Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

viernes, 25 de octubre de 2019

La maldición de la botella de vodka

                                              Todas las fotos son, de Taskent (Uzbekistán)

        En los viajes de cierta duración y largo recorrido, siempre cuesta pasar de un país a otro, cuando el destino es desconocido. Adaptarse a las nuevas cosas -salvo, cuando vas a Bangladesh, que quieres irte enseguida-, es un nuevo reto, que a mí me gusta, pero que a mi pareja le origina cierto alboroto, estrés y confusión . Aunque, después de una noche de traspasar cuatro fronteras y dormir pocas horas, todo puede ser comprensible, sino hay consecuencias irremediables (y no las ha habido).

          Pero  la historia da mucho más de sí de lo inicialmente previsto. Y, ¿si no hubiéramos comprado ayer dos botellas de vodka para acumular o hubiéramos cambiado algunos suma uzbekos, en Bishkek -de haber sido posible-, habría ocurrido lo mismo o el día habría sido diferente?. Nunca lo sabremos ¡Hablamos de ciencia ficcion!

          Como suponíamos, en la estación de autobuses, de Taskent, no hay oficina de cambio. Nos tocará andar entre el bullicio peligroso de los coches y los amenazantes cruces -muchos sin semáforo-, hasta que encontremos el primer banco. Pasamos tres paradas de metro, hasta que hallamos uno con no muy mal cambio. Pero mi pareja, al salir de la terminal, ya se ha cargado la maldita botella de vodka, que se ha expandido por el suelo y por su equipaje. La única consecuencia es, que hemos perdido el escaso euro que cuesta esta bebida espirituosa.

        Afortunadamente, el metro de Taskent-aunque viejo- es muy funcional y práctico y nos ayuda a llegar hasta el centro. Pero, 35 grados a las doce de la mañana de un 27 de septiembre, no ponen mucho de su parte. Tampoco, las funcionarias de la estación de tren, que a cada rato nos dicen unos precios y unos horarios diferentes, para el futuro viaje, a Samarcanda. ¡Paciencia!

          El supuesto centro es disperso y lleno de interminables parques y edificios oficiales. Encontramos otro banco con aún mejor cambio, pero la gestión nos lleva un buen rato. Finalmente, sacar los billetes, a Samarcanda, para mañana por la tarde, nos supone otra odisea, que logramos resolver con bastantes dificultades de comunicación. Y, localizar el hotel, que hemos reservado en Booking, conlleva una eternidad, entre fosos y calles mal asfaltadas o sin asfaltar, entre eternas obras y ansiosa confusión.


        El bazar y las mezquitas están en el coño del mundo, pero llega el metro. Comemos de emergencia y llevamos a cabo las pertinentes visitas, exhaustos.

       
          Y, a la vuelta, las fatales consecuencias de la rotura de la botella de vodka: uno de los dos móviles emborrachado para siempre y los cuadernos donde escribimos nuestras historias, más gravemente dañados, que cuando a don Quijote le quemaron los libros de caballería.

          La mejor noticia del día -aparte de seguir vivís y bebiendo vodka de otra botella, claro -es, que parece, que vamos a dormir solos en nuestro dormitorio compartido y que mañana tendremos desayuno. ¡Eso, si no pasa nada más!

       
          Mientras concilio el sueño -no me cuesta mucho- me vienen a la cabeza las fronteras, de Kazajistán. Imaginad los chanchullos, que allí habrá habido a lo largo de los años oscuros, que en un lugar bien visible, han colocado un número de WhatsApp para contactar, si tienes problemas con los funcionarios de turno. ¡Genial!

jueves, 24 de octubre de 2019

La noche de las cuatro fronteras

                Las tres primeras son, de Bishkek (Kirguistán y el resto, de Taskent (Uzbekistán)

        Comprar los billetes, de Bishkek, a Taskent, no resulta demasiado difícil. Nos pidieron el pasaporte y pusieron pocas pegas. Esto, hace sólo siete meses, hubiera sido imposible, porque hasta febrero pasado, Uzbekistán exigía un visado tramitado, previamente.


        La cosa empieza mal y no por los quince minutos de retraso en la salida, sino porque nos quieren gestionar nuestros pequeños bultos a su manera y guardarlos en el maletero del autocar. Tras una larga discusión, ellos ganan.

          Las dos primeras horas las pasamos durmiendo, dado que hemos venido, previamente, abundante cerveza. Y eso, a pesar de la película, que van emitiendo a todo volumen. Anochece, cuando llegamos a la primera frontera. Salimos de Kirguistán sin demasiados trámites y entramos en otro país. Como hay, que rellenar a toda prisa dos formularios -uno grande y otro pequeño-, nos ponemos nerviosos y ni miramos de que nacionalidad se trata. Encima, parte de uno de ellos, no está en inglés, ni en nuestro alfabeto. Falsa alarma, porque se muestran bastante transigentes.

        En 25 minutos hemos hecho todos los trámites y en 55, el bus ha pasado la severa y minuciosa inspección del foso. El móvil, a través de las redes celulares nos chiva, que estamos, en Kazajistán (no es necesario visado desde enero, de 2017). ¡Bendita tecnología!. Parece, que todos los recorridos entre estas dos ciudades atraviesan el sur de esta nación.

          La noche va a ser larga. Bebo vodka y nadie se entera o se quieren enterar. Y todo, porque la mayoría van viendo en las pantallas un show a todo volumen, parecido al "Club de la Comedia", pero a la uzbeka.

          Pasan más de siete horas, cuando paramos a mear con la vejiga ya inflamada. No tenemos dinero kazajo, así que a buscarnos la vida entre los árboles con el peligro de hacernos daño. Cuando arrancamos parece, que estamos en las afueras de Taraz -la ciudad luminosa, a tenor de los miles de farolas de luz blanca-, pero en realidad, sabríamos luego, que se trata, de Shynkem, mucho más cercana al borde fronterizo. Entonces, sube una señora y con la connivencia del conductor, va haciendo de cambiará de moneda a todo el que quiere -no demasiados-, contando y recobrando los billetes de escaso valor de estos lares.


        No hay un solo momento de calma porque salimos de Kazajistán, de forma lenta y atropellada, devolviendo el formulario de la aduana. Hemos estado en este país ocho horas, pero tenemos planes de regresar para el futuro casi inmediato.

          Entrar en Uzbekistán lleva su tiempo -ya voy bastante confundido y harto hasta para calcularlo-, pero los trámites son más sencillos de lo previsto. Ni se rellena formulario alguno, ni te registran el equipaje, ni te miran el móvil, como dicen por ahí en los blogs, como no hace mucho. Parece que las cosas evolucionan. Por el contrario, se ceban con el registro del vehículo en plena madrugada.

          En el último tramo, ni siquiera me da tiempo a rematar la botella de vodka, que terminó en la estación, de Taskent. Son las 4:30 de la mañana y hemos ocupado más de doce horas en esta paciente aventura. Mi pareja se tumba en un banco y yo en el suelo y nadie nos molesta.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Empapandonos de Kirguistán (parte III) y de Karakol

                                   Las fotos de este post son, de Karakol (Kirguistán)
        Si, de acuerdo, ya lo he dicho; la gran pesadilla de Kirguistán son las marshrutkas, pero hay otros factores, que les hacen una competencia feroz y es, mayormente, -si lo hay, que a veces, es mejor que no exista-, el irregular asfaltado de las calles. Acaba destrozándote los pies, a pesar de que andes con todo el cuidado: peldaños innecesarios; bordillos; medio bordillos falsos, que no separan nada, salvo tu tropezón; terrenos granulados; abombados; agrietados..., que te hacen la vida imposible hasta con las mejores zapatillas, sean incluso Nike o Adidas, que anuncian los astros del fútbol.

          Menos mal, que por unos 80 céntimos, te puedes comprar una botella de vodka, que te ayuda a guardar el equilibrio y a cabrearte menos y ver estas desastrosas calles, como las mejores avenidas del mundo.

          Estamos encantados con el alojamiento: por 10€ o menos, puedes pernoctar en lugares excelentes, muy bien acondicionados, aunque como anécdota, sirva habernos encontrado el hotel más extraño de nuestros 32 años viajeros. Lavabo en la habitación: ¡bien!, sin posibilidad de ducharse: ¡oh! Y con las letrinas si taza, sin puertas y sin indicios de que las vayan a reponer en un tiempo indefinido. El remedio, cagar en una bolsa de plástico en tu habitación y después, tener astucia y estómago para deshacerse del cadáver.

          Kirguistán no es un país de mucho turismo, aunque si goza de un sector alternativo de relativa importancia y juventud, que se dedica a los trekkings montañeros - equipados hasta la médula- y a realizar excursiones a caballo, el animal mas venerado y cuidado de esta extraña nación.

          Francamente -entiendase con ironía-, ambas prácticas las veo innecesarias, dado que caminar por las escarpadas y descuidadas calles o enrolarse en los botes espectaculares en el interior de una marshrutka, ya es aventura suficiente.


         Tenemos  una  cierta desconfianza sobre la policía kirguisa, pero es más por las experiencias, que hemos leído de otros viajeros, que por experiencia propia

          Nuestra estancia en Karakol resulta relajada. Contamos con un buen alojamiento, aunque lejano y ubicado en un barrio decadente. Cuesta encontrarlo, porque es de esos, que vienen en Booking, pero no son legales y por tanto, no exhiben ningún distintivo en la puerta.

          La  mezquita,   la catedral, el bazar, los trepidantes paseos por avenidas de casas bajas, semidestartaladas y carreteras anchisimas e incruzables llenan nuestro tiempo. En las afueras, los gringos han acondicionado el entorno de un bonito y serpenteante río lleno de rápidos y pequeñas cascadas. Por haber, hay hasta un semáforo con wifi.

          Aquí, pululan algunos grupos de turistas -hasta encontramos a algunos españoles despistados-, que parece que no saben a donde han venido. Descartamos hacer un tour al lago Issik-Kul, porque resulta caro, largo y no encontramos los atractivos suficientes para embarcarnos en ese proyecto.

martes, 22 de octubre de 2019

Empapandonos de Kirguistán (parte II)

      Las fotos son, de Karakol (Kirguistán)
       Los kirguisos son gente afable, te ayudan en lo que pueden -a pesar de la dificultad de comunicación- y sobre todo, no te molestan nada por ser turista, lo que es de agradecer, dado lo que ocurre en otras partes del mundo. Eso sí, a la hora de conducir se transforman y se vuelven unas bestias impías. No es lo único salvaje, que hacen y que podría horrorizar  a cualquier ser "civilizado".

          Que se coman a los caballos a dentelladas, no nos debería parecer extraño, porque esa carne ya la llevaban a la mesa algunas madres hace 30 o 40 años, en España.

          Otra cosa bien distinta son, los torneos de kok boru -lobo gris, literalnente-, en los que se decapita una cabra y se juega con ella, como balón, al polo, hasta que uno de los dos equipos gana el sangriento y asqueroso partido.

        Lo de raptar a la novia es una costumbre ampliamente socializada y extendida, que da miedo. Un tipo pasa con su coche y rapta a una chica por la calle. La somete a cautiverio -a veces, con violación incluida- dure lo que dure, hasta que ella acepta el casamiento y tras la presión de las dos familias, sobre todo de la suya. Es ilegal, pero un tercio de los matrimonios, en Kirguistán, se produce de esta "simpática" manera.

          Hablemos de dinero. Es un autentico incordio, habitual por cierto, en otros muchos países del mundo, que la moneda más grande sea solo de unos doce céntimos, al cambio. Todo lo demás son billetes -bastante nuevos-, con lo que organizar tu cartera resulta un autentico lío. A su favor, hay que decir, que nunca engañan en los precios y siempre disponen de cambio. En contra, nos vuelve a parecer lamentable, que cobren por ir al baño, aunque el precio sea casi simbólico.

          ¿Es Kirguistán, África o Asia? La pregunta resulta extraña, pero ta me la vengo haciendo durante unos días. Si miras sus calles y sus costumbres, parece África. Si observas su comportamiento -excepto al volante-, la limpieza o el esplendor de sus parques, no es que parezca Asia, sino que supera, a Europa.

          Hablando de conducir: ¿por qué si se circula por la derecha hay tantísimos coches con el volante a ese mismo lado? Sorprende, porque el parque automovilistico no es muy viejo, por lo que es raro que les colocaran un lote de vehículos de despojo de algún país anglo.

          Los transportes públicos muestran diferente cara y los podríamos dividir en tres: autobuses correctos -diurnos y nocturnos-, circulando por carreteras regulares; marshrutkas insoportables, para la media y larga distancia, porque paran en todas partes y no se se estén a ningún horario y por último, taxis compartidos, que ni hemos probado, ni ganas que tenemos. Lo cierto es, que aquí odian las corrientes y el aire puro y todos los transportes circulan herméticamente cerrados y sus pasajeros viajan con jerseys y cazadoras, aunq e haga 30° ¡Porca miseria!.

lunes, 21 de octubre de 2019

Odio eterno a las putas marshrutkas

             Todas, menos las tres últimas, que son de camino, a Karakol, son de Naryn (Kirguistán)
         La chica de la precaria ventanilla nos aseguró ayer, que la única marshrutka - minibus de toda la vida-, que circula, entre Naryn y Karakol -300 kilómetros-, parte cada día a las 8 de la mañana con horario fijo. Aparecemos por la parada a las 7:45 y apenas hay pasajeros. Evidentemente y como siempre ocurre en estos países de transporte bananero, te atrapan el dinero, según llegas, para que no te puedas arrepentir.

          Poco a poco y ya acoplados en el cacharro, van llegando pasajeros - sobre todo mujeres y de edad respetable-, que saben de sobra que saldremos a la hora, que al conductor le salga de las narices o más bien, cuando este trasto se llene. Esto ocurre en muchos países del mundo, pero no lo disfrazan poniendo horarios, como aquí. Al final, salimos una hora tarde y efectivamente, con la marshrutka abarrotada.

          Ese tiempo de espera se hace interminable y eso que no hace calor, ni se combinan otros elementos extraordinarios. A los niños -siempre los hay en los cacharros del tercer mundo- les da por llorar y es lo suyo. A los impacientes, por subir y bajar unas veinte veces, pegando el correspondiente portazo cada vez. A los indecisos, por dar vueltas para acabar reculando. A los olvidadizos, como a una vecina de asiento, por hacer venir a su hijo, con un peine -al que le faltan varias púas- y unas gafas. Y, ¿como ha podido llegar hasta aquí sin ellas?.

          Mientras, el orondo y desaliñado conductor espera sentado al sol, por supuesto, haciendo caja. Hay que decir, que la conducción de estos cacharros es muy temeraria, nada que sorprenda a estas alturas de nuestras vidas. Por los tramos de carretera nueva, nuestro conductor se relaja y pisa suave. Cuando la ruta se torna escarpada y llena de baches -la mayor parte del viaje- canaliza su adrenalina y nos hace botar hasta el techo: "este sí, este no", a ritmo de los noventa.

       Otra   cosa son las paradas. Llegados a Kochkor, mi pareja mira el mapa y me dice: "hay dieciocho pueblos de camino hasta Karakol; ¿no pararemos en todos, no?" Me encojo de hombros, a pesar de llevar más de treinta años viajando. La realidad es más dura. Al final, son más de cuarenta paradas.
       
          Hagamos un resumen. Tras el retraso, que nos ocasiona Mari Peines sin púas, primer receso para orinar, cuando llevamos solo 45 minutos, al lado de un asentamiento de nómadas. Cinco minutos después, el chófer se detiene delante de una yurta -casa tradicional de esta zona- a negociar con un paisano. No sabemos la contraprestación, pero el conductor le entrega dinero.
       
          Tras transitar por un paisaje precioso de montañas peladas, dejando atrás pastores, rebaños, caballos y vacas, parada para comer -10:45 A.M.-, en Kochkor. Afortunadamente, enfrente hay dos supermercados donde atiborrarse de snacks y vodka.

          El servicio de  transporte -hermético, caluroso y  sudoroso, como si lo hubieran sellado-, cada vez se convierte más en bus local o en un taxi colectivo puerta a puerta. Así, para que baje una pasajera en un pueblo, debemos andar y desandar 4 kilómetros para dejarla en su metro cuadrado de parada. Más descarado es aún, el asunto del balneario: está a 100 metros de la carretera y nos tiramos 5 minutos haciendo una maniobra de ida y vuelta para dejar a otra persona en la puerta, no se vaya a manchar los zapatos.

         Y mientras, los lugareños van avanzando puestos en la narshrutka, cuando otros bajan, como si fuera una partida de Tetris. Y eso, que tenemos suerte, ya que es domingo y hoy no hay colegios, ¡porque si no!...

          Ya no tenemos fuerzas ni para quejarnos, pero aún quedan más incidencias entre bote y bote, que te destrozan el culo y descuajeringan el cuerpo. Toca detenerse cinco minutos, porque una niña, que se acaba de subir hace un cuarto de hora, se mea. Y después, los 18 pasajeros, que aún quedamos, debemos esperar un rato, sin rechistar, porque el conductor espera a otro, que no parece tener demasiada prisa y que le da igual, el ponernoslo un poco más fácil a los demás.

          Un corte de carretera y un extraordinario rodeo ponen el punto final. Y los últimos momentos del viaje, para entretenernos, nos los pasamos de charla, debatiendo, sí este estaría entre los cinco peores viajes de nuestra vida. Pues si.

          Tras seis horas y treinta y cinco minutos, casi sin aliento y entre suspiros, el chófer anuncia: "Karakol"

domingo, 20 de octubre de 2019

Empapandonos de Kirguistán (parte I)

                                      Todas las fotos de este post son, de Naryn (Kirguistån)
        Teóricamente, Kirguistán es un país musulmán, pero aquí el amplio musulmanismo es muy relajado. Baste decir, que en dos días, en Bishkek, solo vimos una mezquita y fue en el camino del aeropuerto. Aún más significativo resulta, que ayer viernes a las 12:30 de la mañana -ahora super sagrada de los islámicos- en una mezquita, de Naryn, no hubiera ni Dios (valga la expresión y nunca medir dicho).

          Las mujeres visten ropas ajustadas y modernas -salvo las mayores, que llevan el pañuelo típico de toda la zona de Asia Central, más como costumbre y cultura, que como imposición- y el vodka y la cerveza -muy baratos- inundan las estanterías de los supermercados. Casi nadie te abroncará por beber por la calle, si se hace discretamente.

         Si hablamos de comida, en cualquier web lo podéis leer: se alimentan de plov -arroz con verduras y carne, mayormente de caballo-, salchichas del mismo animal, estofados de vacuno o grasientos fideos. No se, si en las casas será así, pero en las grandes ciudades -sobre todo en Bishkek- la gente -más bien, jóvenes y niños- aguardan en cola, pacientemente delante de los restaurantes de comida rápida, para dar cuenta de hamburguesas, sandwiches, perritos...No les interesa mucho lo vegetal.

          Las tiendas de fritanga grasienta o de empanadillas -llamadas somsas-, también tienen su público -y su omnipresente olor-, pero el protagonista principal es el pan redondo de trigo, moldeado en varias formas y tamaños, con granos de varios cereales y con bordes con sabor algo  quemado.


        En Bishkek, centenares de señoras venden bebidas de dudoso gusto, aunque procedencia segura -leche de yegua o cereales fermentados- a lo largo de las calles y avenidas más transitadas y concurridas.

         Tienen fama los kirguisos de ser muy amables y hospitalarios, aunque  no podrán competir en esta materia con países, como Siria, Tailandia y Japón. El trato general es adecuado y educado, aunque sin florituras. Es común fuera de la capital, que a los viajeros hombres se les acerquen otros hombres a saludarlos, , dándoles la mano, originando una situación algo incómoda y ridícula, poniendo ambos cara de tontos por no saber, que decir o hacer.

          Aquí se habla poco inglés y mucho menos español, aunque se van acostumbrando al Sayhi (siempre que haya wifi, claro).

          Tanto hombres como mujeres, resultan algo agresivos en las calles, circulando casi siempre a gran velocidad -se manejan mejor, que nosotros entre los fosos, aceras escarpadas y alcantarillas sin tapadera- sin hacer un solo ademán de quitar su cuerpo o echarse a un lado, cuando te vienen de frente.

         Hemos visto otras cosas curiosas, como que en algunos supermercados el personal te persigue, pasillo tras pasillo. No sabemos, si para ayudarte o para vigilarte, porque nos han pasado ambas cosas. También nos ha llamado la atención, las niñas que van al colegio con flores blancas de tela en el pelo, que a veces, sin más grandes que su propia cabeza.

          Y, el poco espíritu de fiesta, que se respira aquí, no habiendo casi, ni bares. ¡Tiene pinta, que se lo montan en su casa! Por cierto: el papel higiénico no tiene canutillo y las bolsas de plástico lo invaden todo .