Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 13 de enero de 2024

Vietnam, sin apenas cambios, en los últimos quince años

          Para llegar desde el  aeropuerto  al centro de  Hanoi, tardamos más de una hora. Eran las 6:30 de la mañana -en una carretera de varios carriles y el atasco resultaba tremendo. Y eso, que la mayoría de vehículos, eran motos. ¿ A dónde va toda esta gente a estas horas, sino tienen vida? Era un interrogante retórico, porque no tenemos respuesta ni la vamos a encontrar. Ya habíamos visto muchas veces esto, en nuestro primer viaje al país en 2008.

          A la mañana siguiente y por una casualidad, rara en Vietnam, vivimos una experiencia inédita. En la zona del lago central, -hay unos cuantos más en la ciudad -habían cortado el tráfico, para desarrollar diversas actividades y los lugareños parecían hasta normales: padres con cochecitos, jóvenes con balones, runners, gente tranquila -comprando en los puestos -, parejas paseando... Eso sí, sin ninguna mascota. Y vas y piensas: ¿si son capaces de ser bestias y personas civilizadas a la vez, porque no optan por lo mejor? Pues, sencillamente porque resulta imposible.

          En la vida cotidiana vietnamita, las personas son bastante salvajes. Si algo iguala a las mujeres y a los hombres de este país son las barbaridades que cometen con las motos, poniendo en riesgo su propia vida y la de los demás, sin importarles ni lo uno ni lo otro. La última anécdota fue esta mañana: entre las decenas que nos ocurren cada día. Estamos en una acera esperando,a que cambie el semáforo para poder cruzar y un motorista se enfada y se enfrenta, porque nos nos quitamos, para que él pueda aparcar su moto. Como no nos callamos y le llamamos gilipollas, muestra extrañeza y se limita a repetir la palabra una y otra vez.

          Casi nada ha cambiado en Vietnam en quince años y nada se transformará en los próximos cien, para suerte o desgracia de los futuros visitantes al país, que hoy en día ni siquiera han nacido. Los vietnamitas -en general - y al volante, manillar o en la vía pública, son la gente más desagradable, que hemos conocido en los casi 150 países visitados a lo largo de nuestras vidas. A parte de las atrocidades cometidas en la conducción, te molestan solo por fastidiar o por reirse de ti y te tratan de engañar, siempre que pueden, aunque sea por míseras cantidades.

          De lo poco que ha cambiado es, que hay menos mujeres con pijamas y sombrero cónico por las calles y tampoco llevan balanzas con frutas, aunque no se si es para bien o para mal. Al menos y en un mercadillo junto al lago, disfrutamos de diversas degustaciones gratuitas, incluidos varios licores de muchos sabores y de gran calidad.

          Seguimos preparando próximos países. Descartados India y Myanmar, Japón, Indonesia y Maldivas ganan pujanza.

jueves, 11 de enero de 2024

Arribando a Hanoi

           Salimos de Tailandia cabreados y ninguneados y es que no nos olvidemos, de que aunque este no sea un país hostil y predominen las sonrisas en casi todas las partes, no deja de ser una dictadura, que ha sufrido varios golpes de estado en los últimos años (en uno de ellos estuvimos presentes, en 2014). Y liderado por un peculiar y excéntrico rey septuagenario, que durante la pandemia se rodeó de 20 concubinas , a las que drogaba, para satisfacer sus más bajos deseos sexuales y que además, nombró a un caniche ministro de defensa. Lo digo, para contextualizar.

          Entramos en Vietnam con una facilidad pasmosa, a diferencia de hace quince años: ni formulario -lo están quitando en casi todas las naciones, afortunadamente -, ni visado, ni fotos, ni huellas, ni preguntas...y para, ni mas ni menos, que 45 días, si asi lo queremos. Y pensamos: esto es de lo poco, que habrá cambiado para bien, desde nuestra visita del 2008 y hasta ahora -cinco días después -, hemos acertado. Todo lo demás sigue igual o peor.

          Como llegamos tarde, a Hanoi, dormimos plácidamente en el aeropuerto, tumbados, sin ruidos y sin ser molestados. Pero ahí, acabó nuestra buena racha inicial. Para empezar ya nos engañaron con el precio y el número del autobús a la ciudad. Nos metieron en un bus privado, en vez de en el público, número 86. Estos engaños consisten normalmente, en  pequeños importes, pero constantes y ese panorama, de que te tomen por tonto, desgasta y agria mucho.

          Después, fuimos nosotros solos, los que nos sumimos en el desconcierto. Primero, porque empezamos a ver precios de las cosas -tren a Sapa, comida, agencias, hoteles...,-y nos parecieron tirando a caros, más que en Tailandia -lo recordábamos al reves- en un país y donde los ingresos medios mensuales son de 277 euros

          Más tarde, porque embadurnados por el insoportable calor y el caos de la ciudad vieja, tardamos -con la mochila a cuestas- más de cuatro horas en encontrar alojamiento. Por haber pocos, por encontrarse unos cuantos llenos, por ser caros y por ser víspera de fin de semana, cuando según nos dijeron en varios de ellos, los precios se disparan sin control. Al final, hubo premio y encontramos una correctísima habitación con baño propio, wifi, aire acondicionado, nevera potente, televisión y una atención muy agradable. ¡Lo suyo había costado!

          Asi, que tras unas pocas visitas cercanas y no muy peligrosas, decidimos retirarnos del asfalto, hacer las compras del día y tirarnos parte de la tarde a la bartola. Al menos, preparamos los próximos días en la bahía de Halong y en Sapa. Hay muchas agencias que ofrecen esas excursiones, aunque a un precio muy elevado. Nosotros, como es costumbre, las haremos por libre.

          ¿Es bueno tener una habitación con aire acondicionado? (en Tailandia no dispusimos de ninguna). Pues, en clima tropical es un arma de doble filo, porque estás tan a gustito dentro, que pasas menos tiempo trotando por las calles.

Impotencia y vulneración de derechos en el aeropuerto de Dong Muang

           Después, del que hemos cogido ayer tarde, 9 de noviembre, desde Bangkok, a Hanoi, llevamos 27 vuelos este año, lo que supone una cifra bastante relevante. Dado, que en algunos aeropuertos -Kuwait, por ejemplo-, hay que pasar más de un control de seguridad, habrán sido unos 40 registros en total. En torno a un 70% de ellos no hemos tenido ningún problema, porque somos muy cuidadosos con lo que llevamos en los bultos de mano (ya nunca facturamos equipaje, desde al menos, hace tres lustros). Pero las experiencias negativas, que hemos tenido, han sido realmente terribles. Me da la sensación, de que el personal del escáner -que en la mayoría de los casos son niñatos y niñatas, muchos de ellos inmigrantes y no policías o personal realmente formado para su trabajo-, cada vez están más crecidos y han decidido, que tienen licencia para no respetar ni uno solo de los derechos inalienables del pasajero, que se encuentra tan cabreado, como vendido.

          Pase, que te retengan y registren por una cámara de fotos de tamaño medio o por una lata de sardinas de 90 gramos -hasta donde yo se, son menos de cien mililitros-, sin explicarte el motivo.  Pero es, que en Tánger, no hace mucho, llegaron  al acoso sexual y en Kuwait, hace unos días, nos hicieron pasar una mochila seis veces por el escáner, incluso vacía y además, de muy malas maneras.

          La última y desagradable experiencia la hemos tenido en el aeropuerto de Dong Muang de Bangkok. Sin dar más detalles, ya fue muy penoso el control de pasaportes para la salida del país. Al llegar al escáner habíamos llenado cuatro bandejas, que aumentaron a seis, porque nos obligaron a quitarnos los playeros, cosa que no nos había ocurrido nunca (si  en el caso de botas).

          Nos retienen una de las mochilas y hay que negociar con una displicente y mandona jovencita de unos 20 años. Hoy el problema son cuatro de los seis botes de alcohol, que llevamos y que hasta ahora y durante décadas, habían pasado por todos los aeropuertos del mundo. En los dos permitidos pone 80 centilitros y en los restantes, que son un pelín más grandes, no se certifica la medida exacta, pero es evidente, que ni de lejos, superan los 100.

          Pues nada, que la desagradable señora se pone en plan cabeza-buque y quiere retener los frascos. Pues no. El alcohol lo tiraremos, pero los envases nos los llevamos nosotros, con tan buena suerte, de que al tirarlos, gran parte del líquido cayó sobre sus zapatos, poniendo ella una cara de asco, digna de ser retratada al oleo.

          Lo más irritante fue, que en la otra mochila iban otros cuatro botes similares con líquido de las lentillas -transparente, como el alcohol-, también sin etiquetar y no dijo, ni mu.

          Algún convenio internacional debería acabar con estos atracos a los sufridos viajeros. Y, enrabietados  dijimos: "pues ahora nos compramos una botella en el duty free y te jodes". Desistimos. El güisqui más barato, era más caro, que en las calles de Dinamarca o Noruega: más de cincuenta euros

miércoles, 10 de enero de 2024

Los días "plof"

           En los viajes largos hay días de todo tipo: excitantes, alegres, cortos, dilatados, perdidos, esforzados, peligrosos, problemáticos, de socialización, de soledad, de rabia, de frustración, de superación, de experiencias irrepetibles, de salvarte por los pelos , de reír, de deprimirte, de discutir, de ser generoso... Todos ellos están dentro de lo previsible y normalmente, llegan y pasan sin dejar casi huella, a la jornada siguiente. Pero los días, que a nosotros nos dan más pánico, que miedo, son los que llamamos "plof".

          Un día "plof" puede tener causa justificada -por ejemplo, que estás estancado y no consigues avanzar de ninguna de las maneras, como nos ha ocurrido a veces en lugares, como Bangkok, Kuala Lumpur, Calcuta o Johannesburgo, como grandes "plof" de nuestra historia viajera -o sencillamente, no responde a circunstancias conocidas algunas.

          Uno de los mayores potenciadores de los días "plof" injustificados suele ser el calor extraordinario. Es difícil tener un día "plof" en Noruega o Islandia. Otro de los síntomas sin causa aparente suele ser, despertarte bastante antes de lo estipulado por el despertador. En ambos casos, ducharse varias veces resulta un alivio, pero solo momentáneo. Lo siguiente es, ineludiblemente empezarte a plantear todas las cuestiones del modelo de viaje: que si ya no merece la pena tanto esfuerzo para el resultado, que si vas estando demasiado mayor para estos trotes, que si el riesgo para la salud, que si las emociones no son ni la  mitad de intensas. Y entonces, empiezas a sentir angustia, simplemente, por tener, que superar esa jornada en concreto, aunque no preveas grandes contratiempos o desgracias.

          Los "plof days" -quizas así, suene un poquito mejor-, pueden durar tan solo 24 horas - dejan secuelas- o te puedes ir-no es lo más frecuente -, hasta casi una semana, en la que el estado del hundimiento moral es evidente e incuestionable. Todo puede empeorar, si las condiciones de tu alojamiento son adversas o de si el lugar en cuestión no ofrece una alimentación adecuada y variada.

          Parar y poner el cuerpo en modo ahorro de pensar, puede ser el principio de la solución. Pero no siempre. Nunca tuvimos días "plof" en unas vacaciones o viaje corto. Porque todo va tan milimetrado, que no tienes tiempo de plantearte nada más, ni de pensar más allá del día a día.

          Dos cuestiones más: los días "plof" son hiper contagiosos para el resto de los miembros del periplo y suelen producirse, casi siempre, durante las primeras semanas, las de consolidación del viaje largo. Es raro, que surjan a partir del mes de trajinar por ahí, donde todo se vuelve más mecánico.

          Esta mañana, en Lopburi empezé un día "plof", que parece haber terminado por la noche. Mejor así, porque pasado mañana y tras abandonar Bangkok deberemos estar atentos en nuestro regreso, después de quince años, a Vietnam 

¿Con la pata quebrada o explotada en el mercado nocturno?

           ¿Qué es mejor: estar en tu casa con la pata quebrada, como les ocurre a las mujeres en Kuwait o dejándote la vida, literalmente, a veces, con tu hija menor en un puesto de un mercado nocturno del sudeste asiático? Ambas cosas las hemos visto en este viaje con pocos días de diferencia -y en casi todos los largos- y yo, no sabría muy bien, que responder. Y no vale la trampa salvadora de decir, que las dejarán elegir a ellas o una situación intermedia, porque eso no va a ocurrir nunca. Ni lo uno ni lo otro.

          Hay, que quedarse, con una de las dos opciones y yo, que opino en casi todos los temas, tengo muchas dudas y más preguntas, que respuestas. ¿Para que traer una hija al mundo, si lo que le espera es la misma vida de mierda, que a ti? ¿Como se puede afrontar con esa quietud, orden y simpatía, el metódico y esmerado trabajo, cercano a la explotación, que esas chicas hacen cada tarde, poco antes del anochecer? Siempre con una sonrisa y un gesto amable, con unos productos muy bien presentados y expuestos, con un margen comercial ajustado (salchichas grandes o trozos de pollo, a 25 céntimos o bandejas de arroz, carne y tortilla, a medio euro).

          Además, te llenan la vida de colorido. Siempre hemos sido unos fanáticos de los mercados nocturnos de Tailandia.

          En Phisanulok, tuvimos que cambiar nuestros planes por motivos logísticos. La ventaja en los viajes largos de esas variaciones es, que eres dueño de tu tiempo y no supone una agonía, como en los que tienen fechas cerradas y en los que perder un día resulta un auténtico drama. Desde Phisanulok, queríamos ir a Kampaeng Phet, pero desistimos, porque los buses y para menos de cien kilómetros, tardan cuatro horas y son poco frecuentes. Así y de forma inesperada, decidimos volver a Lopburi, la ciudad de los monos -macacos-, en donde ya estuvimos en 2017 y que pilla camino de regreso, a Bangkok, desde donde dentro de un par de días y con Air Asia, tomaremos un vuelo a Hanoi.

          En Vietnam, podemos estar 45 días sin visado, aunque no prevemos pasar allí más de 20, recorriendo el norte, porque en el centro y el sur de esta nación, ya estuvimos en 2008. Después, vendrá Japón, Myanmar, Indonesia o India, países ya visitados en el pasado (los dos últimos varias veces).

martes, 9 de enero de 2024

Phitsanulok: bonita ciudad cacharro de manual

           La gente en España, antes de la pandemia tenía la falsa creencia, de que todos los asiáticos -o la mayoría, llevaban mascarilla. Entonces, eran apenas cuatro jovencitas presumidas -aunque desconozco, por qué rapar sus agradables caras-, pero hoy en día las cosas han cambiado y la lleva más del 80% de la población de todas las edades.

          Habiendo dejado atrás Chang Mai, en Phisanulok volvimos a enfrentarnos a una ciudad cacharro de manual, cosa, que no ocurría, desde nuestro cuarto viaje, a India, el año pasado. Será la edad, pero en este caso la experiencia no me sirve para nada y cada vez, me pongo más nervioso, cuando regalamos en alguna de ellas. Más de tres décadas viajando por el tercer mundo y todavía no se si prefiero, que haya aceras o no. Si vas por ellas, te las encuentras estrechas y llenas de trampas: banzos imprevisibles, tuberías salientes, constantes subidas y bajadas, señales, farolas, toldos...y por supuesto, toda la cacharrería variada e inventariable de los negocios de la zona. Si vas por la carretera, el panorama está más despejado, pero debes caminar en constante zig zag, esquivando los distintos vehículos, bien en movimiento o mal aparcados (casi todos). A este panorama se le une el calor, que cada día es más asfixiante, aún estando ya, en noviembre. Si en Bangkok era grande y en Chang Mai severo, en Phisanulok, se convirtió en absolutamente insoportable y por primera vez en el viaje, nos obligó a dividir el día, pasando una buena parte central de la jornada en el luminoso y básico alojamiento.

          Después de muchos viajes a Tailandia, está es la vez, que estamos encontrando mejores alojamientos y comida, pagando incluso menos, que la primera vez, hace tres lustros. Por una parte, seguro, nos sabemos buscar mejor la vida, que entonces, pero por otra, los precios apenas se han movido, en lo que afecta al viajero(no conocemos si ha ocurrido lo mismo con los tours organizados). Por ello, no es cierto, que la inflación afecte por igual a todos los países, como nos quieren vender.

          Aunque aquí, en el país de la eterna sonrisa, los lugareños bastante tienen con administrar los quinientos euros al mes, que cada trabajador cobra de media. Nosotros en doce días, nos hemos gastado doscientos y hemos recorrido casi dos mil kilómetros.

          No dudéis, si os pillaré camino -está en la gran línea férrea del nordeste, rumbo a Chang Mai-, en hacer una parada en Phisanulok. Porque sus templos merecen mucho la pena y se respira en ellos tranquilidad, ya que son muy apacibles y están casi vacíos.

Genial reencuentro con Chang Mai, después de quince años

          Ya no nos acordábamos -hace cinco años, que no visitábamos este país - que para manejarse con los trenes en Tailandia, se debe prestar intensa atención. Dependiendo del horario y de la clase, que elijas, puedes pagar desde un precio ridículo -1,5 euros por ocho horas -, a diez o quince veces más. Nosotros y como manda la tradición, asientos en tercera -como otra mucha gente, especialmente, joven-, machacando nuestro cuerpo, ya casi viejuno.

          Si el viaje entre Bangkok y Chang Mai fue muy entretenido por la heterogeneidad del pasaje y el ambiente cordial, el de esta localidad, hasta Phisanulok resultó - y eso, que me dormí tres de las ocho horas- tedioso, caluroso, asqueroso y agotador. Todo ello acompañado de constantes campos de arroz y plataneras, además de un implacable sol, que entraba por todas las ventanillas. Al menos, al llegar al destino nos encontramos con un barato que tuvo tiempos mejores y con un fantástico mercado nocturno, donde saciar nuestra hambre fel día, dado que solo habíamos ingerido unos povis dulces.

          Y por el medio, d ambos trayectos en tren, el esperado reencuentro con Chang Mai, después de quince años. La ciudad no nos ha decepcionado -en este caso, segundas partes si fueron buenas - y hemos vuelto encantados a todos los sitios de interés, como esos otros tantos guiris, que visitan estos lugares. La única pega, el sofocante calor, que no da tregua, durante todo el año. Pero, al menos, disfrutamos de una ciudad accesible para el peatón -raro, por estos lares-, del mejor hotel del viaje hasta ahora y de un copioso desayuno gratuito en un templo -no sabemos el motivo - a base de sopa con noodles rellenos, copiosa carne muy picante, arroz, verduras, piña, dulces, refrescos...La cena también fue muy generosa -aunque de barato pago-, con fantásticas y jugosas empanadillas al curry.

          La tarde la entretuvimos en el enorme mercado nocturno de la calle Wualai que solo se monta los sábados. Es enorme y resulta casi imposible de visitar en su totalidad. Mucha ropa, calzado y complementos, pero como siempre, la estrella principal son las decenas de especialidades culinarias, que quitan el hipo. No se os ocurra, eso sí, beber alcohol allí -fuera del área de los puestos autorizados -, porque os pueden caer desde diez mil baths de multa -casi 300 euros-, a seis meses de cárcel. Pero podéis trasguedir, sin problemas, todas las normas de tráfico, circulando a lo bestia con la moto, por esta zona peatonal. A Tailandia, de momento -no cantemos victoria -, apenas han llegado los malditos patinetes.

De Hua Hin, a Chang Mai

           Según las guías, Hua Hin es una ciudad de turismo familiar y nacional. No dudo, que en el pasado, eso fuera así, pero hoy en día, las cosas han cambiado y el lugar se ha convertido en un bar Pattaya VIP. Los garitos están montados con más estilo y gusto, que en lo que nosotros llamamos, el estercolero del sudeste asiático. Los babosos de las chicas son un poco menos babosos, que los pattayeros. La playa es bastante buena para estar en el norte del país -la de Pattaya es una basura - y la urbanización del lugar es un poco menos salvaje y más habitable. Los precios de los servicios o de las cosas en ambos lugares resultan similares 

          En Hua Hin, existen alojamientos para todos los gustos y la vida es menos desquiciante y traumática, que en Pattaya. Al margen del mencionado arenal adecuado y limpio, los atractivos turísticos no son muchos, pero el lugar si da para pasar un par de días. También, disfrutando de sus mercados nocturnos (hasta tres diferentes, aunque no todos son a diario).

          De Hua Hin -el viaje en tren es largo, para los kilómetros, que son- volvimos, a Bangkok y un día más tarde, regalamos en Chang Mai, lugar, que no visitábamos, desde hacía quince años. Compramos billetes de 3 clase, para un convoy colorido, muy animado y con bastantes turistas -varios españoles, entre ellos-, a bordo. Pagamos menos de ocho euros por más de doce horas de viaje.

          El reencuentro con la ciudad norteña fue excitante y gratificante. Solo lo afeó, que nos enfrentamos al día más caluroso del viaje, hasta el momento. Nos pegamos una buena paliza de templos y únicamente, no visitamos por dentro los tres, que son de pago ( en 2008 eran gratis todos). En uno de ellos han montado un servicio de restauración básico y barato, aunque completo: noodles, salchichas, mortadela rebozada, empanadillas...

          Durante la primera parte en la ciudad, nos acercamos al mercado nocturno. Era mucho más grande hace quince años. Entonces, estaban todos los puestos montados y hoy muchos de ellos se ofrecen en renta, aunque tiene pinta, que nadie los va a alquilar en el futuro. Sobrevive sin problemas la parafernalia de la comida, a base de especialidades thais, indias o mexicanas. También visitamos el Kalare Night Bazar  que se encuentra unos cientos de metros más allá, en la misma calle.

          En la zona, sigue habiendo bares de chicas jóvenes, pero unos cuantos menos, que en el pasado. Son tan extraordinariamente simpáticas, como las de Hua Hin. Al menos, cuando pasas la primera vez por las puertas de los locales. Pero, cuando ven, que no vas a querer nada con ellas, ya ni te vuelven a mirar.

lunes, 8 de enero de 2024

Y llegó el día de la caraja, para no variar

           Hay dos tradiciones inapelables, que nos persiguen en los viajes largos y que no sabemos , como dejar atrás. La muerte de uno de los móviles y las carajas-colapso, que solemos sufrir, algún día de la primera o segunda semana. En esta ocasión, ocurrió en la jornada 9 de periplo y la 3 en Tailandia.

          Uno de los cambios, de los que hablaba en la entrada anterior, ha sido la clausura a medias, como más adelante se explicará - de la estación de trenes de Hualanpong y la apertura de otra nueva, en las afueras de la ciudad. Atando cabos descubrimos, que está estaba cerca del mercado de Chatuchak y de la estación de autobuses, con dirección a Sukotai o Chang Mai.

          Como era domingo, - los días de diario no montan los puestos - decidimos ocuparnos de esas tres cosas: mercado, buses y tren. La primera molestia de la mañana fue la persistente lluvia. La segunda llegó en el Tesco, al enterarnos, de que era el día de Buda y no se podía comprar ninguna bebida con alcohol. No se cuántos hay al año, pero a nosotros es el cuarto, que nos pilla. Ante este contratiempo, solo hay dos soluciones. Una es preventiva -llevar una jornada de adelanto en recursos etílicos - y otra correctiva: las tiendas regentadas por chinos -son bastantes- te lo venden, sin problemas.

          Como en Bergen y en otros cuantos lugares del mundo, en Chatuchak, se han puesto de moda las paellas -atiborradas de pimiento rojo-, que se consumen, como rosquillas, a precios de vértigo. Es casi la única novedad de este megamercado, que ofrece paseos placenteros y casi de todo lo imaginable y que visitamos por primera vez, hace quince años.

          Los problemas, sin embargo, regresaron, al tratar de encontrar la estación de autobuses, a Chang Mai. Habíamos mirado en Google Maps, porque preguntar en la calle da más problemas que soluciones, pero nos perdimos por las afueras, a pesar de seguir la casi siempre salvadora bolita azul. Cabreo, acompañado de calor insoportable.

          Con algo menos de dificultad, llegamos a la nueva y espaciosa -quizas hasta demasiado - terminal de trenes, aunque casi desfallecemos en el intento. Decidimos, optar por este medio de transporte, tanto para ir a Hua Hin -al sur-, como oara recalar, en Chang Mai.

          Tras aprovisionar nos de cerveza en el chino, llegó la vuelta, a diferencia de la ida, en bus. Y, cuando pensabamos, que el día estaba amortizado, nos equivocamos y nos bajamos en una parada 4 kilómetros anterior a la nuestra y debimos caminar esa distancia, entre las demoledoras e interminables obras de una nueva línea de metro, que están construyendo en la ciudad .

Tailandia: cambiar lo cotidiano y mantener las esencias

           La cola para entrar a Tailandia resultó muy larga, pero el personal de inmigración dió muestras de su eficiencia y apenas tardamos un cuarto de hora en entrar al país, como siempre, con una sincera sonrisa. No nos pidieron ni billete de vuelta, ni de salida a otro país.

          Siempre, que llegamos a Tailandia, lo tradicional es ir a comer una sopa al Seven Eleven y está vez, no iba a ser distinto, a pesar de que hacia cinco años -con la pandemia de por medio -, que no veníamos al país. Cuando esto escribo, llevamos cinco días en Tailandia y todos ha llovido, por lo que se demuestra, como siempre hemos dicho, que no solo cae agua durante el monzón, sino todo el año.

          Desde que visitamos por primera vez está querida nación, hace quince años, pocas cosas han cambiado en su idiosincrasia, a pesar de los frecuentes golpes de estado. No se, si es por esto, por lo que amamos tanto este lugar, a pesar de su conservadurismo eterno.

          En cuanto al fluir cotidiano, sin embargo, siempre encuentras algo nuevo o algo menos. Un mercado decadente, que ha desaparecido, por encontrarse demasiado cerca de la residencia real. Otros, se han levantado de la nada y prometen. Aunque, Chatuchak sigue jugando con fuerza y poderío.

          Varios edificios en Khao San han caído, entre ellos, donde se ubicaba un Seven Eleven y un par de hoteles, donde nos alojábamos en el pasado. No sabemos, si se han caído de viejos o han sido derribados por la especulación de nuevas construcciones. Lo veremos en el próximo viaje. También han clausurado la oficina física de Air Asia y el clásico y mítico ciber, colindante a Khao San, donde tantas tardes hemos pasado en viajes anteriores. De abrir las 24 horas, a no prestar servicio a ninguna. Pero como digo,, en Tailandia solo cambia, lo que permite es día a día y no las esencias.

          El móvil y el wifi mataron a negocios, que hace una década, parecían pujantes e indestructibles. Pero eso y casi en la misma medida, también ocurre en el primer mundo.

          Los tres primeros días en Tailandia los pasamos en Bangkok, recorriendo, comiendo y bebiendo las mismas cosas de siempre. Poco ambiente en Khao San notándose, que estamos en temporada baja.

          Después, nos fuimos a Hua Hin. En las guías, lo venden como una localidad de playa y de perfil familiar. Pero la realidad es, que se trata de una Pattaya VIP. Ya os daremos más detalles, próximamente.