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jueves, 16 de diciembre de 2021

En la edad de piedra (I)


          En materia de coronavirus, en México se encuentran todavía en la Edad de Piedra. Protocolos, usos y costumbres, que aquí en Europa han decaído o desaparecido hace al menos un año,  allí siguen plenamente vigentes. Es comprensible -aunque discutible-, que en exteriores más del 90% de los ciudadanos sigan usando la maldita mascarilla, porque solo hay un 48% con la pauta de vacunación al completo. De todas formas, no se han debido enterar, de que el virus se trasmite por aerosoles, que en la calle se diluyen enseguida, salvo en grandes concentraciones.

         Lo que ya rechina es, que aún sigan con las puñeteras alfombras desinfectantes para el calzado en todas partes. Lo del gel de manos es allí puto vicio. No exagero si digo, que si pasas unas cuantas horas por la calle, en un solo día te lo pueden llegar a dar hasta 25 veces. Y si no lo aceptas, no entras en ninguna parte. La mayoría de las veces, yo lo frotó contra una parte del edificio.
 
       Lo de la toma de la temperatura es todavía peor. Los primeros días me negaba, pero acabas tragando. La mayoría son cacharros imprecisos de tal modo, que a nosotros siempre nos daba rondando los 35 grados y una vez, hasta 34,2 ( es decir: técnicamente, estábamos muertos). En una sola jornada de viaje he pasado por más termómetros, que en toda mi vida anterior. Y tengo 54 años. Otra frecuente anécdota relacionada con este asunto es, que muchos de los dispositivos medidores dan los mismos grados y centésimas para todo el mundo.

          En no pocos establecimientos, aún siguen poniendo carteles en los que solo permiten entrar a un miembro de la unidad familiar. Y a fe, que se cumple, cuando en España dejó de estar vigente hace año y medio.
 
        Lo que aquí llamamos distancia física, allí lo denominan sana distancia. Pero eso sí, en México no la guarda nadie, ni en interiores, ni en el exterior. Lo del metro resulta exagerado y va en horas puntas mucho más lleno, que el de Tokio. Una tarde, después de dejar paso a cuatro convoyes, entramos en el quinto y viajamos tan apretados, que corríamos riesgo de asfixia. Menos mal, que para quien lo quiera, existen vagones exclusivamente para mujeres y niños. ¡Ah!, y allí, nada de limpieza o desinfección: la palabra adecuada y omnipresente es sanitizacion.
 
        Yo llevo viajando casi 35 años y, por suerte, nunca he padecido jet lag, ni hacia el este, ni hacia el oeste. El día de la llegada y el siguiente me sentí estupendamente, pero los dos consecutivos empecé a encontrarme muy cansado y con dolores musculares por todas partes. Naturalmente, uno le da vueltas y hasta pensé en el coronavirus, aunque era improbable por los síntomas. Y entonces, me pregunté: ¿que ocurriría si salta un positivo en un avión, que iba lleno, ocupado por 300 personas, de tal vez, veinticinco nacionalidades diferentes?. ¡Menudo jaleo para llevar a cabo el correspondiente rastreo!

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