La localidad de Tan Tan, es tan tan vulgar, tan tan
aburrida, tan tan anodina…Resultó una visita no deseada y algo larga, después
de la magnífica, Sidi Ifni, encasquetada obligatoriamente, por problemas
logísticos de autobuses.
A las puertas del Sahara
Occidental, nos encontramos con un Marruecos distinto. Las mujeres ya no visten
ajustado ni muestran su cabello, los transportes aprovechan en mayor medida el
uso de la fuerza animal y los vehículos, son más viejos y de batalla. El nivel
de vida, cae drásticamente: venden incluso sacos de pan duro, en las calles, no
sabemos para qué (suponemos, que para la alimentación de animales. Sin embargo,
la iluminación nocturna es perfecta y no hay mucha basura por la calle.
Si alguna vez, tuviéramos que
poner un negocio en este país, sería un bar de tés, una barbería, una tienda de
dulces o una plancha de carne o pescado o como alternativa, un puesto de
verduras o fruto secos. Los de los faldamentos, zapatos, cachivaches varios y
demás, compiten entre ellos ofertando lo mismo y muriéndose de hambre, por
falta de clientes.
En Guelmin
–parada obligatoria, viniendo de Sidi Ifni-, jabíamos tenido la oportunidad, de
compartir cochazo, hasta Senegal. Pero, desconfiamos del hombre que nos ofreció
tal propuesta, porque siendo dueño de ese vehículo, ¿quién necesita compartir
gastos?
Tarfaya
Abandonamos
Marruecos –por séptima vez- y nos adentramos en territorio ocupado. Con más
dificultades de las previstas, en materia de transporte, nos introducimos en el
Sahara, en un Land Rover compartido, con un presunto polígamo, sus tres mujeres
e hijos y dos santurronas, que cargan con un pesada alfombra y que paran en
mitad del desierto a rezar, arrodilladas en la arena, junto al conductor, que
aprovecha esa misma postura, para orinar (veríamos más veces esto, que nos
llamó la atención, a lo largo del tránsito por desierto).
El panorama
es pedregoso, aunque la mayoría del tiempo y a la derecha, se ve el mar, azul
profundo. Cada 30 ó 40 kilómetros, aparece algo interesante. Generalmente, son
atractivas dunas, que se deslizan hasta la carretera. Un niño de menos de un
año y con el beneplácito del polígamo, absorbe una lata de coca-cola, como si
en ello le fuese la vida y su último disfrute.
Tarfaya es
pequeña, desanimada –en un sábado por la tarde- y presenta algunos edificios
tan bellos, como decadentes, además de las habituales y casi clónicas
mezquitas. Pero, resulta extraordinariamente auténtica.
El Aaiún
Hemos
bajado un nuevo escalón en la pobreza, con un recibimiento tan indiferente, en
esta nación ocupada por Marruecos, como no esperábamos. Las alubias con salsa
roja y preparado de harisa y aceitunas, además de los bien especiados callos de
cordero, nos han templado el estómago, sin dejarlo castigado. En este último
plato, la ausencia de morcilla y chorizo, se echa tanto de menos, como se
agradece.