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jueves, 19 de enero de 2023

Lecce, Gallipoli y Otranto

           Lecce era una de las visitas más deseadas desde hace mucho tiempo. Y suele ocurrir muchas veces, ante tan altas expectativas, que después llega la decepción. Afortunadamente, no ha sido el caso.

        La vida en esta ciudad gira en torno a sus tres emblemáticas plazas. En la zona nueva, la funcional Mazzini y en la vieja, las espectaculares Orozno y la del Duomo. La primera de estas dos últimas, más grande, mezcla iglesias, ruinas, una alta columna conmemorativa y la agradable decoración navideña. La segunda es más armoniosa y está compuesta, fundamentalmente, por edificios religiosos y en esta época, por un enorme belén.

          No os imagináis a Lecce, como una ciudad medieval, al estilo de Taranto. Aunque sus calles son preciosas, están bien trazadas y son anchas, desembocando en plazas o espectaculares puertas. Iglesias hay para aburrir, aunque todas son iguales, representando a un barroco , que no es el estilo, que a nosotros más nos emociona.

          El centro histórico de Gallipolli esta bien insertado en una ventosa península Aquí las calles si son estrechas y serpenteantes ,-además de mucho menos transitadas-, pero no antiguas, ni de piedra, sino con casas pintadas. Resalta su castillo, sus iglesias, -catedral tapada y en obras, como  en Taranto -, y algún hipogeo -tuneles subterráneos utilizados en el pasado -, en la actualidad convertidos en almazaras de aceite de oliva 

          Gallipolli es el paraíso de las pulperías e incluso, te cocinan el cefalópodo a la galiciana, como ellos dicen. El delicioso olor es más reclamo para el estómago, que cualquier pesado apostado en la puerta del local, tratándote de colocar su propio cocedero.

          Otranto cuenta con una cuarta parte de habitantes, en relación a Gallipoli, aunque es algo más turístico, cuando las hordas del fin de semana mañanero invaden su coqueto, aunque pequeño casco histórico. El paseo marítimo y la playa son mucho mejores, que los de la localidad anterior y en pleno enero, hay gente sentada sobre la arena o los bancos, comiendo un bocadillo o tomando, tranquilamente, cerveza. Da pereza, acercarse hasta Otranto, desde Lecce, porque para 50 kilómetros, hay que llevar a cabo un muy ajustado cambio de tren. Pero a pesar de ello, ha merecido la pena.

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