Altea es un bello pueblo costero, en el que nunca paras de subir y bajar escaleras. Sus imponentes casas blancas forman extraordinarias calles y callejuelas, muy agradables para el paseo, algo menos por la mañana, debido a las hordas turísticas. La plaza principal con su bella iglesia y un par de miradores completan las visitas del lugar.
Su playa es pedregosa y el paseo marítimo resulta irregular, porque a ratos es demasiado estrecho. La primera linea de playa y como en casi todo el litoral alicantino, está plagada de hoteles y apartamentos de aluvión y de escaso gusto, que mayormente, fueron construidos en los sesenta y setenta del siglo pasado.
No tengo datos, pero a simple vista, Benidorm puede ser el mayor conglomerado turístico playero de Europa (o del mundo). A pesar de su interminable bahía de hormigón, el lugar -plagado de británicos-, no resulta tan agresivo, como yo recordaba, en mi única visita, en 1985, porque las buenas playas de Levante y Poniente, le dan calma. En medio de ellas, el acogedor Balcón del Mediterráneo y sus escarpados acantilados. Detrás, un humilde casco histórico y comercial.
De verdad, que Benidorm no nos parece un mal sitio para pasar un par de días, especialmente, si encuentras un barato apartamento con habitación, baño, cocina y salón y con todo tipo de detalles, como nos ocurrió a nosotros.
Desayunando allí, recibimos la gran noticia, el viernes 7: se había publicado la lista definitiva de la oposición, sin cambios. El lunes siguiente mi pareja debía llevar al ayuntamiento fotocopia del DNI, titulo de bachiller, declaración jurada de no haber tenido mal rollo con la administración y otra de no contar con incompatibilidades.
El próximo martes y después de año y medio continuado de impresionantes viajes, regresa al mercado laboral. Empleo publico fijo hasta la jubilación, pero con excedencias y licencias sin sueldo frecuentes, dentro de lo que permite la ley.