Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 27 de mayo de 2012

Djenné: una ciudad con los pies de barro

                                                                     Djeneé
            Abandonamos Mopti, en un destartalado taxi de siete plazas, en el que en realidad, vamos diez adultos y seis niños, además de toda la cacharrería inservible de siempre. Para adivinar quien fue el primer propietario de este vehículo, habría que trazar su complejo árbol genealógico. Por el camino, recorremos los mismos pueblos de adobe, del otro día y pasamos varios controles policiales, delimitados por oxidados bidones.  


En un momento dado, nos obligan a tirarnos a un lado de la carretera. Y es, que de frente, vienen unos cuantos de los golpistas, en once vehículos militares –impecables-, con sus ametralladoras montadas. Y luego, la gente quiere ir a Hollywood. ¡Pero, si esto es más difertido!..
                                              Djeneé
            Para llegar a Djenné, es necesario cruzar un río. Se hace en un destartalado ferry, donde los coches montan por una rampa y los pasajeros, debemos pisar por el agua varios metros, hasta acceder a la cubierta. En el que vamos a tomar, vienen dos todoterrenos, pertenecientes a un grupo de alemanes. Por fin, conseguimos entender lo de las dos velocidades de la Unión Europea. Ellos, en 4 por 4 y los dos españolitos, en agónico y nonagenario taxi compartido (que presenta una avería, antes de subir a la embarcación).

            Previamente, hemos tenido que ser muy firmes con un pelma, que nos ofrecía, sin parar, la terraza de su casa, con mosquitera, “ducha africana”, cena de alubias y pan y café para el desayuno por sólo 2000 francos, por persona. Es simple casualidad, pero hemos llegado a Djene, en su día de mercado.

            Abundan los puestos de casi todo, las motos y los carros de transporte –además, de personas, que te empujan- y el transitar se hace difícil y más, con la mochila a cuestas.

Sólo existen tres hoteles en el pueblo, así que comienza la subasta: el primero y mejor, nos pide 12500 francos. Lo del segundo es de chiste, dado que solicitan 18000 francos, advirtiendo que la electricidad está averiada, pero aún así, nos pregunta si queremos la habitación, con ventilador o aire acondicionado. Nos cacomodamos en el tercero, al bajarnos el precio, de 15000, a 10000. El establecimiento es orrecto y bien mantenido, con propietario parco en palabras y con los pies metidos en un barreño, por el calor.
Djeneé
            Comemos muy variado, en los puestos del mercado, donde encontramos enormes cacerolas de insípidos espaguetis –aliñados con colorante-, bolas de masa frita, peces, albóndigas de pescado, yuca, patatas fritas y los omnipresentes mangos.

             La mezquita es maravillosa y los numerosos –unos más cuidados que otros-, edificios de adobe, también. Hay fuentes públicas –que funcionan- y algunas canalizaciones, que están tapadas. Aunque, casi todas apestan.

Lo que en su día debió de ser un río, hoy son pestilentes ciénagas. La mayor molestia en Djene es, que tenemos que lidiar con mucha energía, con los cientos de niños pedigüeños y los agresivos pelmas que pululan –sobre todo- por los alrededores de la plaza principal. Los primeros, piden cien francos, con su cara de pánfilos, pero se acaban conformando, con rechupetear las bolsas de agua, que nosotros vamos bebiendo (no tendrían necesidad, porque pueden beberla del grifo o pagar los escasos 25 francos -3,5 céntimos-, que vale). Los segundos son peores, como siempre.

            Tenemos varios incidentes, a lo largo del día: por la mañana, un individuo nos trata de impedir hacer una foto, sin estar él implicado. Y, por la tarde, tres en cinco minutos: con un radical de la mezquita, con un individuo que me atropella con un carro y con un listillo, que pretende con los argumentos tópicos y manidos de la pobreza, ganarnos la batalla psicológica y obtener dinero. Respuesta contundente. “Nosotros hemos pagado un visado y una tasa turística –esta mañana y a quemarropa, aunque con recibo-, para mantener a pelmas y desocupados, como tú, que encima nos agreden, verbalmente”

            Aunque, en nuestro fuero interno, somos conscientes, de que ese dinero, más bien irá a parar, a los gastos del golpe de estado.

Sobre las seis, desmontan el mercado y la nube de polvo, basura en suspensión –y por el suelo- y contaminación diversa, nos impide, casi ver o respirar. Los niños se arremolinan alrededor de un camión de mangos, para recoger los que se han caído. Da igual, que estén muy maduros o aplastados. Lo fácil es decir: “que pena” y conmoverse. Lo difícil, tratar de evitar esto en el futuro.
                                                                                                        Djeneé
Al menos, en el pueblo hay vallas muy didácticas, informando, sobre como prevenir la malaria o el sida.

Si decidís venir aquí, hacedlo los lunes, que es el día de mercado. El resto de jornadas de la semana, pierde bastante, como pudimos comprobar, el martes por la mañana.

Por lo demás, suspendimos la visita a Tombuctú, por tres razones de peso: estar bastante más lejos de lo que pensábamos, desde Mopti, ser caro el transporte (4x4) e ir muy justos, con el periodo concedido del visado (15 días). Otra vez será.

Friendo pescado con 6 años, mientras cuida de sus hermanos menores


            Ver a alocados militares, cargando su arma o disparando al aire desde sus jeeps, en Bamako y en apenas 24 horas, a una niña  de seis años en Mopti, friendo pescado –encendiendo y apagando la hoguera, mientras cuida de sus dos hermanos menores y comercializa su género-, evoca sensaciones muy distintas y difícilmente entrelazables. Pero, en Mali ocurre y allá cada uno, con su interpretación. La mía sería demoledora.
Mopti
            Mopti es una ciudad agradable, aunque llena de pelmas, que añoran mejores tiempos turísticos. Hasta los niños, montados en bicicleta, tratan de sacarte de tu hotel –en el que has negociado la mitad de la tarifa-, para ofrecerte la terraza de su vivienda familiar, a 2.000 francos. Te aseguran multiculturalidad, a buen precio.

            El paisaje del río –con su nuevo puerto- resulta entrañable, aunque denota, en sus diferentes usos, que las piraguas tuvieron épocas, de mayor actividad y esplendor. Es bella, la puesta de sol y más nítida, de lo que acostumbramos, últimamente. El casco viejo es armónico –sólo alterado por el caos motorístico-, el mercado vibrante y ordenado –para estar en África- y la mezquita impactante, a pesar de haberla ya visto en fotos.

                                                                      Mopti
            De todas formas, en nuestro periplo por Mali y hasta ahora, lo más impresionante no es lo que vemos, sino lo que acontece en general y nos sucede, en particular.

No nos gusta, que por primera vez en este viaje, se hayan manifestado en masa los mosquitos, atacándonos y machacándonos toda la piel expuesta, a sus picos. Debe de ser la única resistencia, al triunfante golpe de estado, anunciado en televisión, por un militar de boina verde y de traje de baile dedisfraces de nochevieja, mientras otro, de menor rango y altura, le sujeta un micrófono rojo, mientras lee el discurso en los folios, que sujeta en sus manos. Aquí no ha llegado el teleprompter (pantalla donde leen los presentadores de TV)

            Como en Senegal –donde mañana hay elecciones- están bastante entretenidos con sus disputas políticas y militares, en las escasas televisiones, como para ocuparse de poner, constantemente fútbol, como ocurre en Marruecos. A pesar, de que la mayoría de los lugareños, portan como indumentaria habitual, camisetas de la liga italiana (y algunas del Barça, tan inéditas y desconocidas, que Sandro Rosell, pagaría unos cuantos miles de euros, por añadirlas a su colección).     Mopti

Cada transporte es peor, que el anterior


           Tras resolver diversos conflictos –como cada día en este país- y una larga espera, conseguimos –con tan sólo media hora de retraso-, partir hasta Mopti, en un autobús grande y reconfortante para lo vivido anteriormente, sino fuera porque en su interior, además de bidones y sacos, en el pasillo y bajo los asientos, viajamos –entre sentados y de pie-, casi el doble de la capacidad razonable de pasajeros. En el techo y los maleteros, más mercancías, desde bicicletas, hasta sillas de terraza, pasando por cestas de madera y casi todo lo que en España, iría directamente a la basura, hasta en los hogares más modestos o recicladores.    Mopti

            Previamente y con un calor asfixiante, hemos tenido, que soportar una situación límite. Habíamos dejado nuestros equipajes, reservando los asientos. Pero, de forma kafkiana, nos han hecho subir, por orden de lista, llamándonos a gritos. Dos individuos han ocupado –no nos ha ocurrido en ninguna parte del mundo- nuestros asientos y para más descaro, desconocen donde están nuestras mochilas.

Aunque, moverse por el interior del vehículo es casi imposible, damos con el ayudante, que en unos minutos y afortunadamente, nos resuelve el problema. ¡ No nos han robado ¡ Simplemente han ido apartando nuestros bultos a patadas, hasta los confines del bus. Nos pensamos, por tercera vez en el día, si proseguir este viaje o retroceder. Cuando estamos a punto de lo segundo, dado que nos toca viajar de pie, el eficiente ayudante levanta a dos negros de sus asientos, que sin quejarse o inmutarse, nos lo ceden.
                                                                    Sevare
            Las ventanas son herméticas y nos morimos de calor, en las numerosas paradas. Unas inexplicables y otras, para ir recogiendo más mercancía. La escena siempre es la misma. Aparecen los túmulos y banzos de la carretera, que indican que estamos llegando a un pueblo. El bus va frenando, marca con la luz de posición, para y la mitad del pasaje, se baja. Reanudar cada interrupción, cuesta más de 20 minutos.

Salvo la motivada por una avería de la batería, que lleva casi dos horas, que entretenemos paseando con la linterna, por una aldea sin luz. Nuevamente, nos ponemos en marcha, con el mismo escenario, pero amenizados por la estridente música africana, con la que nos deleita el conductor. Como constato en el MP3, no es casette o CD, sino una emisora de FM, que sorprendentemente y sin desfallecer, suena durante toda la noche, cuando en España, se pierden a las pocas decenas de kilómetros de abandonar la ciudad. ¡Estos han sido capaces, de llenar la única carretera, que hay, de repetidores, aunque sea a base de alambres y de papel albal ¡

            Tras cruzar la luminosa Ségou, de alborotada estación de autobuses, a pesar de ser las dos de la mañana, consigo conciliar el sueño, cuando el de atrás, ya no me clava las rodillas en la espalda. Nosotros, casi en fase terminal de agotamiento psicológico y físico y sorprendentemente, ninguno de los niños del pasaje, emite a lo largo del recorrido, una sola queja o lágrima.
Sevare
Aunque a priori, pareciera imposible, la noche acaba pasando. La mañana se muestra tan calurosa, como de costumbre, mientras seguimos el camino a trompicones, Cuando el conductor –que fuma y fuma, después de engullir bolas y crepes de masa, además, de té- pita repetidamente y no hay animales o ciclistas por el medio, es que avisa a los lugareños, de que llega su carga. La sueltan y continuamos, viendo a 19 de sus 20 habitantes –incluidos los de más corta edad-, vendiendo mangos –desde la puerta de sus casas hechas de ladrillos de adobe-, no sabemos a quien.

Nos aseguraron, que llegaríamos a las cinco de la mañana. Son las once en punto, cuando ponemos nuestros pies en el suelo de la estación. Y encima, no nos han dejado en Mopti, sino en Savare, a más de 10 kilómetros. Y tenemos que adivinarlo, porque el conductor, no nos dice nada  

sábado, 26 de mayo de 2012

¡Hasta el martes, te jodes!


             Nos levantamos y vamos a comprar los billetes para ir esta misma tarde, a Mopti. Hoy si hay transporte público, pero es casi lo único. Contemplamos, entre desolados y aterrorizados, que todo sigue igual que ayer, cerrado a cal y canto, salvo unos cuantos puestos callejeros y algunas anudadoras de trenzas. Es San Viernes, pero no entendemos, que en este país, les de por cerrar dos días seguidos. Y además, porque a pesar de ser musulmanes –y como hemos visto en varios horarios oficiales-, la fiesta principal es el domingo.
En Bamako, los periódicos hablan del golpe de estado
            
Por la carretera y calles principales, sigue habiendo vehículos militares, aunque hoy, disparan menos al aire. Queremos proveernos de bebidas alcohólicas, para el resto del duro transitar por Mali, pero la tienda de la gasolinera y el supermercado, están cerrados. Preguntamos a un vigilante, cuando abren. La respuesta es, que están chapados, hasta el martes. ¿Están locos? ¡¡Cinco días festivos!!.  Y eso, que no es final de Ramadán.

            Gracias a la única tienda de coca-colas, que ha abierto, a un restaurante de carne y a las simpáticas chicas, que venden en la calle, pescado frito con cebolla, conseguimos comer. No hay más blancos en la ciudad, aunque nuestra presencia, no resulta incómoda ni a civiles, ni a militares, ni siquiera cuando fotografiamos casi todo, lo que permite el sentido común.

Al mirar el cartel de un banco, nos estremecemos y comenzamos a atar cabos. En él se lee, que cerraban ayer por festivo, pero que reabrían hoy, hecho que no se ha producido.
                                              Bamako
Gasolineras obligadas a cerrar –cuando según indican, abren siete de los siete días de la semana-, severos controles militares en nuestra entrada a la ciudad, militares pegando tiros por las calles, clases suspendidas, organismos oficiales cerrados...¡Y todo, por tanto tiempo!. ¿ No será por casualidad, que se ha producido un golpe de estado y que estamos en todo el medio, con riesgo de nuestras vidas?. Aún así, nos sorprende no encontrar resistencia activa en las calles, a los golpistas, haber hallado la frontera abierta o que nadie nos haya advertido de nada, estando todo el día por la calle.

También nos desconcertó, que cuando entramos en la ciudad, escuchando y viendo ráfagas de ametralladora, todos nuestros compañeros de viaje, ni siquiera fruncieran el ceño o pestañearan..

            Con tal certeza –aunque, no confirmada-, dudamos sobre si seguir o retroceder y optamos por lo primero. Tras un sufrido, pensativo y ajetreado viaje a Mopti, un conductor de piraguas, que responde al nombre de Alí Baba, nos confirma la respuesta, a la pregunta que no nos habíamos atrevido, a formular a nadie.

                                                                      Bamako
            Afortunadamente y en esta ciudad, aunque hay visible presencia militar, la situación a día de hoy, es mucho más relajada: todo ha abierto, incluido los bares y las escasas tiendas de bebidas alcohólicas. A las ocho, sin embargo, hay toque de queda. Pero, a las seis de la tarde, la mayoría de los negocios, ya están recogiendo.

Al menos aquí, para poder comprar algo, no nos tendremos que joder y esperar, hasta el martes.

 Por cierto: en este país la gente, los golpes de estado, se los toman como el café de media mañana.   

A tiros por la calle, como si tal cosa


                                                                    Bamako
              Podíamos haber llegado a Bamako, malquiera de los 365 días del año, pero lo fuimos a hacer –para refrendar nuestra forma de coincidir con todas las celebraciones y fiestas-, el día de los Mártires. Todo está cerrado. No sólo las tiendas o los puestos callejeros, sino también servicios tan esenciales, como el transporte, las gasolineras o las farmacias. Nunca habíamos visto semejante escena en el tercer mundo: gente renunciando a un día de trabajo e ingresos, a cambio de ocio ninguno, porque sencillamente o no lo hay o no se lo pueden permitir.

            La opción más festiva del día es, contemplar como los militares pasan a toda leche, en moto, coche o vehículos específicos, pegando tiros al aire, con sus armas reglamentarias, mientras son vitoreados por los lugareños. Se nos encoge el corazón, al ver como un alocado militar, carga aceleradamente, su arma de repetición, a dos metros de nosotros, apuntando para todas partes, como si fuera Rambo.

            Por lo demás, Bamako es una ciudad agradable y muy africana, que nos libera del polvo de los días anteriores. El centro está muy agrupado, con unos cuantos atractivos históricos y mercados, que se entrelazan entre si. Abundan las motos y las bicis, más que en los países anteriores. El calor es severo, a pesar de ese sol, que nunca termina de mostrarse del todo, debido a la neblina.
Bamako
            De momento, Mali está superando lo esperado, sobre todo en materia alimenticia. Además de tortillas francesas y arroces con salsa, hemos comido carne y pescado, a precios muy razonables. La primera, más barata que en Senegal, aunque los precios de casi todo, son idénticos, en ambos países.

En esta ciudad –que no es ciudad, al abandonar el centro-, se encuentra la sede del Banco Central de África Occidental. Es el único edificio alto de Bamako, junto a un mastodóntico hotel. Pero mientras el segundo, está bien acondicionado, los accesos del primero son penosos, con basura a montones, llena de moscas, murallas de chapa, puestezujos y un par de distraídos vigilantes –con uniforme de seguridad, tipo africano-, oteando el panorama.
                                                                          Bamako
A lo largo del día, no hemos visto, ni un solo blanco. Despedimos la jornada contemplando, como niños y niñas, juegan botando sobre aros neumáticos, con canicas o con cualquier cosa, que encuentren en la calle. Los pedigüeños y los pelmas, son menos, que en el vecino Senegal, pero aún debemos de corroborar hechos y sensaciones, a lo largo del resto del país. Si no hay contratiempos, mañana partimos para Mopti. Queríamos habernos largado hoy, pero todo el transporte público, está paralizado. 

¡Esto es una mierda!

            Llevamos unos días, constatando con sufrimiento, como tiramos el dinero. Al menos, eso nos parece. Pagar 15 €, por transportarnos en la perrera incómoda de un R12, de hace décadas. Abonar 6, por un padecimiento masoquista, al tardar en recorrer 183 kilómetros, 7 horas, en un Mercedes sexagenario. O abonar casi 20, por un hotel sin agua y sin luz, porque no hay otro en el pueblo. Y, desgraciadamente, podría seguir.
Diboli
            En Senegal y Mali, el precio, nunca es un indicativo, del servicio o producto, que se va a recibir. Pero, lo de hoy, ha sido ya casi insuperable. Las cosas ya empezaron mal. Por un lado, la frontera de Diboli es un caos. Nos sellaron dos veces el pasaporte, una de ellas en una hoja en blanco, con las pocas libres que nos quedan.

Por otro, el codiciado autobús grande, a Bamako, no es tal, sino un minibús –muy nuevo-, pero donde han tratado de aprovechar el espacio al máximo, colocando cinco asientos, donde sólo caben cuatro, por lo que la incomodidad es manifiesta, para un viaje tan largo. Salimos puntuales, pero de camino a Kayes, padecemos dos severos controles policiales, aunque educados.  

            Kayes tiene pinta de ciudad casi normal: está bien iluminada y se halla junto a un ancho río. Tras la cena, el conductor nos vuelve a deleitar con su sonora, estridente e insoportable música. Más que chóferes, parecen patrones y los lugareños lo asumen como tal: paran cuando ellos tiene ganas de comer y de orinar o machacan los tímpanos de los pasajeros, con vídeos, radios o casetres, como en este caso. La carretera es regular, pero la conducción, se desarrolla con magistral pericia, esquivando la mayoría de los baches.

Cuando intentamos dormir, algo en el motor, empieza a sonar mal. Como además del volante, son expertos en mecánica, en diez minutos ya ha decidido, que la dinamo está rota y que nada más puede hacer. Sin comunicar nada, se echa a dormir. No hay lugar para la controversia. Los pasajeros están acostumbrados, a ser tratados como animales y lo aceptan,
                                                                Diboli
Son las 12 de la noche y el interior del vehículo está oscuro. Sólo se ven linternas y furtivas sombras desplazándose, en una escena que aterrorizaría a cualquier blanquito, sin experiencia en el continente. Se trata de meriendas de negros, entre viajeros y lugareños de Konia KAri –pequeño pueblo, donde hemos parado-, mientras hay motos que van y vienen y que terminan, cuando los primeros se acoplan de cualquier manera, sobre el suelo del arcén y terrenos colindantes. Unos sobre esterillas, aunque la mayoría, así, tal cual. Conseguimos dormir un par de horas, pero nosotros, dentro del vehículo, ¡no nos vaya a picar o morder algo!.

La actividad vuelve, sobre las siete de la mañana, cuando sacamos toda nuestra artillería de protesta. A nosotros y a otros lugareños, que se salen del redil, nos buscan una solución. El resto quedaron allí tirados y nunca supimos, nada más de ellos.

Sin comerlo ni beberlo, nos vemos de nuevo en un maldito microbús sobreocupado. Salimos, sí, pero resulta de toda forma insoportable. La carretera empeora y el paisaje resulta, como si siempre pasaran la misma instantánea por delante de tus ojos.

Lentamente, van pasando las horas y el calor aumenta. Parada para comer. Otra vez y ya van dos días, bocadillos de tortilla francesa. Y a echarle un rato en cada pueblo, mientras sube y baja el pasaje. Al menos, hay muchos más vendedores que en Senegal, que te surten de agua, fruta o dulces. A 20 kilómetros del destino, un pinchazo. Hemos tenido avería, en los tres últimos transportes, que hemos abordado.
Diboli
Ya sólo nos queda sobrepasar, más de diez controles militares –con unos tanques incluidos- y escuchar ráfagas, que parecen de metralleta. ¿Pasara algo aquí?. No sé. ¡Como siempre venimos desinformados!.

Exhaustos, nos ponemos a buscar hotel, que encontramos en cinco minutos, gracias a un vendedor callejero. Es barato, escasamente visible y el único de la zona. Es noche cerrada y nuestro ángel de la guarda africano, ha aparecido cuando más lo necesitábamos. Aunque, esta vez no hemos encontrado ningún chiringuito de cervezas frescas, como hubiera sido lo suyo. Casi, ni de agua. Aunque sumes todos los contratiempos vividos a lo largo del día, los de aquí te dirán, que todo se reduce, a un “petit problem”.

viernes, 25 de mayo de 2012

El cacharro infernal


           Aunque, con dificultades y cambio de planes, hoy partimos para la frontera de Mali, después de casi haber tirado la toalla. Viajamos en una furgoneta Mercedes, flamante y codiciada, allá cuando paseaba por Munich o Hamburgo, en los cuarenta o los cincuenta. Hoy, ha perdido toda su tapicería, tanto en los laterales como en el techo, los asientos se hallan destrozados y el parabrisas entero, pero dividido en miles de porciones.
                                                                          Tambacounda
            Lo pillamos según sale y completamos el abarrotado pasaje. Uno de nosotros viaja, con más de medio culo fuera del asiento y el otro, con unos cinco churumbeles, situados detrás, trepándole por la espalda.

            Son 183 kilómetros hasta Kidira y la carretera es buena, salvo en los últimos 40 kilómetros. Los primeros 50, los hacemos en una hora, pero de repente, algo no va bien. Por donde normalmente sale aire acondicionado o calor, empieza a aparecer humo negrísimo. Parada, inspección ocular –como haciéndose los sorprendidos-, echar agua al motor y esperar a que se enfríe. Tras un escaso intervalo de avance, volvemos a detenernos, junto al mojón del kilómetro 103 (los que faltan para nuestro destino).

                                                                       Camino de Kidira
            Ahora –mientras el calor nos derrite-, además de llevar a cabo el mismo proceso, sacan el gato y hurgan por debajo del vehículo. Más de media hora de calvario y reanudamos la marcha, con recesos, cada diez minutos, para apagar la sed del motor.

Con bastantes dificultades, llegamos a Goudiry, un pequeño pueblo de cuatro puestos de madera retorcida y unas decenas de casas. Discutimos entre nosotros, por razones que no viene al caso –durante la dilatada parada para el almuerzo-, mientras un vendedor de carne asada, con la poca que le queda, nos persigue a cada movimiento, sin perder su esperanza. Esta localidad no dispone de luz, a pesar de ubicarse en ella, un generador de la maldita electra.

Para hacer los 65 kilómetros que nos quedan, tardamos más de tres horas, para un total de siete (una media de 26,14 a la hora)..

            Las constantes paradas para oxigenar el motor, hacen que adelantemos y seamos sobrepasados por el mismo camión, hasta cinco veces. Cada poco, sube y baja gente, hasta la interminable bajada de las de los criajos escaladores, que además, llevan una mudanza entera, sobre el techo. Y todo, para apearse en mitad de la nada. Aunque, con los que son, pueden hacer un asentamiento. Por la carretera es muy frecuente, ver otros vehículos averiados, con la rueda pinchada y hasta camiones volcados.

            Tras contemplar, como unos pájaros se comen una vaca muerta, llegamos a Kidira.

            Pensábamos hacer noche aquí, pero la hostilidad y fealdad del lugar, además de que sólo haya un hotel caro y con mala pinta, nos hace pensar en llegar a Diboli. Nuestra última experiencia senegalesa la tenemos al comprobar, que de donde te ponen el sello, a donde te dan el OK para salir, hay más de kilómetros y medio, en sentido contrario.
Kidira
            Ya atardeciendo, cruzamos un penoso río y en tierra de nadie, un alojamiento, que vivió tiempos mejores, nos depara una mala noche, pagando más de 20 €, sin luz y sin agua. Estamos a escasos metros del puesto fronterizo de Mali. Como ni sitios para cenar hay, volvemos a cruzar el puente ya de noche y otra vez nos toca salir corriendo, ante la amenaza de un asalto. Para retornar y escarmentados, pagamos a un conductor, que por allí pasa.

            En este caso, la culpa ha sido nuestra, por como otras tantas veces, creernos por encima del bien y del mal. África’s night no es para toubabs (blancos europeos). ¡Un día de estos, no vamos a llevar un disgusto!.

África es el continente, que más me hace pensar

                                                                                        Mopti
Efectivamente –como se titulaba en el post anterior-, Tambacounda es lo más parecido al infierno, con sus veredas polvorientas –ysu tierra rojiza, penetra hasta en la ropa interior- y su calor asfixiante, que recalienta, tanto lo que está al sol, como lo que se encuentra, a la sombra. Por lo demás, es un lugar tranquilo, para ser un cruce de carreteras, hacia Mali, Guinea, Gambia, el interior de Senegal y la costa.

            Destaca su decrépita –pero bonita- estación de trenes, que ya no presta servicio y su colorido y abarrotado mercado, en dos niveles de altura. Por una parte, está cubierto y por otra, no. Por la mañana, cuando paseas, te envisten las descuidadas vendedoras, con sus sacos y bidones, a cuestas. Ya a mediodía, la mercancía es escasa y la basura se amontona en el suelo, para regocijo de las cabras, que inician su festín.
                                                                                                  San Louis
Las avenidas son anchísimas, pero la mayoría de los edificios –salvo algunos bancos-, no sobrepasan una planta de altura. Ambas cosas a la vez, provocan en el viandante, una sensación extraña

Preguntando a un tendero, si hay cerveza, contesta abruptamente, que no se vende alcohol en la ciudad. Hemos debido topar con el musulmán más radical del lugar, dado que en un radio cercano, hay cuatro bares y un enorme depósito de bebidas espirituosas. Este último, con gran actividad, está regentado por blancos.

La mayor molestia de la ciudad, la constituyen los niños pedigüeños, que campan a sus anchas por todas partes (especialmente en las estaciones de transporte). Algunos ya están bastante creciditos. Dependiendo de nuestro estado de ánimo, tratamos de disuadirlos, ignorándolos, reprendiéndolos, mandándolos a la escuela o les pedimos dinero, nosotros a ellos. Normalmente y en este último caso, huyen o muestran su negativa.

                                                                                 Kaolack
Pero hoy, un niño de unos seis o siete años, ha descuadrado nuestros esquemas. Al pedirle dinero, ha puesto cara de comprensión y nos entrega, una moneda de 25 francos, de su escaso botín, que consiste en otras dos, de 50 y 100. Si algo me gusta de África subsahariana, es que me hace pensar, casi constantemente y además, siempre me termina, sorprendiendo

Entretenidos en estos pensamientos, nos topamos con una publicidad callejera, con un agresivo mensaje de la electra local: “la electricidad es un derecho. Pagarla, es un deber”. También esta aseveración, da mucho para reflexionar

            Nuestro primer intento de acceder a la frontera de Mali, ha fracasado. Es domingo y no sale un solo cacharro, después de esperar tres horas y media, divididas por un largo intervalo, en el que nos vamos a tomar cervezas.

El ambiente de esta estación es ameno. Mientras esperamos nuestro thieboudienne, bajo un insufrible tejado de chapa, una joven de quince años, se despelota  ante nosotros y sin ningún tapujo, mientras la propietaria, trata –y consigue, por un intervalo corto de tiempo- hacer funcionar el ventilador del techo, con un riel de las cortinas. Debe de ser, de las que no cumple su compromiso con la referida electra. En la calle, una chica destrenza a otra todos sus postizos del pelo, mientras escuchan decenas de veces, la misma canción en el móvil.

            Mañana haremos un nuevo intento, de lograr nuestro objetivo: Mali nos espera. 

miércoles, 23 de mayo de 2012

Carretera al infierno

             Hoy tocaba martirio. Será por ser viernes, que no nos podemos olvidar, que estamos en un país musulmán, aunque a su manera, dado que ni el cerdo, ni el alcohol, ni la escasa vestimenta, están vetados a nadie.

                                                                                        Ziguinchor
            Abandonamos nuestro alojamiento, aún sin haber amanecido, guiados por la luz de una linterna. Nada nuevo en África. El único transporte, que hay para ir a Tambacounda, es el maldito taxi “sept places”. Se trata de antiguos renaults 12, vendidos de quinta o sexta mano, desde el primer mundo y en los que se usan hasta la perrera, para colocar a los pasajeros, sentados sobre el cubre-ruedas.

Ni son baratos, ni paran para orinar, pero no hace falta, aunque te tires diez horas, para hacer 380 kms. El asfixiante calor exterior –lo que peor llevo de este viaje- y el interior, que nos proporcionamos todos los pasajeros, bien juntitos, secan cualquier vejiga. Eso sí. Sólo los blancos sudamos. Dos pasajeros sentados delante de nosotros, viajan tan campantes, con su gorro y su bufanda de lana.  

            Las paradas son interminables, por razones múltiples y nunca explicadas: para recoger papelitos y entregar dinero, para una supuesta reparación, que nunca llega -cerca de la frontera de Guinea-Bisau-, para comprar líquidos y sólidos, siempre que algún pasajero se queje o para echar gasolina varias veces .Sólo consideramos lícitas, las cinco veces, que nos paran en controles militares –siempre cortos y solo en territorio de Casamance-, en los que sólo dos y con desgana, piden la documentación.
Ziguinchor
            El paisaje es anodino y seco, sólo aliviado por las intermitentes aldeas, de casas cónicas y cercadas con cañizo. Las piernas se quiebran, las rodillas duelen hasta enloquecer y la mente se dispara, no siempre por el buen camino. El único entretenimiento que encontramos, es ir cronometrando, lo que tarda el vehículo, entre los distintos mojones kilométricos, a modo de competición.

Pero, lo peor es la carretera. Nunca vimos una igual y tampoco unos amortiguadores peores. Está en tan mal estado –llena de profundos socavones y extraños relieves-, que los coches, cuando pueden, prefieren ir por los arcenes de tierra, llenando el interior del vehículo de polvo, aunque viajemos, como siempre aquí, con las ventanillas herméticamente cerradas. Otra opción –si está en mejores condiciones-, es circular por el lado contrario del carril, como si nada. Menos mal, que no hay casi tráfico y que los chóferes son expertos en conducción extrema.

            Exhaustos, llegamos a Tambacounda. Los negritos muestran tranquilidad. Los dos blanquitos, euforia, que va desapareciendo, una vez que nos toca andar varios kilómetros sobre la arena, para encontrar alojamiento económico –los de la Lonely se han disparado de precio- y como siempre, con el sol cayendo de plano.
                                             Tambacounda
            La localidad gira en torno a una rotonda, de la que se despliegan calles anchísimas, con las casas de una planta. De dos, como máximo, en los edificios más lujosos –como no, los de los bancos-. Nos desanimamos y barajamos la posibilidad de cancelar el periplo por Mali.

            Unos minutos después aparece un alojamiento adecuado y barato y al retornar al centro, un espléndido bar, donde tomamos la cerveza más rica y fresca, de todo el viaje. Hasta este momento, la única satisfacción del día, había sido tomar una bolsa de agua fría, en una de las paradas y otra de patatas fritas de 10 gr., casi a punto de caducar, atentamente regalada por el encargado del supermercado de Ziguinchor, por ser clientes habituales (dos días).

Siete pasos para comprar una lata de sardinas

            El thieboudienne –que ya conocimos en Mauritania- es el plato nacional y casi diario en Senegal. Se trata de arroz –de muy pequeño grano- rehogado con verduras y algún trozo de pescado. Existen otras variantes más pobres y con otros nombres, en las que el plato sólo es un arroz con salpicaduras de salsa (Caldou).
Joal (Senegal)
Cansados de la repetitiva dieta y animados por el excelente pan de Cap Skiring –el de casi todo el país, lo es-, nos decidimos a almorzar bocadillos de sardinas, única conserva, que nos permitía nuestro bolsillo y malamente. Por increíble que parezca, siete fueron los pasos que tuvimos que dar y más de una hora de espera, para alcanzar nuestro objetivo.

            1º.- Tratamos de comprar cuatro latas, pero la vendedora sólo dispone de dos. Primer contratiempo, pero no nos venimos abajo.

            2º.- Aceptamos su ofrecimiento, pero ahora se niega a vendérnoslas, por no disponer de cambio.
           
3º.- Tratamos de canjear el billete de 10.000 CFA en otro establecimiento, sin éxito ninguno.

            4º.- Sólo un guiri blanquito, sentado a la puerta de un comercio, se apiada de nosotros y nos da dos billetes de 5.000 CFA
                              Oussouye (Casamance)
5º.-Ahora toca esperar, a que Western Union reabra su oficina, después de la pausa del almuerzo. Tras un cuarto de hora, conseguimos este pequeño, pero celebrado objetivo

            6º.- La vendedora de las latas de sardinas, se ha ausentado temporalmente y ha cerrado su negocio, bloqueándolo con unas sillas delante de la entrada. Ni la más mínima sospecha, de cuando retornará.
           
7.- Finalmente y tras localizar otra tienda, obtenemos nuestro preciado tesoro, de origen marroquí.

            Por lo demás, Cap Skiring es un feo y desordenado pueblo, que trata de vivir de los resorts –casi vacíos-, de la artesanía –abundante y bonita, pero de escasa venta-, de los restaurantes –que venden lo mismo, que en otras partes, al doble de precio- y de la venta al turista de bebidas de importación.
                                                                             Rosso (Mauritania)
En realidad, es otro de esos experimentos lamentables del tercer mundo, para atraer europeos y tratar de vaciarles los bolsillos, a cambio de muy pocos servicios y muchas carencias en cuanto a la oferta de entretenimiento. Y todo ello aderezado con un gran número de pelmas irrespetuosos, que te dan la barrila, sin escrúpulos, hasta cuando te estás bañando o reposando sobre la arena.

            Así, lo sufrimos nosotros y cabría pensar, que hasta las decenas de vacas, que constituyen casi los únicos bañistas de esta bonita playa. En lugar de la lata de refresco y el envoltorio de snacks, dejan sobre la arena sus olorosas boñigas y al atardecer, regresan a sus alojamientos, ellas solas y sin vaquero que las conduzca. De esta forma pasan sus vacaciones, un día y otro más. Estoy pensando montar una industria local, de bronceadores para rumiantes.

            Si todo va bien, en breve abandonaremos la maravillosa Casamance.