Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

viernes, 2 de febrero de 2024

El tren del infierno (parte III)

           Paradas larguísimas en las estaciones del recorrido y eternas en medio de la nada, pero aún no somos conscientes de cuanto ha aumentado el retraso, porque no tenemos referencia del horario de paso,vsi no hubiera demora 

          A las 8 de la tarde llega el mayor bajón del viaje. De forma misteriosa -cosa muy habitual, en India -, aparece una conexión wifi abierta. Llevábamos todo el día trasteando, sin éxito. De las diez últimas horas, solo hemos avanzado seis, por lo que a las ocho de retardo anteriores, hemos sumado otras cuatro. Desesperación. Con estos datos, en vez de llegar a las previstas cuatro de la madrugada, lo haríamos a idéntica hora de la tarde. ¡Catastrófico! Si seguimos perdiendo tiempo, arribaremos de noche en un lugar desconocido. Nos resulta casi imposible mantener la calma.

          Al menos, la conexión inalámbrica nos permite subir los vídeos de ayer y de hoy, incluido uno del tren. Pero, tras hora y media la señal desaparece y no vuelve hasta las cuatro de la tarde del día siguiente. Hemos fotografiado de Indian Railways, las paradas oficiales, para tener referencia. 

          Poco a poco vamos asumiendo lo inasumible y recuperando la calma. ¡Que remedio! Y eso, que el entorno no ayuda, porque el pasaje está cada vez más alborotado. Normalmente, en sleper, la gente se acuesta sobre las ocho o las nueve de la noche. Ahora es medianoche y nadie duerme. Ni siquiera, el veterano padrazo. Los móviles cargan a ratos porque la electricidad va y viene, como la felicidad en India.

          A las dos de la mañana, nos dormimos una vez hemos pasado Patna, doce horas después de lo previsto. El tren lleva seis horas sin agua y la última meada del día se convierte en el momento más desagradable y vomitivo, dado que han defecado descompuesto fuera de los agujeros del baño.

          Dormimos como niños pequeños, hasta las once de la mañana, a pesar, de que nos han seguido taladrando el cerebro toda la noche con el chai -todos sus vendedores tienen la misma voz potente y ronca -, el biryani, los thalis, pineaple, pani, chana masala... Sorprendentemente, no hemos perdido un solo minuto en las últimas dieciséis horas y así seguirá la cosa, hasta las 13:30.

          En ese momento, nos levantamos a orinar y le digo a mi pareja: "ya verás, como al final, termina pasando algo". No pasaron ni cinco minutos, cuando el tren volvió a las andadas, sumando otras tres horas de retraso, hasta las quince. El viaje de 28 horas, se había convertido en 43.

          Al bajar al andén, el ambiente era más parecido a una secta inmolándose, que a un tren de pasajeros. Nuestras peores experiencias viajeras en el pasado habían sido por este orden, en Myanmar, Etiopía y Guatemala. Este viaje indio y con diferencia, se encarama a lo más alto del podium.

El tren del infierno (parte II)

           Pero, aún en un manicomio o basurero, como este tren, hay espacio para historias bonitas, que nos salpicaron como protagonistas secundarios. Y es, que pasado el mediodía y sin quererlo, nos convertimos en los Carlos Sobera del amor. A un asiático no indio tumbado en la litera de arriba se le cayeron las gafas sobre el espacio de nuestra cama de abajo y la del medio. Nos interrogó, pero su inglés era malísimo y no pudimos entenderlo. Minutos después, llegó una chica blanquita y muy mona, que se expresó bastante mejor. Revolviendo los bultos conseguimos encontrarlas. El resultado fue, que intimaron y pasaron parte del viaje juntos con afectuosas muestras de cariño, no dignas de un tren indio.

         A un lado de las literas el enamorado asiático y nosotros. Al otro, un indio melenudo y barbudo , que no dijo ni mu y un padre ya entrado en las vejez y su hijo, que llevaban siete maletas, llenando casi todo el espacio de sus alrededores, incluido el nuestro. El vástago se pasó todo el viaje con el móvil, sin ponerse los cascos, molestando bastante, a ratos. Su progenitor, durmió más de la mitad del viaje y cada acometida de sueño, venía detrás de una comida opípara -la suya y parte de la de su hijo - y de ingerir tabaco que mezclaba con una pasta blanca, haciendo bolas. Es la primera vez, que vemos esto.

          En las camas laterales, dos indios, que a pesar de su cercanía, se comunicaban a gritos y estaban bastante contentos, aunque -no podemos confirmarlo-, no les vimos meterse nada. Se acercó a hablar con nosotros, un amable joven indio -según mi pareja, muy guapo-, que nos preguntó por nuestros planes en el país y por los viajes anteriores. La verdad es, que socializó con casi todo el mundo.

          Visto lo visto y en nuestro entorno, nada de que preocuparse mucho. No, como hace siete años, en un tren entre Hyderabad y Delhi, cuando coincidimos con un hijo de puta de manual, que nos hizo el viaje bastante sufrido.

          Aparte del jaleo anterior, creciendo por los nervios y el hartazgo general a lo largo de toda la tarde, hay que añadir el griterío y el caos de las paradas en las estaciones, provocados por los viajeros, que suben y bajan -no siempre, civilizadamente -, y por los infinitos vendedores, que se asientan en las ventanillas vendiendo a voces su comida y bebida más barata, que la del interior procedente del restaurante.

Tras el fin de la pesadilla, llegamos a Siliguri


 

jueves, 1 de febrero de 2024

El tren del infierno (parte I)

           A continuación, os vamos, a relatar con detalle -aunque algo se nos olvidará, porque han sido muchas cosas-, lo que ha sido el peor viaje en transporte público, en todos nuestros periplos por el mundo. Se ha hecho esperar, pero como no, tenía que ser en India. No habrá posibilidad de superar esto, salvo que acabemos heridos o muertos en el futuro en nuestros viajes.

          Compramos los billetes desde Delhi a New Jalpaiguri con dos días de antelación, en una oficina d India Railways, que ha cambiado de ubicación desde hace un tiempo. Sin problemas. Nuestros dos inmediatos pensamientos fueron:  primero esta ruta  no la hará nadie porque hay bastante frecuencia de servicio y , además ¿quién va a ir allí? y segundo estábamos muy preocupados de si el viaje de 28 horas -1640 kilómetros -, en esta época del año podríamos sufrir frío porque nunca hemos viajado en la clase sliper en invierno. Ninguno de estos pensamientos tenían fundamento algunos.

          Al principio, todo fue bien, dentro del caos que siempre supone, coger un tren de largo recorrido en cualquier gran ciudad de India.

          Encontramos nuestros asientos , después de los maleducados y frecuentes forcejeos de los accesos de lis trenes en este país y comprobamos, que ninguno de nuestros vecinos parecen peligrosos, como ha ocurrido otras veces. La temperatura, sin ir demasiado abrigados, era bastante óptima y así dejamos atrás, el frio de los pies, de kas tardes de nuestro hotel en Delhi.

          A pesar de los habituales ruidos, dormimos como unos marajás en nuestra litera. En concreto, casi diez horas de un tirón. Nos levantamos sonrientes , pensando, que ya estábamos a unos 600 kilómetros de Delhi, como marcaba el recorrido. La sorpresa fue al llegar a una parada una hora después, que estaba a tan solo unos 200 kilómetros de la capital, a la altura de Agra. Empezamos a calcular, y dedujimos, que llevábamos unas seis horas de retraso. Cuando por la tarde tuvimos más información descubrimos, que en realidad solo habíamos circulado dos horas y ocho habíamos estado parados, supuestamente y sin que nadie nos lo haya confirmado, por ka densa niebla. Nadie -ni siquiera nosotros -, tuvimos más preocupación.

          El tren iba abarrotado. Los únicos guiris europeos, nosotros, además de unos cuantos asiáticos muy blanquitos, no indios. La mañana fue transcurriendo con normalidad en el interior de los vagones, aunque ir al baño ya resultaba toda una epopeya. En estos casos, mejor mear para dentro y no digo la contrariedad de necesidades mayores.

          Por lo demás, las rutinas de siempre: el vendedor del té, el del biryani, el de lis garbanzos, el del agua, el de lis cacahuetes, el del tabaco de mascarilla, el de las samosas...y también, el transcurrir de los diversos pedigüeños, empezando por los hwira -el tercer sexo-, siguiendo por el vejete de la cachaba, el ciego con el palo o el niño barriendo los suelos. Todo esto es divertido, cuando no lo has visto nunca y no molesta demasiado, aunque vuelvas más veces. Solo cuando te embarcas en un viaje, como este que dura quince horas mas de lo previsto 


Las pocas ventajas del machismo indio

           La cuestión tenía más de un noventa por ciento de posibilidades de salir mal. De hecho, sino hubiera sido por la información de última hora del chico del banco PNB, no habríamos tenido una sola opción, porque disponíamos de muy poco tiempo y las pesquisas eran muy contradictorias.

          La última noche en Delhi, nos estudiamos al dedillo por Inter como llegar al Banco de la Reserva Federal de India. Ni metro ni nada, porque a veces tardas más en el acceso a las estaciones, que en ir andando. Así, que nos dirigimos por el camino de siempre a la Connaught Place y de ahí, tomamos la avenida del Parlamento (ahora no se llama así, pero es como todo el mundo la conoce). El camino es largo, aunque no muy molesto, a pesar de algunos cruces difíciles. Al fin, llegamos al mastodóntico edificio. Yo me quedé con los bultos en la puerta y fue mi pareja la que se encargó del asunto.

          Ella os lo cuenta: " Al llegar a las rejas de entrada un policía te exige tu identidad y te pregunta cuánto dinero quieres cambiar, te da un formulario y puedes pasar. Una vez dentro del patio pasas a un edificio pequeño con varias mesas, donde primero te escanean el bolso y una persona de seguridad te registran. Si todo va bien te mandan de regreso al patio donde debes aguardar una larga cola. Pero, al ser mujer vas por la fila indicada  solo para ladys , que es mucho más corta. El papel que te han dado en la puerta debes rellenarlo, pero solo está en hindi. Gracias a un chica, a la que preste el bolígrafo, me enteré de lo que debía escribir . El policía de esta fila va alternando hombres y mujeres -bendita paridad-, para que pasen otra vez al edificio del principio.

          Cuando me tocó a mí , el siguiente policía me preguntó cuánto quería cambiar. Al decir nuestra modesta cantidad -cuatro mil rupias-, me cuela y paso por delante de cinco o seis personas. En la ventanilla de dentro, el funcionario revisa mis papeles y el pasaporte y me los sella. Creo que ya me va a cambiar el dinero, cuando me manda, otra vez, atravesar el patio para acceder al hall del edificio principal. En la puerta de este hay más personal de seguridad. Toca esperar.

          Según va saliendo gente de dentro, nos van dejando pasar. Una vez en el interior casi me desmayo: hay más de 150 personas delante de mi. Otro funcionario me pide el pasaporte y le hace una fotocopia. Al verme mujer y extranjera y con poco dinero le dice al de seguridad que me cuele y me lleva directamente a la ventanilla correspondiente. Un vez en ella, dos funcionarios comprueban mis documentos, los vuelven a sellar y me dan el cambio en billetes de curso legal ¡Por fin!. 

           La salida es por la puerta opuesta a la derecha la entrada, cruzas otras rejas y estás fuera"

          El día salió redondo -rarísimo en India -, porque descubrimos el templo Sij que fuimos incapaces de encontrar el día anterior y en Old Delhi nos topamos con la calle comercial más caótica del mundo, sorprendentemente hoy peatonaluzada. El tren hacia New Jalpaiguri salió puntual, pero...

Campos de arroz 🥘, camino de West Bengal


 

lunes, 29 de enero de 2024

La pesadilla de los billetes de dos mil rupias continúa y va para largo

           Al fin llegó el lunes. Después de dormir más de nueve horas salimos a las destartaladas calles -cada viaje, lo están mas-, en las grandes ciudades de India. 

          Habíamos trazado un plan para el día bastante milimetrado, pero cuando India se lo propone, siempre se sale con la suya.

          El primer objetivo era ir al banco, a cambiar los malditos billetes de dos mil rupias. Probamos en dos y la respuesta es la misma: solo se pueden canjear en el State Bank of India, que se haya en Central Secretariat.

          Nos dirigimos al metro y siguen los problemas: la máquina no acepta la puñetera tarjeta y nos cuesta encontrar las ventanillas, porque las han cambiado de sitio. En total, una hora desde el hotel hasta la línea amarilla, por la que debemos recorrer tres estaciones.

          Tras preguntar a varias personas y caminar entre monos hambrientos, llegamos al sitio indicado. Un policía nos dice que hoy está cerrado. ¿Un lunes?. Otro nos indica, que hay una sucursal cerca del parlamento. Pero allí, solo hay obras y más obras y el montaje de un escenario para el Día de la República. ¿Pero no es el 15 de agosto?. No puede ser festivo, porque todo está abierto. Al pasar por el banco, de vuelta, el primer policía nos llama y nos dice que pasemos. Efectivamente, nos lo certifica un empleado: está cerrado, sin más explicaciones.

          Se nos han fastidiado todos los planes de la jornada y no hemos cambiado los billetes. Lo dejamos para mañana. No tenemos más días, porque por la noche tomaremos un tren para New Jalpaiguri. Cuando ya casi nos hemos olvidado aparece una sucursal del PNB, donde mi pareja ha oído, que también los cambian. No es así, pero al menos nos dan la dirección exacta, que no es la que teníamos, sino donde nos mandó el segundo policía. Es la siguiente: Reserve Bank of India. Parlamient street.

          Continuará.....