Aunque las fotos de este post puedan
parecer bastante vintage o incluso, para algunos, de tintes viejunos,
debo indicar a los más jóvenes trotamundos -que han sido paridos
con la creencia, casi cierta, de que el mundo cabe dentro de un
teléfono móvil-, que esto era la alta tecnología a finales de los
años ochenta.
Corrían tiempos, en que para escuchar música en la calle se necesitaba un walkman y en casa una cadena; para hablar por teléfono una cabina telefónica y para tener fotos al instante, sólo era posible con una rudimentaria Polaroid, hoy pieza olvidada de museo.
Palabras como casete, vinilo, carrete fotográfico, UHF o Mama Chichos, eran tan populares entonces, como hoy lo son, whatsapp, e-mail, pirateo, Gran Hermano VIP o spotify. La twitter de aquellos tiempos no era otra cosa, que pasarse notitas en clase, que iban de mano en mano. Eso sí, comíamos con cuchara, cuchillo y tenedor, calzábamos zapatos o deportivas y hacíamos botellón en calles y plazas, así que lass cosas en lo esencial, tampoco han cambiado tanto.
Arriba, Etambul, 1.997 y Roma, 1.990
No soy de mucho guardar, pero aún conservamos nuestra vieja Olympus OM707, con la que fueron inmortalizadas todas estas instantáneas, aquí presentes, a lo largo de los últimos ochenta y primeros noventa. Nos la regalaron en 1.986, unos tíos nuestros muy generosos, que habían ganado un pleito millonario por accidente de tráfico. Aunque, no lo creáis, costó más de lo que hoy vale un Iphone 6s: 125.000 pesetas o lo que es lo mismo, 752€.
Capadocis, 1.997, arriba y Sofía, 1.997
Pero, no es mi intención, hacer de abuelo cebolleta y comparar unos tiempos con los otros y menos para reseñar, como cabría esperar, lo bueno que era lo antiguo y lo malo de ahora. Leyendo estos días de atrás, algunos relatos míos, ya amortizados, he podido constatar, lo mucho que hemos evolucionado -no sé, si para mejor o peor-, como viajeros. Y es lo que me propongo en estas líneas, analizar esos cambios.
Pero, no es mi intención, hacer de abuelo cebolleta y comparar unos tiempos con los otros y menos para reseñar, como cabría esperar, lo bueno que era lo antiguo y lo malo de ahora. Leyendo estos días de atrás, algunos relatos míos, ya amortizados, he podido constatar, lo mucho que hemos evolucionado -no sé, si para mejor o peor-, como viajeros. Y es lo que me propongo en estas líneas, analizar esos cambios.
Milán, 1.990, arriba y Sofía, 1.997
Como ya he escrito en este blog en otras entradas, nuestra trayectoria viajera comenzó una Semana Santa de 1.989, con más de diez días en París (¡mon dieu!). Aunque en esa ocasión fuimos de hotel, los periplos de los primeros 15 años viajeros estuvieron caracterizados por el camping, como forma de alojamiento. Más bien, por tradición familiar, que por ahorro de dinero o mentalidad espartana y sacrificada, porque nos fundíamos hasta el último duro, como si no hubiera un mañana.
París, 1.990, arriba y Viena, 1.991
Aún recuerdo, como después de 45 días de alocado e intenso interrail por Europa, en 1.991, llegamos a casa tan campantes y risueños con tan sólo un franco y medio francés en el sufrido bolsillo.
Estambul, 1.994, arriba y Sofía, 1.997
Más o menos, en este tiempo, nuestras prioridades de mayor a menor por orden descendente eran: beber en grandes cantidades, bares y tapas; visitas turísticas básicas e imprescindibles; ser auténticos -eso incluía, cuanto más mierda encima mejor y la que llamábamos la bolsa del amoniaco, repleta de ropa ya usada-; conocimiento de otras gentes, culturas y viajeros; comer lo que caía en nuestras manos y control del presupuesto (nulo, por supuesto, porque daba muchísima perezita).
Berlín, 1.991, arriba y Budapest, 1.991
Especial mención merece lo de ser auténticos, dado que no solo incluía mancharse los pantalones cortos con la grasa de la lata de bonito o la de mejillones, sino que esta también acababa por el suelo, generando imborrables manchas, aunque el lugar elegido fuese un puente sobre un canal de Venecia, la plaza del barrio viejo, de Praga o el coqueto casco histórico, de Korkula, en Croacia.
Praga, arriba y Berlín, ambas de 1.991
En Europa nos conteníamos más, por aquello de la diferencia de precios, hoy casi inexistente. Pero, en España no nos cortábamos un pelo. Hubo un tiempo, mediados los noventa, que controlábamos y nos conocían en las zonas de bares de más de 20 ciudades patrias y no exagero. Es curioso, que teniendo no demasiado dinero, lo despilfarrábamos con alegría, a diferencia de hoy, que viviendo holgados, optimizamos hasta el último recurso económico. ¡Porca miseria!.
Capadocia, 1.997, arriba y Estambul, 1.994
2.002, supuso un antes y un después, especialmente en las aventuras nacionales. Sin lugar a dudas, fue el año de los recortes, que aún perduran. Cambiamos, el salir de bares mañana y tarde, por tomar unas cervecitas o unos cubatas en el hotel o camping y redujimos las diarias comidas en bares o restaurantes, a ocasiones esporádicas. ¿La causa?. No miento si aún os digo, que sigo sin saberla.
También y esto afectó a todos nuestros periplos por el mundo, de forma inconsciente, fuimos reduciendo hasta lo imprescindible, nuestros trayectos en transporte público urbano. Descubrimos lo gratificante de caminar a lo bestia. Así, nos pateamos ciudades, como Nueva York, Beiging, Hong Kong, Seúl, Buenos Aires, Río de Janeiro, Nairobi, Ciudad del Cabo, Londres o Roma por poner unos pocos ejemplos, sin usar bus o metro, salvo en los casos de venir o volver del aeropuerto.
París, 1.990 y Praga, 1.991
La última tienda de campaña la tiramos en Irlanda, en 2.006, después de haber viajado por este país, Inglaterra y Escocia y casi no haber podido utilizarla por causas diversas. Hoy en día, ya sólo la usamos para escapadas muy concretas -fundamentalmente, festivales o conciertos-, en verano. Este periodo fue el inicio de una nueva época, en la que dejamos Europa y el norte de África, para abalanzarnos hacia el resto del mundo, a tumba abierta.
Además de decenas de periplos de duración corta o media, entre 2.008 y 2.014, pusimos en marcha seis proyectos de viaje de larga duración, a través de cuatro continentes, dejando Oceanía para un séptimo, que esperamos llevar a cabo en no menos de 15 meses, incluyendo otros destinos inexplorados o ya visitados (India).
Acumulamos muchísimas experiencias y casi desde el minuto uno, modificamos nuestros hábitos. Pasamos de turistas a viajeros más reposados -pero no, perezosos-; empezamos a valorar sobremanera la gastronomía de los distintos destinos, como asunto esencial; aumentamos nuestro tiempo diario de exposición en calles, plazas y mercados, para absorber hasta la última esencia; reducimos nuestro consumo etílico, hasta moderarlo; dejamos de pensar, que toda visita era imprescindible -costase lo que costase en esfuerzo o peculio- y a dar mucho más valor a la cultura y la cotidianidad de los indígenas. Pero sobre todo, organizamos mucho mejor nuestro presupuesto, para prescindir de gastos inútiles, aunque sin pasar necesidades. Quien no lleva apuntadas y distribuidas sus partidas de gastos en una aventura larga, no se llega a dar cuenta de la enorme cantidad de dinero, que se puede ahorrar -para estar más días, por ejemplo-, poniendo en marcha una contabilidad básica.
Bucarest, 1.994, arriba y Venecia, 1.990
Como ejemplo de esto último, hemos
estado cinco meses en India -en dos periodos distintos- y tres veces,
en la ciudad de Agra y sólo hemos visto el Tej Mahal desde las
terrazas, porque no nos da la gana pagar las 850 rupias por cabeza,
que nos piden, que es el equivalente a tres días de vida completa en
ese país, cuando no realizamos desplazamientos.
Sibenik, 1.999
Al margen del carácter personal y de la evolución de nuestros gustos viajeros, resulta innegable, que la tecnología ha modificado la forma de viajar de todos los que vamos siendo un poco veteranos. Hace 28 años, por poner un ejemplo, era imposible hacerse con un mapa de vías férreas de Europa, si no te pasabas tres días sollozando ante el funcionario de RENFE, de la calle Alcalá, de Madrid, para que te dejara hacer una fotocopia en din a4. Hoy en día, como todos sabemos, casi todo es posible, sin levantarse de un sillón y con un simple e irrelevante movimiento de dedo.
Al margen del carácter personal y de la evolución de nuestros gustos viajeros, resulta innegable, que la tecnología ha modificado la forma de viajar de todos los que vamos siendo un poco veteranos. Hace 28 años, por poner un ejemplo, era imposible hacerse con un mapa de vías férreas de Europa, si no te pasabas tres días sollozando ante el funcionario de RENFE, de la calle Alcalá, de Madrid, para que te dejara hacer una fotocopia en din a4. Hoy en día, como todos sabemos, casi todo es posible, sin levantarse de un sillón y con un simple e irrelevante movimiento de dedo.
¿Y qué nos deparará el futuro?.
Supongo, que los cambios serán menos drásticos, que con los de la
época de la juventud y tenderán a ir siendo más conservadores,
paulatinamente. Posiblemente -y esto ya ocurre-, nos hagamos más
temerosos, obsesivos y maniáticos, como suele suceder en el lento e
inevitable camino hacia la vejez.
Berlín, 1.991
No queremos demorar demasiado tiempo
el séptimo viaje largo, pues el arranque del sexto hace dos años,
ya fue complejo, perezoso y muy convulso, durante las dos primeras
semanas, en las que nos fue imposible estar allí y desconectar de lo
de aquí. Anteriormente, nunca antes nos había pasado esto.