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lunes, 4 de junio de 2012

Entre el primer y el tercer mundo


             Líbano es un país, que recorre cada día varias veces, el camino entre el primer y el tercer mundo. Los pisos de alubión, conviven con las mansiones de las afueras. Las anchas aceras, con el incontrolable e irrespetuoso tráfico. Las tiendas de lujo –vacías- y los supermercados, con los puestos de fruta de armazón de desgastada madera, que saca a la luz sus miserias, cuando cierran. Pero, a pesar de lo que algunos podrían suponer, es una nación bien tranquila, en materia de seguridad (si se evitan unos lugares muy concretos).
                                                          Escaparate, en Beirut
Y todo, a pesar de que el país está lleno de militares, no se sabe muy bien, en misión de que. Aunque el contexto geopolítico de Líbano, no sea una broma, cualquier humorista atinado, podría hacer una parodia desternillante, sobre el ejercito: trajes estampados –tipo lagarterana, más de fiesta, que de guerra-, que parecen adquiridos en el mercadillo; tanques del año de la tana, que pueden estar aparcados en una céntrica rotonda –encerrados entre alambres- o al lado de un monumento histórico, mientras son limpiados –a manguera-, por un militar. Además, soldados vagando de un sitio a otro, como de simple paseo, con el petate al hombro. Ellos sabrán lo que hacen. Para el turista, no son un problema, aunque tampoco una ayuda.

Otro aspecto con el que se deberían aclarar, es con los festivos. El viernes es el día religioso por excelencia: unas cosas abren y otras, no. Pero sobre el mediodía, todo se paraliza –incluido el tráfico- y se abarrotan las mezquitas, al ritmo de estresantes rezos, emitidos por los altavoces. Por la tarde, apenas retorna la actividad.
Tripoli


El domingo, nada abre, y el sábado, por aquello de estar entre medias, es una jornada a medio gas. ¡Qué no se enteren, que Rajoy quiere pasar las fiestas a los lunes! Porque aquí hacen la idea suya, en un plis plas. Y eso, que la musulmanidad es relajada: las guapas mujeres muestran su pelo e incluso visten ropa ajustada, hay alcohol por todas partes –y muy barato- y nadie te llamara la atención si entras, en plena hora de rezos, a visitar y fotografiar la mezquita.

Si algo nos desquicia de este país, es el tema de la divisa y las monedas. En el primer caso, conviven el dólar y la libra, cuando no parece necesario. En el segundo, la pieza más pequeña -250 libras- equivale a más de 12 céntimos. Todo se redondea a esa unidad, sin saber muy bien, quien tiene que ceder –comerciante o comprador- cuando una compra termina, por ejemplo, en 125 libras. ¿Cómo se las arreglaran, para adquirir cosas como un chicle o hacer una fotocopia, de valor inferior a 12 céntimos?.

El cargado café, que comercializan los vendedores callejeros –mientras chocan dos tazas metálicas, entre sí- cuesta 250. El día que decidan subir el precio, lo deberán hacer en un 100%, hasta las 500 libras..

                                                                Biblos 
Por lo demás, nuestra estancia en Trípoli y Biblos, ha sido muy placentera. Son sitios antagónicos, pero de esmerada belleza. El primero es algo caótico y decadente, pero presenta un extraordinario patrimonio monumental y unos esplendidos zocos. El segundo es pequeño, coqueto y cuenta con ruinas, destacadas iglesias y un envidiado entorno, que da cobijo al puerto. Todo esto se nota mucho en la cuenta de los hoteles y restaurantes, más de comida internacional, que libanesa.

De paso, vivimos y sufrimos “El Clásico” –así conocido en todo el mundo-, con resultados positivos para nuestros intereses. ¡¡El Madrid ganará la Liga!.

Algunos se hacen pajas mentales, diciendo que Líbano es un país especial. ¡Gilipolleces!. Merece la pena, pero nada más. 

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