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lunes, 10 de julio de 2023

El desconcierto de Quba

           Dejamos nuestro alojamiento de Bakú, después de cuatro noches, con bastante pereza. Baño propio, potente aire acondicionado, televisión solo en azerí y turco, nevera, buen wifi y té y café gratis en las zonas comunes han sido los alicientes de este buen y céntrico hotel, llamado Phoenix 

          En el tercer mundo nunca te puedes fiar de que el día empiece bien o mal, porque puede terminar de cualquier forma. No arrancamos bien, ya que el plano del metro de Bakú, que nos habíamos descargado no era el bueno y nos hicimos un pequeño lío para llegar a la estación de autobuses. Es un suburbano funcional aunque de trenes muy antiguos y ruidosos.

          La estación de autobuses de la capital es una mezcla entre un centro comercial casi abandonado y una terminal de pasajeros nada caótica. Partimos enseguida, después, de que nos obligarán a pagar el billete completo, a Qusar, aunque solo vamos hasta Quba. El vehículo resulta super incómodo y va repleto, con atasco monumental y kilométrico, media hora después de la salida y en mitad de la nada. Autovía todo el rato, paisaje aburrido y desértico, muchos puestos de fruta -especialmente, sandias-, nublado y punteando. Me duermo más de la mitad del camino

          Al llegar, desconcierto total, junto a un centro comercial enorme. No sabemos dónde está el centro -no sería la última vez, que nos pasará esto, en Azerbaiyán -, aunque si encontramos un hotel de batalla. Regateamos y nos quedamos de mala gana, solo porque han accedido a nuestro precio. Después, descubriríamos -guest houses privadas, al margen - que es el único alojamiento de la ciudad.

          Ya con los bultos a buen recaudo, continuamos de lleno en el desconcierto y visitamos la plaza central, sin saberlo. Al final y tras dar mil vueltas por difusas y profundas barriadas de infraviviendas, la amable chica de una óptica nos ayuda con el traductor de Google, porque aquí de inglés o de cualquier lengua no propia, no saben ni los números.

          Entre los edificios destartalados y los pestilentes charcos, una vez ha cedido la lluvia, los niños juegan al fútbol o hacen muñecos con los omnipresentes barros. Llegamos, no sin esfuerzo, al parque Nizami, que está plagado de esculturas y escaleras y es la única parte salvable de esta turbia y anodina ciudad. Las mezquitas, que encontramos son tan básicas, que tienen el tejado de chapa.

          Finalmente, cruzamos el raquítico río por el puente peatonal y entonces, nos topamos con el Red Village, el bonito barrio judío, que se encuentra en diferente estado de conservación: casas reconstruyéndose, casas para entrar a vivir, casas abandonadas y casa cayéndose. Ni un solo extranjero, ni siquiera en el megasupermercado principal del lugar, el mejor abastecido y barato, hasta ahora.

          Mañana trataremos de llegar a Laza, vía Qusar, combinando bus público y taxi. Hemos, casi, descartado Xinaliq, por no poder compartir los gastos del vehículo privado con nadie. Lo que te pasa en el tercer mundo al día siguiente, nadie lo sabe, ni lo imagina, así, que todo puede ocurrir.

          Hemos estado todo el día, hasta la noche, sin comer ni beber nada y me ha entrado cagalera. Nunca me pasó esto antes y encima, hoy el baño es compartido.

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