Todas las fotos de este post son, de Leh, menos las dos últimas, que son, de Choglamsar (India)
A la tercera noche, decidimos cambiar
de hotel, después del feo asunto del wi-fi, pero casi nos sale rana,
dado que en un principio, no nos querían respetar el precio ofrecido
ayer. Al final, negociando, conseguimos: una habitación, barata y
buena, al lado de una cascada, pero con el baño un poco cutre.
Constatamos, que nos habíamos
equivocado y que el alojamiento aquí resulta numeroso y en todas las
direcciones, la mayoría de las veces, a través de accesos
cacharrónicos.
Comer, resulta bastante repetitivo y
caro aquí, comparado con destinos anteriores. Y, además, te cobran
lo mismo por un plato en un tenderete cutre rodeado de meados, que en
los aceptables establecimientos de restauración del casco histórico.
Los alrededores de Leh no están muy
congestionados y con paciencia y ánimo, se puede llegar a diferentes
estupas, aunque a mi -que no a mi pareja- el estupómetro me está
empezando a estallar, después de ver cientos de ellas.
Desde que entramos en Himachal
Pradesh, ya nadie nos pide nada por la calle, ni nos molestan. En la
India se puede vivir a nuestro estilo – o sea-, viajando, comiendo,
bebiendo y durmiendo, como un indio-, siendo todo muy barato o como
un guiri tonto, que se va a gastar más en un mes aquí que en
Austria (alquilar una moto, por ejemplo, son 28 euros al día).
Las decenas de agencias, que nos
rodean por aquí, viven de esto y saben que a los guiris no hay que
acosarlos, porque caen sólitos en la red. El perfil treckinero es el
más demandado por los agentes turísticos en estos lares.
Generalmente, se trata de hombres, que se han cascado miles de
kilómetros de avión, para hacer un sendero mítico. Ni pasean por
el lugar, ni disfrutan de la montaña, ni hacen fotos... El objetivo
ideal es alcanzar la meta y contarlo a la vuelta a la familia y
amigotes. A estos los despluman sin el más mínimo esfuerzo.
La temporada turística aquí es
corta, debido al largo invierno, pero nunca verás que un
comisionista vaya detrás de ti, a la caza, porque es más fácil
sentarse a que caigan en las redes.
Tanto transitar por la amplia zona
peatonal, acabamos concluyendo, que los indios ni siquiera saben
pasear. Siempre van pisándote el zapato por detrás o pegándote
empujones, mientras las vacas transitan tranquilas y señoriales,
sino las molestas. Pero, ni de ellas aprenden.
Nos resultan encantadoras las ancianas
señoras, que venden bastante con éxito, coliflores, patatas,
manzanas y unos minúsculos y apetitosos albaricoques, en la calle
principal. Parecen felices y relajadas, a pesar de que se tiran de
sol a sol y tal vez, sean estos sus únicos ingresos. Pero, supongo
que a lo largo de su vida han pasado por cosas peores.
Como nos sobra tiempo y no queremos gastar mucho dinero en excursiones locales -que en furgoneta pública compartida son casi imposibles por falta de gente, renunciamos a Shey, que parece interesante y nos acomodamos a visitar la demandada, Choglamsar.
Bajo la apariencia de un pobre pueblo
tibetano cacharro, en este lugar se ubican el nuevo centro
universitario del budismo, donde somos bienvenidos a sus conferencias
en inglés, durante el teacher's day y un potente monasterio -nuevo o
muy bien mantenido-, donde reciclan a niños y jóvenes monjes, para
comerles el coco y que su vida discurra igual, que la de sus padres,
totalmente encauzada y sin que se hagan preguntas
No se trata de una localidad tan
decadente, como muchos dicen, aunque hay un amago de centro comercial
frustrado y muchas potenciales negocios cerrados. Sobreviven
fruterías, pastelerías y restaurantes, porque la gente come en la
calle y los restauradores compran a esos verduleros. Los heladeros,
de helados a 10 rupias, también disfrutan de mercado.
Cuando, ya casi nos íbamos a ir, un
hombre persigue a un perro con una red y después de forcejear un
rato, consigue atraparlo. Indiferencia de la ciudadanía, protesta
perruna agresiva y feneralizada y estupor nuestro. Suponemos, que
alguien ha contratado a un intermediario, para que lo atrape,
probablemente, con fines crueles, y quizá, solo le hayan pagado 50
rupias (o menos).
Vinimos a Leh, pensando que
tendríamos, que comprarnos ropa de montaña, ante nuestro escueto
equipaje, pero no nos ha hecho ninguna falta, porque salvo un pequeño
chaparrón el primer dia, el sol ha gobernado nuestra estancia.
Esta tarde, nos hemos abalanzado, sin
pararnos a pensar -raro entre nosotros-, sobre un vendedor de polos
de naranja, a cinco rupias, que no tenían envoltorio. ¡Pánico
posterior!. Pero han pasado ya ocho horas y parece, que no sufrimos
ninguna consecuencia.