Esta y la de abajo son, de Bangalore
Tuvimos, que esperar al cuarto día de
nuestro periplo por India, para toparnos con los dos primeros guiris,
bastante mayores y acompañados de un guía. Sucedió en el templo de
Belur, cercano al todavía más bello, de Halebid, aunque los dos son
una pasada.
Quedaron algo difuminados, entre la
masiva asistencia de indios, que aprovechaban el festivo quince de
agosto, día de la Independencia. Es una pena, que estos dos lugares
no estén incluidos en los circuitos turísticos y que sólo resulten
atractivos para viajeros, que ya tenemos trillada la India.
Las tres siguientes son, de Belur (India)
A pesar de presentarse, como de
transición, la jornada anterior fue mucho más convulsa y pudimos
meternos en serios problemas, de consecuencias imprevisibles. El día,
en Bangalore, comenzó raro. Cambiamos de planes y decidimos no
viajar, a Hassan, al mediodía y dejarlo para la noche. Para llenar
el tiempo, nos cogimos un bus urbano, al azar, y por primera vez en
nuestras ya largas vidas, el cobrador, no nos permitió sentarnos
juntos, conforme a no se que estúpida norma. El resto de la jornada
transcurrió tranquila, con agradables y caóticos paseos por barrios
tercermundistas, donde ni te miran y sí lo hacen es, para pedirte
una foto contigo.
Los tucktukeros de estos lugares tiene
tan poca práctica, que ni siquiera se atreven, a entrarte. La comida
resultó excelente. Estamos descubriendo en este viaje -nunca es
tarde-, que hay una mezcla de biryani y thali, que al menos, de
momento, nos agrada. Se trata de arroz, tipo vegi biriyani, pero con
las salsas que te ponen con los thalis y puede llevar también huevo,
ternera o pollo.
Por la tarde y ya habiendo anochecido,
nos esperaba un plan, que ya intuíamos arriesgado. Tomar nuestro
primer tren nocturno sin reserva, experiencia, que definitivamente,
no recomiendo, ni a los más expertos en el país y menos, como es mi
caso, si padeces un defecto visual.
Como el único vagón de segunda, a
Hassan, se llena enseguida -los indios trepan como los monos, hasta
por las ventanas-, nos ubicamos en el de discapacitados y
“lesionados”. El paisanaje, que se va formando poco a poco, es
tan desesperanzador, como inquietante. Lo más amistoso, una pareja
de musulmanes con dos inquietos churumbeles. La guapísima madre, no
hace ni caso a sus vástagos. Es normal: tendrá la pobre unos
diecisiete años.
Todas las demás son, de Halebid (India)
Avanza la noche y cada vez, sube más
gente de la que baja. Pero, al llegar a Mysore, solo quedamos cuatro
gatos, mientras cae el diluvio universal de cada tarde. La policía
nos baja de muy malas maneras por -supuestamente-, no tener
handicaps. Nos vamos a segunda, y una estación después suben dos
policías, de los que solo permanece uno, tras arrancar el tren.
Todos los indios se han levantado como un resorte, pero pronto
vuelven a acomodarse. Intuimos, y, después de ver como una gorda con
shari habla con él, que el problema va con nosotros.
Se masca la tensión y más, cuando el
madero aparta a mi pareja y se siente frente a mi. Al margen de su
gualtrapa y desgastado uniforme marrón -como los de los tucktukeros,
militares, autobuseros...-, porta una linterna y un pistolón, que
intimida bastante. No dice nada y eso es lo peor. Pero, si que habla
por el móvil y cada vez, con un tono más elevado.
Cuesta mantener la calma, pero trato
de demostrar, que se confunde: que no estoy borracho, como le han
debido informar (ha preguntado sobre el tema a otros pasajeros, que
no se han mojado). Y, para ello, me pongo a mirar la hora metiendo el
reloj en los ojos o a contemplar las fotos de la cámara, a corta
distancia.
Me asusto, porque telefonea
nuevamente, manda un whatsapp y abre una enorme carpeta, donde guarda
documentos y formularios oficiales. Decide pasar la linterna
encendida por delante de mis ojos y yo, hago como que no lo veo. Al
fin, abre el pico: “¿Where are you going?” “Hassan”,
respondo yo, y él, como si nada: “one thirty” y se baja.
Y, todo ello, ya metidos en el día
festivo de la Independencia (la Asunción, de España). Cierto es,
que parece una actitud muy desproporcionada -aunque nunca se me acusó
de nada, ni se nos registró-, pero también lo es, que me había
bebido de camino una pequeña botellita de ron. En estos casos, tener
un defecto visual, puede tener sus ventajas.