Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 23 de febrero de 2019

Corolario de los post anteriores

              Dos, de Sydney (Australia), cuatro, de Singapur y dos, de Kuala Lumpur (Malasia)

          1°.-La salida de Australia, que cuando fuimos, a Nueva Zelanda, fue relajada y la reentrada también -no nos hicieron ni pasar por la aduana, todo un privilegio-, culminó con una persecución en toda regla, al tratar de abandonar, definitivamente, el país.

2°.-La entrada en Singapur, por aire, no nos generó ningún problema.

          3°.- Por el contrario, la terrestre, siempre nos ocasionó dificultades y está vez, también.

          4°.-Cuando alguien, en Singapur, Malasia o resto del sudeste asiático, os hable de una senda peatonal, contrastad, antes de emprender camino, la información. O, casi mejor, ¡salir corriendo!, inmediatamente.

          5°.-No hagáis excentricidades en lugares peligrosos. En Oceanía, las aceras llegan a todas partes, no así en el sudeste asiático. Y lo peor es, que nosotros somos expertos, para haber caido en este error.

          6°.-Empieza la información de servicio: en las terminales malasias de la frontera, existen oficinas de cambio con amplio horario y buena tasa. No esperéis hasta llegar a la ciudad, de Jhoror Baru.

          7°.-La estación de buses de Larkin, en Jhorur Baru, no es lo mismo, que el centro. Así, que aclararos bien, adónde queréis ir. En Larkin hay un mercadillo, numerosos hoteles a buen precio y bastantes restaurantes, pero muy pocas posibilidades de comprar alcohol -salvo cara cerveza-, de encontrar lugares interesantes o de toparse con un supermercado.


          8°.-Los check-out de los alojamientos de esta ciudad son a las tres de la tarde.¡Y en Australia y Nueva Zelanda, a las diez de la mañana, sin pasarse ni un minuto, te largan a la calle! En Jhoror Baru los hoteles parecen buenos en la recepción, son regulares en los pasillos, malos en las habitaciones y muy malos en los baños.

          9°.-En Jhoror y en toda Malasia, suelen ser más baratas las cervezas europeas -tipo Heineken o Carlsberg-, que las de la zona.

          10°.- No os sorprendáis, porque un malasio diga llamarse, Ramón. Nosotros hemos conocido uno está misma tarde.

Frontera de Singapur: otro día de zozobra

                                              Todas las fotos de este post son, de Singapur

          Cambio de cinco husos horarios en dos días, 12,5 horas de vuelo en aviones de bajo coste -sin comida y bebida-, 8.000 kilómetros realizados, cuatro noches - por diversos motivos- sin pisar un alojamiento, controles sanguinarios en los aeropuertos, lluvias torrenciales...

          Nuestros cuerpos, hasta con cincuenta años, aguantan muy bien estas cosas aún, pero la mente ha acabado en servicios mínimos de respuesta y máximos de estrés. Pongo todos estos atenuantes, no como justificación, sino para daros argumentos de lo que nos ha pasado a la salida, de Singapur, país -donde además de hacer mucha humedad y llover todo el año y no solo, durante el monzón, siempre pasa algo y no bueno. Especialmente, en su frontera terrestre.

          Como ya lo conocíamos, desde 2008, el viaje en esta ocasión, a Singapur, ha sido exprés. Una seis horas, sino contamos las del aeropuerto y transporte. Nada inusual ni mencionable, hasta que decidimos -en vez del autobús, como la vez anterior- usar el metro, hasta Woodlands, opción que hemos leído a algunos blogueros.

          Al llegar a esta nos ocurre una extraña aventura, que nos pone el día dificil y absurdo. Preguntamos a varios autobuseros, de Woodlands, como podemos ir andando hasta la frontera. Uno nos dice, que el check point está lejos -2 kilómetros, aunque luego constatariamos, que son 4- y otro miente de forma descarada, indicando, que el camino está cerrado. Nos recomiendan el bus 911 y decidimos seguirlo, caminando, pero lo perdemos de vista pronto.

          Entonces, preguntamos a un chico, que camina por la acera y que no habla inglés -y lo siente, pretendiendo justificarse, porque debe ser el único en Singapur-, pero nos hace un croquis, que nos aclara el camino, a seguir.

          Reencontramos la ruta del 911 y tras varios titubeos, damos con el puesto fronterizo. Mientras estamos en la cola, una pareja de polis me pide el pasaporte y me hace poner el pulgar en una especie de TPV. A mí pareja no, pero no me supone ninguna ventaja dado, que debemos hacer los mismos trámites los dos.

          Otro policía nos pregunta, si vamos por la senda peatonal o hacia los autobuses, para llegar a la frontera, de Malasia. Y, nosotros pensamos:"¿Hay una senda peatonal? ¡Que bien y sobre todo viniendo de la tranquila Porque ceania!" Empezamos, tras pasar una puerta giratoria, que solo tiene una dirección y por donde no cabrían la mayoría de los equipajes de los viajeros.

          Todo bien, hasta que salimos a una carretera infernal, aunque con estrecha acera. Debe ser ya Malasia, porque está llena de alocados motoristas. Nos ponemos a andar y cruzamos un ancho río, como casi siempre en las fronteras y tras unos veinte minutos, se termina la acera, quedando solo el transitado asfalto. Tras varias precipitadas y nerviosas valoraciones, decidimos volver sobre nuestros pasos.

          Pero la puerta giratoria, nos impide regresar. Y el policía, que la vigila, también,  decepcionado porque no hemos sido capaces de coronar un "sencillo" -segun el- camino de 45 minutos. Al final, concluye que tenemos, que volver a entrar en Singapur y volver a salir, para poder ir a la zona de autobuses, que conectan, con Malasia. ¡Nosotros alucinando!


          Todavía, nos cuesta un rato explicarle a sus superiores, nuestro simple desconocimiento y que no pretendemos nada raro -error, si es necesario-, para que nos abran unas puertas mágicas con contraseña, que nos dejan en la parada de los buses, que circulan hacia Malasia.

La única e imperceptible ventaja es, que le echamos jeta y no hemos pagado un duro de una frontera a la otra, dado que el conductor nos considera cuerdos y piensa, que ya veníamos anteriormente en su bus.

          A todo esto, caemos en la cuenta, de que se nos ha pasado algo por alto, al volver tan distraídamente, del primer al tercer mundo: por mucho, que te muevas bien en este último -cual es nuestro caso-, siempre debes estar muy alerta, cuándo regresas a el, desde la placidez de los países desarrollados. O te pones las pilas o en el mejor de los casos, te las ponen.

          ¡Vaya dos días consecutivos de zozobra!

viernes, 22 de febrero de 2019

Los polis, el negro y el chino. ¡Pánico en nuestro último dia, en Sydney!

                                             Todas las fotos son, de Sydney (Australia)
       
Nunca creímos en lo del martes y trece y en lo del viernes, tampoco. Por eso y tras la experiencia de la salida, de Sydney y a Nueva Zelanda, dos semanas atrás, pensamos, que el último día en Australia, a la vuelta, sería un mero trámite. Nada más lejos de la realidad.

          Por desidia y por ahorrarnos un buen puñado de dólares -despues de la sangría de Nueva Zelanda- decidimos ir a dormir a la confortable estación de tren, como otras veces anteriores. Pero en esta ocasión, a las siete en punto de la mañana se presentan dos policías -como siempre, uno bueno y otro malo-, de aspecto cómico: con pantalones cortos y con camisetas sin mangas.
         
         Tras preguntarnos - al vernos tumbados en el suelo-, si esperamos algún tren y mentirles, diciendo que al del aeropuerto, comienza una conversación trabada, que da tanta risa, como miedo, por su imprevisible final. Nosotros tratando de explicarles nuestros planes de volar, a Singapur y ellos tan sorprendidos -no nos llaman mentirosos- de que con dos bultitos pequeños, llevemos viajando dos meses por el mundo y tres semanas, por Australia. Finalmente, nos dejaron ir y no perdemos ni un segundo en cumplir sus órdenes.

          Lo gordo, sin embargo, nos esperaba en el aeropuerto, unas pocas horas más tarde, donde todos los derechos civiles y humanos, se acaban para los pasajeros. Habíamos comprado varias latas de comida -sardinas, ricas y muy baratas, alubias y un guiso de cordero, beicon, patatas y vegetales-, para cuadrar el dinero sobrante. Tambien vino, pero ya nos lo habíamos bebido, antes de arribar a la terminal aérea. Como siempre y tras la impecable obtención de las tarjetas de embarque, por parte de la compañía Scoot y el tranquilo control de inmigración, no facturamos: todo nuestro equipaje en los bultos de mano.

          Ya habíamos leido, que no se permiten líquidos, aerosoles y geles de más de 100 mililitros, aunque cuando salimos la otra vez, colamos un champú y un gel de medio litro cada uno, aunque esta vez, no llevábamos nada de eso.

         
          Las cosas empiezan mal y son discrimatorias, porque a todas las mujeres, las hacen pasar por una infame máquina de rayos X y las toquetean bastante. Uno de los bultos acaba en las manos de un chino -el malo- y el otro en las de un negro -el bueno, a priori- Siempre me he preguntado, porque hay tanto inmigrante curtido -Barajas incluido- en los controles aeroportuarios. Tengo mi propia y clara respuesta, pero no viene al caso y quedaría demasiado largo.

          El negro sonrie y se apiada de nosotros y nos deja pasar las sardinas, que ya habíamos transportado, de aquí, a Nueva Zelanda. Separa la lata grande.¡Pero si es algo sólido! Le indicamos que no pone nada de eso en ninguna parte. Cada vez, se va poniendo de peor carácter y estalla, cuando le decimos, que vamos a perder el vuelo "eso no es mi problema", no contesta, de muy malas formas.

          Ahora nos enfadamos nosotros, porque destroza todo nuestro equipaje con las manos cubiertas con guantes y sin permitirnos explicarle nada, para dejarlo todo tirado. Mientras tanto, el chino a lo suyo. Con cara de idiota, se ha cargado toda la comida, incluidas las sardinas del otro bulto: ¡eso es unificación de criterios! No ha puesto pegas, sin embargo, a dos enormes magdalenas de chocolate y al paquete de pan de molde. A mí modo de ver, los problemas son varios y muy graves:

           -Cada trabajador de este sector, hace lo que le da la gana, sin potestad de autoridad, sin dar explicaciones a nadie

           -No serán, ni a uno ni a dos, a los que les hayan hecho perder un avión, sin responsabilidad alguna.

           -Te ponen de los nervios con todo tu equipaje desperdigado y los documentos abandonados, mientras tanto, en las bandejas. Por supuesto, no se harán responsables, si pierdes o te roban algo importante.

           -Sin de una arrogancia y una chulería tremenda y desbordante

            -Aplican las normas, según les caigas y la resistencia, que opongas.

           -¿Donde van todos esos productos, que retiran? Los pasajeros deberíamos tener derecho, a saberlo

           -¿Como podemos defender nuestra dignidad, como personas, ante estos procedimientos abusivos e impunes?

          Y lo que casi nadie sabe es -a mí me lo explico un trabajador de Barajas-, que el escáner no distingue si un bote es de 100 mililitros, del de un litro, por lo que registran a boleo o dependiendo, de como tengan el día.

jueves, 21 de febrero de 2019

Tras el furibundo ataque de las gaviotas, comparamos Australia, con Nueva Zelanda

                                 Todas las fotos de este post son, de Kaikoura (Nueva Zelanda)

          Ya predije yo -más por las experiencias vividas que por talento de adivinación-, que los incidentes con los autobuses, de Intercity, no habían terminado.

          Reservar el billete on line con el móvil, como habíamos temido, no fue ningún problema, pero si un largo retraso en la salida del autobús, a Kaikoura -injustificado-, que propició, que de camino nos toparamos con unas desastrosas obras -marca Oceanía- y con un desgraciado accidente de tráfico, que nos retraso otra hora y media más y que nos dejó en nuestro destino, bajo un diluvio infernal, siendo ya casi de noche y con la mayoría de los alojamientos ya cerrados.

          Sin poder remediarlo y por no quedarnos a dormir en la calle, con unas condiciones climatológicas tan adversas, pagamos la choza más cara, en Nueva Zelanda y nos morimos de frío, durante la noche, porque después de soplarnos más de 40 euros por un bungalow infumable y sin calefacción, todavía nos quiso cobrar aparte por una manta.

          Hasta Kaikoura, conduce una breve pero intensa carretera escénica de paisajes marinos, que culmina en una playa colosal de arena negra. Después de la desangelada noche, abordamos muchos senderos, poco turismo y día soleado, por lo que tenemos unas buenas sensaciones. Hasta, que antes de partir y por sorpresa, llega el ataque masivo de las gaviotas.

          Almorzábamos patatas fritas de cebolla verde y ni caso, igual que a unos indios, que engullían unos bocadillos y a otros chicos, que comían arroz. Pero, fue abrir una pizza de carne, pimientos, queso y salsa barbacoa y se volvieron locas. Las de delante, resultarles fáciles de espantar, aunque siempre vuelven, desafiantes, después de planear en circulo. Pero desde un alto, nos atacaron por detrás con decisión. Una, a la que no vimos venir, nos tiro la pizza al suelo, aunque no se llevó nada, pero la otra, aprovechando el desconcierto, me arrebato de la mano un buen trozo. Creedme: ¡embisten como toros!

          Cuando esto escribo, ya hemos abandonado, Nueva Zelanda, así que, ya nada nos puede pasar allí. La salida fue buena. El vuelo de retorno a Sydney puntual y la reentrada, en Australia, sin control alguno, ni siquiera en la temida aduana.

          Creo, que no escribiré el prometido post de diferencias, entre Australia y Nueva Zelanda. Dejaré, que la pura realidad, me destroce un buen post. Pero, si quiero significar, una breve comparación de datos prácticos para el viaje. Vamos con ello:

          -Alojamientos mucho mejores y más baratos, en la isla de la Nube Blanca -salvo, en Queenstown-. Además, aquí no piden depósito por la llave, no suben el precio los fines de semana y se adaptan más a tus necesidades.

          Eso sí y como en Australia, las horas del check-in son tardías y las del check-out, tempranas.

          -Transporte. Escaso en los dos países, pero casi monopolístico, en Nueva Zelanda, lo que lo hace muy deficiente y caro. Los precios, en Australia, son mucho más razonables.

          -Comida. Quien lo iba a decir el primer día, que llegamos, a Christchurch, que pensábamos, que íbamos a estar durante doce jornadas comiendo alubias y espaguetis de bote. La ventaja de Nueva Zelanda, es que cuenta con más competencia de supermercados y a horas determinadas, los descuentos de platos preparados, son de vértigo, llegando al 80% Creo, que esto está ligado al temperamento de esta gente, que ven muy feo desperdiciar la comida.

          Por ejemplo hace un par de días y por un dólar neozelandés cada plato, -56 céntimos- hemos comido una enorme pizza de chorizo, un bollo relleno de queso y carne o un arroz con pollo y mandala de 400 gramos.

           -En cuanto al wifi, Nueva Zelanda presta mucho mejor servicio, en hoteles, estaciones, aeropuertos y centros comerciales. En Australia, te lo quieren cobrar en todas partes y a veces, resulta muy lento y se corta, a menudo.

          Me sigo reafirmando, que en cuanto a la organización de las excursiones, son más profesionales, en Australia.

          Por cierto, con paciencia -dos horas- y sin peligro, se puede llegar andando al aeropuerto, de Christchurch. De esta forma, el ahorro, en transporte, resulta considerable.

¡Hartos de InterCity!

             Las cinco primeras son, de Christchurch y las otras dos, de Kaikoura (Nueva Zelanda)

          Nuestra mente, anda ya más en Asia, que en Oceanía. Tratamos de reservar vuelos para Lombok, Denpasar, Taipei o Male, pero no lo encontramos, a buen precio. ¡No se pueden dar todos los pasos el mismo día!

          Dije, que tendría, que volver a dedicar un post, a la compañía de autobuses, InterCity, de Nueva Zelanda y voy a hacerlo. Otra vez, nos la han jugado y hemos tenido, que renunciar, a ir, Picton y a Nelson (aunque ya, la verdad sea dicha, no teníamos muchas ganas de llegar hasta tan lejos en el norte de la isla).

          Ni en la oficina de turismo, ni en la sede de la compañía, se esfuerzan de demasiado en explicarte las cosas y se limitan a darte los precios de la página web. No te cuentan -porque no tiene explicación lógica, ni posible-, por qué de hora en hora, las tarifas de los distintos recorridos suben al doble o al triple o que diferencia hay -en servicios y asientos-, entre el precio de un billete estandar y otro, denominado flexi. ¡A río revuelto, ganancia de pescadores! Y ellos tienen las redes más grandes y la cara más dura.

          En un país, donde el concepto de servicio público es inexistente y dónde se alienta a buscarte tu propia vida, tu solo, es difícil encontrar sosiego y sobre todo, comprensión. Luego diremos, que si los de los bemos de Indonesia, son unos ladrones, porque te estafan 30 céntimos, o los tuck tucks, de India o de Tailandia... Aquí, te las meten dobladas, te sacan lo que les da la gana y encima, debes responder con una sonrisa, porque supuestamente, te están haciendo un favor. Porque, si no cuentas con InterCity o no sabes o no quieres, conducir, te quedarías tirado, en Christchurch, sin otra forma de abordar otros destinos de la isla sur. ¡Así es la realidad y mejor, no disfrazarla!


          Y si te enfadas -porque, si o si, al final y un día, te terminas cabreando-, se ponen dignos y racistas.

          Al final y por agotar los días -con Intercity, claro está- iremos a Kaikoura, en la que tampoco tenemos muchas expectativas, ni siquiera de encontrar alojamiento, por lo que hemos visto en Booking. Si todo va bien, no escribiré más post de esta isla sur, ni de la lamentable, Intercity.

¡Cansado de lo anglo! (este es el post 500 del blog)

                   Todas las fotos de este post son, de Christchurch (Nueva Zelanda)

          Al fin y con la compañía Scoot -a muy buen precio-, hemos adquirido los billetes, para dejar de una vez para siempre, la Oceanía sajona. A la postre y si se cumplen los planes, van a ser 33 días en estos territorios de la Commonwealth, de los que hemos acabado algo hartos (más en Nueva Zelanda, que en Australia)

          Admiramos la ingenuidad de la mayoría de la gente de estos lares y la confianza, que te dan, sin ni siquiera conocerte. Un ejemplo: reservamos en Booking una habitación en una casa privada, en Christchurch. Automáticamente y dado que el daño trabajo "full time", nos entrega el código de entrada de su casa e instrucciones para localizar la habitación. ¡Como si fuera nuestra propia casa o fuéramos familiares o amigos íntimos!

          Llegamos y nos acomodamos a nuestras anchas. Cuando el propietario llega, surge un pequeño problema: no acepta tarjetas de crédito y nosotros solo tenemos y nos indica, con naturalidad, que cuando cambiemos mañana, le metamos el resto de billetes por debajo de la puerta de su habitación. ¡Toma ya!

          Nos encanta también, el aparente saber estar, hasta llegar al ridículo, de estos sajones, (más bien por el qué dirán y el postureo, que por otra cosa). Ejemplo desternillante: en un país, donde la mayoría de los baños son mixtos, donde no lo eran, unas 15 tías aguantan estoicamente en cola, estando vacíos el de los hombres y el de los minusválidos.

          Si, lo siento así: tras un mes, estoy harto del mundo sajón y de que hayan impregnado todas sus conquistas territoriales de la misma manera. Pero no pasa nada: cuando me voy a Marruecos ocho días, también me agobio, así que será cosa mía. Pero, si. Estoy harto del sorry a todas horas y sin venir a cuento. Si te atizo, ya me dices sorry y cuando voy a disculparme de corazón, ya te has pirado y seguido tu camino. Cuando te fastidian ellos, el mismo sorry impersonal, sin una mueca y sin torcer la mirada.

         Odio el individualismo de esta gente, su poca empatía, la comida basura que comen, el que te perdonen la vida a cada paso. Estoy cansado de sus gesticulaciones -probablemente naturales, pero muy exageradas- teatreras al expresarse, del "oh my god" a todas horas y de que hablen, como si tuvieran un estropajo dentro de la boca.

          En su descargo, debo decir, que el mundo sajón es donde mejor te consienten que hables mal inglés y dónde tiene más paciencia a la hora de atenderte.

          Pero, me aburre verlos todo el día con el vasito de café de la mano por la calle, bebiendo por un agujerito del propio envase.

          Y, lo de la sostenibilidad de este continente es una patraña. Aquí parece todo más civilizado, porque son cuatro gatos para un territorio enorme. Pero ciudades, como Christchurch, están hechas para los coches -en los que normalmente, solo va una persona- y más que nada, porque son de casas tan bajas y alargadas, que es imposible llegar andando a cualquier parte. Y las tiendas de alcohol -que tanto usan-, para más inri, están a las afueras.

          En Queenstown, ni siquiera hay pasos de cebra y los semáforos para el peatón, en Australia y Nueva Zelanda, apenas duran un par de segundos.

          La última ocurrencia, en Nueva Zelanda -hasta la siguiente- es, que la propia municipalidad, ha comprado y puesto al servicio de los ciudadanos -generalmente los más jóvenes-, los dichosos patinetes eléctricos, que se están tratando de prohibir -o al menos, de regular- en muchas ciudades de España. Y luego, reivindicaremos, que la gente ingiera menos calorías, que haya más deporte, que no moleste a las demás o que las motos y los tuck tucks deban salir de las aceras del sudeste asiático o de India. ¡Putos hipócritas!