Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 29 de octubre de 2019

Almaty

          La chica, de Almaty, sus estados de WhatsApp y más fotos de esta ciudad (Kazajistán)

         Estamos comprobando -al margen de lo que dicen las cifras del salario medio-, que Kazajistán, puede ser el país más próspero económicamente de la zona. Los datos lo dicen: tiene petróleo y gas y el presidente octogenario, que lleva desde el año de la torta, está más preocupado del progreso económico -de los de siempre-, que de establecer la democracia y permitir una oposición. Ha encarcelado a varios de ellos e incluso, a personas poderosas, como un magnate de la cerveza y a todos aquellos, que se le han opuesto.

          Pero eso, es información y la podéis constatar en cualquier parte. Yo, sin embargo, os doy mi opinión: Almaty es la ciudad de los parques y de los parkings, -siempre omnipresentes, eternos y estresantes en cada esquina, de Asia Central. Vayas por donde vayas, todo está lleno de zonas arboladas y de anchas aceras, accesibles para los incipientes patinetes y sobre todo, para los numerosos ciclistas de Globo (algunos van andando con la mochila amarilla a cuestas).

          Al menos y es de agradecer, no hay falsos bordillos a lo uzbeko o baldosas levantadas, a lo kirguiso. Pero todo es engañoso en cuanto a las distancias. Se trata de una ciudad construida a lo ancho, de cuadras perfectas con enormes cruces de semáforos intermitentes, aunque los conductores, en general, son respetuosos.

          El problema surge, cuando te das cuenta de la lejanía entre unos puntos y otros Estás en el número 200 de la calle y quieres llegar al 40. Y, te dices: "serán 20 minutitos". Pues no, pueden ser dos horas y media, porque en cualquier larga manzana, llena de parques, universidades, edificios oficiales o lo que sea, es posible, que quepan solo dos números.

          Supermercados hay todos los que quieras, mucho más nuevos, abastecidos -que en los países anteriores- y con amplios horarios. A pesar de lo que digan las guías, no es Kazajistán, más caro, que Uzbekistán o Kirguistán.

          Nuestra obsesión de hoy, consistía en registrarnos en la policía, trámite, que hay que hacer, sino te han puesto dos sellos en la tarjeta de entrada o si estás más de cinco días en el país. Nosotros, cumplimos los dos requisitos, pero no nos la queremos jugar. Cuesta encontrar el edificio, porque la entrada no está dónde pone la guía, pero in extremis, nos arreglamos, como casi siempre. Efectivamente, nos indican, que no necesitamos  registro.

          En estos países de la órbita soviética -donde siempre padecimos cierta inseguridad, desde hace 30 años-, nunca nos acabamos de fiar. Nos da más miedo la policía -y eso, que aquí no hay mucha visible-, que los cacos. Parece, sin embargo, que las cosas han mejorado un poco. Pero, aún así, siempre te persigue la incertidumbre. Puedes pasar horas tranquilo y de repente, te salta la alarma. Tres policías -más bien, antidisturbios, según su uniforne-, nos han perseguido por varias calles, de Almaty, hasta que hemos conseguido huir de su segura extorsión, a cambio de tenernos el pasaporte (la práctica es muy vieja y ya la hemos sufrido en el pasado)

          Y todo, porque nos habíamos despistado, al disfrutar de la conversación  con una joven kazaja, que nos ha escuchado hablando en español y que ella ha aprendido, de forma autodidacta, leyendo libros. Quiere ir a España y nosotros le ofrecemos nuestra hospitalidad. Conoce a otros españoles, pero como están por aquí aprendiendo idiomas, conversa con ellos solo en ruso. Intercambiamos  los whatsapps y ¡ya veremos!

El viaje, desde Taskent, hasta Almaty

                                             Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)
         Comprar el billete, de Taskent, a Almaty -muy barato, costando 9 euros para 850;kilómetros- fue fácil- difícil y me explico. Fuimos un día antes a la estación y la chica de la ventanilla -bastante joven y muy verde-, al no entendernos, se negó a atendernos de forma rotunda. Menos mal, que un chico hizo de intérprete.

          Al día siguiente, todo fue más sencillo, porque de la nada apareció un empleado con un inglés suficiente, que nos ayudó en todas las gestiones. No nos cobro nada, como nos teníamos.

          Teníamos mucho respeto a este viaje, por un motivo fundamental. Los españoles tenemos derecho a estar un mes, en Kazajistán, pero nadie aclara, si dispones de varias entradas y nosotros, ya habíamos accedido a este país una vez anterior, once días atrás, camino de Uzbekistán.

          El autobús es nuevo -aunque con rayantes pantallas gigantes de vídeo y sin wifi, ni tomas USB- y no sale demasiado tarde, con una ocupación de 18 pasajeros, sobre 50. La carretera solo es mala un rato. En cincuenta minutos estamos en la frontera. ¡Que miedo! Y eso, que es conocida.

          La salida es buena y rápida. Ni enseñar el móvil, ni los registros de los hoteles, ni nada, que hubiéramos leído, anteriormente. Y encima en esta zona de Asia Central son muy ordenadores y te van colocando los sellos en la misma hoja. Nervios y más nervios. Porque en tierra de nadie, sabuesos de dos y cuatro patas registran el bus, durante una hora -más amigables y amistosos, los de cuatro-, mientras nosotros esperamos e imaginamos nuestras venturas y desventuras.

          Somos de los primeros en la fila de los sellos. En la frontera, de Kazajistán ya te dan un número de WhatsApp por si tienes problemas. Se me retuerce el estómago y recuerdo, como hace casi un año, lo pasamos tan mal a la hora de hacer un tránsito, en China. Tarda y tarda el funcionario, siempre más con mi pareja, que conmigo, porque yo voy detrás de ella y ya se sabe la historia tan infrecuente en estos bordes fronterizos, porque es tan imposible encontrar un guiri, como raptar a un niño y llevártelo a España.

          El poli pregunta, insistentemente, a otro compañero y nuestro corazón se dispara, cuando oímos "da, da", que no es la canción de Police, sino "si " en ruso. Felices y contentos, una vez oímos el "pataclan" sobre nuestro pasaporte, pensamos, que los 800 kilómetros, que nos quedan para llegar a Albary serán un coser y cantar.

          Pero,  aún, varios inconvenientes menores nos aguardan: paradas eternas -en el tren, todos vamos comidos y meados-, un cambio de autobús, sin entender nada, a las afueras de la ciudad kazaja, mientras nos asedian -suavemente, no como en otras partes- los taxistas y un accidente, que deja dos coches destrozados y que nos sumerge en un atasco eterno.

          ¿Empezaremos bien en este temido destino? ¿Sabremos mañana, registrarnos ante la policía? El futuro es de los intrépidos!

lunes, 28 de octubre de 2019

Uzbekistán: un país, dónde lo difícil puede ser fácil y lo fácil, imposible

        Una  de  registro de hoteles,  otra de billetes de tren, dos, de Bujara y 4, de Taskent (Uzbekistán)

         Hemos llevado un ritmo tan trepidante, en Uzbekistán -cuatro destinos para siete días y más de dos mil kilómetros-, que pasar dos días añadidos, en Taskent, antes de abordar, Kazajistán, nos parece un relax excesivo y casi una perdida de tiempo.

          Pero, necesitamos descansar y configurar los recuerdos, que nos llenan el cerebro a borbotones con contenidos, a veces, difusos o entremezclados.
 
        Este país es distinto, difícil y único, lo cual es como no decir nada, porque podríamos  referirnos a cualquier otro sitio. Por un lado, hay tres elementos facilitadores, que son: la eliminación de trabas, que de unos meses a esta parte, están dando las autoridades para el turismo individual (¡muchas gracias!). Quitaron el visado en febrero y han reducido al mínimo la burocracia en frontera, porque no nos han pedido los registros de los hoteles y cuando hemos ido a pasar el equipaje por el escáner y nos han reconocido, como turistas, nos han dicho, que estábamos exentos. Nada de rellenar tarjetas de inmigración, como en Kazajistán, ni de declarar el dinero o tener un billete de vuelta, ni enseñar tu móvil, para cotillear tus fotos, como debía ser hasta hace poco tiempo.

          Por otro, el tren -sea el lento o el de alta velocidad, fabricado por Talgo-, te soluciona la vida en este país. Y, por último, el metro, en Taskent, te hace tu estancia mucho más placentera, en una ciudad difícil de dominar, debido a su extensión horizontal y no vertical.

          Ahora, vamos con la parte, que nos saca de quicio. La gente -que no tiene una relación, ni positiva, ni negativa con el turismo, salvo algún comerciante- no habla más que su idioma -tampoco están obligados a nada mas-, pero además, generalmente, no hacen ningún esfuerzo por entenderte, ni por señas, ni por dibujos... Cuando ven, que no pueden ayudarte, se van y te ignoran, sin ningún remordimiento. A veces, para una sencilla gestión, hay que intentarlo con 10 o 15 personas. Porque, en Uzbekistán, lo difícil puede ser fácil y lo fácil, imposible. La situación más evidente y controlable, se te puede atragantar hasta la extenuación.

          Después, está el tema, de que cualquier estación de buses o tren, se encuentra a 7o 9 kilómetros del centro. No pasaría nada, si alguien te pudiera indicar, que bus coger o que el taxista de turno fuera capaz de entender la dirección a la que quieres llegar, pero la mayoría de las veces no ocurre así.

          Y, finalmente, la maldita burocracia, que todo lo entorpece y corroe en países bananeros, como este. Desde tres controles de pasaportes y billetes para subir a un tren, hasta la exigencia de los registros en todos los hoteles, pasando por los incomodos chek-in en estos mismos. Pero aún así, y según los recientes relativa de otros viajeros, nos lo esperábamos peor. Debe ser, que las cosas están cambiando para bien.

domingo, 27 de octubre de 2019

Últimos días, en Uzbekistan

                                                 Todas las fotos son, de Bujara (Uzbekistán)
          Después de los problemas para encontrar la oficina de reservas del centro, en Bujara -que no está tan céntrica, como dice la maldita guía-, el resto de la estancia resultó ser una balsa de aceite, paseando por un amplio casco histórico peatonal y muy adecentado -aunque tampoco es tan turístico-para las hordas grupales. En cuanto te sales de él, lo mismo de siempre: el tercer mundo en estado puro con sus repetidas peculiaridades.

          Los del  hostel, genial, asistiendonos hasta el final en materia de wifi y uso de las instalaciones comunes, aunque ya habíamos hecho el chek-out.

          La única situación de nervios surge para desplazarnos a la estación de trenes. Probablemente -como nos dijo la simpática chica de turismo-, habríamos evitado un problemilla, cogiendo un taxi por 20.000 sin. Pero como somos así, nos montamos en el transporte público, eficaz, no viejo, pero abarrotado. Su precio es ridículo y aunque vamos como sardinas en lata, nos ayudan unas simpáticas adolescentes "bilingües", a no terminar el viaje dónde no nos conviene, apeandonos antes de tiempo o pasándonos de parada.

          La negociación con el literista de nuestro vagón, es fructífera y conseguimos cambiar una de las literas de arriba por una de abajo, llorando le un poco. No se, porque la gilipollas de ayer nos vendió las camas arriba, cuando la mayoría de las de abajo, van vacías.

          Llegamos a Taskent, exhaustos, a pesar de haber dormido, la mayor parte del camino. La pereza,el cansancio, los kilómetros recorridos, la falta de objetivos, nos acaban minando la moral. Pero, sacando fuerzas de un recóndito lugar, caminamos unos kilómetros para buscar el mercado del plov (plato nacional por excelencia) Encontramos muchos puestos de camino, pero no un edificio como tal. Preguntamos y ante la recurrente dificultad, reculamos y lo dejamos.

          Aún, hay más entretenimiento, porque no conseguimos encontrar la doble, que hemos reservado ayer. Menos mal, que se puede cancelar sin gastos. Volvemos, al hostel, en el que ya estuvimos, pero ya no tenemos tanta suerte y nos toca en un dormitorio enorme, aunque son camas y no literas. ¡Nuestra vida de hostel es cada vez más intensa!. Pasamos la tarde, como podemos y la noche bien, a pesar del jaleo, que yo no escucho, pero mi pareja, si

          Llega el día de descanso, taan esperado, dedicado a como abordar, Kazajistán, aunque ya lo hemos ido planeando. Se trata de no dejar ningún cabo suelto, porque estos países son complicados y solo hace falta, que te tomes con un idiota, para que se vaya todo al traste.

          Despues de informarnos, con dificultad -nuevamente, en la estación de buses-, conseguimos conocer los horarios de buses, a Almaty (muy frecuentes, por cierto), menos mal, que el metro es muy barato, porque está lejos. Gracias a él y al tren, debemos agradecerles la facilidad en el transporte, en un país complicado.

Iniciando el regreso: destino, Bujara

                       Cuatro fotos, de Jiva; una, de Urgent y cuatro, de Bujara (Uzbekistán)
          Comer, en Uzbekistán, no es un gran placer, como decía la coplilla, pero los generosos desayunos de los hostel y Guest House ayudan mucho a templar el día desde su inicio (embutidos, huevos, salchichas, queso, frutas, dulces...)

          Abandonamos Jiva, con pereza. No por haber dejado un buen alojamiento, sino el mejor de nuestros diez últimos años de viaje y eso, que han sido muchos y muy variopintos. Sin un plan decidido -fruto de la comodidad del último dia-, optamos por olvidarnos de las marshrutkas y por investigar, como y si es posible, llegar en tren, a Bujara ( la Lonely Planet es muy confusa)

          Cacharro, a Urgench, dónde nos sueltan al lado de una universidad. Callejeando y preguntando con mucha paciencia -mi pareja es rocosa en esto-, descubrimos el Bazar y la anexa parada de taxis compartidos, que buscábamos ayer.

          En la estación de trenes, el horario para Bujara no es bueno, pero es lo que hay. Llegaremos de noche y sin referencias de hoteles, al margen, de que la terminal está a 9 kilómetros del centro. Pero a nosotros, siempre nos pasa algo y generalmente, bueno.

        Cuando vamos a descender del tren, encontramos a un maduro portugués, probablemente, el único guiri, junto a nosotros, que viaja en estos trenes económicos. Porque en el de alta velocidad, que coincide y llega, de Taskent, en ese mismo momento, vienen los poderosos clientes de los grupos organizados. Decidimos organizarnos los tres para buscar cobijo.

          Otra vez, volvemos a una litera, por un lado y a una especie de habitación individual, al mismo precio, dónde instalar toda nuestra logística: es un alojamiento híbrido, no sabría calificarlo de otra forma.

          Con el taxista, hemos tenido nuestros más y nuestros menos, pero ël sabe perder -con mucha deportividad- y luego, incluso, en el trayecto, nos hace de amable guía ¡Noche amenazante superada!


      Nos reaviva el mejor desayuno, con diferencia, del viaje. Surge una anécdota curiosa: queremos saludar al portugués, viéndolo de espaldas, por su incipiente calvicie y no es él. Acabamos de charla, con Andoni, un chico de Donosti, que flipa por como le hemos entrado.

         
         La única pelea del día -que siempre tiene que haberla, en este país-, surge porque el plano de la Lonely Planet -ya nos ha dicho la de turismo, que es "no good"-, no ubica adecuadamente la oficina de compra de los billetes del tren y nos pasamos más de una hora preguntando y buscando. Menos mal, que hay Sayhi y traductor de Google, porque en este país la comunicación resulta muy difícil.

¡Sumidos en el desconcierto!

                                                  Todas las fotos son, de Jiva (Uzbekistán)

        En los países difíciles, sean bananeros o no, nunca sabes donde tendrás el próximo problema o la situación más absurda, que te puedas imaginar. Escribí en su día, allá por el 2012, en Senegal, los siete pasos que tuvimos que dar para poder comprar una lata de sardinas. Algo parecido nos ha pasado en Samarcanda con una fanta de naranja.


        Mismas sinergias de siempre: tres tiendas juntas vendiendo lo mismo y cuando les falta algo, también coinciden. Todas disponen de coca-cola, 7up, pero ninguna de fanta fría de ese sabor. Recorremos la calle principal, frente al Registan y nos surgen diferentes avatares, que nos impiden comprar el ansiado refresco.

        Cuando ya desistimos y nos decantamos por una Coca-Cola, volviendo a la primera tienda. Efectivamente, han metido varias botellas de fanta en la cámara, aunque todavía están calientes. Pero han decidido, de repente, tachar el precio de la bebida de cola: dónde ponía hace diez minutos, 6.000 som, ahora indica, 7.000. ¡Agua y a la mierda!

          Dejamos Samarcanda, contemplando sus grandes atractivos iluminados. ¡Una maravilla! No pudimos regatear el precio del taxi a la estación y además nos colocaron a una chica en el asiento de delante. Otra vez, nos toca pasar tres controles para subir al tren y disputar una de nuestras literas con una gordarraca lugareña, que nos quiere quitar una de las plazas de abajo. ¡Tiene mucha jeta!

         Dormimos bien, pero el absurdo vuelve al llegar, a Urgench. Debemos zafarnos a las bravas, de los taxistas de la estación, que a la postre, no habrían sido tan mala opción. Preguntamos a varias personas -mientras caminamos  más de una hora-, incluida una policía turística, por los micros, a Jiva. En la Lonely pone, que aquí hay estaciones de cacharros, pero no la encontramos. Y, tenemos la sensación, de que lo que la gente nos indica es -la carretera a esta localidad-, como si fuéramos a ir andando. Llegamos a un punto, dónde se acaba la acera y todavía, faltan 25 kilómetros para el destino

          Varias negociaciones de altura con marshrutkas vacías, para acabar subiendo al coche de un viejo, que nos hace bajar en los exteriores de una gasolinera, porque parece ser, no puede llegar a la misma nadie más, que el conductor ¡Que país más raro! Y seguimos. El hombre con mucha intención y conduciendo lentamente, nos hace de improvisado guía y nos va explicando sobre los campos de algodón adyacentes. Al llegar nos quiere cobrar más de lo pactado, pero nos deshacemos de él con ternura.

          Ahora, nos toca lidiar con los guardianes de las puertas de las murallas, que te quieren cobrar 5 euros por el acceso a la ciudad, cuando hay varias puertas sin cancerberos y una parte de la muralla rota (por si cuela) ¡A la mierda! Lo peor no es, que te quieran sacar el dinero, sino que te traten, como a un gilipollas.


       Jiva es una maravilla y encontramos aquí el mejor alojamiento del viaje, aunque nos cuesta encontrar algo decente para comer, porque solo hay un supermercado en toda la ciudad y a las afueras. Afortunadamente, la cerveza y el vodka, tampoco faltan aquí.