No pongo fotos de fútbol, por problemas de derechos y sí, de paranoias, que he encontrado en google y que no son propias
Tenía en mi mente de adolescencia, que
aquel Madrid, que perdió con el Liverpool en la final de la Copa de
Europa, de 1.981, era muy menor. Pero, viendo la alineación de aquel
27 de mayo y a las órdenes, de Vujadin Boskov, encuentro bastantes
más notables, de lo que entonces se denominaba el equipo de los
“García”: Santillana, Juanito, Stilike, Camacho... ¡y el propio
Del Bosque!.
Tenía 13 años y estudiaba 8º de
EGB, en mi último año de internado. Recuerdo, que en aquel arcaico
y dejado colegio, había dos salas de televisión (¡sí, en blanco y
negro!). Por supuesto, la cena era prioritaria al fútbol para
nuestros “educadores” y tuve, que lidiar con varios auxiliares,
para tratar de escaquearme y ver el evento. Resultado: ni cena, ni
partido. ¡Castigado y a la cama!. Al día siguiente, ni la amarga
derrota, ni la represalia, hicieron mucha mella en mi y seguí con mi
incipiente vida rebelde.
Lo cierto es, que desde entonces y ya
entrando en los cincuenta, nunca he visto perder al Madrid una final.
En el casillero, se hallan las dos de la UEFA, de los ochenta y todas
las benditas de los años pares, hasta la impar de ayer.
Ahora y hace mucho tiempo, ya nadie me
vigila o castiga por tratar de ver un partido, como entonces. Soy yo,
el que no quiere una tele cerca, a más de quinientos metros a la
redonda y ninguna otra posible causa de “infección” (bares
cercanos con pantallas, personas con móviles o radios...). Mi pareja
lleva 30 años conmigo y no se queja demasiado, de compartir su vida
con un paranoico (no sólo en el terreno del fútbol).
La final de la Euro, de 2.008, la
vivimos, en Bangkok, de madrugada. Reconozco, que he tenido suerte,
de que en mi trayectoria futbolera, no me hayan partido la cara.
Muchos alemanes, aquel día y sólo un par de españoles, una
francesa y una animosa thai, de nuestra parte, que complementarnos. A
la postre, estos teutones son educados y gracias a la cerveza de más
de siete grados, conseguí superar la gloriosa prueba, sin más
taquicardias de la cuenta.
Llegó el mundial. Cuartos en Italia y
semis y final, en Marruecos. ¡Que gente más educada y respetuosa,
nuestro vecinos del sur!. Aplaudiendo cada jugada de España,
respetando, a Holanda y felicitándonos, uno por uno, al final del
encuentro. Mi corazón explotaba, sin posibilidad de una sola gota de
alcohol. Aguanté a duras penas el partido, pero no, la prórroga,
hasta que en la lejanía, intuí el gol de Iniesta.
Para la Euro de 2.012, nos preparamos,
a conciencia y nos fuimos a Kiev, sin entrada y tras un interesante
periplo por Polonia y Ucrania. Los nervios estuvieron bajo control,
después de varios litros de cerveza en un día calurosísimo y de ir
ganando dos a cero, antes de la media hora.
Desde entonces, ya no he sido capaz de
ver un partido de fútbol decisivo, salvo el de la Euro 2.016, contra
Italia, que vi perdido desde antes del inicio.
La Champions, de 2.014, nos pilló en
India, durmiendo (¡que maravilla!). La de 2.016, recorriendo los
alrededores de mi localidad y de vez en cuando, consultando el móvil,
a ver el resultado. Ayer, he sido incapaz de saber nada de la final,
tratando por activa y por pasiva, de mantener un férreo
autoaislamiento, ¡pero fue imposible!.
Traté de diseñar el día, para que
fuera capaz de dormirme, entre las ocho de la tarde y las once. Dado,
que la táctica no fue eficaz, nos fuimos a un animado mercado, donde
regalaban limonada y trozos de embutido, para lidiar con la primera
hora.
Las jornadas precedentes habían sido
calurosas, pero hoy corre un tormentoso -aunque agradable- aire
voraz, Decidimos, volver a casa, a pesar de las fuentes contamiantes
e infecciosas, que podemos toparnos, a nuestro encuentro, ávidas de
dar muestras de como va la final. Coger un jersey es nuestra
prioridad, aunque hay otra más inmediata: desarreglos intestinales.
De repente y a través de los
tabiques, escucho: ¡¡“gol, gol, gol, gooooooooool”!! y trato de
asimilar, si el grito viene de mi vecino de la izquierda o del de la
derecha. La cuestión no es baladí: uno es un tío normal y el otro
un hijo de puta consciente, que ha educado a su demoníaca vástaga
en el odio a los rivales, como hoy es tan frecuente en numerosas
familias y en esta sociedad degradada e inconsciente.
Confieso, que aún siendo muy del
Madrid, recuerdo aquella final del 86, en la que el Barça perdió en
los penaltes con el Steaua, de Bucarest en la que quedé muy apenado
y lloroso. Hoy no sería posible, porque vivimos en un mundo de
bandos y de odio.
Mientras tanto, mi pareja quería ver
el resultado, al descanso y yo le dije: “El año, que viene, me
subo solo al monte, para no encontrar más interferencias”. De
repente, pasa el autobús urbano, con Manolo Lama a toda mecha y
además, unos chicos, que nos anuncian, que ha empatado la Juve
¡Imposible aislarse!.
Supongo, que somos muchos los
agobiados por temas tan menores y más, cuando de las últimas ocho
finales, las hemos ganado todas.
¡¡En una semana, estamos en Bangkok,
nuevamente!!.