Todas las fotos del post son de las navidades, de 2.017
Aquí andamos, pasando las Navidades,
entre planificaciones de nuevos viajes -concrétamente, el octavo
periplo largo-, perturbadoras muertes de familiares muy directos,
frío congelador, luces de esta consumista época del año, belenes,
insoportables elecciones catalanas y adictivas series, de Netflix. Un
enorme totum revolutum, que nos tiene conmocionados. Y todo esto,
antes de que hayan comenzado las grandes celebraciones gastronómicas
de familia, que en nuestro caso y como casi siempre, se prevén
tranquilas.
Nos han pasado tantas cosas en este
trepidante diciembre, que ya no queremos, que ocurran más. ¡Ni,
aunque siquiera, sean buenas!.
El pasado 2 de este mes, Valladolid
iluminó 60 calles, sin demasiadas novedades con relación al último
ejerecicio. Lo normal: unas te gustan y otras, no tanto, pero al
menos, ya nos hemos olvidado de los primeros años de la crisis,
donde se despedía de su trabajo a las gentes, a mansalva y se
cambiaban las leyes de protección social, para ahorrar en casi
invisibles luces de bajo consumo eléctrico.
La gran novedad del programa navideño,
me pareció una pueblerinada de lujo -por lo que costó al
consistorio-, pero, funciono. Un cutre y poco original holograma
proyectado sobre el ayuntamiento -con renos y todo- y un coro de
gospel -ya me diréis, que tiene, que ver esta música con las
deprimidas tierras castellanas-, llenó toda la plaza Mayor y sus
aledaños y a punto estuvo de causar incidentes, debido a situaciones
de pánico, ni siquiera previstas por la policía.
Otra de las novedades -creo, que a
propuesta del único concejal, de Ciudadanos-, ha consistido en la
instalación de varias casetas de artesanía y de comida, a modo de
mercado navideño centroeuropeo. Aunque falten las de vino caliente y
sea todo un poco light, esta actividad, si que la aplaudo.
A pesar de la demora en el inicio del
espectáculo, también nos gustó la ceremonia de las velas, que da
inicio a las navidades, en Colombia. Se van prendiendo, se rodea la
iglesia de San Martín -o no, para los más vagos- y se van colocando
a su alrededor. La pena fue, que después de meses sin llover,
diluviara ese día.
En cuanto a los belenes, la cosa anda
algo más parada, que el año pasado. Primero, porque no son tan
originales o espectaculares y segundo, porque parece, que la moda se
va pasando. Donde el año pasado arrasó, una escenificación de El
Señor de los Anillos, hoy se soporta un currado nacimiento de cuatro
lados, con más de 100 trabajadas figuras. Técnicamente impecable,
pero sin sorpresas, ni siquiera para los más pequeños.
El de la Diputación, que cambia cada
Pascua, esta vez, está dedicado a Segovia y muestra el acueducto de
fondo. Si que nos ha sorprendido, muy positivamente, el elaborado por
la asociación de padres, del colegio La Salle, que da vida al parque
más emblemático de la ciudad: el Campo Grande.
La pista de hielo, de la Acera de
Recoletos, ha cambiado su ubicación, a la Cúpula del Milenio, esa
extraña importación de instalación, de la ya lejana Expo, de
Zaragoza. No me parece mala decisión, sino fuera, porque se mantiene
secuestrado este recinto, durante dos meses, en detrimento de otras
actividades.
Allí, han instalado un bien montado y
armónico nacimiento de playmobils. Un nexo común de todos estos
belenes es, que a través de sus construcciones y figuras de gentes,
abogan por la conciliación y vida cotidiana de las diferentes
etnias, culturas y religiones.
Me hace gracia, como cada año, que la
jornada de Navidad y Año Nuevo -con el frío, que suele hacer por
aquí-, sean unos de los días, donde pululan más paseantes
solitarios de perro por las calles. Probablemente, gentes que ponen
como sabia escusa a sus mascotas, para huir de incómodas
celebraciones familiares. ¡Porca miseria!.