Todas las fotos de este post son, de Jerusalén (Israel)
Desde la nada transitada -que no, intransitable- frontera de Israel, hasta Eilat, hay unos 10 kilómetros, de acceso peatonal fácil, sino fuera porque hace 47 grados y no tenemos ningún tipo de líquidos, para variar (este último inconveniente, lo resolvemos, pidiendo llenar una botella de litro y medio en una fuente de agua fresca de un club de buceo). Y es, que el camino debemos hacerlo andando, dado que no tenemos shekels y no hay un solo cajero, hasta abordar el centro.
Desde la nada transitada -que no, intransitable- frontera de Israel, hasta Eilat, hay unos 10 kilómetros, de acceso peatonal fácil, sino fuera porque hace 47 grados y no tenemos ningún tipo de líquidos, para variar (este último inconveniente, lo resolvemos, pidiendo llenar una botella de litro y medio en una fuente de agua fresca de un club de buceo). Y es, que el camino debemos hacerlo andando, dado que no tenemos shekels y no hay un solo cajero, hasta abordar el centro.
Eilat es una ciudad tranquila,
agradable -si no fuera por el desértico calor-, algo dispersa eso
sí, pero cuenta con un transitable paseo marítimo, lleno de tiendas
de todo tipo y de paseantes (esa figura tan extraña, durante
nuestros últimos meses). Aunque, han sido solo unos pocos
kilómetros, se nota que hemos cambiado de país: los pantalones
minimalistas de las chicas; los coches de gama media-alta; los
centros comerciales; los cochecitos y demás inservibles e infinitos
trastos de niño, que acompañan cada tarde a cualquier peque
occidental; las innumerables tienda 24 horas (qué no sé de que
vivirán, dado que son caras y no tienen clientes)...
Aunque en lo que más se advierte el
cambio, es en la diferencia de precio, sobre todo en los productos de
alimentación y consumo diario. No es, que cuesten bastante más, que
en Egipto, sino que muchos, se venden al doble o al triple, que en
Europa. Qué te pidan por un shawarma 10 ó 12 euros, no es
infrecuente o por una Coca Cola de dos litros, casi 3. Y esto, no es
particularidad de Eilat, sino de todo Israel (durante nuestra
anterior estancia en el país, no lo detectamos, dado que entre la
Semana Santa, la Pascua Judía, que traíamos alcohol y que nuestro
hotel ofrecía un copioso y variado desayuno, apenas consumimos nada
en la calle).
Lo que es más económico -aunque, en
todos los casos, muy incómodo- es el transporte público. Y además,
en este sentido, tenemos suerte: tal como habíamos leído en
internet -al igual, que en Egipto, no tenemos guía del país-, hay
un bus nocturno a Tel Aviv, que circula a gran velocidad y por mucho
mejores carreteras, de las que estamos acostumbrados en los últimos
meses. Al menos, nos ahorramos una noche de hotel. Aunque, más bien
y en las próximas jornadas, lo que tenemos previsto es pernoctar en
dormitorios compartidos de hostels, porque la cosa pecuniaria, no da
para más.
Y, para nuestra sorpresa, la experiencia en este sentido, no ha sido mala. En Tel Aviv, nuestra habitación compartida de ocho camas estaba completa y el escaso desayuno nos sentó fatal a los dos (ya es difícil agarrar diarrea con té y/o café, mermelada, nocilla y tostas de pan integral, pero así ocurrió). Pero, el lugar está muy acondicionado y pensado para una estancia muy satisfactoria: wi-fi, agua caliente, cocina de uso común, parrilladas nocturnas de pago -no caras-, agradable terraza con bar y tranquilo jardín en la planta baja, con minúscula piscina portátil y sugerentes sofás.
Por cierto y hablando de desayunos,
tengo una inquietud existencial. ¿Por qué unos tipos tan canijos y
flacuchos, como son los japoneses, desayunan en los hostel/hoteles,
dos o tres veces más, que cualquier fornido europeo?. Lo llevamos
constatando, durante 25 años y esta vez, no fue menos: siete
tostadas del ala, se metió para dentro un discreto nipón. Y además,
¡siempre suelen tener tendencia a quemarlas!.
El hostel de Jerusalén resultó algo
más básico, aunque como contrapartida, estuvimos solos en un
dormitorio de 12 camas y disfrutamos de baño interior. El dueño
resultó, muy agradable y de cierto espíritu libre: no hace falta
registro de entrada, wi-fi sin contraseña, puedes irte y dejar el
equipaje, hasta la hora que te de la gana del día siguiente... ¡Se
agradece, enormemente!.
Sobre Tel Aviv, ninguna queja: una
sugerente y accesible ciudad, con su interminable corniche y una
casco antiguo espectacular (llamada Jaffa, aunque a los efectos de
pronunciación sea, “Yafo”).
En cuanto a nuestro retorno a
Jerusalén, ya ampliamos un poco más en el próximo post, más
genérico, dedicado a los retornos a sitios anteriormente, ya
visitados.
Estaba previsto, acercarnos a la no
muy alejada Haifa, pero el tiempo se nos vino encima y el transporte
-como al aeropuerto- es muy caro. Además y una vez investigado el
asunto, los atractivos no son tantos, como algunos indican.