Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

jueves, 17 de mayo de 2012

Una isla de mil ambientes

                                                                                           San Louis
            Saint Louis es un soplo de aire fresco, después de transitar más de 2000 kms, por el desierto del Sahara. Aunque el viento y la arena, en clara confabulación, contra el ser humano, te llenan inexorablemente, todo el cuerpo y la ropa de polvo, también aquí.
                                                                                San Louis       
El puente de hierro de esta ciudad, de unos 500 metros de longitud, es todo un emblema del África occidental. Gustavo Eiffel lo diseño para el Danubio, pero acabó en el río Senegal. Saint Louis se divide en cuatro áreas, a efectos turísticos. Una zona anodina, donde está la nueva –es un decir- estación de autobuses y nuestro correcto y barato albergue. Otra, junto al puente pero sin cruzarlo, donde se halla un vibrante y aglomerado mercado, al lado de lo que fue la antigua estación de trenes –hoy en desuso-. En África, nada se reforma o se derriba, mientras sea para uso turístico. Simplemente, se deja al devenir del tiempo.
                                                                                       San Louis       
No ocurre lo mismo, con todos los despojos, que llegan de Europa, en forma de vehículos, frigoríficos irreparables o recauchutados de rueda. Para darles una utilidad, se trabaja a fondo y miles de familias, viven de ello. En este continente, siempre hay una solución para dar utilidad, a lo aparentemente, inutilizable.

            Las otras dos zonas son la turística en si –bastante cuidada, gracias a la labor de bancos y hoteles, que utilizan los edificios como sede- y la genuina y autentica, que linda con el mar, donde los coches de caballos –como si fuera otra época-, hacen casi de exclusivo transporte y las calles transversales, permanecen sin asfaltar, con el suelo lleno de arena, cabras, burros, niños, redes de pesca, puestos rudimentarios de pescado frito... La playa es salvaje y en ella tienen cabida, todo lo citado anteriormente y más. Menos bañistas.
 San Louis, arriba y abajo       
La infancia en este lugar, como en otras tantas partes de África, se disecciona en dos. Los más pequeños –ya bastante avispados-, que disfrutan o se contrarían, al juntar el blanco de nuestras manos y el negrísimo de las suyas y los ya evolucionados, de más de diez años, que exigen –más que piden- “cadeaus” (regalos), ya sea en forma de dinero –preferible- o de cualquier cosa, que lleves a mano.

            Mañana partimos hacia Dakar, siendo 29 de febrero. Es la segunda vez consecutiva, que en esta fecha, nos encontramos de viaje largo. Puerto Natales (Chile), en 2008, fue la protagonista de esa fecha. Llegar a la capital de Senegal, era nuestro primer objetivo, de este viaje por África occidental. A partir de ahí, trataremos de acometer metas mayores.
                                                                                                 San Louis       

martes, 15 de mayo de 2012

La frontera de Rosso no es tan fiera, como la pintan


                                                                                                   Rosso
            El garaje Rosso es una simple explanada mugrienta, donde la mafia del transporte trata de achuchar al viajero, cobrando por el equipaje, dado que las tarifas del trasporte, parecen fijas. Los taxis llamados, “sept places”, en realidad acogen a nueve viajeros, algunos espigados y estilizados negros, que no se sabe muy bien, donde meten las piernas.

Por el camino a la frontera, eguimos con los controles de seguridad. La verdad es, que no se entiende muy bien, a que tienen miedo, en este tranquilo y amable país, de gente afable y resignada, donde ni siquiera necesitan invertir una sola ouguiya, en controles de alcoholemia.
Rosso
            Rosso resulta ser auténtico y merece la pena pasearlo con calma y explorar su vibrante mercado. Pensábamos pasar el día aquí, pero no nos hubiera quedado otro remedio, dado que la frontera, hoy está cerrada, por elecciones en Senegal. Siempre nos toca a nosotros, la celebración local.

La gente es espontánea y quieren que les fotografíes. El Islam es aquí más relajado –o lo parece-, aunque la diversión, sigue sin existir. Si no es, por el placer que nos da ver camellos, orondas vacas, cabras, burros, caballos, perros… viviendo en perfecta armonía y compartiendo escenario, con los niños que salen del colegio, en una calurosa tarde de domingo.

            En las dos televisiones que encontramos en toda la ciudad, las opciones se reparten, entre ver un partido del Rayo Vallecano o seguir un culebrón. Y ambas, tienen sus numerosos seguidores.
                                                                            Rosso
            La frontera –que cruzamos al día siguiente, tras ser devorados por los mosquitos y pulgas del decadente e insufrible hotel-, no es tan fiera como la pintan o tal vez, haya mejorado en los últimos tiempos. El trato de la policía senegalesa y mauritana, es amable e intachable. Y el ferry para cruzar el río –sorprendentemente, en África- es gratuito

Otra cosa es y ya con los trámites burocrático-fronterizos resueltos, enfrentarse al caos del transporte senegalés y a la infrecuencia de los malditos cacharros, a Saint Louis y a que, de nuevo, quieran cobrar por el equipaje.
Rosso (parte de Senegal)
Pero, la llegada a esta agradable ciudad –que en nada parece subsahariana-, lo compensa todo. Y mucho más, degustando una fresca y ansiada cerveza, que durante los últimos doce días, nos ha sido negada: desde que partimos de Rabat, hasta hoy. ¡Mucha tierra de por medio, entre ambos momentos!. 

Sorprendente, pacífica y aburrida, Mauritania

           Tras diversas indagaciones matutinas y con dolor, decidimos cancelar la visita a Chinguetti. Es complejo: tendríamos que tomar el Tren del Acero, hasta Choun, llegando por la noche, sin saber si hay alojamientos. De ahí, transporte a Matar y nuevo cambio a Chinguetti, donde tampoco, sabemos si hay hoteles (es un lugar pequeño).
                                                                          Nouadhibou
Las circunstancias propician, que nos veqmos avocados a pasar un día más en Nouadhibou, pero más que para aburrirnos, nos sirve para exprimir las esencias de la ciudad, descubriendo un concentrado mercado, donde de lo que venden, no querría ni el 70% de las cosas, regaladas. Poco ambiente y puestos muy juntos, aunque bien estructurado.

Junto a tanta cacharrería, sólo un puesto de pescado y tres de carne. Más concurridas se hallan las incipientes galerías comerciales, donde venden teléfonos móviles, portándolos de la mano, en el exterior de las tiendas. Además, nos topamos con diversas zonas gremiales, en las que almacenan productos perecederos o venden centenares de maletas y bolsos. Algún día, es seguro, que llegaran los compradores. Pero, no se intuye próximo

            A la jornada siguiente, nos encaminamos a Nouakchott, en un moderno microbús de 16 plazas, donde viaja un empresario alicantino, relacionado con el pescado, que negocia a voces, lenguados rubios y tigres. España tiene bastante presencia empresarial en Mauritania, también a través de la construcción.
Nouakchott
 Nouakchott es una ciudad sin estructura –en este sentido, la peor capital de África- donde el sky line, lo debe constituir un edificio de tres plantas, de la mayoría, que aún siguen en paralizada construcción. El deporte nacional en este país, es amontonar piedrecitas y arena, y cargar conchas de la playa, en camiones, con fines desconocidos, aunque suponemos, relacionados con la construcción.

Tal vez, Mauritania sea el país más aburrido del mundo, aunque sus habitantes, parecen felices, sin ocio alguno conocido. No hay terrazas donde tomar té, ni pantallas gigantes donde contemplar el fútbol. Apenas, unos cuantos vendedores callejeros de café touba –una variedad poco cargada de café sólo, algo especiada y muy agitada-.

Para los escasos guiris que pululamos por el país –la mayoría franceses-, la vida es tan expectante, como tediosa: sin cerveza o alcohol, con comida repetitiva, con albergues caros y nefastos, con camas sin somier, sin apenas variedad de frutas, verduras o dulces, sin especialidades culinarias locales, sin ni siquiera la posibilidad de fumar algo, para el que lo quiera (no es nuestro caso)…
                                           Nouakchott
Senegal nos espera. Aunque, para que todo salga bien, deberemos cruzar la afamada y nefasta frontera de Rosso y esperar, que los conflictos, que se han iniciado en el país vecino con motivo de las elecciones, no vayan a más.

Mauritania ha sido una novedosa experiencia, pero con una vez, ¡BASTA!.

Objetivo Mauritania


            Tras abandonar El Aaiun, los controles policiales nos siguieron molestando, al grito, de ¿cuál es su profesión?. Por supuesto, siempre fuimos sinceros en nuestras respuestas: periodista y terrorista, como Alá manda. A los franceses, no les piden nada, ni les hacen preguntas. Debe ser, que todos tienen oficios muy adecuados y prósperos.
Vendiendo su trabajo, en Dakhla


Después de una noche de viaje, llegamos a Dakhla, última ciudad poblada, antes de arribar a Mauritania, aunque aún muy alejada de la frontera. No hay transporte público, por lo que el que no tenga vehículo propio, acabará cayendo en las manos del dueño del hotel Sahara. El lugar es tan adecuado y afable, como el dueño, pesetero. Pero, él tiene la sartén por el mango. El precio –caro, aunque depende, como se interprete- es innegociable y ha subido un 20%, en dos años.

Tras hacer noche, partimos a la hora convenida, en un antiguo Mercedes, bien mantenido, junto a un chico marroquí y una oronda señora, a la que llamamos “la chupa-chups” de fresa y nata, por su vestimenta. Es medio liberal: va tapada hasta las cejas, pero fuma como una coracha. ¡Esto ya no es lo que era!
                                   Desierto del Sahara
                                                                                              
El desierto sigue siendo tan desértico y vulgar, como en los últimos tiempos. La frontera de Marruecos es desorganizada y nuestro conductor, para adelantar tiempo, trapichea y soborna a los funcionarios. Atravesamos unos cinco kilómetros, de tierra de nadie, sin asfaltar o siquiera alisar. Quién no conozca la zona, puede acabar no encontrando nunca, el puesto fronterizo mauritano.

Entramos en el nuevo país, rodeados de amabilidad, simpatía y trámites sencillos. A pesar de que sigan obsesionados, con nuestra profesión y el itinerario. Cuentan hasta con un escáner, lleno de arena y polvo, como todo aquí. No hay control aduanero, así que los tres litros de alcohol marroquí, que llevamos camuflados en botellas de agua, se van para adentro.

La carretera vuelve a ser buena. Hay algo más de tráfico, que desde Dakhla, donde hemos pasado más de una hora, sin cruzarnos con nadie. Adelantamos a varios camiones, de inquietante remolque vacío. Hasta aquí, ya no se adentran las caravanas de los acomodados jubilados europeos.

Nouadhibú resulta desconcertante, por varios motivos, aunque no, porque todas las calles, asfaltadas o no, estén llenas de polvo y arena, Es una urbe sin estructura, de plantas bajas, en torno a una circunvalación. Cada uno ha construido donde ha querido y lo que le ha dado la gana. Poco caos y escasos transeúntes en un lugar, donde resulta difícil saber, donde y de que viven.
Nouadhibou
Los puestos callejeros son escasos: de mandarinas y naranjas, recargas de móviles, cigarrillos sueltos y chupa-chups. Gran amabilidad, para una localidad, donde ni siquiera hay bares de te o café y donde los niños juegan en futbolines, con solo la mitad de los jugadores y al lado de coches destrozados y saqueados, de todo lo que tuviera valor.

Mauritania es cara y en estas primeras horas, nos sentimos contrariados por algunas cosas. Pero no, desde luego, porque tanta gente hable nuestro idioma y porque casi todo lo que se vende aquí, proviene de marcas de nuestro país, adquiridas en Ceuta y Melilla y transportadas, a través de Marruecos y Sahara Occidental. No me extraña, que los polis hayan sido tan considerados en la frontera.       

lunes, 14 de mayo de 2012

"¡¡Allí, ya no hacemos nada!!"

          Sin lugar a dudas, se trata de la frase del viaje, en el tiempo que ha transcurrido, entre nuestro aterrizaje en Nador y las escasas horas, que nos restan para abandonar el Sahara Occidental, camino de la enigmática Mauritania. En esta zona del globo –como en otras-, los emigrantes comienzan a retornar, con el convencimiento y la decepción, de que lo de la crisis, ha sido un invento de occidente, no se sabe muy bien para que.
                                                                                 Tarfaya
La mayoría de los que así se expresan, más con calma y sosiego, que con resentimiento, han trabajado en España y quieren a nuestro país con locura. Pero, han llegado a la conclusión –varias veces escuchada, en estos días- de que, en Marruecos o en el Sahara, sigue habiendo trabajo, para el que lo quiera. ”No da para lujos, pero al menos, si llega para vivir, porque aquí los precios de las cosas, no se desorbitaron, ni nadie se volvió loco. ¡Allí, ya no hacemos nada!”
                                                                                   El Aaioún
            España y Marruecos, son dos países, culturalmente muy diferentes. Desde el Magreb o el Sahara Occidental, nadie lo discute, ni ponen reparos. Pero, si se asombran y contrarían de qué hace unos pocos años, por el alquiler de una casa en Madrid, se pagaban, 1.200 euros y hoy, sabiéndolo negociar, se pueda sacar por 600. Si esto es difícil de entender para un europeo, imaginaos, para un musulmán. 

"Somos como los vascos. Ellos ponen bombas y nosotros tiramos piedras"

                                                                                 Desierto del Sahara 
              Abandonamos Tarfaya, contemplando como los niños se divierten, jugando al fútbol con un bote y las niñas, a las casitas, con cajas vacías de leche, zumos y yogures. Hemos tenido suerte, porque nada más llegar a la parada, hemos completado un taxi compartido. El conductor y uno de los viajeros, hablan perfecto español. El primero, porque ha vivido en Majadahonda. Casado con una filipina, tiene dos hijos españoles. Con las leyes de 2005, fue expulsado a Nador, algo que no nos cuadra, teniendo vástagos nacidos en España. El segundo es un amable saharaui, que tras larga y agradable conversación y después de que nos paren 17 minutos, en un exigente control policial, a la entrada de El Aaiún, nos lanza la frase contenida en el título de este post, de forma contundente.

            Sin embargo, la cosa no parece tan cierta. El extranjero que llega a esta ciudad, no contempla resistencia activa o protestas mediante escritos o pintadas –como ocurre en Palestina-. El Aaiún es una ciudad tranquila, moderna y civilizada, que ofrece muestras de un buen nivel de vida. Aunque, resulta algo clónica: una mezquita es igual a otra, una tienda a su competidora, un puesto al de al lado, un edificio al de enfrente. ¡Aburre!. No sé porque, pero nosotros nos habíamos imaginado, otro escenario muy distinto. Dakhla

            El aire sopla fuerte y de repente se detiene y así, todo el día. Debido a ello, en diez minutos es verano y en otros cinco, invierno. Toda la ciudad es de color ocre, al igual que las nubes, suponemos, preñadas por el omnipresente polvo del desierto.

            Ayer fue domingo y hoy lunes, la urbe está más animada y salvo conversaciones particulares, nada recuerda, que nos hallemos en un territorio ocupado. El ambiente es hospitalario, aunque guardamos nuestras prevenciones. Muchos sólo se nos acercan, para espetarnos: “viva el Sahara libre y viva el Frente Polisario”, en perfecto español. La mayoría son críos, que no llegaran a los quince años y que no deben tener ni idea, del meollo del conflicto. La gente de más edad, apenas abre la boca. Vive y deja vivir, desengañada y con la callada convicción, de que más vale una relativa prosperidad económica, que profundizar en el odio.
                                        El Aaiúsn
Nos topamos con varios jóvenes combativos de palabra –que nos invitan a te y se fotografían con nosotros-, que, sin embargo, están muy poco dispuestos a pasar a la acción. Por un lado, dicen: “a por ellos, que son pocos y cobardes”. Pero por el otro, que “su revolución sólo parte desde el alma”. Sus ropas y sus móviles, de última generación, denotan que son de clase acomodada. Al menos, nos ponen en la pista, de dos hechos, que el adversario no desmiente: la riqueza del Sahara Occidental, no está en la arena del desierto, sino en los prósperos caladeros de pescado. Y que El Aaiún, es la ciudad de la policía: “están infiltrados en todos los sectores de la vida cotidiana y de la sociedad. ¡Hasta el tío que te vende las patatas o los frutos secos, es uno de ellos!”

            Compartiendo el retraso del bus, a Dakhla, charlamos con un joven, que viene con su novia, del entierro de un sobrino, de 17 años, muerto en un accidente de moto. Su madre es marroquí, y su padre y su futura esposa, saharauis. No quiere saber nada de política y entiende y rehuye a las dos partes. Es viajado y liberal y aún así, dice que su sobrino, ahora estará mejor, porque ya ha llegado al paraíso. La maldita religión, acaba siempre poniendo el punto sobre la i, en cualquier conversación. Sea la que sea.

Entrando en el Sahara


            La localidad de Tan Tan, es tan tan vulgar, tan tan aburrida, tan tan anodina…Resultó una visita no deseada y algo larga, después de la magnífica, Sidi Ifni, encasquetada obligatoriamente, por problemas logísticos de autobuses.
Tarfaya
A las puertas del Sahara Occidental, nos encontramos con un Marruecos distinto. Las mujeres ya no visten ajustado ni muestran su cabello, los transportes aprovechan en mayor medida el uso de la fuerza animal y los vehículos, son más viejos y de batalla. El nivel de vida, cae drásticamente: venden incluso sacos de pan duro, en las calles, no sabemos para qué (suponemos, que para la alimentación de animales. Sin embargo, la iluminación nocturna es perfecta y no hay mucha basura por la calle.

Si alguna vez, tuviéramos que poner un negocio en este país, sería un bar de tés, una barbería, una tienda de dulces o una plancha de carne o pescado o como alternativa, un puesto de verduras o fruto secos. Los de los faldamentos, zapatos, cachivaches varios y demás, compiten entre ellos ofertando lo mismo y muriéndose de hambre, por falta de clientes.

            En Guelmin –parada obligatoria, viniendo de Sidi Ifni-, jabíamos tenido la oportunidad, de compartir cochazo, hasta Senegal. Pero, desconfiamos del hombre que nos ofreció tal propuesta, porque siendo dueño de ese vehículo, ¿quién necesita compartir gastos?
                                                                                   Tarfaya
            Abandonamos Marruecos –por séptima vez- y nos adentramos en territorio ocupado. Con más dificultades de las previstas, en materia de transporte, nos introducimos en el Sahara, en un Land Rover compartido, con un presunto polígamo, sus tres mujeres e hijos y dos santurronas, que cargan con un pesada alfombra y que paran en mitad del desierto a rezar, arrodilladas en la arena, junto al conductor, que aprovecha esa misma postura, para orinar (veríamos más veces esto, que nos llamó la atención, a lo largo del tránsito por desierto).

            El panorama es pedregoso, aunque la mayoría del tiempo y a la derecha, se ve el mar, azul profundo. Cada 30 ó 40 kilómetros, aparece algo interesante. Generalmente, son atractivas dunas, que se deslizan hasta la carretera. Un niño de menos de un año y con el beneplácito del polígamo, absorbe una lata de coca-cola, como si en ello le fuese la vida y su último disfrute.

            Tarfaya es pequeña, desanimada –en un sábado por la tarde- y presenta algunos edificios tan bellos, como decadentes, además de las habituales y casi clónicas mezquitas. Pero, resulta extraordinariamente auténtica.
El Aaiún
            Hemos bajado un nuevo escalón en la pobreza, con un recibimiento tan indiferente, en esta nación ocupada por Marruecos, como no esperábamos. Las alubias con salsa roja y preparado de harisa y aceitunas, además de los bien especiados callos de cordero, nos han templado el estómago, sin dejarlo castigado. En este último plato, la ausencia de morcilla y chorizo, se echa tanto de menos, como se agradece.

Hacia el sur, con la visa de Mauritania en el bolsillo


             Gestionar la visa de Mauritania, resultó más fácil de lo esperado. Cuando haces la de la India, te entra una especie de visadofobia, que cuesta superar. En este caso, no hay problema por dejar algunos campos del formulario sin rellenar, sin que te riñan y si entregas las dos fotocopias del pasaporte, en un mismo folio, cortan la hoja con tijeras, en una pura y práctica solución a lo africano. Su único interés verdadero, es hacerse con los 340 dirhams, que cuesta la pegatina, que tira a cutre.
                                                                                         Agadir
            Hay que llegar temprano a la embajada, porque los horarios de atención al público, son tan irregulares, como misteriosos. En la cola hicimos amistad, con unos franceses mayores –camino de Burkina Faso, en un coche de más de 20 años- y con unas japonesas, algo estresadas, que habíamos conocido en Rabat, el día anterior y que nos propusieron viajar juntos. Opción tentadora, para cruzar la frontera de Mauritania, pero ellas, pretendían ir demasiado deprisa para nuestro ritmo, deseosos de profundizar, en el Sahara Occidental.

            Por lo demás, Rabat y Sale siguen como siempre. Aunque algo más modernas. Ya han instaurado, incluso, el carril-cacharro. Es como nuestro carril bici, pero por él circulan, motos, puestos móviles, bicicletas, personas que tiran de algo…¡Ya es un avance!. Mientras el primer mundo se deprime, África avanza, con mucha dignidad, aunque sea a ritmo lento.
Sidi Ifni
También pudimos descubrir, lo bien que se come en Rabat, cuando no es Ramadán (habían coincidido esas fechas, casualmente, en nuestras tres visitas anteriores, a la ciudad). Mucho pescado rebozado y delicioso, legumbres y verduras a la plancha, además de patatas rebozadas, con extraordinarias salsas y excelentes precios. De Rabat a Agadir, nos trasladamos en un plis-plas. Los autobuses han mejorado tanto, para las largas distancias, que ya han superado a los patrios (sobre todo, a los Alsa).

            Encontramos Agadir, desordenada urbanísticamente, como la vez anterior y llena de jubilados franceses, haciendo sus tablas gimnásticas, a lo largo del paseo marítimo. Un solicitado Marjane, nos permitió reponer nuestras reservas alimenticias y sobre todo, alcohólicas. Pasamos el día al sol, como los lagartos y yo terminé, quemándome las orejas y el brazo.
                                                                                    Sidi Ifni
En vez de tirar para Tarfaya, nos conducimos hacia Sidi Ifni, antiguo, pequeño y agradable protectorado español, donde sus bares, sus ultramarinos, su ambiente y el sempiterno olor a sardinas fritas y muy frescas, nos reconcilió con el mundo y hasta con el Islam. Merece la pena alejarse de la ruta principal, para llegar a esta entrañable localidad, donde nos esperaban para nuestra incontenible alegría, una ducha –de socorredora agua gélida- y un enchufe.

            Por cierto y ante las dudas surgidas en la red y no convenientemente aclaradas: la visa de Mauritania vale desde la fecha, que tú solicitas en el formulario para el ingreso al país –y no la del día que lo rellenas-, hasta 30 días naturales, después.

Sin duchas, ni enchufes

                                                                                             Taza
            Nuestro pasaporte, lleno de visas y de sellos, renovado hace tan sólo un año, se está convirtiendo en motivo de admiración y asombro, además de entretenimiento, de las autoridades fronterizas de Marruecos y de los dueños de los alojamientos. Nos encanta la apacible y agradable curiosidad árabe hacia el visitante, después del indiferente –a veces despectivo- trato, del que fuimos víctimas, no hace mucho, en la India.

            En este invernal viaje, hay dos características que nos resultan ajenas a Marruecos, acostumbrados como estamos, a viajar en verano: que nuestras habitaciones parezcan iglúes, tapándonos con mantas a todas horas y que llevemos varios días sin ducharnos (por falta de ducha o de agua caliente). Contábamos con el frío, pero no con la persistente lluvia, que afortunadamente, solo cae por las noches.
 Taza
            El fenómeno ducha, acompañado del de la ausencia de enchufe alguno en las habitaciones, resulta bastante molesto. De los cinco alojamientos, que nos ha permitido nuestra economía de guerra, cuatro no tenían, ni una cosa ni la otra. Y, el caso es, que por lo demás, no estaban mal.

            En cualquier otro país del tercer mundo siempre hay una forma de asearse, aunque sea compartida. En Marruecos no y se acepta, porque este tipo de hoteles, están llenos de lugareños. ¡Así huele en los autobuses, más populares y populosos!

            La medina de Taza es pequeña, pero muy bien cuidada, limpia y con numerosos atractivos, en forma de zocos, mezquitas, estrechas calles a las que se accede, después de ascender, bordeando la muralla, por 273 escalones. Unas alubias blancas con deliciosa salsa, nos reconfortaron bastante, junto a unos fresquísimos boquerones fritos, con vinagre –muy a la madrileña-, ideales para combatir el frío, desde dentro del organismo. La pega de esta ciudad –que en su parte baja, cuenta con un magnífico mercado-, es la escasez de hoteles.
                                                                                                Fez
            Quisimos partir el viaje en dos, después de que por motivos ajenos, no fuésemos directamente, a Rabat. La escala fue, la mil veces visitada Fez, donde al contrario de otras veces, fuimos muy acosados por los comisionistas de los alojamientos. Se nota, que estamos en temporada baja. Nos hemos integrado tanto en el país y en el aburrimiento generalizado, que acontecimientos como la final de la Copa de África –Zambia contra Costa de Marfil-, supusieron un momento de nervios y gozo.

            Al día siguiente, llegamos por cuarta vez a Rabat. Es la primera, que no es Ramadán y la ciudad cambia bastante. Ya han inaugurado el tranvía, que la comunica, con su vecina, Sale. Mañana es San Valentín. También aquí, el consumo ha encontrado su hueco, entre las grietas del férreo islamismo. Aunque lo hacen a su manera, de forma muy incipiente. Si no, no se explica, como uno de los regalos más destacados, es un enorme reloj de pared, con corazoncitos y fondo rojo, que más que para la casa de una enamorada, parece ideado, para los pasillos de un putiferio.
                                   Sale
            Mañana, trataremos de gestionar la visa de Mauritania. A ver si la conseguimos en breve y ponemos rumbo la sur. En cualquier caso, será el aniversario, del día que nos robaron la cámara en Lusaka y conseguimos recuperarla. 

sábado, 12 de mayo de 2012

Mejorar África occidental, ostensiblemente, saldría gratis o casi (parte IV de IV)

“Transporte”:

39º.- Encender el motor del vehículo media hora antes de partir y no apagarlo en las paradas, aunque sean largas, como para comer.

40º.- Transporte sin horarios fijos –en Senegal, que no en Mali-, siendo el único país de nuestro mundo conocido, en que esto ocurre.

41º.- los sufridos y resignados ciudadanos, son capaces de estar cuatro o cinco horas esperando, a que se llene un cacharro, sin inmutarse, aunque se doble la capacidad del vehículo.
Elinkine (Senegal)
42º.- Los militares viajan gratis en el transporte público, porque les da la gana y se lo consienten.

43º.- Se encargan de poner túmulos muy elevados, para frenar el tráfico de las carreteras, cuando esa función, ya la cumplen los numerosos, deteriorados y profundos baches.
44º.- Bajarse de un cacharro en mitad de la nada es fácil, avisando al ayudante, pero al llegar a la gran ciudad, te dejan a más de 12 kilómetros para que te busques la vida, sin llegar a las estaciones establecidas (ocurre muy frecuentemente, en Dakar).

45º.- Un simple autobús de 60 plazas, necesita para ser gestionado, de un conductor, un cobrador –sólo esporádicamente, eficiente- y tres ayudantes, con funciones muy difusas.

46º.- Los militares y la policía –bien simpáticos, eso si- están más bien, sobre todo en las carreteras, en labores de entorpecimiento y nunca, cuando los puedes necesitar en alguna situación difícil.
Camino de Djenné (Mali)
47º.- No entienden, que alguien decida desplazarse andando, como entretenimiento o para las gestiones cotidianas. Casi siempre, cuando preguntas por una dirección en la vía pública, te dicen que esta muy lejos y que cojas un taxi. Pero, como de pequeños no debieron ver “Barrio Sésamo”, los conceptos cerca y lejos, se muestran muy ambiguos.

48º.- Los deteriorados y carísimos taxis de siete plazas –para el desguace, ya desde que los trajeron a África- cuestan casi el doble, que un autobús, semiconfortable, con horario (aunque nunca se cumpla).

49º.- Senegal es el único país del mundo, que conocemos, en el que las rotondas, más que para descongestionar el tráfico, sirven para crear atascos.

50º.- Incumplen cualquier regla de circulación, con la avenencia general –incluida la de las autoridades-, con el fin de ser como el agua y colarse por la rendija más pequeña del asfalto.

51º.- En Dakar, conviven al menos, diez medios de locomoción –privados o no-, que hacen de transporte público, que se entorpecen entre si y que cubren rutas similares.

“Varios”, para terminar:
                       Nouakchott (Mauritania)
52º.- Las carencias se solucionan con nacionalismo en diferentes modalidades. Por ejemplo: todas las bolsas negras, que acogen mercancías, llevan grabado, decenas de veces, el nombre de Senegal.
                          
53º.- Son escasos los lugareños, que hacen algo de deporte, en forma de carreras o de gimnasia y generalmente en la playa. Pero o trotan sin ganas o hacen flexiones con trampa, moviendo sólo los brazos y sin levantar la tripa del suelo.

54º.- Después de escuchar los cincuenta y tres puntos anteriores, ningún senegalés se deprimiría y vería necesidad de cambios. Porque en Senegal –y también en Mali-, cualquier situación, por grave que sea, es solo un “petit problem”
                                                          Oujda (Marruecos)
            Para revertir todas estas situaciones y simplificando, lo que se me ocurre es canalizar la mayor parte de la ayuda humanitaria –al margen de proyectos concretos, como depósitos de agua, rotondas o carreteras-, a financiar programas de educación masiva. Por supuesto e inexcusablemente, laica y controlada estrictamente, por los gobiernos inversores. Todo lo demás, son cantos de sirena o seguir alimentando el negocio –bastante turbio- de unos pocos.