a extranjeros y es tan cutre, que vete a saber, si tiene siquiera teléfono-. Pero, al mirarlo en la red, tuvimos el descuido, de no recabar ese maldito dato.

          
          Tira y afloja con el proceloso funcionario y de momento, nos manda a pagar, para luego, seguir insistiendo, erre que erre. Le ponemos uno de nuestros móviles. Mirada rara y pregunta: “¿roanning in Bangladesh?. ¡Ni a la de tres!. Reculamos, pero vuelve al ataque y empieza a pintar deo. Un guía de agencia o independiente, -dato para nosotros desconocido-, nos rescata, milagrosamente, negocia con él y finalmente, logramos el objetivo: ¡estamos dentro de Bangladesh!. ¿Y que nos hayan jodido tanto, después de pagar 102 dólares, entre los dos?.

          Le indicamos, al amable hombre, que no pretendemos más servicios de su parte y así, se va sin más pretensiones, cuando nosotros teníamos preparados diez dólares, por las molestias ocasionadas.

          El aeropuerto es viejo, pero idílico, para lo esperado: cajeros que aceptan tarjetas occidentales, oficina de turismo sin planos, garitos de cambio a buena tasa... y relativa calma a la salida, hasta que llegamos a la cercana carretera principal, donde se coge el bus para el centro.


          Entonces, un policía nos tiene que ayudar a cruzar y ni a él le respetan. Otro aporrea -con porra de hierro- un autobús, para que se detenga y podamos subir. Con la colaboración inestimable de otros ciudadanos conseguimos montar, en marcha, en uno atestado de gente. Empieza la trepidante y estresante aventura en este país. De hecho, es por este motivo, por lo que hemos venido y no porque tenga nada atractivo, que visitar.

El fuego eterno

                                                            Todas las fotos de este post son, de Calcuta (India)
          El retorno a Calcuta fue un infierno (otro más). No por el viaje en si, que fue cómodo y fresquito, como, casi siempre, en sleeper. Sino porque nos vamos tejiendo una maraña a nosotros mismos -de la que nada tiene la culpa Calcuta-, salvo el incesante y húmedo calor, que nos atrapó durante cuatro días, hasta casi asfixiarnos.

          La decisión estaba tomada y la cosa prometía. Al ciber, para dos días después, volar a Dhaka. Pero, tras intentar pagar con cinco tarjetas diferentes, con ninguna nos fue posible. Y, uno, ya entiende el por qué: ¿habiendo mil trescientos millones de indios y ciento cincuenta habitantes de Bangladesh -vamos, como si Andalucía tuviera cincuenta o España quinientos-, les da igual, el mercado exterior -occidental fundamentalmente- y sus malditas “credits cards”. En ninguna compañía india y son decenas, se puede pagar por este medio, a través de internet (en una agencia física, las comisiones son prohibitivas).

          Contrariados y desesperados, quisimos poner remedio, largándonos a Japón y Corea del Sur, pero el proyecto era imprudente -no sólo económicamente, sino por motivos de organización-, por no decir una locura.

          Miles de ideas afloraron en el buscador de vuelos, pero todas cayeron en saco roto. Lo que, al principio, en Calcuta era soportable, se fue convirtiendo en el fuego eterno. Me refiero a nuestro hotel de los bichos -tercera estancia en él-, con la ventana medio enladrillada y por la que entra el fétido -al principio, aguantable-, olor a chapati requemado, de un negocio cercano (una semana después, cuando esto escribo, todo nuestro equipaje aún huele, a eso).


          Las habituales y agradables cervezas "strong" -que alegraban nuestras mañanas-, comenzaron a horadar mi estómago y barriga, hasta caer en serios desarreglos intestinales (¿la maldita glicerina, qué contieenen?. Y hasta la riquísima y variada comida, comienza a darnos asco.

          Era sábado por la tarde y después de consultar una agencia física -en este caso concreto, tampoco admiten tarjetas-, tomamos tres decisiones, que en veinte minutos, nos devuelven el timón del viaje: sacar dinero suficiente del cajero, comprar con él el vuelo a Dhaka y cambiar -con baja comisión- euros por dólares, para el visado “on arrival”.

          Todo parecía bien encaminado, hasta que al día siguiente, llegó el abismo, que por otra parte, siempre es mayor, cuando uno está agobiado: problemas digestivos muy molestos; calor insufrible -yendo de tienda acondicionada a centros comerciales-; estar sin hotel desde el mediodía; asco a toda cosa que oliera a comida -Calcuta entera- y única tolerancia, a ingerir leche y zumos. Los mendigos se multiplicaron por mil -o eso me parecía-, al igual, que las distancias recorridas por el trepidante y -hoy- hostil mercado, otrora tan caótico, como apasionante.

          Después de partir hacia el aeropuerto, tras un periplo -tranquilo- por la única linea de metro de la ciudad y de un tortuoso bus, arribamos a la magnífica nueva terminal, de Calcuta, tomada por los -hay muchas chicas- militares, que sólo aceptan el acceso a los “indios de bien” y a los guiris, aunque, seamos de mal, siempre que unos y otros vengamos provistos del correspondiente billete aéreo impreso.

          Había, que elegir, entre los 39 húmedos grados del exterior y los 13 ó 14 interiores y gélidos, en una terminal desangelada y casi vacía. Elegimos lo segundo y llegó mi milagrosa recuperación -sin el PP presente-, aunque todo tiene siempre sus consecuencias: ¡catarro terrible!, al canto y algunas otras más.  

Volver a España es MUY FRUSTRANTE

          De momento, nada tiene, que ver este post con el reciente viaje, ya finalizado, a pesar, de que a nuestra vuelta , entrando por Barcelona, fueran los de control de pasaportes, más tocahuevos, que en Israel (y ya es decir). 

          Llevamos 20 días en España y hace diez, hemos sufrido un brutal e injustificable registro y acoso policial -cuatro tíos, rodeándonos a dos y acabando, muriendose de vergüenza, tras pisotear todos nuestros derechos-, sobre en el que en su debido momento, habrá un post. Esta situación, nunca fue vivida por nosotros, en ningún país, de los casi 130, que conocemos, en todo el mundo. 

           ¡Si estos vividores, nos ha jodido la vida, que se vayan por donde Gallardón, o Echenique... Y, que sigan  viviendo igual de bien, pero sin molestarnos


          No, al estado policial del PP. No, a que porque en una entrada inocua de tu blog, pongas, a la vez, Felipe VI y Pablo Iglesias, tengas diez veces más visitas, que habitualmente. Probablemente, la mayoría, del aparato del estado, que se alarma, ante nuestra  inofensiva beligerancia. 

         No sé, estos tipejos que sentimiento tienen más cerca: si el dilapidar lo público, robar a manos llenas o el de acojonarse, cuando vienen mal dadas.

Este blog, nunca fue político y siempre, traté de evitarlo, pero no nos dejan otra opción: 


¡¡PODEMOS!!.

Disfrutando de Orissa


                                                         Esta y las tres siguientes son, de Bhubaneswar (India)          
          Calcuta nos perdió de vista, para recuperarnos cuatro días después. Con mucha pereza y un calor húmedo insoportable y sintiéndome algo enferma y débil, tomamos un tren nocturno, a Bhubaneswar, a unos 450kms al sur.

          La buena noticia son sus espectaculares y desconocidos templos, enmarcados en una zona caótica, que respira agradable cotidianidad. La mala -racistas de mierda- consistió en que preguntamos en unos 40 hoteles y en el 75% de ellos, nos rechazaron.

          La inesperada fue, que almorzamos, cuando menos lo esperábamos, uno de los mejores biryanis con pollo de todo el viaje. Y, la alucinante -casi ya, cuando nos íbamos a ir-, resultó contemplar, como varios hombres ataban a un árbol a un chaval y lo molían a palos, con la complacencia de todos los espectadores, incluído un vigilante jurado, que ha tomado una de las mejores localidades. Cuando lo desatan y, mientras algunas mujeres lloran, el jovencito agarra dos enormes piedras, con las que vengar su ira. Ni sabemos el final de la historia, ni las causas y por supuesto, no intercedimos -en favor de ninguna de las partes-, ni llevamos acabo más indagamos o pesquisas.

        Para llegar hasta Puri, tomamos un tren lleno de hombres -ninguna mujer- vestidos de naranja, que tardó dos horas y media, para 65 kilómetros. Luego, supimos, que eran peregrinos. acudiendo a un lugar sagrado de la localidad, a rendir culto a tres dioses hermanos. Aunque, el peregrinaje se sucede durante todo el año, hay una festividad denominada Rhaja Yatra, en la que confluyen cientos de miles de fieles o incluso, millones. Dicen, que en su no muy estético, pero enorme templo, se encuentran los hornos más grandes del mundo -750-, que en un día cualquiera, pueden servir unas doscientas mil comidas.

                                                Esta y las dos siguientes son, de Puri (India)         

          Aseguran además, que la tercera parte de los habitantes se Puri -unos 50-000-, viven directa o indirectamente de este lugar sagrado. Si cualquier día, ya es un espectáculo, ver esta trepidante plaza, no me quier ni imaginar -aunque los numerosos carteles, por todas partes, dan una idea- en los días de la festividad de los grandes momentos y emociones, que se viven, cuando sacan al triunvirato en unos carros de trece metros de alto -llenos de debotos hasta en el techo, como no podía ser de otra manera- y los trasladan, durante nueve días, a un templo más modesto a tres kilómetros, para que disfruten de sus vacaciones, tan cortas y cercanas, que ni en la España de la crisis.

        Nuestro periplo por el estado de Orissa termina en Konark, un lugar tranquilo -ya era hora-, con una agradable calle peatonal llena de puestos y baños gratis -¡noticia!-, aunque asquerosos, pelmas varios y otros tres carros sagrados menos impresionantes, de los que desconocemos su función.

          Por el templo te cobran 250 rupias -sinvergüenzas de ellos, dado que está lleno de andamios-, pero se ve perfectamente, circundándolo por fuera fuera.

          En Puri, son tan agradables, que todos los hoteles tienen el check-out -dejar la habitación- a las ocho de la mañana. Una opción, para aprovechar el madrugón, puede ser, pasar la mañana en su enorme, salvaje y poblada playa de barcos. Sería una delicia, si la insoportable basura, no la invadiera sin piedad. ¡Nada que ver, con las playas del suroeste de la India!.    Konark (India)

jueves, 25 de septiembre de 2014

¡oh my God, acaba de estallar mi indiómetro!

                                                  Todas las fotos de este post son, de Calcuta
          Dado, que muchas de las aceras de Calcuta tienen ladrillos en el medio y cemento en sus extremos, el primer día de nuestra estancia -ingenua de mi-, me lo pasé elucubrando, que tal hecho respondía a criterios estéticos (dado, que la cosa no queda tan mal, es una fórmula barata e imaginativa). Me dije: “un ejemplo a seguir, sin dedicar muchos recursos, dentro de un país, dejado de la mano de Dios”.

          A la jornada siguiente, mientras degustaba un delicioso chow mein cárnico y, un aún más rico roll de pollo y verduras, observé como varias mujeres y hombres, anárquicamente -al menos, en apariencia-, iban rellenando esos huecos con un curioso y arcaico sistema de construcción: una -burriña ella-, vuelca una enorme carretilla de cemento. Otro, lo extiende y aplana con las manos desnudas. Una tercera, coloca periódicos encima y su compañera, para que no se vuelen con el aire, esparce arena sobre ellos.Los paseantes, pisa que te pisa, nos encargamos de hacer el resto.

          Aún así, quise intuir -aún más ingenua de mi y romántica-, que la obra creativa era fruto de un mandatario anterior, más sensible, ahora defenestrado y sustituido por una bestia parda (especie predominante del país).

          Pero. la tercer día, ya constaté, con decepción, que Calcuta, -como la cocina de Ferrán Adriá- se construye y deconstruye, constantemente. De tal forma, que nada parece lo del día anterior y tampoco, es posible imaginar la entrega siguiente. A estas alturas, mujeres-albañiles de cierta edad, colocan enormes bordillos, rodeados de la nada, de arena o de grava, que hay que ir saltando o esquivando, como si fuera una carrera de obstáculos. Y, mañana..., Vishnu, Brahma o Shiva dirán.

          Aunque seguro, estaremos aquí para verlo, dado que aún no tenemos cerrada nuestra salida de un país que tras dos trepidantes meses, ya nos cansa.

          Desde hace ya varias semanas, he tenido la constante y agobiante sensación, de que el momento que estábamos viviendo, no iba a acabarse nunca (generalmente, en los transportes diurnos). Por no hablar del indiómetro, que desde hace tiempo, tiene su aguja en la zona más roja. Aunque eso,ya no es problema: acaba de explotar y se ha hecho añicos.

          Por lo demás y a la espera de la decisión, que nos saque de aquí, nuestros días transcurren entre cervezas, comidas copiosas -con el consiguiente ardor de estómago-, siestas a cualquier hora y sobre todo, bajo la alcachofa de la ducha de agua fría, para combatir el insoportable calor húmedo, que ya no esperábamos, después del buen tiempo en Allahadabad y Varanasi.


          Pero, Calcuta y por múltiples razones -entre las que no se encuentran la calidad de los alojamiento económicos, con bibhos varios incluidos en los colchones-, ¡es, sin dudarlo, mi lugar favorito de India!.   

Con la aguja del indiómetro en la zona más roja, a punto de estallar

                                                   Arriba, cuevas de Ellora (India). Debajo, Bhopal (India)
          Cincuenta días en India -108 sumando nuestro anterior viaje- y aún no veo la hora de sacar conclusiones, dado que me siento con temor, sobre lo que nos pueda deparar el futuro y por otra parte, en cuanto a determinadas cosas, tengo un pensamiento distinto a cada hora del día. Situaciones buenas y malas, probablemente, nos han ocurrido aquí, en la misma magnitud, que en el resto del mundo, aunque nunca, mostramos dedicación tan intensa por un país, que no fuera este.
Kanyakumari (India)
          Con cierta retranca, cabría destacar los momentos más sublimes del viaje, que han sido, la ducha de cada tarde, la cerveza fría -cuando la cámara o el frigorífico funciona, o el estado indio de turno no te fríe a impuestos e impide pagarla- y el momento crucial: cuando después de 800 esforzadas gestiones, mucha paciencia y sonrisas, consigues tu objetivo -con fotocopias y escritos varios, que ni puedes imaginar por ínfimo, que sea, el trámite a realizar (por ejemplo, un triste boleto de tren). 


Arriba, Kumbakonam (India). A la izquierda, Kovalam (India)
          Siendo mucho menos puntillosa y más conciliadora -algo que cuesta, después de tanto tiempo aquí- diría, que cada uno tiene el viaje a India, que se busca. Pero eso, la verdad, tampoco es decir mucho. A veces, por unos pocos euros más al mes, puedes reducir tu sufrimiento, pero el problema es, que ni siquiera sé, si deseo esa alternativa.

          Por ejemplo: cogemos un tuk tuk y nos ahorramos los tres kilómetros o cuatro, que hay hasta el alojamiento, el calor y la necesidad de lidiar con planos muy imprecisos (sí, la Biblia LP, también es imperfecta). Pero, ¿qué hacemos luego el resto del día, quedarnos en la habitación?. ¿Donde gastamos la adrenalina, si Dios no nos dio capacidad y ganas, de ascender cumbres de 9.000 metros?. Cada vez, me veo más emparentada con el masoquismo.
                                                Fatehpur Sikri (India)
          Pero, si vamos a lo práctico, en este periplo, mucho más calor, que el viaje anterior; peores alojamientos y en más sitios rechazados; comida excelente y relativamente variada; más sleeper y menos buses nocturnos (me lo puse, como objetivo principal)... Lo único, que no varía en ambos viajes, son los indios, pero de eso, ya he hablado bastante.


        Por lo demás, disfrutamos de agradables días en Calcuta, una ciudad hecha a nuestra medida y quizás -con permiso de Amhedabad y Shimla- el mejor mercadillo de India. Vamos camino de Bhubaneswar, Puri y Konark, para poner punto final a este maravilloso/insufrible país. Aunque, antes de abandonarlo, nos ocurrirán mil historias, como cada día, desde que sale el sol, hasta el ocaso.

 Arriba, Augandabad (India). Debajo, Calcuta (India)
         Diría, que tengo cierta incertidumbre sobre nuestro paradero, de aquí a una semana. Pero, como en India las sensaciones aparecen, cuando menos te lo esperas, hoy vivimos una tarde muy especial, en el barrio del templo de Kali -a cinco paradas de metro de la zona de los guiris-. Realmente, nos hemos sentido en la Calcuta tan miserable/digna, siempre imaginada y mostrada por el cine, tantas veces. ¡Mira, que nos pone esta ciudad!.

¿Felipe VI?... ¿Pablo Iglesias?... Nos debemos estar perdiendo algo

                                                Todas las fotos de este post son, de Varanasi (India) 
         La aventura de viajar a Allahabad -de discutible merecimiento, como ciudad, aunque tampoco nos arrepentimos de haberla puesto en marcha-, acabó forjándose a golpe de fuego, sudor y lágrimas. ¿Tendría algo que ver, una estúpida “maricona” -de las que pululan a diario por los trenes de India-, que nos echó una especie de mal de ojo, por responder con contundencia a sus agresivas peticiones pecuniarias?.

          El caso es, que para un recorrido de 130 kilómetros y para volver a la ciudad de las hogueras, tardamos cinco horas, con una parada incluida a escasos dos mil metros, de la estación de Varanasi, la más caótica de toda India, con mucha diferencia.

          Habitualmente -y, además de los numerosos viajeros- centenares de gentes sin hogar, ni ocupación, invaden sus suelos -no sólo de noche, como es lo normal, sino también de día-, no permitiéndote circular. Perros, vacas y cabras, suponen otros obstáculos, a esquivar, además de los desaprensivos del numeroso y escasamente ético gremio del transporte urbano (lo de urbano, es para entendernos).

          Pero, para colmo, hoy, se han estropeado todos los paneles de información de trenes. Las soluciones, para conocer la vía y la hora de tu convoy son dos. Bueno, afortunadamente, tres. La más cómoda, meterle el marrón al policía turístico del despacho situado al lado de la benigna oficina de reservas para extranjeros y que se pegue él, con lugareños y funcionarios. El tipo, inicialmente muy diligente,va perdiendo interés en nosotros, una vez, que nuestro tren pasa de los setenta y cinco minutos iniciales de retraso, a ciento ochenta.


        La segunda y aplaudida con entusiasmo por los empleados de Indian Railways es, escuchar la megafonía. Cierto es, que los datos de cada tren los repiten hasta la saciedad,pero no es menos verdad, que desde el 90% del espacio de la estación, ni se entienden, ni se escuchan.

          Y la última, -fruto de la experiencia de nuestros periplos por India y no oficial- es saltarse la cola de seis filas para una ventanilla, de indios impíos -con los codos más anchos del mundo- y abordar la puerta trasera la la oficina de “inquiries”, para probar si de esta forma te atienden. Hay posibilidades, al 50%. O si no es posible -que echándole cara, lo es-, ver la pizarra donde -escrito a mano- figuran todos los trenes, que van a partir, con su número y andén.

          Con muchos nervios y desazón, salimos tres horas tarde para Calcuta -tal cual, como la otra vez, hace tres años, lo que no parece casualidad- y arribamos , con otra media hora más de retraso, a media mañana de la jornada siguiente.

          Pero, el nefasto episodio, tuvo unos cien minutos geniales: el encuentro con María José y Almudena, las dos chicas españolas, que habíamos visto inscritas en nuestro hotel de Varanasi. ¡Si no fuera por estos momentos!. Ellas vienen de un circuito por China, Tibet -que envidia- y Nepal y acaban de entrar en India, a través del bus de Sunnauli -bastante familia para nosotros-, donde han pillado pulgas -envidia ninguna,- para un viaje relámpago por el país . Se les ha acoplado un chico de Alcoy, de viaje corto y celérico, que va más a su bola y cuyas únicas preocupaciones vitales son, saber como es el “sleeper” en India -no me extraña, porque mide dos metros y lleva un mochilón- y la ascensión de Felipe VI al trono, el mismo día que Felipe V, quemó la cercana ciudad de Xátiva. Bueno. Y la irrupción de un tal Pablo Iglesias, que nosotros, ni conocemos.


          Ah, se me olvidaba y esto no es culpa del inquilino nuevo de la corona: en el trayecto a Calcuta, enormes, despiadados y saltarines bichos, nos provocaron serias molestias -no tanto, como los indios- en la piel.