Templos de Angkor, en Siem Reap (Camboya)
Nos encontramos en Siem Reap (Camboya) y como otras muchas tardes a última hora, aquí andamos, trasteando en el cíber, para evitar la intensa lluvia, que tras caer del cielo, deambula a su antojo y sin gobierno, en todas las direcciones.
Sin embargo, aún estamos emocionados por la visita de hoy, en la que hemos recorrido a conciencia, una de las mayores joyas del patrimonio universal: Los maravillosos templos de Angkor. Hasta ahora y sin duda, lo mejor del viaje. Una sola y exclusiva visita a este recinto, justifica pegarse la paliza en avión hasta aquí, desde cualquier parte del mundo. Poipet (Camboya)
Llevamos ya casi una semana en este país. Atrás quedó Laos y un breve retorno a la plácida Tailandia. Pero esa relajación y quietud, que nos proporcionaba el país de la eterna sonrisa, fue quebrada bruscamente, nada más poner el primer pie en la caótica Poipet, quizás el lugar más inhóspito del mundo, que hasta la fecha hayamos visitado.
Y la cuestión, es que nada hacía presagiarlo. Salimos de Tailandia y cruzamos la frontera de entrada a Camboya. Avanzamos por un camino perfectamente asfaltado, dejando a los lados, enormes y lujosos casinos y algunos hoteles de postín. Cruzamos una puerta y, de repente y como si hubiéramos atravesado el túnel del espacio y del tiempo, nos encontramos ante la pobreza, ante la más absoluta miseria y el más intenso y perpetuo caos
No habíamos acabado de ver tal estampa, cuando ya estábamos rodeados de cuatro tuktukeros –conductores de tuk tuk-, que con una agresividad inusitada (solo les faltó cogernos a lazo, arrastrarnos y meternos en el tuk tuk), nos asediaron, buscando llevarnos al sitio más lejano posible. Aquí los tuk tuks no son como en Tailandia. Son una moto, con una cabina (más bien caja) al lado para los pasajeros.
Poipet (Camboya)
Nuestro plan era ir a la estación de autobuses –que según habíamos leído en la guía, esta a unos pocos kilómetros- y de allí tomar un autobús para Sisofón. Pero nadie nos quiso llevar hasta el primer punto y para el segundo destino, apenas a una hora de aquí, nos pidieron el equivalente a veinte euros.
Decidimos ponernos a andar hacia delante, a ver que es lo que ocurría. Se supone que en la que estábamos, es la calle principal. Está sin asfaltar y con montoneras de tierra y basura a los lados. Luego, una corta llanura llena de enormes charcos, da acceso a los puestos ambulantes, que se colocan delante de las destartaladas casas.
Circulan todo tipo de cacharros, levantando un polvo espantoso, que se te mete entre los dientes. Hay hombres, que a modo de bueyes, tiran de alargados carros llenos de casi todo, pero fundamentalmente, de vegetales y hierbas.
Llegado un momento, a nuestro lado se para una especie de troncomóvil, parecido al de los Picapiedra. En él van una pareja de alemanes, con cara de aturdidos. Les han pegado una buena estocada, al sacarles 50 euros por llevarlos hasta Siem Reap y quieren minimizarla convenciéndonos de que vayamos hasta allí, para compartir gastos. Pero en ese momento, ya habíamos decidido negarnos a ser extorsionados, una vez más en este país. Más adelante, otro extranjero trata de convencernos de lo mismo. Los guiris caen como moscas, en las telas de araña de estos desaprensivos sin escrúpulos. Poipet (Camboya)
Seguimos andando y a cada paso escuchamos el aburrido “Where are you going”?. Nunca en mi vida, lo habíamos oído tantas veces. Desconcertados, volvimos sobre nuestros pasos, a ver si era posible que desde el punto donde habíamos entrado, hubiera algún tipo de transporte público, con destino a la estación.
Pareció en un principio, que habíamos tenido suerte. Se hallaba un autobús aparcado, que nos acercará y encima, gratis. Dios aprieta, pero no ahoga. Montamos y nos asfixiamos de color. Otros dos guiris, ya están sentados y nos prestan una toalla, para secarnos el sudor. El autobús se puso en marcha y efectivamente, es sin cargo. La sorpresa viene, cuando conocimos el destino: Una guset house, donde o bien, te ofrecen alojamiento o un taxi a Sisofón, por ¡!45 euros!!. Y Una tercera alternativa: 10 euros cada uno en un autobús que encima, no salía hasta dentro de cinco horas. ¡¡A la mierda con estos cerdos!!
Cambiamos de estrategia y decidimos quedarnos a dormir y así por la tarde, investigar la forma de salir de aquí, sin enriquecer a nadie. Es ya más por dignidad, que por desperdiciar un poco de dinero. En teoría, en este país se circula por la derecha, pero aquí cada uno va por donde le da la gana, especialmente las motos. Nunca estuvimos en el lejano oeste, pero esto nos lo recuerda bastante. Solo hace falta un cartel a la entrada, en el que ponga: “Poipet. Territorio sin ley”.
Phnom Phen (Camboya)
La mayoría de los lugareños no habla inglés, cosa que nos alegró bastante. Porque los que lo hablan, se dividen en dos grupos: Los que te quieren engañar y los que te quieren estafar.
Tras tomar habitación en un hotel, establecimos las grandes líneas, los grandes objetivos para la jornada de hoy, que nada tienen que ver con visitar ruinas, parques naturales, templos o bellos museos.
1º.- Encontrar cerveza a un precio de camboyano y no al disparatado precio de guiri, que nos han pedido antes. Lo conseguimos, después de preguntar precios en más de 20 sitios.
2º,. Comer algo. También cuesta. Todos los restaurantes que hay son de calduverios y el único supermercado que existe, es caro y bastante desabastecido. Sin contar que el dueño, te va persiguiendo para que no te lleves nada sin pagarlo. Pero lo entiendo, tal como es la gente allí. Finalmente, nos decantamos por el calduverio.
3º.- Encontrar un medio de transporte –sea el que sea-, que no saque de aquí, mañana por la mañana, hacia cualquier parte, pagando precios de camboyanos.
Kompong Thom (Camboya
Hay numerosos puntos, donde anuncian buses a Phnom Penh a precios razonables (25.000-30.000 rieles), pero o no hay nadie informando o los que lo hacen son difusos, en cuanto al punto de partida, así que decidimos no fiarnos y no comprar el billete por anticipado.
Decidimos ponernos a caminar por la carretera. Si la estación de autobuses está a cinco kilómetros, como pone la Lonely, la acabaríamos encontrando. Pero desistimos antes de hacer siquiera la mitad, porque resulta más duro hacer ese camino, que un trekking por el parque nacional más exigente. Calor, humos de camiones enormes, baches, polvo, basura, motos asediándote… No me extraña que muchos motoristas y peatones, vayan con la mascarilla puesta.
¿De qué vivirá allí la gente?. No llegamos a saberlo muy bien, pero nos intriga, que se están todo el día transportando, de un lado a otro con la moto. ¿Y de dónde sacarán los 1.000 euros que hemos visto, cuesta un ciclomotor en una tienda?.
Es en Poipet, donde empezamos a tener contacto con los mototaxis, que nos están acompañando a lo largo de toda Camboya. No es otra cosa, que una moto normal –más bien tirando a muy cutre-, en la que vas de paquete. Nos la ofrecieron por primera vez aquel día y pretendían llevarnos a los dos en la misma y ¡¡¡con las mochilas!!!.
Templos de Angkor, en Siem Reap (Camboya)
Las infraviviendas de Laos son palacios, comparados con las de Poipet y los puestos cutres de Luang Nam Tha, parecen El Corte Inglés, si miramos los de allí.
Fuera de la principal y de una paralela semiasfaltada, las demás calles son barrizales y vertederos llenos de basura -alguna la estaban quemando allí en medio, con viviendas prefabricas de chapa y las ratas correteando, entre las gallinas y los niños. Estos, como siempre en Asia, no pierden la sonrisa y la curiosidad. Esperamos que tanta humareda, procedente de las basuras quemadas, ahuyentara también a los mosquitos de la malaria.
Y es que Poipet, era una zona selvática de malaria endémica, hasta que Tailandia prohibió el juego en su territorio. Al abrigo de esta frontera, que no era ni de tránsito de personas, Camboya albergó los casinos. Muchos pobres, procedentes de las zonas rurales del país, creyeron que aquí iban a encontrar el dorado y lo que finalmente hallaron, fue una miseria mayor, que la que habían vivido. Ahora esa localidad, se divide en dos: A un lado, los casinos de las llamadas Las Vegas camboyanas. Al otro y como ya he dicho, la miseria más absoluta que vimos jamás (no hemos estado en el África Negra).
El peregrinar por las carreteras de Camboya, ha sido una auténtica sucesión de sombrillas. Creo, que es el país que más tiene en el mundo. Pero no son para ir a la playa, como ocurre en Europa, sino para proteger los destartalados puestos, del sol de justicia del día.