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jueves, 2 de junio de 2022

Los recuerdos de un viaje memorable e imborrable (siete historias)

          No han sido demasiados días, pero si numerosas las huellas imborrables, que nos ha deparado este viaje a La Palma. Vamos con ellas.

        - La normalidad en el aeropuerto de Barajas. Nada, que ver, con el cementerio, en que se había convertido, durante nuestro periplo por Grecia, en 2020 o el medio gas de 2021, cuando nos trasladamos, a Milán, Cerdeña y México. Es una gozada, poder volver a moverte por todas sus instalaciones sin la puñetera y maldita mascarilla.

          Dentro de esa normalidad aeroportuaria cabe destacar, la vuelta a los viajes de las aficiones deportivas. El sábado y en la zona de tránsito, coincidimos con centenares de madridistas, que esperanzados, blandían toda su artillería y equipación, rumbo a París. Y yo pensaba: "ojalá ganemos, porque si no, la vuelta se os va a hacer muy larga y dura. Y es, que van siete seguidas ganadas y algún día saldrá cruz".

        - El impacto de las cuestas de La Palma, nos atrapó desde la llegada y puso, constantemente, nuestra forma física, a prueba... Jamás había visto tan abruptos ascensos y descensos, que se pueden prolongar, durante varios kilómetros. Para quien recorre la isla en coche, pueden pasar más desapercibidas, pero no para quienes nos pasamos los días caminando.

          - Y no salió cruz y desde nuestro primer hotel, en El Paso, disfrutamos, como enanos de la decimocuarta.

        - El día más frío en mucho tiempo, no lo hemos sufrido en Valladolid o en otro lugar de Castilla. Paradójicamente, lo hemos padecido en un lugar llamado Fuencaliente, en La Palma, el pasado lunes. Llevamos a cabo, parcialmente, la ruta de los volcanes entre un viento y una lluvia aterradores. El tembleque de piernas, no se me olvidará nunca.

          - Pero, una jornada antes y también en El Paso, asistimos al inesperado - no dependía de si mismo- ascenso del Real Valladolid a primera división.

          - Nuestro segundo hotel, el de Santa Cruz de La Palma, fue, muy probablemente, el peor, donde hayamos pernoctado en la última década: carísimas habitaciones cápsulas con escasos servicios y prestaciones, baño casi siempre inundado y lamentable atención 

          Eso  sí: en su espartana terraza asistimos a la historia del viaje. Llamemoslos, A -chica- y B -chico-, porque no conocemos sus nombres. Ambos, de origen catalán. Ella es camionera, pero tiene suspendida la licencia, por dar un bestial positivo en alcohol y drogas -700 euros de multa- y lo dice sin tapujos, mientras se toma unas cervezas del Mercadona.

          Tiene dos hijos con su ex, que los cuida y que a ella, le sigue pagando sus caros festivales musicales por España, mientras está en el paro. Ahora, vive con otro hombre, pero no es con este con quién viaja, sino con B, en cuya relación no nos deja escarbar ( y eso, que lo cuenta casi todo).

        Es la primera persona, que he conocido, que abiertamente, es antivacunas y le ha dejado de poner algunas a sus vástagos. Cuenta esa historia del chip, que nos quieren meter para controlarnos y que tantas veces hemos oído en los medios.

          B es licenciado en Arquitectura y ejerce como tal con éxito en un despacho de Barcelona. Aunque ronda los treinta, está cansado de casi todo y va a votar a la CUP. ¡Hasta ahí puedo leer!

        - Miércoles de madrugada: según descendemos del ALSA, que nos devuelve desde Madrid, a casa, nos sorprende la cómoda victoria de Nadal, ante Djokovic, en cuartos de Roland Garros.

          ¡Para solo cinco días de viaje, no está nada mal la cosa!

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